El Romanticismo vino a sancionar (o a servir de desembocadura a) la idea de que el yo, el sujeto, lo íntimo… lo natural era lo único auténtico, y el objeto, sólo un medio, una investidura, una coartada para que la subjetividad aflorara. “Esto es, en rigor, lo que el romántico busca al rozarse con los paisajes –razonaba Ortega sobre este asunto–: más que verlos a ellos, contempla los remolinos que en su alma apasionada y líquida forma la piedra que cae de fuera”. Desdeñando la realidad objetiva, el romántico pasa a atender solamente lo que sus emociones le dictan: “El romántico –dice también Ortega– (…) no necesitaba ver las cosas sino lo estrictamente necesario para que se disparase su emoción, para entrar en frenesí y embriaguez. Entonces se volvía de espaldas al exterior y se ponía a beber su propio estupor”.
Esta forma de mirar invadió todos los órdenes de la cultura y acabó por sustentar la manera de estar en el mundo que aun hoy mantenemos. Impregnó, para empezar, la perspectiva de aquellos cuya imaginación viene a ser como el oráculo que en clave simbólica anuncia el mundo que está por venir: los artistas. Kandinsky, un influyente teórico del arte, además de pionero entre los artistas de nuestro tiempo, dejó claramente expresados esos fundamentos al hablar de la pintura: “Los elementos de construcción del cuadro no radican en lo externo, sino en la necesidad interior”. Y advirtiendo de hacia dónde se dirigía el arte, éste que fue el iniciador de la abstracción en la pintura señalaba también indirectamente los destinos hacia los que apunta nuestra cultura: “Con el tiempo –decía– será posible hablar a través de medios puramente artísticos, será innecesario tomar prestadas formas del mundo externo para el hablar interno”. Paul Cèzanne lo ratificaba cuando renunciaba a representar los objetos; según él, “un cuadro no representa nada, no debe representar, en principio, más que colores”. Aislados, borrachos de soledad, los artistas de la modernidad tardía, postromántica, decidieron seguir el camino que André Breton anunciaba desde el surrealismo cuando decía: “Únicamente el surrealismo podrá explicar el estado de completo aislamiento al que esperamos llegar aquí en esta vida”.
Ya, por entonces, la psicología había captado el mensaje: los trastornos psíquicos, venía diciendo, por ejemplo, Freud, son maneras de configurarse la libido, la energía psíquica (sexual decía él), algo que ocurre en el interior del sujeto, y su remedio también es asunto interno, platónicamente ceñido a la capacidad de recordar, que era lo que la terapia psicoanalítica pretendía activar, no al trato con las cosas, que, como en el romántico, sólo llegaba a ser una forma de vestir las emociones y el inconsciente, auténticos protagonistas del drama. La conclusión final de la nueva psicología iba a ser que el indicio de salud quedaría revelado en el hecho de que el sujeto estuviera a gusto consigo mismo. El mundo no quedaba comprometido en la tarea. Y sin embargo, ya Nietzsche había advertido que “el psicólogo tiene que apartar la vista de sí para llegar a ver algo”. El mismo Nietzsche había advertido: “El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!”
Se estaba, pues, configurando una forma de mirar que Ortega vino a decir que encajaba como anillo al dedo en las sesgadas expectativas que los españoles como conjunto emitimos hacia la vida, porque decía de nosotros: “Jamás la grandeza ambicionada se nos ha determinado (a los españoles) en forma particular; como nuestro Don Juan que amaba el amor y no logró amar a ninguna mujer, hemos querido el querer sin querer jamás ninguna cosa. Somos en la historia un estallido de voluntad ciega, difusa, brutal”. Lo cual explicaría nuestras dificultades a la hora de comprendernos como país, de saber de dónde venimos y a dónde vamos, de vislumbrar las trayectorias (los objetivos, las parcelas de mundo externo) que nos señala nuestro destino. “Tal es la tragedia de Don Juan –concluye su paralelismo Ortega–, el héroe sin finalidad”. Un héroe que remite sus deseos no hacia lo que la realidad le oferta, sino hacia los acuosos destinos que su íntimo delirio le va proponiendo.
