jueves, 28 de febrero de 2013

Teoría del improperio y de los gestos histéricos (alegato en favor de Toni Cantó)

Originalmente el lenguaje era simple interjección. Tiempos aquellos, los que vieron el nacimiento del habla, en que los objetos servían de mera ampliación o de capa epidérmica a la intimidad, como ocurre con los niños, para los que el mundo posee la función de servir de escenario para sus juegos y sus sueños, y no tiene aún entidad suficiente para imponerse como exigencia y limitación a sus ingenuos prejuicios y a sus inocentes abusos interpretativos. “Lo que los niños llaman cosas –decía Ortega mucho mejor de como lo estoy diciendo yo– son en realidad las siluetas fugitivas que se van dibujando en sus pasiones”. Para expresar alegría, tristeza, irritación, frustración, deseo… basta con los gritos y poco más; y esa es la base del lenguaje del niño y del salvaje, antes de que aparezca la necesidad de articular palabras y conceptos con los que tratar de apresar intelectualmente las cosas que nos rodean.

Allí donde la palabra viene a expresar un mínimo de idea y un máximo de afectividad estamos, pues, aprovechándonos del lenguaje no para describir las realidades objetivas sino para dar rienda suelta a nuestras pasiones. Es lo que ocurre sobre todo con los improperios. “La abundancia de improperios –dice también Ortega– es el síntoma de la regresión de un vocabulario hacia su infancia”. Y añade: “Es sabido que no existe pueblo en Europa que posea caudal tan rico de vocablos injuriosos, de juramentos e interjecciones, como el nuestro. Según parece, sólo los napolitanos pueden hacernos alguna concurrencia”.

De esta forma, apremiados, por ejemplo, por la necesidad de exponer lo que queremos decir en un máximo de 140 caracteres, como nos exige ese medio de comunicación hoy tan prevalente que es Twiter, no hay más que ver cómo los españoles entendemos que ir al grano, a la sustancia de eso que queremos decir, equivale demasiado a menudo a conjuntar improperios. “Suele ser para nosotros los (…) iberos –pasamos a concluir también de la mano de Ortega– cada palabra un jaulón, donde aprisionamos una fiera, quiero decir un apasionamiento nuestro”. Si fuéramos capaces de salir de esa prisión de nuestras pasiones elementales, de atender al perfil que, más allá de nuestros deseos y pulsiones prematuras, emiten realmente las cosas y las opiniones ajenas, nuestro idioma relajaría la preeminencia que concede al improperio y dejaría un más amplio campo de acción a los argumentos. Pero ya advertía Ortega asimismo que esa perspectiva sesgada que nos regresa egocéntricamente hacia nosotros mismos y, correlativamente, “ese error persistente en nuestra propia valoración implica una ceguera nativa para los valores de los demás (…) La pupila estimativa (…) se halla vuelta hacia el sujeto, e incapaz de mirar en torno, no ve las calidades del prójimo”. Entiéndase también, junto a las del prójimo, las cualidades objetivas de las cosas.

Cuando Toni Cantó, diputado de UPyD, expuso hace unos días su valoración sobre los perjuicios a los que, según él, está adscrita nuestra Ley Integral sobre la Violencia de Género, muchos de aquellos que se dedican a conjuntar interjecciones e improperios en vez de atender a la realidad que –con mayor o menor acierto en las estadísticas en las que se apoyó– Cantó señalaba, aprovecharon para cebarse en él de una manera inmisericorde. De Izquierda Unida, ese ámbito político que parece que acepta servir como lugar de acogida para resentidos e inadaptados en general (y que en momentos tan dados a la exasperación como los actuales está, efectivamente, llamada a tener un gran futuro) es de donde vinieron las mayores descalificaciones. Entre ellas destacan las propuestas de empalamiento al diputado de UPyD por parte de Jorge García Castaño, concejal de IU en el Ayuntamiento de Madrid, en su cuenta de Twitter, o este antológico tuit del Área de Juventud de Izquierda Unida (12.202 seguidores): “Ilegalización ya de @upyd y dimisión de @tonicanto1 por apología del #terrorismomachista el machismo mata! Y vuestra ideología también!” (http://bit.ly/W8sV6o).

