jueves, 2 de abril de 2015

¿Demuestra el avión de Lufthansa estrellado que la vida es absurda?


    
     Desde luego, la realidad sí es absurda. Lo cual quiere decir que los intentos de llevar a cabo en ella un plan de vida que tenga sentido siempre acaban chocando, tarde o temprano, con la realidad. Habría de servir de ejemplo suficiente el angustiante caso extremo del que estos días se ha estado hablando en los medios: una abuela, su hija y a su nieta han sido tres de las víctimas del asesinato en masa llevado a cabo en los Alpes por el copiloto de Lufthansa. Para el marido, padre y abuelo que ha quedado vivo, la existencia de su mujer, su hija y su nieta era, sin duda, fundamental para que su vida tuviera sentido. Después de que la absurda realidad haya filtrado ese sentido de una manera tan cruel, ¿qué es lo que toca? ¿Concluir que la vida, no sólo la realidad, es absurda? ¿Hay alguna salida para esos callejones que parecen no tenerla? ¡Buf! Terrible problema al que parecería que sólo es posible enfrentarse escapando de la realidad: el suicidio sería la manera más inmediata y resolutiva. Los cátaros, cristianos herejes de los siglos XII y XIII, por ejemplo, aceptaban el suicidio como una forma de liberación del espíritu de las miserias de la carne, por lo que no lo consideraban pecado. A tal efecto, en los momentos más difíciles y adversos, consentían en que se llevara a cabo una práctica suicida, conocida como la "endura", y según la cual el cátaro moría por ayuno total voluntario. Otra posibilidad de eludir la penosa realidad sería hacerlo  a través de la creencia en que hay un mundo suprarreal en el que recuperaremos eso que en la vida hemos perdido. Pero hay otro modo de enfrentarse al absurdo sin necesidad de eludirlo: el que ofrece la filosofía. Kierkegaard ponía el ejemplo de Job, tan inclementemente castigado por la absurda realidad: perdió sus hijos, su ganado, su salud… Primero se resignó (esa es una posibilidad más), es decir, aceptó la realidad, aceptó convivir con el absurdo: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó”, decía. Después se rebeló… encontró el camino de la “repetición”, dice Kierkegaard, y "el Señor devolvió a Job su anterior prosperidad (...) y hasta duplicó todos los bienes que tenía antes", según está escrito en la Biblia (Job, 42, 10). La “repetición”… ojalá Kierkegaard lo hubiera explicado mejor si él lo tenía tan claro, porque, a primera vista, lo que dice la Biblia parece un sarcasmo. Sin embargo, es posible “traducir” al filósofo danés: repetición, para Kierkegaard, es encontrar modos sustitutivos de perseguir el sentido, caminos que, de alguna manera, simbolicen y sustituyan a aquel que ya no es posible recorrer y que signifiquen una salida del callejón. Lo que quiere decir la Biblia es que incluso es posible crecer a través de la desgracia, eso que ahora se llama resiliencia... aunque no me atrevería yo a decírselo así a ese pobre abuelo, padre y esposo que sólo pensar en él le quita a uno el sueño.

     Que yo sepa, en fin, no hay más maneras de confrontarse con el absurdo (con la realidad), que las que aquí se exponen: primero, escapar de él a la manera de los cátaros, a través del suicidio. Segundo, resignarse. Tercero, por medio de la creencia en una vida en el más allá en la que nos reencontraremos con eso que perdimos. Cuarto: la filosofía, último recurso desde el que intentar concluir que, aunque la realidad sea absurda, la vida no tiene por qué serlo también.

2 comentarios:

  1. Así es, Javier: son sensatas las apreciaciones que refieres para acercarnos a la superación de la insensatez. Si uno desaparece a la manera cátara del suicidio, destruiría todo resquicio de poder resarcirse de alguna manera del sinsentido, amontonando los despojos en el mismo vacío que lo nutre.

    La creencia en una vida posterior que nos devuelva a la presencia de los que nos rodearon, puede armar con cierto alivio, postergado, intangible, desconcertante... Mientras se espera, con esperanza o sin ella, el único asidero será resignarse a seguir transitando con toda la fuerza que nos podamos permitir.

    Ahora bien, si uno quiere activar esa búsqueda del sentido, solo la filosofía lo podrá guiar con criterio. Pero aquí la barrera puede ser también ininteligible y desecharía todo intento plausible. La filosofía especulativa, abstrusa, solo para iniciados, conllevaría una encerrona desmoralizante. Habría que tratar, más bien, de filosofías para la vida, de sabidurías.

    Mientras nos ponemos a intentar desentrañar el sentido que hemos de darle a la existencia superando lo inexplicable del acontecer, el ámbito religioso habrá de seguir profundizando en la teodicea, en la búsqueda del porqué del mal que nos habita, y de cómo ello se compatibiliza con la presencia de un Ser omnipresente y omnipotente.

    Pero, también el propio hombre, que a parte de los inescrutables recovecos de su mente, habría de plantearse la dimensión de lo que considera progreso.

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  2. Tienes razón, Vicente, en que la filosofía escrita suele ser abstrusa, y entiendo que pueda resultar chocante referirse a ella como ayuda para, precisamente, poner claridad en nuestra vida y ayudar a entender cuáles son las decisiones adecuadas a tomar para que esa vida tenga sentido. Claro, yo más bien me refiero a la filosofía como modo de respuesta a las situaciones de la vida, es decir, al filosofar. Tal vez estaría mejor si me limitara a decir, como Ortega, que cuando fallan las creencias (lo que sostiene el sentido de nuestra vida) lo que procede es sustituirlas por ideas, es decir, ponerse a pensar. Pero es que también se puede pensar sin método, alocadamente, y eso no ayuda a salir del caos, de las crisis; por eso creo que “filosofar” es una palabra en este caso más adecuada.

    El eterno problema de por qué existe el mal que sacas a colación es uno de los que más han preocupado a los filósofos. Hegel no se explicaba que Dios renunciase a sí mismo creando la naturaleza, que es el estado original de caos e irracionalidad. Bueno, el caso es que existimos gracias a que entre el mal original y el bien que nos espera se generó el hueco en el que vinimos a habitar nosotros. Existimos porque hay algo que hacer para mejorar el mal, lo imperfecto, lo absurdo. El mismo Hegel dice que si lográramos definitivamente nuestros objetivos de orden y racionalidad máximos… dejaríamos de existir. Existimos gracias al mal, al caos, al absurdo que nos acompañan desde siempre, desde antes de que aparecieran el bien, el orden, el sentido, que son posteriores, sobrevenidos. "Progreso" sería lo que va desde allí hasta aquí, desde el mal hasta el bien, desde la naturaleza al espíritu. Que intente especificar cuál es la diferencia entre el mal y el bien sobre la que discurre la idea de progreso... otro día, que ahora hay que ir la piltra.

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