Viene a ser el Big Bang
no solo una eclosión de potencialidades, la manifestación de una idea que
estaba ahí desde siempre, la versión exuberante de lo que hasta entonces se
había conformado con ser una recatada latencia, sino como el comienzo de un
inacabable viaje de exploración. No estaba decidido, concluido, prefijado lo
que iba a ser el Universo ya desde su origen, sino que el horizonte de la
Creación estaba abierto, iba a discurrir por un camino que, como decía Machado,
“se hace al andar”. Las cosas
surgieron sin una meta clara, pero con una especie de mandato que las impulsaba
a tirar para adelante con la sola pretensión de que allá donde pusieran el pie
pudiera vislumbrarse algún sentido (transitaran, pues, hacia una mayor
complejidad, mayor belleza, mayor armonía…). Traducido a esquemas
antropomórficos: cuando nacemos (cuando se produjo nuestro Big Bang personal)
venimos al mundo con unas predisposiciones que determinan un cierto cauce a
través del que habremos de manifestarnos (los genes, los instintos, las
capacidades y las limitaciones que supone nuestra forma física…), pero nuestra
vida no estará determinada, sino orientada hacia el futuro, en el que nos
abriremos paso elección a elección, es decir, libremente, explorando, tratando
de establecer objetivos, finalidades que no estaban prescritas (no somos mera
respuesta a una idea que estuviera ahí dese siempre). El Universo, nuestra
vida… van haciéndose, descubriéndose camino adelante.
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