Pero –sigamos con Ortega para así neutralizar los efluvios de la mala literatura– “además de las interjecciones, es curioso el prurito de nuestra raza por expresarse con gestos excesivos”. En este marco hay que incluir asimismo el que PSOE, Izquierda Plural y BNG hayan pedido la reprobación del diputado Toni Cantó y PP, CiU y PNV hayan condenado sus declaraciones sobre las denuncias por violencia doméstica. De modo que entre improperios y gestos excesivos se ha conseguido una vez más usurpar el espacio que naturalmente deberían ocupar los argumentos. Si estos hubieran podido asomar, se debería haber podido atender al hecho de que somos el único país que ha pretendido defender a la mujer de la violencia de género llevándose por delante un precepto constitucional, en concreto el artículo 14, que dice: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. O aquel otro presupuesto básico del Estado de Derecho según el cual se presume la inocencia de las personas mientras no se demuestre lo contrario. De modo que, en España, hoy, si una mujer acusa a su marido de comportamiento violento con ella, es éste el que debe de probar su inocencia no aquella su culpabilidad, y, mientras tanto, puede, sin más requisitos, ser detenido y esposado delante de sus hijos, encarcelado preventivamente, expulsado del hogar familiar por una orden de alejamiento y obligado a perder la custodia y compañía de sus hijos menores de edad, así como a socorrerlos económicamente (no son éstos de los que hablo supuestos abstractos: son hechos, está ocurriendo así). ¿Pero y si la denuncia fuera falsa, como de hecho es muy posible que ocurra en los exasperados momentos de conflicto que suelen vivir muchas parejas, quizá próximas al divorcio? Pues si, como ocurre de hecho, no se persigue judicialmente la denuncia falsa, la mujer encontraría un gran incentivo en aprovechar ese sesgo de la ley para sacar una gran ventaja de la conflictiva situación… a costa de que el hombre, sintiéndose tan injustamente tratado, aumentara gravemente su resentimiento hacia la mujer o, en el colmo de la frustración, cayera en la depresión y en posibles pensamientos (y muchas veces actos) suicidas.

De esto venía a hablar Toni Cantó. No de dar pábulo a los terribles comportamientos de violencia intrafamiliar (de que esto es así sólo habría que convencer a aquellos a quienes su inteligencia no les permite confirmar lo evidente), sino de las tremendas consecuencias que puede tener una ley como esta que hoy pretende contrarrestar los efectos de la llamada violencia de género y que no sólo no ha conseguido disminuirla, sino que, en esos casos a los que aquí se alude, por el contrario, lleva a aumentar el nivel de conflictividad, resentimiento e incluso posible violencia final. Y puesto que contamos con un diputado valiente, además de brillante, capaz de traer a la luz de la discusión pública un problema de esta envergadura, quienes transcendiendo de ese nivel intelectual y político en el que los improperios y los gestos histéricos sustituyen a los razonamientos somos capaces de escuchar y entender, estamos obligados a arroparle y defenderle. Incluso a procurar que no se amilane.


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“Cuando el resentimiento se camufla como feminismo”
http://elblogdejavigracia.blogspot.com.es/2013/03/cuando-el-resentimiento-se-camufla-como.html

6 comentarios:

  1. Hola Javier, como curiosidad, ZP quiso "vender" o "exportar" esta ley a otros países de europa y ningún país la quiso.
    Sí era necesaría una ley para proteger a las mujeres pero no esta ley que incluso vulnera la constitución.
    Fer p.

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  2. Hola Fer. Todo o casi todo lo que tocó ese personaje (no me da miedo generalizar hasta ese punto) lo empeoró. Pero padecía de ese morbo que hace a la progresía estar tan segura de sí misma que no sólo no conciben que puedan no tener razón sino que combaten de manera furibunda, y no precisamente excediéndose en los argumentos, a quienes no opinan como ellos. Yo cuando les veo saltar de esta manera sobre los "herejes" (Toni Cantó en este caso) la verdad es que ya me cabreo: es insultante su seguridad en estar por encima de los demás tanto moral como intelectualmente (y los conversos -acomplejados- del PP resultan ser la coartada perfecta). O no tanto eso como las consecuencias: su desorbitada agresividad en defensa de lo que para ellos es políticamente correcto.

