domingo, 10 de febrero de 2013

El caos (aquel paraíso que nunca dimos por perdido)

Vivimos para llevar a cabo una tarea: construir realidad. De ésta sólo se nos dieron, para empezar, sus elementos más primarios: fragmentos, instantes, átomos de experiencia… La vida era entonces, como David Hume decía, nada más que una sucesión de impresiones. Discurriendo por aquel río en el que Heráclito nunca había logrado bañarse dos veces, todo resultaba ser rápido, inconsistente, precario y fugaz. Thomas Hobbes sabía que en aquel tiempo “los hombres (vivían) sin otra seguridad que la que les suministraba su propia fuerza y su propia inventiva”. No había  “cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. El dios de aquella época fue Dionisos, un dios errante que nunca dio tregua alguna ni permitió ningún descanso. No fue posible reconciliarse con nada que prometiera ser definitivo. Dionisos era un dios que se sabía obligado a añadir a todo signo de estabilidad su fuerza corrosiva. De ningún delito cometido por entonces se pudo llegar a decir que quedara rastro alguno, ni pudo la culpa, por tanto, trazar sobre ello algún plan reparador. Si no sobrevivía ningún “por qué”, ¿cómo adivinar que pudiera existir un “hacia dónde”? Si no daba tiempo a echar nada en falta, ¿qué sentido hubiera tenido la esperanza?

Dicen que aquello fue el paraíso, y aquel un tiempo en que la vida fue bella y en cuyo regazo nos mecíamos somnolientos. Un paraíso que aún nos resistimos a dar por perdido. Pero llegó Kant diciendo: “Dormía y soñaba que la vida era bella; desperté y advertí que la vida era deber”. Y desde entonces supimos que estamos obligados a construir la realidad.

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