sábado, 26 de noviembre de 2011

DIOS: UNA APROXIMACIÓN LAICA

La razón trabaja con conceptos, con generalidades, que son el jugo que se extrae de los objetos cuando aceptan pasar por el filtro de lo previsible, de lo repetible. Como no todo lo que pertenece al objeto, sin embargo, se somete al molde de lo previsible (cada cosa guarda en sí también los atributos de su individualidad, de su irrepetibilidad), la historia se reserva esos bandazos que recurrentemente llevan al hombre a contrarrestar los sesgos de la razón, resaltando lo individual, lo que no encaja en los moldes de lo general… hasta que, saturada de individualidad, vuelve aquélla de nuevo a fluir por los cauces, a esas alturas desecados, de lo general, de lo racional.


El Romanticismo representó el sesgo que le tocaba a la historia extremar a favor de lo particular… y que ha seguido desde entonces estirando su extremismo, su exageración individualizadora. Ese sesgo viene muy bien para aproximarse a lo concreto, a lo que cada individuo o cada cosa es cuando dejamos en un segundo plano todo lo que en ellos permitiría incluirlos en algún concepto general. Esta época postromántica que vivimos ha alcanzado cotas muy altas en el estudio de lo molecular, infinitesimal, particular, atómico, especializado… pero ha olvidado el sentido de esas particularidades, es decir, lo que permitiría incluirlas en algo que las trascienda y modele, algo que las convierta en rastro o muestra de lo que va por delante de ellas señalándoles el camino, apuntando hacia algo más, hacia lo que serían si alcanzaran su ser esencial. Por el contrario, cada parte (cada individuo, cada cosa) tiende a vivir sólo para sí. Y cuando las cosas son sólo lo que son, lo que concretamente son, es a costa de olvidar lo que deben de ser, lo que les falta para ser, lo que el devenir demanda de ellas.


El nacionalismo es una de las formas en que el Romanticismo se ramificó en su búsqueda de lo particular frente a lo general. Es uno de los extremos a que se llega por aquella vía que, apuntando a la Modernidad, inauguró Guillermo de Ockham en el siglo XIV cuando dijo que sólo existía la parte (los individuos), no el todo. Bien, pues a estas alturas la Modernidad, el Romanticismo y sus epígonos postmodernos han llegado a su tope, toca redescubrir que el todo es irreductible a las partes, y que si sólo atendemos a éstas, nos dejamos fuera lo que, aun trascendiéndolas (o precisamente por ello), les es esencial. Un individuo concreto es algo incompleto si deja fuera de él aquello a lo que pertenece, en lo que está incluido, lo que le da un ser, un sentido. “Ser” es ser algo más que lo que uno es como individuo. Aunque atrapados en los límites de nuestra particularidad no acabemos de “ser”, podemos, sin embargo, “ir siendo”: en eso consiste la vida, en estar permanentemente a falta de algo que trasciende nuestra estricta individualidad y a través de lo cual alcanzaríamos virtualmente la plenitud.


El caos es el último cabo de la individualización: cada parte se considera a sí misma como un todo, y sólo atiende a su propia autorrealización. La realidad pasa entonces a centrifugarse, a ser lo que para cada individuo es, lo que desde su estricta perspectiva particular éste ve. En psicopatología, esa actitud ultraintrovertida según la cual se vive en un mundo que el individuo ha creado sólo para sí mismo, y que hasta es descrito con un lenguaje que no pretende ser compartido, a partir de un cierto momento pasa a ser el síntoma nuclear de la esquizofrenia. Ésta es, pues, una época esquizofreniforme. Cioran, impregnado del espíritu de este tiempo, decía: “No he encontrado en el edificio del pensamiento ninguna categoría sobre la que reposar mi frente. En cambio, ¡qué almohada el caos!”. Y tentado por el solipsismo, la renuncia a sentirse incluido en alguna clase de generalización, añadía: “El otro no existe (...) Yo nunca he encontrado a nadie, no he hecho más que tropezar con sombras simiescas”. Podríamos seguir explorando el pensamiento de Cioran, siempre inteligente y profundo, para contrastar hacia dónde lleva el extremismo individualizador de nuestra época; así, decía también: “Mónadas disgregadas, hemos llegado al final de las tristezas prudentes y de las anomalías previstas: más de un signo anuncia la hegemonía del delirio”. Y, en fin, aludiendo a ese desdén por la comunicación, por atenerse a un lenguaje común, compartido, general, que sobre todo resulta manifiesto en el arte, concluía: “Agotados los modos de expresión, el arte se orienta hacia el sin sentido, hacia un universo privado e incomunicable. Todo estremecimiento inteligible tanto en pintura como en música o en poesía, nos parece, con razón, anticuado o vulgar. El público desaparecerá pronto: el arte lo seguirá de cerca. Una civilización que comenzó con las catedrales tenía que acabar en el hermetismo de la esquizofrenia”.