Y este mismo sería un contexto suficientemente adecuado para entender también el delirio del que brotan nuestros nacionalismos centrífugos. Dice Jon Juaristi (“El bucle melancólico”) que lo originario en ellos es, efectivamente, la emoción, un sentimiento de nostalgia de algo que nunca existió… ni falta que hace, puesto que será esa emoción la que dé origen y ponga en marcha un discurso narrativo que no tiene menos poder y capacidad de influir por el hecho de ser mítico (es decir, por subordinarse a las emociones que lo generan, a las que simplemente dan un ropaje, sin llegar a tributar el debido respeto a los hechos objetivos). Una vez desvirtuados, por falaces, los argumentos objetivos (la comunidad de sangre, la historia, la lengua, que mayoritariamente es la española…), los nacionalistas apelan a la emoción, a su voluntad de ser nación como fundamento de su derecho a la independencia. El sentimiento, lo subjetivo, pues, alzado una vez más como criterio ordenador de lo que deben ser o no las cosas. Son las secuelas de lo peor del Romanticismo.
El mundo está caminando en buena medida sobre el rastro que propone esta dictadura de lo subjetivo: la publicidad y el mismo consumo no se fundamentan en las cualidades objetivas de los bienes de consumo, sino que aluden a lo que eventualmente representan en este otro ámbito subjetivo de las emociones: una bebida se sugiere no porque su necesidad pueda deducirse de algún dato objetivo, sino porque está asociada al personal goce de vivir; de un coche no es preciso publicitar sus valores mecánicos o de seguridad, sino la subjetiva sensación de potencia que le acompaña… El mismo mecanismo –aludí a ello en otro artículo– serviría para explicar el hecho de que uno se pueda inscribir en el Registro Civil como hombre o como mujer no teniendo en cuenta los datos objetivos que acompañan a tal condición, sino la subjetiva percepción que uno tenga sobre el sexo al que pertenece. La realidad, en fin, dice el posmodernismo, no tiene ningún sustento objetivo: es una función del lenguaje…
“El ideal moderno de subordinación de lo individual a las reglas colectivas ha sido pulverizado –dice el sociólogo Gilles Lipovetsky, uno de los más cualificados analistas de la cultura actual–, el proceso de personalización ha promovido y encarnado masivamente un valor fundamental, el de la realización personal, el respeto a la singularidad subjetiva”. Y añade: “Escoger íntegramente el modo de existencia de cada uno: he aquí el hecho social y cultural más significativo de nuestro tiempo”. Para concluir: “Neofeminismo, liberación de costumbres y sexualidades, reivindicaciones de las minorías regionales y lingüísticas, tecnologías psicológicas, deseo de expresión y de expansión del yo, movimientos ‘alternativos’, por todas partes asistimos a la búsqueda de la propia identidad, y no ya de la universalidad que motiva las acciones sociales e individuales (…) Cada cual puede componer a la carta los elementos de su existencia”.
Y sin embargo, y como Ortega advertía, “el yo no adquiere un perfil genuino sin un tú que lo limite y un nosotros que le sirva de fondo”. Uno mismo no puede deslindarse impunemente de su circunstancia, de los límites que impone la objetividad, a la hora de decidir quién es y cuál ha de ser su manera de estar en el mundo. Y como de todas las tiranías, va siendo hora de que también nos deshagamos de ésta de la subjetividad, que, sin soportes objetivos, nos lleva a estar perdidos en el laberinto caótico de multiplicidades en el que ha quedado convertida la realidad.
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LA REALIDAD
ResponderEliminarLa realidad, querido Javier, (y comienzo como terminas) es que somos Homo Sapiens- Sapiens. Este es el estadio actual de nuestro ser. Me dirás que vuelvo a mi tendencia biologicista, pero como punto de partida es claro: como homínidos pertenecemos a esa especie -todos-. La subjetividad es un planteamiento que se ha ido desarrollando en los últimos tiempos como espejo al modelo liberal imperante. El capitalismo del primer Renacimiento y la formación de la burguesía fue el camino que luego la predestinación calvinista ahondó.
El Romanticismo mira el interior subjetivista como reacción. Siempre los movimientos han surgido como reacción a algo. En este caso fue contra el Racionalismo. Ahora bien, el hombre (como especie) acogido exclusivamente a su efusión interna sin dejarse llevar, en mayor o menor medida, por la razón, puede acabar siendo víctima de su errónea voluntad. Los románticos hicieron abstracción de la realidad, inventaron paisajes, ruinas, atmósferas, damas, dolores... provenientes de un interior la mayoría de las veces atormentado. Todo ello fue una reconstrucción. Ellos no amaron la Edad Media o lo gótico, etc. Sino que reinventaron una idealización que les apartara de la realidad reinante.
