sábado, 11 de junio de 2011

CATORCE DÍAS DE FELICIDAD

Abderramán III debería haber sido feliz. Tuvo todo el poder en la España musulmana del siglo X, a lo largo de 50 de los 70 años que vivió; 32 de ellos, como califa. Residía en Córdoba, la ciudad más deslumbrante de su tiempo, con un millón de habitantes (pocos de ellos analfabetos), 70 bibliotecas creadas por él mismo, y el foco desde el que se irradiaba la más alta civilización del mundo de aquel entonces. Para su solaz, además de para dirigir desde allí los destinos de al-Ándalus, construyó la ciudad palatina de Medina Azahara, un auténtico paraíso terrenal. No se privó de ningún placer. El éxito le acompañó tanto en sus empresas militares como en las personales, aunque entre aquéllas no lograra incluir la definitiva derrota de los reinos cristianos del Norte. Pese a todo, al final de sus días escribió: “He reinado más de cincuenta años, en victoria o paz. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación, he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce. Ni uno más, ni uno menos”.

“La felicidad –decía Ortega– es la coincidencia de nuestro yo con las circunstancias”. ¿Qué otras circunstancias pueden serle más favorables al yo que aquéllas que el primer califa de al-Ándalus disfrutó? Si aun así la felicidad no llega, ¿qué es lo que lo impide? ¿Es realmente posible alcanzar la felicidad? El mismo Ortega lo niega: “Es el hombre el único ser infeliz, constitutivamente infeliz. Mas, por lo mismo, está lleno todo él de ansia de felicidad. Todo lo que el hombre hace lo hace para ser feliz. Y como la Naturaleza no se lo permite, en vez de adaptarse a ella como los demás animales, se esfuerza milenio tras milenio en adaptar a él la Naturaleza, en crear con los materiales de ésta un mundo nuevo que coincida con él, que realice sus deseos”. Los hombres, pues, no estaríamos destinados a ser felices, sino sólo a pretenderlo. Nunca llegarán a coincidir del todo el yo y las circunstancias; como también dijo Sören Kierkegaard, “el individuo es algo inconmensurable con la realidad”. Heinrich von Kleist, escritor romántico, vino a decir lo mismo en una de las cartas que escribió a su hermana: “Soy un hombre inexpresable”, un hombre, pues, incapaz de encontrar en la realidad elementos con los que vestir su mundo interior. Algo que finalmente tuvo para Kleist efectos dramáticos: a los treinta y cuatro años se suicidó. Ya había explicado a su hermana en otra carta que “ser poca cosa sólo duele en el mundo, fuera de él no duele”.

Algo buscamos en la vida que no acabamos de encontrar en el mundo. “El hombre es un sistema de deseos imposibles en este mundo”, vuelve a decir Ortega. Después de tantas andanzas y tantos esfuerzos, Don Quijote, a punto de aceptar las limitaciones que el mundo impone, al final de su periplo aventurero, confesaba a su escudero: “Yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos”. Nietzsche se permitía generalizar esa misma descorazonada conclusión del hidalgo manchego: “No alcanzamos la esfera en que hemos situado nuestros valores, con lo cual (…) estamos cansados, porque hemos perdido el impulso principal. ‘¡Todo ha sido inútil hasta ahora!’ ”. El autor del Libro de Job deja constancia en la Biblia de esa búsqueda infructuosa que llevamos a cabo: “¿Dónde se encuentra la sabiduría? ¿Cuál es la sede de la inteligencia? El hombre ignora su precio, no la puede encontrar en este mundo. El abismo dice: ‘No está en mí’, y el mar: ‘No está conmigo’ ”. Y puesto que a eso que buscamos lo llamaba Dios, dice también:

“Mas voy a oriente y no está allí,
a occidente, y no doy con Él.
Lo busco en el norte y no lo encuentro,
en el sur, y no alcanzo a verlo”

Don Quijote, al poco de abismarse en este tipo de reflexiones, regresó a la cordura, aceptó que aquello a lo que aspiramos es una quimera inalcanzable, se adaptó al mundo que efectivamente hay… a costa de empezar a deslizarse por el plano inclinado que sucesivamente le llevaría a la depresión y a la muerte. Ya advierte María Zambrano que “vivir es no poder reposar hasta la muerte”. Anticipar aquel reposo equivale a adelantar esta muerte. “Vivir, al menos humanamente, es transitar, estarse yendo hacia… siempre más allá”, concreta aún más Zambrano. No fue gratis que Don Quijote recobrara finalmente el juicio y la lucidez; como dice Cioran: “Toda lucidez es consecuencia de una pérdida”. O también: “La conciencia indica siempre una ausencia”. La misma María Zambrano, muy apreciada por Cioran, viene a rematar este encadenamiento de reflexiones: “Al hombre no le basta con vivir y cuando solamente vive, ni vive tan siquiera”.

