jueves, 1 de mayo de 2014

¿A dónde ir si la realidad se ha convertido en un desierto?

     “La vida es la grande, esencial inquietud”, decía Ortega. Para que la vida tenga sentido, debemos de traducir esa inquietud a fórmulas de operatividad sobre la realidad externa. Si no lo conseguimos, si esa inquietud queda atrapada en nuestro interior o no encuentra un modo realista de salir al mundo, esa inquietud se vuelve venenosa y alimenta a los monstruos que nos habitan (la sombra de Jung). Todos los trastornos psíquicos, buena parte de los orgánicos y los nefastos resultados de esa inquietud sin destino (sin destino realista o compatible con la realidad) cuando la traducimos a comportamientos, y que podemos cifrar en comportamientos autolesivos y/o antisociales, tienen su fundamento en el encierro en lo interior, en la incapacidad para llevar a la práctica aquella idea de Ortega según la cual  “vivir significa tener que ser fuera de mí” (la creatividad también necesita del ensimismamiento, pero si de una u otra forma no logra acoplarse a la realidad degenerará en simple delirio o alucinación).

     Para que podamos trasladar al mundo externo nuestras inquietudes endógenas y conseguir así que nuestra vida tenga sentido (para saber “a dónde vamos”), ahí afuera la realidad debe ser lo suficientemente sólida y consistente y aportarnos referencias que sirvan de imprescindible anclaje a nuestro proyecto de vida. El problema es que nuestra cultura lleva mucho tiempo trabajando en el descrédito de la realidad, en el deterioro de todo lo que permite sentir que el mundo externo es algo estable, fiable; en suma, un armazón de referencias sólidas sobre las que sustentar el ser de las cosas que nos ayude a entender esa realidad, y que ha de servir de fundamento al conjunto de acciones en las cuales consiste nuestra vida (y a través de las que canalizamos nuestra inquietud endógena).

     Partiremos de Guillermo de Ockham para indagar en los orígenes de nuestro cultural extravío en una realidad externa convertida en laberinto, pero dejemos en el trasfondo el dato de que Ockham era un fraile agustino y el de que San Agustín, el que dijo que “la verdad habita en lo interior”, era un seguidor de Cristo, el que afirmaba: “Mi reino no es de este mundo” (demasiado pollo para el arroz de este modesto artículo). No nos entretengamos, pues, y elevemos a Ockham a la condición de primer agente cultural de nuestra occidental suspicacia hacia la realidad mundana. Adquirió ese título al anunciar que lo general, lo universal no existe, solo existen los individuos; existe, pues, el árbol individual, pero no el bosque, que no deja de ser sino un flatum vocis, un soplo de voz, un invento de la mente. Ockham sacó la chaira (la popular “navaja de Ockham”) y se dispuso a recortar de nuestra forma de mirar el mundo todo lo que excediese de esa definitiva constatación de que la realidad externa está hecha solo de individuos. El hombre se vio desde entonces (desde el Renacimiento, si nos ponemos puntillosos, un Renacimiento que Ockham había preparado y prologado) abocado a supeditarse al carpe diem, a vivir el momento, lo inmediato, lo accesible a los sentidos, porque lo demás (los bosques, la sociedad, la vida estable y apoyada en hábitos, lo que permanece a través de los cambios y que nos compromete más allá de lo estrictamente tangible…) había dejado de ser creíble, se había convertido en un haz de “flatum vocis”, de meros inventos de la mente. La realidad externa se había adelgazado tanto que solo cabía en ella lo inmediato y tangible. Y eso era absolutamente insuficiente para sustentar sobre ello el sentido de la vida, la posibilidad de saber “a dónde vamos”. Es más, se concluyó finalmente que no vamos a ningún sitio, que no hay ningún sentido que buscar a las cosas y a la vida, que a todo lo que exceda de lo que permite el troquel de lo individual e inmediato hay que aplicarlo un ockhamiano navajazo.

     No, si eso le vino muy bien a la visión digamos que experimentalista de las cosas… El método científico de Galileo, por ejemplo, se fundamenta en la subordinación de nuestras ideas a su confirmación en términos de realidad tangible o experimentable, esa que acaba siendo ratificada en los laboratorios. Y no hay que poner en cuestión lo que, con el método científico por delante, ha llegado a ser nuestra civilización occidental. Lo que pasa es que la vida no puede sostenerse sobre la falta de finalidad, sobre la subordinación estricta al aquí y al ahora, sobre el extravío en el laberinto de lo que va desapareciendo mientras damos el siguiente paso. Es decir, sobre el descrédito de la realidad en cuanto que aportadora de los elementos necesarios sobre los que sustentar una vida que tenga sentido. Y cuando algo así ocurre, cuando nuestra inquietud endógena se queda sin destinos a los que acoplarse, nuestros demonios interiores bullen, se ponen cachondos, se sienten invocados y empiezan a trajinar y a preparar sus estropicios.