Sólo la vuelta a lo general, a los ideales, a lo compartido, al sentido, a lo que nos trasciende como individuos… a la razón, puede salvar al mundo, a este mundo que desde el Renacimiento para acá decidió abismarse en el conocimiento de lo particular, y que ya ha cumplido todo lo que puede dar de sí esa parte del ciclo. Hay que subir un bucle más arriba en la espiral omnipresente que, en su paradójico deambular, va formando el cosmos, eso que también suelen llamar Dios.

2 comentarios:

  1. LO INDIVIDUAL Y LO COLECTIVO

    Hola, Javier:
    El individuo es un ser, un ente, compuesto de multiplicidades. Por mucho que tendamos a la búsqueda de una transcendencia, somos individuos. Has llamado razón a la vuelta a lo general, al sentido, a lo que nos transciende. Pero veo con más sentido el apegarse a la inmanencia, pues la transcendencia nos llevaría a los terrenos de ese “Cosmos que también suelen llamar Dios”.

    Cuando Guillermo de Ockham habla de la parte y no del todo, está discurriendo un pensamiento propio de su época y de su razonamiento. No puede ser culpable de lo que siglos después el movimiento romántico haga como insuperable ultra-división de lo particular, como no podemos culpar a ningún momento de la historia del apoderamiento más o menos pertinente que en su nombre se haya hecho después.

    Cuando dices que la vida transcurre en busca de algo que transcienda nuestra estricta individualidad, o sea, hacia la plenitud, ello me puede sonar a la búsqueda de algo utópico, como culminación del nombrado devenir. Pero, claro, te volvería a salir el espíritu de la historia hegeliano, y todo ha de desarrollarse según el propio planteamiento que la historia con su sentido ha de ir deparándonos. Es un planteamiento tal y como el del grupo de científicos que adoptan la teoría de Gaia. La Tierra contiene en su propio ser la capacidad de ir adaptándose a las modificaciones acaecidas ya que consideran a nuestro planeta como un ente con estructura auto-adaptativa. (Cualquier físico o científico probablemente me corregiría y, sobre todo, completaría pero, en fin, he cometido la osadía de intentar aproximarme al significado de la corriente).

    Me ha venido a la memoria, en otra fase de tu escrito, una similitud cuando hablas de Ciorán y él reconoce que “el otro no existe (...), que sólo ve sombras simiescas”. Es como cuando Diógenes el cínico buscaba a plena luz del día con su farol “al hombre”. Diecisiete siglos después me sigue sonando a lo mismo. También observo otro círculo cerrándose, en este caso a consta de la economía. Los países del Sur de Europa, los descendientes primeros del legado clásico greco-romano nos vemos ahora acorralados por las artes de ataque de los antiguos bárbaros. Otra descomposición más. Quizás sea que estemos predestinados en nuestra querida antigua Hispania a descomponernos, y si las legiones romanas no fueron capaces de domeñar a cada pueblo o tribu que la habitaba, la historia por alcanzarnos, culminara la incesante disgregación. A ello añado, como decía Antonio Machado en boca de Juan de Mairena, que “no suelo hablar mucho del futuro, pues como está tan cerca”...