Parecería que con lo dicho sería suficiente para dar por concluidos los silogismos que hemos intentado construir. Podríamos terminar diciendo que la vida es ese flujo de aconteceres que vamos dejando atrás mientras perseguimos la inalcanzable felicidad; que, como pensaba Sartre, “el hombre es una pasión inútil”, y fin del razonamiento; nos vemos en el siguiente artículo... Pero Nietzsche, sin necesariamente negar todo lo dicho, o sólo haciéndolo en apariencia, viene a prolongar nuestros cogitabundos desvelos al irrumpir afirmando: “Hace ya mucho tiempo que yo no aspiro a la felicidad, aspiro a mi obra”. Porque si resulta que no pretendíamos ser felices, hay que volver a empezar. Hegel, quién lo diría, viene a ayudarnos a entender a Nietzsche, aunque eleva la perspectiva hasta implicar en su forma de mirar a los hombres como conjunto: “La historia no es el terreno para la felicidad. Las épocas de felicidad son en ella hojas vacías. En la historia universal hay, sin duda, también satisfacción; pero esta no es lo que se llama felicidad, pues es la satisfacción de aquellos fines que están sobre los intereses particulares. Los fines que tienen importancia, en la historia universal, tienen que ser fijados con energía, mediante la voluntad abstracta. Los individuos de importancia en la historia universal que han perseguido tales fines se han satisfecho, sin duda, pero no han querido ser felices”. La vida, pues, sería una tarea que hay que intentar llevar a cabo, no un mero instrumento a través del cual perseguir la felicidad. Cumplir con tal tarea no garantiza alcanzar esa felicidad, sólo consiente que nos sintamos satisfechos; incluso pudiera ser que la búsqueda de esa satisfacción nos conduzca por caminos contrapuestos a los de la felicidad. Nietzsche es en esto taxativo: “¡Qué importa mi felicidad! –exclama– Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar”. Y Kierkegaard (éste sí que se sentiría extraño aquí, en compañía de Hegel) abunda: “No hay más que una vida desperdiciada, la del hombre que vivió toda su vida engañado por las alegrías o los cuidados de la vida”. Y, cómo no, también Ortega: “Nada hay en el interior de nuestra vida que parezca plenamente satisfactorio y por sí mismo se justifique. Nuestra existencia es en sí misma un vacío de sentido, una extraña realidad que consiste en ser algo que, en definitiva, es nada, es la nada siendo, es la pretensión de algo positivo que se queda en pura pretensión fallida”.

En suma, que estamos obligados a aceptar que “toda vida se vive en inquietud” (María Zambrano), y si es así, la felicidad, que es un estado de serenidad y contemplación, podría incluso llegar a distraernos. Hay que saber a lo que estamos; atendamos a cómo lo dice Ortega: “Lo que vale más en el hombre es su capacidad de insatisfacción. Si algo de divino posee es, precisamente, su divino descontento, especie de amor sin ser amado y un como dolor que sentimos en miembros que no tenemos”. No es la felicidad, pues, lo que hemos de buscar, aunque tampoco se trata de rechazar los rastros que de ella nos lleguen. Crudamente, como siempre, es lo que quiere decirnos Nietzsche aquí: “Goce e inocencia son, en efecto, las cosas más púdicas que existen: ninguna de las dos quiere ser buscada. Se debe tenerlas, ¡y se debe buscar más bien culpa y dolores!”.