     Efectivamente, querida Carlota, el demonio entró en escena en nuestra historia, de una manera muy particular e inédita hasta entonces, en el siglo XIV, el siglo de Guillermo de Ockham. Dice Jean Delumeau en su libro “El miedo en Occidente”: “La emergencia de la modernidad en nuestra Europa occidental tuvo lugar acompañada de un increíble miedo al diablo”. Fue ese miedo desproporcionado algo específico de esta época, pues hasta entonces apenas había salido el diablo a la palestra. “A partir del siglo XIV las cosas cambian –añade Delumeau–, la atmósfera se vuelve en Europa más agobiante y esta contracción del diablo que había triunfado en la edad clásica de las catedrales deja sitio a una progresiva invasión demoníaca”.

     Así pues, la sombra, los monstruos que nos habitan quedaron sueltos al compás en el que la realidad exterior (la realidad humana, aquella que ha de sustentar el sentido de la vida) dejaba de ser creíble, hasta el punto de que pudo llegar Calderón diciendo aquello de que “la vida es sueño”, y Shakespeare que “la vida está hecha con el material del que se forjan los sueños”. Incluso Descartes, la otra cara del empirismo emergente (aunque complementándolo con su mecanicismo), llegó sospechando de todo lo que le dijeran los sentidos, vale decir de todo lo que residiera en el mundo externo (el mundo en cuanto que sustento del sentido de la vida), depositando su confianza solo en su pensamiento, en su raciocinio. Rousseau profundizó en esa clausura en lo interior cuando llegó diciendo que “el hombre es bueno por naturaleza, y lo que le pervierte es la sociedad”, es decir, el hombre es bueno cuando está encerrado en sí mismo y malo cuando sale al mundo, cuando interacciona con los demás. Novalis, en representación del Romanticismo, llegó después diciendo también que “todo lo bueno viene de dentro”. Y Nietzsche: “Al descubrir las cosas, lo que hacemos es aprender a describirnos a nosotros mismos”. Y también: “En última instancia lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado”. Adiós, pues, mundo cruel… y el menos cruel también. Kandinsky, el iniciador del arte abstracto y teórico del arte de vanguardia, recogió esas enseñanzas y las condujo a su terreno: “Cuando la religión, la ciencia y la moral (esta última gracias a la mano fuerte de Nietzsche) se ven zarandeadas y los puntales externos amenazan derrumbarse, el hombre aparta su vista de lo exterior y la centra en sí mismo. El arte, conducido al laberinto de una realidad externa desdeñable y desdeñada, acabó convertido en la chufa que hoy suele ser.
 
 
     Estas que expongo son ideas que extraigo de mi tercer libro, inédito, y hoy por hoy impublicable, del cual el que acabo de publicar sería algo así como un ramal. De momento, me conformo con transcribir aquello que, en Matrix, le dijo Morfeo a Neo después de que este tomara la pastilla roja, la que le habría de llevar al conocimiento de la verdad, la inquietante verdad a la que nos ha conducido la historia de la civilización occidental: “¡Bienvenido al desierto de lo real!”.

10 comentarios:

  1. Acuso recibo.
    a ver si, ante un teclado de verdad soy capaz de "articular " sentido.

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  2. Acuso recibo.
    a ver si, ante un teclado de verdad soy capaz de "articular " sentido.

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  3. Hola, Javier:

    Enfrascado estoy en salir del laberinto de tus/mis monstruos interiores. Todo ímpetu por desprenderse en gran medida de ellos me convoca a una planicie creativa; todo desdén de sus "bocados" perversos me retrotrae hacia la mórbida interiorización. Así que tendré que seguir sin saber sobre el satisfactorio encauzamiento de los actos de la fiera.

    Ciertamente observo que la proyección hacia fuera es elemental, pero la mirada interior lo es primordial. Imbuidos como estamos de la cultura occidental, olvidamos la visión más global al no incluir la tendencia oriental. Y aquí la interiorización es la base de toda realización cabal: "El deseo no es sino la tendencia del yo a manifestarse exteriormente. Puesto que los hombres creen que les falta algo en su interior, quieren encontrarlo en el exterior". Swami Prajnampad). Pero no es ello inspiración exclusivamente oriental, sino que ya Marco Aurelio nos dejaba dicho: "Cava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de excavar". Pensamientos, VIII.

    Es el propio Marco Aurelio el que ahonda en la impermanencia, respecto a la deriva modernista y posmodernista que -insistes- nos acaece. Dejó marcado ese fluir: "Todo está en transformación. Tú también estás en continua alteración y, en cierto modo, destrucción, e igualmente el mundo entero". Pensamientos IX. Seguimos en proceso de humanizarnos.

