Si algo caracteriza al
hombre es su menesterosidad, su insuficiencia, su permanente sensación de estar
a falta de algo. Es a lo que se refiere María Zambrano cuando dice: “El hombre podría definirse –una de tantas
posibles definiciones– como el ser que alberga dentro de sí un vacío (…) un
vacío que ha de llenarse”[1].
De la consiguiente sensación de vacío que le acompaña nace, pues, la necesidad
de llenarlo, es decir, nace el deseo, un deseo, para empezar, multiforme,
destinado a buscar el remedio a aquella sustancial menesterosidad, y que emerge
en nosotros ya sea a través de nuestra fisiología, como hambre, como deseo
sexual, como aspiración en sentido estricto (respiratorio) o como deseo de
conservación; o bien a través de nuestra psique o espíritu, como anhelo, amor o
aspiración a algo mejor. La vida es una función de ese deseo: vivimos para
encontrar el remedio a nuestra menesterosidad, vacío, insignificancia. Si
satisficiéramos ese deseo, seríamos felices, claro, pero la vida se quedaría
sin función. Por eso decía Merimée que “la
felicidad es como una gana de dormir”, porque una vez resueltas nuestras
insuficiencias, es decir, una vez suprimido el deseo… nos dormiríamos, que es
como decir que estaríamos anticipando nuestra muerte.
¿Y qué es lo que hay
mediando entre el deseo y su satisfacción? Hay problemas, sufrimiento, dolor,
resistencia por parte de la realidad, limitaciones que nos impone nuestra
circunstancia. Porque, como dice Ortega, “El
mundo es, ante todo, resistencia a mí. Es lo hostil y por eso lo otro que yo”[2].
O ampliando la idea: “El mundo no
existiría para mí, no me haría cargo de él, no me sería mundo si no se me
opusiese, si no resistiese a mis deseos y no limitase y, por tanto negase, mi
intención de ser el que soy. El mundo es, pues, ante todo, no digo más o menos,
pero sí ante todo, resistencia a mí”(3).
Y es esa resistencia la que da quehacer a mi vida, da forma a mis deseos. Dicho
de otra forma: “Sólo cuando el ángel
flamígero arrojó a Adán y Eva del paraíso empezaron éstos a tener, en el
sentido natural del término, vida humana” (Ortega y Gasset[4]).
Corroboremos pues que “En el dolor nos
hacemos y en el placer (en la felicidad como algo permanente) nos gastamos”… o nos dormimos.
[1] María
Zambrano: “Persona y democracia”, Madrid, Siruela, 1996, p. 82.
[2] Ortega
y Gasset: “Una interpretación de la historia universal”, O. C. Tº 9, p. 208.
[3] Ortega
y Gasset: “Una interpretación de la historia universal”, O. C. Tº 9, p. 208.
[4] Ortega
y Gasset: “Una interpretación de la historia universal”, O. C. Tº 9, p. 209.