    Y después del desahogo, por supuesto que hay que hacer algo en el tema de la violencia de género. Pero, partiendo de que la pareja es muchas veces un foco de conflictividad que puede llegar a ser explosiva, tomar por principio partido por la mujer ha demostrado ser un factor que tiende a aumentar la crispación: por hacer énfasis en algún lado, ya que he citado en el post lo que me parece más importante, los hombres sufren la pérdida de la custodia de sus hijos por principio y, a menudo, la asimetría con la que institucionalmente se abordan esos conflictos les conduce a ellos a una gran frustración. Yo juraría que todos conocemos casos al respecto, y a veces muy dramáticos. Hay que proteger a la mujer (sobre todo a la mujer, aunque un 9% de los casos de muerte en la pareja son de hombres, a pesar de que no se refieran a ello en los medios), pero no a costa de dejar a todos los hombres a los pies de los caballos en caso de conflicto. Eso no ayuda a mejorar las cosas, sino todo lo contrario.

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  3. La discriminación positiva hacia la mujer ha hecho tanto daño a nuestra sociedad (a su estructura, me refiero) y es tan injusta como el ejercicio rutinario del machismo. La primera no compensa en realidad a lo segundo. Sólo sirve para dar la vuelta a una situación intolerable. Pero lo que no se puede pretender nunca es corregir lo intolerable con algo igual de inaceptable. Cuando existen normas y leyes rígidas alejadas de la objetividad y del sentido común, no es la razón la que va a prevalecer, y por lo tanto, tampoco la justicia (digo no siempre)
    Por otro lado, los improperios y gestos excesivos, la falta de argumentación ordenada y de verdadero debate, son características tan propias de nuestros políticos, que no extraña la reacción exageradamente furibunda y en masa de todos ellos hacia Toni Cantó.
    El exabrupto es lo más fácil e inmediato, y también lo más estéril para el intercambio de opiniones. La” valentía colectiva” se ha servido de él para caer con saña sobre el señor Cantó, quien tiene derecho a disculparse (por haberse equivocado, no porque se lo exijan) y a ser escuchado.
    Hace falta ejercer la libertad individual para que el que quiera defender al señor Cantó pueda hacerlo sin que el exabrupto lo devore también.

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  4. Muy sensatas y atinadas sus palabras, querido amigo. Yo creo que al final el problema podría quedar planteado en estos términos: si la ley actual hubiera demostrado su eficacia, estaríamos ante un dilema moral similar al que supondría despojar de sus derechos a una persona (por ejemplo, aplicarle algún tipo de tortura) para obtener un bien digamos que superior. Entraríamos en otro debate. Pero el caso es que la ley no ha demostrado esa eficacia, más bien al contrario. Como dijo en un famoso artículo en El País María Sanahuja, magistrada de la Audiencia Provincial de Barcelona y miembro de Jueces para la Democracia y la Plataforma Otras Voces Feministas (con todos los carnés en regla, por lo tanto): “Lo tremendo es estructurar un sistema legal, y una aplicación de la norma, que permita a los perversos utilizar la organización colectiva para conseguir sus objetivos, causando daño a muchos otros (niños, abuelos, padres...), y se mantenga durante años a pesar de la evidencia de que no ha dado resultado. Mueren tantas mujeres como antes”.

    Decía también la magistrada, avalando la idea de que esta ley empeora las cosas: «Una condena injusta genera una violencia tremenda, una espiral en que la víctima entra en un proceso de autodestrucción», pierde el control de sus actos, redobla la violencia e incluso acaba recurriendo al suicidio. Y por último, añadió: “Hemos consentido la detención de miles de hombres que luego, en su mayoría, han resultado absueltos, y probablemente habremos condenado a más de un inocente, en aplicación de unas leyes que, como la Ley de Enjuiciamiento Criminal, denomina “agresor” al denunciado, antes de iniciar cualquier investigación tendente a averiguar la certeza de los hechos. Y mientras tanto, la mayoría de las mujeres que sufren violencia extrema siguen en muchos casos padeciéndola en silencio, viendo cómo su causa ha sufrido el desprestigio por la acción de los que sólo las han utilizado para sus propios fines y aspiraciones. Es hora de iniciar de nuevo el debate en el Parlamento, y valorar los resultados del camino andado”.

    Muchas gracias por su comentario, amigo.