    Cada vez somos más millones de personas y allá donde lo individual queda relegado en pro de lo colectivo, hablo de Oriente, las cosas no suelen ser del todo agradables pues aquellos intentos individuales por destacar lo que su ser colectivo no tolera, terminan por ser perseguidos, así que, estimado Javier, allí donde lo individual sigue descomponiéndolo todo a pasos agigantados, tiene su espejo invertido en la imagen común de la no disidencia, precisamente por no salirse de la tradición del común que, cuanto más antigua, más venerable. Yo no me veo capaz de juzgar al mundo oriental, solamente noto que su proceder discurre otro modo de desenvolvimiento y creencias. Nosotros estamos sobrepasados de ansia de individualidad disgregadora, pero si observo a ese ejército de soldados de terracota de los primeros imperios chinos; si observo el discurrir marcial de los individuos hacia sus trabajos extenuantes y su antiquísimo ceremonial como algo sacralizado, pues no sé qué opinarán ellos sobre el devenir del cosmos.

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  2. Hola Vicente.

    El devenir ya sabes que, en mi opinión, va de lo simple hacia lo complejo, y discurre en espiral, repitiendo lo anterior, pero, si las cosas van bien, en un nivel más elevado de esa espiral ascendente que no tengo reparos en, desde mi peculiar visión laica, llamar “Dios”. El individualismo de Ockham vino a superar el asfixiante poder de lo colectivo que imperó en la Edad Media, que a su vez corrigió el previo individualismo de los primeros cristianos, que miraban con desdén lo que era del César, porque preferían atender lo que era de Dios (el Dios interior de San Agustín en este caso, el Dios de los solitarios que incluso, como San Antonio, se retiraban al desierto… igual, por cierto, que los yoguis orientales). A su vez, antes, los estoicos, que aceptaban el orden supraindividual y mundano (“Conmigo casa lo que casa bien contigo, mundo”, que decía Marco Aurelio), habían precedido a los cristianos; y antes de los estoicos estuvieron los cínicos, como Diógenes, que no encontraba al hombre en abstracto porque sólo había para él individuos particulares, cada uno yendo a su bola. Cioran es heredero de Diógenes… y de los cristianos, sólo que algunos bucles más arriba (aceptaría llamar a eso “Espiral cósmica” o “histórica”, en vez de Dios, que veo que te revuelves incómodo en la silla cada vez que meto a Dios en la conversación… ¡pero es que hay que aprovechar las tradiciones, hombre!).

    Guillermo de Ockham fue un revolucionario que puso en la historia un chorro a propulsión como el de los aviones. No sólo no es culpable de nada, sino que anticipó el Renacimiento y la Reforma, sin los cuales estaríamos aún haciendo mercados medievales en las ciudades, pero no como juego folclórico, sino de verdad. Y respecto del Romanticismo, la verdad es que es un movimiento cultural que me parece fascinante. Tampoco creo que haya que considerarles culpables de nada a los románticos, salvo cuando simplificamos las cosas. Estaban cumpliendo un papel dentro de la trayectoria divina, digo espiriliforme. Aunque es cierto que cuando se lleva cada vez más al extremo individualizador el péndulo de la historia, suscita con más premura la necesidad de invocar a su contrario, porque las producciones culturales de este Romanticismo tardío empiezan a ser esperpénticas, no como las del Romanticismo a secas, que a veces son sublimes.

    Pero quede claro que la nueva forma que adquirirá Dios ya no será la del agobio colectivista de otros tiempos. Ya ha llegado la Ilustración, y Kant pudo decir aquello de “sapere aude”, atrévete a pensar por ti mismo. La nueva encarnación de la Unidad habrá de incluir individuos responsables de sus actos, no muñecos de terracota.

    A propósito de la razón: ésta siempre trabaja con conceptos, con generalidades. Al otro extremo está la experiencia, que trabaja con lo observable, lo concreto y tangible. El positivismo llegó al extremo de la búsqueda moderna de lo tangible e individualizador; por tanto no es un método el suyo propiamente racional. Y desde luego, por alguno de los resquicios por los que ha discurrido el positivismo, ha acabado desembocando en el esperpento.

    Respecto de nuestro papel como individuos en la historia, lo dejo para un próximo artículo.

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