“Quien quiera ver un ladrillo necesita ver sus poros y, por tanto,
acercarlo a los ojos, pero quien quiera ver una catedral no la puede ver a la
distancia de un ladrillo” (Ortega y Gasset[1]).
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“En comparación con lo inmediato, con nuestra vida espontánea, todo lo
que hemos aprendido parece abstracto, genérico, esquemático. No sólo lo parece:
lo es. El martillo es la abstracción de cada uno de sus martillazos. Todo lo
general, todo lo aprendido, todo lo logrado en la cultura es sólo la vuelta
táctica que hemos de tomar para convertirnos a lo inmediato. Los que viven
junto a una catarata no perciben su estruendo; es necesario que pongamos una
distancia entre lo que nos rodea inmediatamente y nosotros, para que a nuestros
ojos adquiera sentido (…) Ahora bien (…) La intuición de los valores superiores
fecunda nuestro contacto con los mínimos, y el amor hacia lo próximo y menudo
da en nuestros pechos realidad y eficacia a lo sublime. Para quien lo pequeño
no es nada, no es grande lo grande” (Ortega y Gasset[2]).
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