Atrevámonos a corregir a Nietzsche: no somos lo que buscamos ser ni lo que resultamos ser; somos un estado de búsqueda, somos bajo la forma de pretensión de ser. Dejemos que el mismo Nietzsche se corrija: “En última instancia lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado”. No desmerece, todo lo contrario, la manera en que también lo dice Ortega: “(El) yo auténtico (…) queda a la espalda de nuestra vida efectiva como su misteriosa raíz, como queda el puño a la espalda del dardo lanzado, y que no se puede concebir bajo ninguna de las categorías externas y cósmicas”. Y qué decir de esta otra manera de expresar lo mismo, la de León Felipe:

“Sabemos que no hay tierra
ni estrellas prometidas.
Lo sabemos, Señor, lo sabemos
y seguimos, contigo, trabajando”
Entonces –deberíamos preguntarnos– ¿no hay nada al otro lado de nuestra pretensión? ¿El ser es nada más, como decía el catecismo, lo que era en un principio? ¿Somos sólo nuestros principios y nada de nosotros se ha de quedar a esperar los resultados? El caso es que, para responder a estas preguntas, habría que empezar de nuevo por tercera vez. Y este artículo se ha pasado en extensión cuatro pueblos y dos áreas de descanso. Quizás otro día…


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9 comentarios:

  1. Hola, Javier: creo que ni siqiera sabríamos definir la felicidad. A cada uno le saldría una explicación distinta, o se conformaría o aspiraría a una intensidad particular. El camino a ella está en la búsqueda. Quien crea poseerla, creo que errará, pues somos insatisfechos por naturaleza. Siempre querremos más.
    Podemos empezar, tal y como tú lo has hecho, con alguien que dispuso de todo cuanto su tiempo le pudo aportar para la dicha: Abderramán III, ¿pero la humana ambición? Él gobernó el primer califato independiente, tras haber huído del de Damasco. No obstante, a fe que los catorce días reconocidos lo fueron de buena dicha. El califato cordobés dispuso de todo el ámbito oriental de sutileza, placer y sensibilidad,lejos del adusto y oscurantista mundo cristiano. Sólo hay que imaginar (yo no he podido sino fantasear en ella) lo que Medina Azahara representó en su momento. Si de verdad la construyó en honor a su amada Zahara, hubo de conocer la dicha. Después llegarían sus propios bárbaros -Almorávides y Almohades- y, como en el siglo XX, mandaron parar. Nuevamente la pureza en el dogma.
    Creo que siempre los dogmas han coartado las ansias por obtener la felicidad, y no sólo los religiosos. Siempre el posponer la felicidad o la dicha para el más allá.
    Por cierto, Ortega tenía como primer planteamiento vital el "quehacer". Lejos queda la vivencia concebida como tal del carácter latino que los propios italianos mantienen en su visión del "dolce far niente". Hedonismo, por cierto, que tan mala fama soporta en nuestra modernidad, pero que no ha querido ser, normalmente, descubierto como el afán por la ausencia de perturbaciones que quiso ser, ello alejándose de los placeres sensuales frívolamente concebidos.
    Así pues, y según la concepción de los epicúreos, los que quizás más cerca hayan estado de la búsqueda de la felicidad, ésta pasará por eliminar todo ansia por poseer, por no complicarse uno la existencia con lo superfluo y saber reducirla a las menores exigencias, a las menores ataduras que inflingan sometimiento a las veleidades prescindibles. Pero, insisto, Epícuro no tiene gran miramiento hoy día, salvo para los que, como un servidor, buscan en las fuentes de la sabiduría antigua las mismas reflexiones que ya ellos nos anticiparon.
    Puedo ahora continuar en Oriente (y, sobre todo, en aquella época que va desde los siglos -VIII al -II aprox.) en donde florecieron pensamientos tan lúcidos como aconteció en nuestro occidente (posteriormente, habrá que esperar hasta el mundo romano con el resurgir de la "Academia", la "Estoa", el "Jardín"...). Buda ya tomó como primera idea que la vida es sufrimiento, pero, habiendo conocido -por cuna- el mundo pudiente, tanto como el del desapego, buscó la virtud en el término medio (tal y como Aristóteles, y otros tantísimos después). Al contrario de lo que pueda parecer por el hecho de reconocer nuestra existencia como sufrimiento, siempre alabó el hecho de nacer humanos, algo tan remótamente improbable como que "una tortuga que asomase su cabeza cada cien años en el océano la hiciera coincidir justo con el orificio de una tabla que por allí flotase". El budismo, como el confuciasnismo, el hinduísmo, etc. nuevamente nos enfocará hacia el desapego, incluso de nuestro propio ego (ello siempre lo primero). Así,nos alejamos de los planteamientos de Niestze, que si bien, tuvo el arrojo de "matar" a Dios, creó al Super Hombre, obviamente, otro super ego. Su atormentado carácter necesariamente lo enfrentaría al logro de la "felicidad", pues, lamentablemente, sufrió la consabida descomposición mental. Y es nuestra mente (o alma, etc.) la que nos puede mostrar ese camino (¿el Tao?) que es en sí el disfrute, tanto como nos puede confundir para hacernos creer que soy... ¿algo más que billones de reacciones bioquímicas percibiendo longitudes distintas de ondas, tal y como el cosmos es? Entonces, ¿dónde la finalidad? ¿Dónde el sentido?