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  5. Partiendo del desacuerdo total a todo lo escrito, añadiré que el Señor Cantó lo quiso justificar con datos falsos reconocidos por todos e incluso el lo hizo después.Pero la dura realidad es que su preocupación (como todos los Conservadores de este país)es las falsas denuncias (apenas realizadas según las estadísticas reales)y no las mujeres maltratadas (siguen siendo asesinadas por la violencia machista todos los meses). Después de ver como el Señor Cantó ha tratado a las mujeres con las que ha convivido a lo largo de su vida era de esperar su argumento. Pero el de Usted, y su formación justificándolo y por supuesto sin buscar la mínima aportación o preocupación en acabar con esta lacra que son las muertes y el maltrato por la violencia machista deja claro su posición (promachista). Esa es la realidad, su corazón rechina ante esta ley a la que usted le parece injusta pero para nada rechina cuando mueren más mujeres por la violencia machista. En resumen señor Gracia no se si usted se ha dado cuenta de que es parte del problema machista en este país, pero por si acaso se lo recuerdo: Es así.

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  6. Le agradezco sinceramente su comentario, Sr. del Álamo, que, desde luego, considero desatinado. No acierta usted a entender mis motivos al defender la postura que defiendo, ni acierta en apuntar no a los argumentos sino a las personas, como hace con el Sr. Cantó (estoy de acuerdo con usted, de todas formas, en que metió la pata con las estadísticas; incluso él está de acuerdo con usted). Si esta ley hubiera conseguido amortiguar la violencia machista, el debate sería otro. Yo creo, sin embargo, que empeora la situación. Le voy a transcribir los argumentos con los que he acompañado un correo en el que envío a gente de mi entorno un artículo que sobre este mismo tema he publicado hoy en la prensa de mi ciudad. A través de él podrá entender que concluya no que yo soy parte del problema, sino usted (doy por descontado que inconscientemente) por ser partidario de cargarse un principio jurídico esencial para la democracia y para el estado de derecho (no para las sociedades feudales en las que el delito de autor era una figura habitual):

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    Buenas tardes.

    Me he sentido moralmente obligado a entrar públicamente en el asunto de las declaraciones de Toni Cantó (sí, eso que dicen que ha provocado una caída en las encuestas para UPyD, que últimamente estaba lanzada, estábamos lanzados). En mi opinión, cualquier discriminación legal positiva (de la mujer o de una raza o de una religión) implica cargarse el principio, entre nosotros constitucional, de la igualdad jurídica. Según este, han de castigarse las conductas, no a las personas (no a los hombres por el hecho de ser hombres, sino a quienes delinquen por el hecho de delinquir); de la misma forma que los sujetos fiscales son asimismo las personas, no los territorios, o los delitos de tráfico de influencias se han de castigar de la misma manera, sea un político, una hija del Rey o un empleado de la Coca-Cola quien lo cometa. Puede haber agravantes, por ejemplo, el abuso de fuerza física, pero esos agravantes afectan a las conductas, no a los sexos. Los delitos de autor son un resto medievalizante: en los feudos no se castigaba, por ejemplo, lo mismo a un noble que a un villano, aunque la conducta delictiva hubiera sido la misma. La llamada Ley de Violencia de Género es una ley que se carga el principio de igualdad jurídica, y los efectos que de ello se derivan son desastrosos; no hay más que darse una vuelta por páginas como http://plataformaporlaigualdad.es/ o http://alvige.blogspot.com.es/ o bien http://www.federgen.org/ para comprobarlo. Los llamados partidos "progresistas" (y los advenedizos como el PP) que proponen la discriminación positiva son partidos que ideológicamente entroncan con el Antiguo Régimen, son preilustrados. O dicho de otra manera: son reaccionarios. ¿Para cuándo, habría que preguntarles, una ley que discrimine positivamente a los gitanos? ¿O a las confesiones evangélicas o islámicas? Todas ellas favorecerían a colectivos hoy minoritarios o perjudicados de alguna forma frente a las mayorías o sectores sociales más fuertes. ¿Para cuándo unas leyes que discriminen positivamente a cada sector social perjudicado? Bien, esas preguntas son para que se las haga quien no sepa todavía el significado de la Ilustración, de la democracia y del estado de derecho. Quienes militamos en Unión, Progreso y Democracia estamos obligados a saber que todos somos iguales ante la ley. La misma ley para todos.

    En fin, que por eso, y porque me avergüenza el trato que se le ha dado a Toni Cantó, he escrito ese artículo que me publican hoy en El Correo de Burgos y que os envío.

    Saludos

    Javier Martínez Gracia

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