“El hombre es lo que le ha pasado, lo que ha hecho (…) Lo que
efectivamente le ha pasado y ha hecho constituye una inexorable trayectoria de
experiencias que lleva a su espalda, como el vagabundo el hatillo de su haber.
Ese peregrino del ser, ese sustancial emigrante, es el hombre. Por eso carece
de sentido poner límites a lo que el hombre es capaz de ser. En esa ilimitación
principal de sus posibilidades, propia de quien no tiene una naturaleza, solo
hay una línea fija, preestablecida y dada, que pueda orientarnos; solo hay un
límite: el pasado. Las experiencias de vida hechas estrechan el futuro del
hombre. Si no sabemos lo que va a ser, sabemos lo que no va a ser. Se vive en
vista del pasado (…) En suma, que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene…
historia (…) “Dios cuya naturaleza es lo que ha hecho”, dice San Agustín. Tampoco
el hombre tiene otra «naturaleza» que lo que ha hecho” (Ortega y Gasset[1]).
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“Hay épocas en las cuales el pensamiento se considera a sí mismo como desarrollo de ideas germinadas anteriormente, y épocas que sienten el inmediato pasado como algo que es urgente reformar desde su raíz. Aquéllas son épocas de filosofía pacífica; éstas son épocas de filosofía beligerante, que aspira a destruir el pasado mediante su radical superación. Nuestra época es de este último tipo, si se entiende por «nuestra época» no la que acaba ahora, sino la que ahora empieza” (Ortega y Gasset[2]).
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