La bioquímica, salvo lesiones orgánicas, lo que hace es
acomodarse a los mandatos del alma. Es
la tristeza la que remueve nuestras sinapsis, no al revés. Y el medio ambiente
es el campo en el que nuestras angustias encuentran modo de narrarse y
dramatizarse. Sin entorno, sin mundo exterior, nuestra angustia está abocada a
ser angustia ante la nada. Solo a partir de aquí tienen cabida los
existencialistas. Citas a Heidegger: "La angustia coloca al hombre ante la
nada y lo obliga a enfrentarse a su finitud". Yo me atrevo a
corregir o matizar: la angustia coloca al hombre clausurado dentro de sí mismo
ante la nada, pero al hombre volcado sobre el mundo lo coloca ante su tarea
vital, la que ha de servirle para dar un destino a su angustia, para, como
decía Kierkegaard, llevarle a aterrizar sus ansias infinitas en el mundo
finito. Y recojo también, precisamente, tu cita de Kierkegaard: "Tanto
más perfecto será el hombre cuanto mayor sea la profundidad de su angustia.
Esto no debe entenderse en el sentido de una angustia por algo exterior, por
algo que está fuera del hombre, sino de tal manera que el hombre mismo sea la
fuente de la angustia". Con Kierkegaard, como me ocurre con la
mayoría de los filósofos (exceptúo a Ortega y a pocos más, que se explican
maravillosamente bien) tengo la impresión de que tiende a quedarse a medias, de
que tal y como deja dichas las cosas, sobre todo cuando son del calibre que
tienen las cosas que dice, les falta algo para ser suficientemente entendibles.
En principio, suscribiría todo lo que dice en esa cita; pero le falta decir (aunque,
más o menos, viene a decirlo en otras ocasiones) que esa angustia endógena busca
acoplarse a motivos angustiantes exógenos. Y sí, cuanto mayor sea la profundidad
de la angustia que siente el hombre, mayor será su propensión a hacer cosas en
el mundo para contrarrestarla… aunque también será mayor su proclividad al
desorden mental si su superávit de angustia excede de lo que su mundo, el mundo
tal y como él lo entiende, puede recoger y encauzar.
Acepto que la idea de que venir al mundo sea una caída es
equívoca y puede producir distorsiones en la manera de situarnos ante la vida.
Sí creo que Platón y el pensamiento griego en general (no Aristóteles) se situaron
en esa perspectiva. Sus epígonos, Plotino por ejemplo, también. Y en general,
todo el racionalismo, cuya peor desembocadura (como dejaré explícito en la
entrada siguiente, que colgaré acto seguido de esta) es el utopismo, que en
síntesis consiste en tratar de suplantar el mundo real por el mundo
(supuestamente) perfecto que han imaginado sus introvertidas mentes y que siempre
remiten a un idílico pasado que alguien, perversa y también supuestamente, nos
arrebató.
Me hace sonreír la cita que haces de Freud. Le conozco y
reconozco, no demasiado, pero sí lo suficiente para saber de qué pie cojea. La
cita es esta: "Cuando nos preguntamos por el sentido y el valor de la vida,
nos ponemos enfermos porque ni el uno ni el otro existen objetivamente”.
Son recurrentes sus esfuerzos para remitir todo lo superior a lo inferior (por
ejemplo: el arte es, según él, una sublimación de nuestras pulsiones sexuales
infantiles, esto es, desviadas, pregenitales). Buscar el sentido de la vida es
para él, asimismo, una perversión, el síntoma de una enfermedad; lo natural,
claro, es vivir sin más, subordinarse a lo que hay, a lo que objetivamente hay,
y lo otro, lo que no hay y, por tanto, pertenece a la esfera espiritual,
conduce hacia la aberración. Menos mal que otras mentes incluso más preclaras
que la suya, como la de Jung, entienden (y nos ayudan a entender) que lo que
hay es solo un punto de partida, pero que estamos destinados a elevarnos hacia
lo que nos falta (lo que solo existe como sustancia espiritual); y eso no es una
desviación del camino: es el camino.
Respecto a esa consigna que nos llega sobre todo de Oriente,
y que tanto te seduce, de tratar de vivir en el presente, incluso de que, como,
según citas, decía Crisipo: “Solo existe el presente”, añadiré
el complemento de esta otra cita de María Zambrano: “El conocimiento de cualquier
género de realidad que sea requiere su horizonte adecuado (…) Y cuando no lo
hay, sucede que se vive, en lo que hace a esa realidad, como en sueños (…) Si
este horizonte cayera destruido de repente nos encontraríamos que lo que
estábamos mirando en este momento, por insignificante que fuese, se convertiría
en algo terrible, en algo que no nos permitiría ni movernos; seríamos presa del
terror de su presencia”. En suma, si solo tuviéramos el presente, ¿qué
haríamos con nuestra angustia congénita? ¿Cómo la dramatizaríamos y la convertiríamos
en energía actuante? No sería posible, porque en el presente absoluto no hay
movimiento, no hay acción, no hay metas, maneras de dirigirse hacia sitio
alguno en el que nuestras angustias encontrasen reparación (sitio,
efectivamente, que nunca alcanzaremos del todo). Sujeto y objeto coincidirían.
