“Casi todo el mundo está
alterado, y en la alteración el hombre pierde su atributo más esencial: la
posibilidad de meditar, de recogerse dentro de sí mismo para ponerse consigo
mismo de acuerdo y precisarse qué es lo que cree; lo que de verdad estima y lo
que de verdad detesta. La alteración le obnubila, le ciega, le obliga a actuar
mecánicamente en un frenético sonambulismo (…) La bestia vive en perpetuo miedo
del mundo, y a la vez, en perpetuo apetito de las cosas que en él hay y que en
él aparecen, un apetito indomable que se dispara también sin freno ni
inhibición posibles, lo mismo que el pavor. En uno y otro caso son los objetos
y acaecimientos del contorno quienes gobiernan la vida, del animal (…) Nuestro
vocablo ‘otro’ no es sino el latino ‘alter’. El animal vive siempre alterado” (Ortega y
Gasset[1])
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