    Y en ese transcurrir, la parte cultural -y espiritual- ha ido avanzando. Cuando tomas como inflexión la entrada en la Modernidad, anticipándola el empuje de Ockhan, no solo observo la exclusión de lo universal y la preponderancia del individuo. El nominalismo surgió como reacción a la extendida escolástica. A partir de él, la teología y la ciencia se separarán y disminuirá la presencia de lo abstracto. Lo tangible subordinó las supersticiones y acercó el conocimiento empírico.

    La tendencia a sumirse del hombre modernista en el "carpe diem" también lo tomo como un paso hacia una sensatez que nos continúe humanizando. La sentencia horaciana también ha dispuesto de primordial prédica en Oriente. Krishnamurti nos dice: "El ahora tiene más importancia que el mañana. El tiempo está contenido en el instante, y comprender el instante del presente es estar libre del tiempo". Y aún nos puede llegar a acotar más la plenitud del momento: "La felicidad siempre está en el presente, un estado intemporal (...)". Y nuevamente Marco Aurelio nos insistía: "Recuerda que cada uno vive exclusivamente el presente, el instante fugaz. Lo restante, o se ha vivido o es incierto". Meditaciones, libro III. Así que lo de atrapar el momento creo que posee una prédica sensata.

    Y esa mencionada sensatez es la que ha de exponer el hombre ante la inconmensurabilidad de ese exterior abrumador. Somos una insignificancia. Un planeta pequeño dentro de una galaxia que comparte un universo ininteligible (millones de años luz). Un asombro de nebulosa. La propia ley natural nos sumiría nuevamente en la incomprensión. Seres que nacen y han de devorar a otros para culminar su existencia. Y, alejándonos del macrocosmos antes esbozado, el microcosmos igualmente nos abrumará: la célula, el núcleo, los átomos, los protones, neutrones... los quarcks. Fin de la ¿comprensión? actual.

    Frente a tamaños guarismos, entraría ahora en demasía en el nihilismo, así que ya puedes hacer algo para sacarme, en cualquier medida, de él. Simplemente citaré (estoy prodigando ese ejercio de la cita que tan asombrosamente dominas pero que a mí me cuesta, pues ni domino ni soy hábil) a Heideger: "La existencia es apertura hacia el mundo y hacia los demás". (Por ahora, hasta podría pasar por Ortega). "Hacerse cargo de una existencia que carece de sentido ilumina el mundo." "La angustia coloca al hombre ante la nada, y lo obliga a enfrentarse a su finitud". "Procedemos de la misma nada a la que estamos destinados".

    Así que, Nada, Javier, un saludo.

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  4. Bueno, Javier: acabo de probar la olvidada ya censura del editor de los comentarios. Menuda sorpresa la limitación de caracteres, así que he tenido que recortar y recortar frases para llegar a una practicable presencia, que habrá quedado poco presentable, inconexa y no matizada.


    En fin, perjuicios de lo que, por otra parte, tanto nos otorga al permitir estos parlamentos divagantes.

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    1. Pues es una pena, querido Vicente, que hayas recortado y resumido tu comentario, desde luego el más lúcido, brillante y sólido de todos los que te recuerdo, y no es por desmejorar los demás, ni mucho menos. Te felicito muy sinceramente, pero a la próxima divide ese comentario en dos o en los que sean, y no te prives cuando estés así de inspirado (bueno, tampoco si lo estás menos, ya me entiendes). Todo un estímulo para el intelecto este escrito tuyo. Tendré que estrujarme las meninges para no caer en la tentación de tu Nada, pero no será porque venga a negar que tengas razón. Si tengo algo que decir, será añadiéndolo a lo que tú dices, pero sería un desperdicio intelectual no contar con ello.

      Como sabes, soy de digestión lenta, pero además esta vez quiero hacerlo durar premeditadamente. Tu escrito merece una pausa que prevenga mi contestación de cualquier precipitación.

      Un saludo cordial

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  5. Hola, Javier: muchas gracias por tu amabilidad. Has tenido una respuesta conmovedora para mí. Siempre, lo que más agradezco en el trato con los demás, y no en su carencia, que ahí habrá dolor cuando el desdén domina, es la consideración. A parte de cualquier impresión que te hayan merecido mis "teorías" (ya ves que casi copiadas), me quedo reconfortado por el reconocimiento.

    En realidad, y ello no es falsa modestia, cada vez tengo más presente la verdad de la ignorancia que Sócrates postuló. Ese solo saber que no se sabe, como no, también tuvo prédica oriental. "No conocer, sino ser" Vendata. "Saber es ser ignorante, no saber es el principio de la sabiduría". "Si sabes, ya estás en la tumba". Krishnamurti... Mas sin perseguir el escurridizo conocimiento, yo no sabría estar: "El conocimiento es la virtud" Sócrates. Así que continuaré creyendo la gran certeza socrática que me empuja aun sabiendo que seguiré sin saber (y ya sabemos que se le puede achacar que si sabía que no sabía nada, ya sabía al menos eso).