Y por tanto, sin ese horizonte que nos empuja hacia el futuro, incluso lo más “insignificante
(…) se convertiría en algo terrible”, como dice Zambrano. Quedaríamos
atrapados con nuestra angustia. “Sólo tras de haberse señalado un fin lejano –dice también
Zambrano– aparecen las finalidades inmediatas. Esa lejana luz es claridad que
recae sobre las circunstancias inmediatas y las ordena, las hace cobrar
sentido”.
Todo esto, en fin, sería contexto suficiente para entender
que Ortega dijera: “Tal vez, andando el tiempo, se diga con verdad que la realidad
histórica más profunda de nuestros días, en parangón con la cual todo el resto
es sólo anécdota, consista en la iniciación de un gigantesco enfrentamiento
entre Occidente y Oriente”.
Bueno, Javier: me quedaré, de nuevo, distanciándome del propósito del ser. Me sentaré hurgando en las frivolidades de mi angustia. Observo, de nuevo, a las almas fuertes, F. Savater. Y topo de nuevo con Nietzsche y la salvaguarda del Superhombre (el decidido y valiente que caminará cien pasos por delante del resentido y cobarde...).
ResponderEliminarEn parte, estas palabras de Savater me recuerdan a la idea que ha sacado el gobierno con la reforma del texto de ley de tráfico. En caso de atropello de especies cinegéticas, será el propio conductor el responsable de los daños a personas o bienes (disposición adicional novena). Algo así como que el conductor mismo optará por ir con toda franqueza a por la eventual "pieza". Así, pues, y en lo relativo al mal encauzamiento de la propia bioquímica cerebral, asocio que el responsable de los daños emocionales (de leves a severos) será el individuo mismo, generador de impropios estados de equilibrio, etc.
Si es la propia mente -triste- la que mueve las sinapsis regulando la bioquímica, incluso, no tendré nada que hacer, hasta que, quizás, llegue un momento de calamidad auténtica y provoque el natural transitar dejándome de lamentos vanos. En fin, por ahora, quedará mi alma escéptica incapaz de conocer el origen de los torvos procederes.
Y me quedaré en el aire del presente. Claro, perderé la perspectiva, en ese presente continuo que no parece pueda ser otra cosa. Aquí, como en el mundo de las religiones, habrá que esperar por ver si aparece alguien que nos cuente cómo vive ya eternamente, porque, ¿hemos conocido a alguien que haya vivido siquiera un instante en su pasado o futuro? La memoria, los recuerdos, las proyecciones, todo ello se nos presenta siempre en el presente. Para usarlo de acicate y seguir en el momento que perdura, previendo el horizonte inmediato, que también pasará a ser pasado de otro presente futuro. Y no solo porque oriente lo desvele: "Ahora es todo a la vez", Parménides.
Recibe un cordial saludo.
Buenas noches Vicente
EliminarEvidentemente, no tenemos la culpa de haber nacido pegados a la angustia. Dicho más escuetamente: no tenemos la culpa de haber nacido. Pero sí tenemos la responsabilidad de, en la medida de lo posible sobreponernos a esa angustia que nos es congénita: en eso, precisamente consiste el vivir. Y yo le veo bastantes más ventajas al hecho de que seamos nosotros mismos los que tengamos que enfrentarnos a la angustia que a que esta fuera cosa de una alteración bioquímica o culpa de un ambiente desafortunado. Porque en estos últimos casos no tendríamos nada que hacer sino ser sujetos pacientes, esperar que un psicofármaco compensara nuestras deficiencias o, en el otro caso, a que fuera el entorno el que cambiara (hay psicologías cognitivas, eso sí, que consideran que es nuestra interpretación de las circunstancias ambientales la responsable del trastorno). Estos son los casos que yo veo asimilables a esos kafkianos nuevos castigos del Código de Circulación: nada de lo que hagamos o dejemos de hacer servirá para remediar nuestros males. Pero si la lucha contra la angustia dependiera de nosotros, al menos algo podríamos hacer (no digo que siempre la voluntad pueda hacer algo: hay trastornos con mal pronóstico, pero se trata de las psicosis y trastornos asimilables, en suma, enfermedades muy graves). Es mejor que el destino esté en nuestras manos (… ¡en alguna medida!) a que nos venga impuesto, aunque eso nos cargue de responsabilidad.
Respecto de que vivimos en el presente, claro, es obvio. Pero se trata de que necesitamos tener ilusiones y esperanza, y eso nos coloca en una perspectiva que nos vuelca hacia el todavía inexistente futuro. El peligro está no en que no exista el futuro sino en que no podamos ilusionarnos (vaya… tender a nuestras utopías personales). El “ahora es todo a la vez” de Parménides (es decir, que el tiempo no exista) significa que lo que no hay, no hay ni lo habrá, es decir que no hay nada que esperar… Y eso no es compatible con la condición humana cabal, por mucho que insistan los de Oriente (por supuesto no hay que pasarse siendo utópico).
Saludos cordiales, Vicente