Esas son las dos preguntas fundamentales a las que, según
Julián Marías, hay que dar respuesta en la vida. Ambas ineludibles y las dos
contradictorias entre sí. La primera demanda una respuesta que dé contenido a
nuestra necesidad de tener una identidad, de saber en qué parte de mí
sustentarme, de qué forma las variables de mi personalidad tienen un fundamento
común, sólido, previsible; de qué manera, en fin, lo que soy se mantiene
vigente a pesar de todo lo que de mí cambia. “¿Qué será de mí?” es, mientras
tanto, la pregunta que apunta hacia lo que todavía no soy pero está en mis
expectativas de lo que puedo llegar a ser; lo que se encarga de decidir mi
proyecto de vida, las circunstancias o el azar; la vertiente de mi personalidad
que, transitando hacia el futuro, habrá de remover la otra vertiente, la de mi
identidad, para que encuentre cabida en mí todo lo que aún me falta para ser.
Ortega dijo, por un lado: “El hombre no tiene naturaleza;
en lugar de ello tiene historia”.
Y también: “Nada en él es invariable”.
Con lo que parece negar que pueda existir la identidad. Tuvo que dejar para
otro día la afirmación contrapuesta que completara la ineludible paradoja. Este
otro día dijo: "Por muy grande que sea el radio de nuestra libertad hay en ella
un límite: no tenemos más remedio que guardar continuidad con el pasado"; lo cual podemos
engarzar con esto otro que asimismo dijo su discípula María Zambrano: “Al
hombre se le parece haber concedido (…) un tiempo para buscarse y una pausa
para reconocerse y reconocer, para identificarse”. Por no tener en cuenta
esta otra dimensión que nos vincula a nuestra identidad, la cultura posmoderna
prefirió seguir la pista que despejó Michel Foucault, que decía: “No me
pregunten quién soy, ni me pidan que siga siendo el mismo”(5).
Y también: “Quizás hoy en día el objetivo no es descubrir lo que somos,
sino rechazarlo”(6).
Esta postura intelectual está en el origen, por ejemplo, del feminismo queer,
que rechaza que hayamos de supeditarnos a nuestra identidad biológica, la que,
para empezar, hace que seamos “hombres” o “mujeres”. Y en general, es la que ha
dado paso a lo que Zygmunt Bauman denomina “modernidad líquida”, en la cual las
fuentes de identidad en general han ido diluyéndose. Por el contrario, lo que
correlativamente ha aumentado es el consumo de drogas (algo que había sido
esporádico y excepcional en Occidente hasta que llegó esta última etapa de la
modernidad) y de psicofármacos. Y es que, como dice el sociólogo Richard
Sennett: “Imaginar una vida de impulsos momentáneos, de acciones a corto plazo,
carente de rutinas sostenibles, una vida sin hábitos es imaginar, justamente,
una existencia insensata”.
Evidentemente, se está refiriendo a una vida sin ámbitos donde asentar la
identidad.