    El caso es, amigo Javier, que cuando retomé el impulso de responder en tu blog hace unas semanas, yo sabía (¿sabía?) que no te respondería de una manera continuada porque no lo veía cabal. Consideraba que sería una osadía por mi parte pretender alcanzar cierto nivel de solvencia cuando, en realidad, es la carencia lo que prima. Así que no sé por qué seguí respondiendo abiertamente, ni sé cómo responderé (a modo de reacción, no tanto en lo referido a lo escrito) ante tu saber y exposiciones.

    ¿Y la Nada arrojada al algo a lo que asirse? Me voy a permitir insertar un texto poético que me salió inmediatamente a leer un libro de Viktor Frankl (transcripción de conversaciones, creo que "En el principio era el sentido"). Toda su carrera como escritor y psiquiatra se ha movido desde ese afán por buscar un sentido a la existencia.

    SOMBRAS EN LA NADA

    Ya no hay sombras en la nada; ni cobijo ni
    Destrozos en los huecos.
    Ya no hay datos que destrocen
    Los semblantes que calculan,
    Solo un transitar de azares
    Que nos lleven hasta el punto comprimido
    Del origen en la nada.

    Nada sueñan las estrellas en su frialdad
    De polvo sin dominios, circundando los silencios
    Del vacío.

    Frío dolor de cielo, vano.
    Hueco trayecto inmenso, cerco.
    Serio rugir de seres, tenues.
    Ser y perder con creces, todo.

    Todo sería nada si pudiéramos seguirlo.
    Sigo sintiendo cielo, cientos.
    Capas de cielo abierto, sino.
    Rumbos sin sitio quieto. Cedo.

    Perdón por la osadía. Es un poema que ya puse en mi blog, que en realidad es un extenso exponer palabras de la negrura existencial. Si lo traigo a colación es porque se trató de una reacción inmediata, y por ende, espontánea, hacia la seguridad frankliana de que existe un sentido. Sin embargo, los monstruos interiores preconizan en mi ser que el hecho de estar no incumbe sentido, sino que hemos de afanarnos en su hallazgo. Creo que es gracias a la humanidad que vamos adquiriendo que nos empuja a continuar indefectiblemente hacia adelante.

    Espero que tú lo sigas haciendo de esa brillante manera. Recibe un cordial saludo.

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    1. Como ya sabes que suelo hacer, Vicente, contestaré a tus comentarios con mi próximo artículo o entrada. Y como ya preverás, enlazaré mis reflexiones a estas tuyas tan lúcidas casi como prolongación de tu última conclusión, cuando dices: "el hecho de estar no incumbe sentido, sino que hemos de afanarnos en su hallazgo. Creo que es gracias a la humanidad que vamos adquiriendo que nos empuja a continuar indefectiblemente hacia adelante". Como sabes, cuando te muestras como budista, yo vengo a proponerme como tu contrapunto. Lo mismo que cuando "cedes" a ese torbellino que es el frío universo que pintas en tu poema. Parto de ello, pues, pero ya me conoces: el absurdo para mí es un punto de partida, no de llegada.

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  6. un apunte de urgencia que se corresponde con la cabecera, pero sí con los intereses del autor:
    "Evelyn Waugh, ..., dijo: "Todo crimen se debe al deseo reprimido de una expresión estética"
    En una necrológica del premio nobel de economía Gary Becker, en la que también se dice "Vivir, en el plano humano, es elegir" (Frank Knight)
    [perdón por salirme al tema del día]

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  7. que NO se corresponde con la cabecera ...

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  8. No sabía que este escritor estaba también apuntado a nuestro común intento de desvelar ese misterio que es el arte... ¿o debiéramos decir esta vez el crimen? Ciertamente que me dejas con ganas de saber más sobre lo que a este respecto pensaba Evelyn Waugh. Es muy chocante ese parentesco entre crimen y obra artística, aunque me siento como si estuviera a punto de comprenderlo. Por asociación libre, me acuerdo del Leviatán de Hobbes: el estado y la civilización proceden de la contención (represión) de nuestros impulsos criminales, que serían para él lo original (el hombre como lobo para el hombre). El arte, como cabal logro cultural, aprovecharía aquel impulso primario para hacerlo derivar por otros derroteros.

    En fin, estoy improvisando, y esto merece una reflexión más detenida. Me apunto lo de Waugh. Y la coda de que entre crimen y creatividad (los dos aspectos de la sombra de Jung), efectivamente, discurre la vida como una opción.

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