Aparentemente la realidad debería de ser neutral (objetiva):
Kant, por ejemplo, llama “noúmeno” a la realidad en sí, la
que es independiente del sujeto que la observa y, por tanto, neutra respecto de
cualquiera que la observe. Dice también que esa realidad en sí no nos es
accesible, que lo que llegamos a ver de ella es lo que llama “fenómeno”,
que es el “noúmeno” una vez filtrado por nuestras categorías, por nuestra
capacidad de ordenar eso que, desprovisto de esas categorías nos aparecería
como un “caos de sensaciones”. Por tanto, el “fenómeno” sería una
producción del sujeto, un añadido “irreal” al “noúmeno”, a la realidad en sí.
Ortega, sin embargo, vino a trastocar (a superar) esa visión
kantiana, y elevó a la consideración de realidad también a eso que aportaba el
sujeto, el punto de vista desde el que cada sujeto percibía esa supuesta “realidad
en sí”. Cada sujeto percibía una parte de la realidad… pero esa parte era real,
de manera que la realidad total, la realidad completa estaría hecha por la
conjunción de todos los puntos de vista posibles… lo cual solo estaría al
alcance, supuestamente, de Dios. La realidad, por tanto, se nos aparece a cada
cual según sea nuestro punto de vista, y en ese punto de vista van incluidos no
solo las categorías de las que hablaba Kant (relación causal, temporalidad, sustancia,
calidad, cantidad…) sino también nuestro aprendizaje previo, nuestras
emociones, nuestro proyecto de vida. “La” realidad, por tanto, solo me es
accesible como “mi” realidad, la realidad que a mí me rodea, es decir, mi
circunstancia. En suma: mi circunstancia es “mi-circunstancia-y-yo”.
El problema entonces es cómo diferenciar la realidad tal y
como la percibe una persona digamos que normal de aquella que percibe, por
ejemplo, un esquizofrénico (por acercarnos al tema del vídeo de la publicación inmediatamente anterior),
incluidos sus delirios y alucinaciones. ¿No deberíamos, a la luz de la
filosofía de Ortega, considerar tan real la realidad de quien tiene una mente “sana”
como la de quien padece esquizofrenia, que, al fin y al cabo, lo que hace es
intentar conciliar los distintos aspectos de la realidad según se van incorporando
a su perspectiva? ¿No son, al fin y al cabo, distintos puntos de vista sobre “la”
realidad, tan dignos de consideración el uno como el otro? En suma, ¿qué es
verdad y qué no lo es?
¡Complejísimo tema! Pero a fin de cuentas va a resultar que
esos diferentes puntos de vista sobre la realidad sí admiten jerarquías: unos
empujan la vida hacia delante más que otros. Nietzsche llamaba a esa cualidad
diferenciadora “voluntad de poder”. Desde luego, no hablaba de poder político o
facultad de imponer nuestra voluntad a otros, sino, en lo sustancial, de eso
que he llamado “empujar la vida”. Un esquizofrénico, en resumidas cuentas, es alguien
que dejó interrumpida su vida en perspectivas que agarrotan la marcha de la
vida. En el extremo, desde su perspectiva, solo se vería el “caos de sensaciones” de que hablaba Kant. Ortega llama a esa cualidad diferenciadora
entre perspectivas, por ejemplo, “sensibilidad para el más allá”, la cual supone dos cosas: “una,
fe en la vida al esperar que la porción ignorada de ella es mayor y mejor que
la ya sabida; otra, fuerza creciente en la persona, porque el horizonte no se
amplía nunca o casi nunca por sí mismo, sino que lo ensanchamos empujándolo con
los codos de nuestra alma, que para ello necesita dilatarse, rebosar hoy su
volumen de ayer”.
El punto de vista jerárquicamente superior sería el que, según esta manera de
decirlo, muestra, pues, mayor “sensibilidad para el más allá”
En fin, no compliquemos más este ya de por sí complicadísimo
asunto. Admitamos, simplemente, que cuando decimos que al esquizofrénico le
falta “sentido de la realidad” estaríamos “realmente” (¿?) diciendo algo tan
intangible como que le falta “sensibilidad para el más allá”.
Ortega y Gasset: “El Espectador”, Vol. VIII, O. C., Tº 2, pág. 741.