La realidad reinante de nuestros nacionalismos centrífugos es que recrean, como tú muy bien dices, lo étnico, tribal y propio como una realidad a recuperar. Ese nosotros que le sirva de fondo, como dices que Ortega Exponía, ya lo tienen, pero aceptando como conjunto al que dé las coordenadas de lo que se supone ser ellos. Tú has citado a Jon Juaristi y su “Bucle Melancólico” para referirse a la añoranza o nostalgia. Yo admiro a Jon Juaristi, uno de los suyos que ha intentado ser repudiado por estar, a la vez, con los NO SUYOS sino con los -obsesivamente- “opresores”. También lo cantaba Sabina en una de sus estrofas cuando decía: (...)”no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió...” (Con la Frente Marchita).
Pero yo ahora voy a dejar ya, directamente, de tener nostalgia de estas elecciones (y hago abstracción del partido ganador pues mi interés en este escrito es dilucidar el baño de escaños que les caen a los nacionalistas con sus determinados votos, y no la de discutir la amplia mayoría del partido ganador. En absoluto es esa mi intención). A ver cómo ahora el estado soluciona las ansias independentistas de tanto romántico del pueblo puro “pisoteado” por la razón de estado. Razón del común que se va a ver sempiternamente reprobada por el espíritu sabiniano. (Tampoco quedará al margen el de Prat de la Riba).
A lo mejor mi solución es volverme un romántico empedernido e interiorizar mis pensamientos y actos en contra de ese ente común que sólo acepta lo racional inventado por vía de los avatares del gran pueblo sojuzgado.
Enhorabuena, Javier, por la cantidad de votos lograda por la candidatura de U.P. y D., pero pesar por no alcanzar (creo que por dos décimas) en ansiado 5% para formar grupo parlamentario propio. Como dijiste tú hace pocos escritos y tomándote la libertad de despotricar jurando: estoy hasta los cataplines de tener que soportar nuestro sistema electoral que no es proporcional y castiga a los partidos de ámbito o circunscripción nacional por no sé qué cojones de favoritismos vía compensación para dejar contentos a los que nos dan por el “Riau” al común con su no querer estar. ¿Querrá alguien algún día subsanar esta injusticia en el sistema de recuento electoral?
Buenos días Vicente.
ResponderEliminarComo ya sabes que me suele ocurrir, me puse a preparar una respuesta a tu comentario y ha acabado saliéndome un rollo que, después de trabajármelo un poco más, prefiero ya colgar como artículo. Habrá que seguir dando vueltas a ese vaivén cultural que lleva desde el predominio de lo abstracto y general hasta el de lo concreto e individual, y viceversa, que va sirviendo de sustrato a la historia.
De ese sustrato, brota como un ramal a raíz del Romanticismo, efectivamente, el asunto del nacionalismo centrífugo, una manera más de intentar hacer prevalecer la parte sobre el todo. Ése es nuestro principal problema como nación; del caldo de cultivo putrefacto que ha ido formándose con ese problema desde la Transición, y aun más atrás, es de donde principalmente ha brotado la corrupción política, institucional y económica en la que ha degenerado nuestra democracia. Y sí, yo creo estar militando en el único partido que está realmente decidido a plantar cara a esta situación. Rajoy, cuando declara estar dispuesto a buscar el consenso con los nacionalistas, pasa a estar de parte del problema, no de la solución, aunque no lo haga de manera tan abrupta como los socialistas.
Y, desde luego, será cuando cambie la Ley Electoral cuando empezará a ser posible caminar hacia el auténtico cambio de esta situación.
Saludos cordiales, Vicente
Gracias, Javier, por tu respuesta, en espera de tu más amplio artículo. Me ha gustado la contestación pues pones el dedo en la llaga perfectamente cuando concretas que, al buscar ayuda como siempre ocurre con nuestros gobiernos en el "consenso", Rajoy pasa a formar parte del problema. Pero que tampoco veo tan claro su interés en reformarlo pues pondrían en la picota su tremendo bipartidismo. La sensación que tengo, amigo, es la de que estamos como en tiempos de la Restauración del siglo XIX y un reparto de poder caciquil entre Cánovas y Sagasta.
ResponderEliminarEl partido tuyo no podrá sumar muchos votos en su feudo de origen, el País Vasco, pues habla claramente, como a mí me gusta escuchar, de los privilegios forales, totalmente anacrónicos, amen de resutar un agravio hacia los demás territorios, que por supuesto, los independentistas no consideran suyos. Hoy mismo el ayuntamiento de Lasarte ha propuesto eliminar los días de fiesta "españoles" y sustituirlos por el tres de diciembre, día de la lengua vasca, y otros cinco a escoger, con la finalidad de erradicar el día de la Constitición, el de la Hispanidad, etc. ¿Con estos mimbres de muestra, qué futuro nos espera?
Desde luego los "puros" están encantados.
Recibe un cordial saludo. Vicente