“El hombre se esfuerza y lucha por realizar, en el
mundo que al nacer encuentra, el personaje imaginario que constituye su
verdadero yo (…) Este personaje ideal que cada uno de nosotros es se llama
«vocación». Nuestra vocación choca con las circunstancias, que en parte la
favorecen y en parte la dificultan. Vocación y circunstancia son, pues, dos magnitudes
dadas que podemos definir con precisión y claramente entenderlas, una frente a
la otra, en el sistema dinámico que forman. Pero en ese sistema inteligible
interviene un factor irracional: el azar. De esta manera podemos reducir los
componentes de toda vida humana a tres grandes factores: vocación,
circunstancia y azar” (Ortega y Gasset[1]).
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En 1913 Jung decidió retirarse de su puesto de profesor
auxiliar en la Universidad de Zurich, en el que había permanecido durante ocho
años, para dedicarse al análisis del inconsciente, algo que su vocación le
exigía, pero que al principio le costó. Dice al respecto: “Naturalmente que me disgustó,
sentía incluso rabia por el destino y en muchos aspectos lamenté el no poder
circunscribirme a lo que es comprensible para todos. Pero emociones de este
tipo son pasajeras. En el fondo no significan nada. Por el contrario, lo otro
es importante y si uno se concentra en lo que la íntima personalidad quiere y
dice, desaparece el dolor” (Carl G. Jung[2]).
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“Todo ser es
feliz cuando cumple su destino, es decir, cuando sigue la pendiente de su
inclinación, de su esencial necesidad, cuando se realiza, cuando está siendo lo
que en verdad es (…) El destino de cada cual es, a la vez, su mayor delicia” (Ortega y Gasset[3]).
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“La virtud del niño es el deseo, y su papel, soñar. Pero la virtud del
hombre es querer, y su papel hacer, realizar (el querer se diferencia del deseo
en que es siempre un querer
hacer, querer lograr). El imperativo de
hacer, de conseguir efectivamente algo, nos fuerza a limitarnos. Y eso,
limitarse, es la verdad, la autenticidad de la vida. Por eso toda vida es
destino. Si fuese nuestra existencia ilimitada en formas posibles y en
duración, no habría destino. ¡Jóvenes, la vida auténtica consiste en la alegre
aceptación del inexorable destino, de nuestra incanjeable limitación! (…) El
que de verdad ha aceptado una vez su destino, su limitación, quien les ha dicho
«sí», es inconmovible” (Ortega y Gasset[4]).
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