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  2. Yo resumo siglos de filosofia.

    "No es más feliz quien más tiene, sino quien menos ambiciona..."

    Un saludo

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  3. Como conoceréis la frase no es mía, con perdón.

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  4. VOY A VER SI PUEDO PUBLICAR. ESTO ES UNA PRUEBA

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  5. Te leo y la verdad, sinceramente, es mucho para mí. A veces, hacerse tantas preguntas es marear la perdiz? No lo sé, yo me lo he preguntado (valga la redundancia) muchas veces.
    Yo, no sé cuántos días habré tenido de felicidad en mi vida. Depende lo que entendamos por este término. Pero es subjetiva u objetiva. Porque si es subjetiva, tal vez, se puede llegar a ser feliz. Pero si uno sale de su mundo interior y su trocito de circunstancias...es imposible ser feliz.
    Una vez, hace tiempo, leí una viñeta, era de un viejecito, y se veía su evolución a lo largo del tiempo, y venía a decir que desde niño, joven, maduro...se había preguntado qué podía hacer por el mundo para ser feliz, y al final de sus días se había convertido en un amargado, y llegó a la conclusión que preguntándose se había pasado su vida...
    Yo, no sé si hay que aplicarse "carpe diem" pero sí creo que hay que conjugar la sensibilidad y la practicidad (no sé si existe este término). Quiero decir, que hay que intentar ser prácticos y a la vez ser sensibles, esto es incompatible? Vivir la sencillez que cada día tenemos. No pedir demasiado a la vida, a los nuestros ni a nosotros mismos. No sé si esto es mediocre. Yo, al menos, he llegado a la conclusión que no puedo llegar a grandes conquistas, así que poco a poco y día a día, intento (he dicho, intento, fallo mucho)ser feliz conmigo misma (lo primero) y automáticamente con los que me rodean, me sufren o me aguantan...No sé, Javier, todo esto da de sí. Tengo que firmar como anónimo, no puedo con mi perfil.
    Pilar.-

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  6. Vicente, Temujin, Pilar, permitidme que intente contestaros a los tres conjuntamente. Empezando por lo más inmediato, Pilar, ese desconcierto que te hace pensar si no estaré mareando la perdiz con tantas preguntas, y que intuyo en Temujin, que trata de ir al grano sin tanta paja mental (el matiz este lo pongo yo)… intentaré defenderme, que esto de polemizar amistosamente es gratificante, ¿no? La culpa, yo creo, la tiene la realidad, que es caleidoscópica, paradójica, y cuando piensas que has dado con la clave de algo, tienes rápidamente que cambiarte de acera y decir lo contrario: la negación, que decía Hegel (que esto ya estaba detectado), y, si se puede, incluso la negación de la negación. Si, hablando de la felicidad, quisiéramos llegar a conclusiones rápidas, creo que nos estaríamos acercando a los presupuestos de los que hablaba Cioran cuando decía: “¡Si supieran los hijos que no he querido tener la felicidad que me deben!”. Porque ésa sería la forma más simple de acceder, física y mentalmente, a la felicidad, ¿no? En el (supuesto) sitio al que se refiere Cioran no hay complicaciones, no hay necesidades, no hay sufrimiento… Ni susto ni muerte (puesto que nos anticipamos a ella). El nirvana mismo, que diría Buda, Vicente.

    “La filosofía hindú persigue la liberación –decía también Cioran, un cachondo mental–; la griega, a excepción de Pirrón, Epicuro y algunos inclasificables, es decepcionante: no busca más que… la verdad”. A mí, de los orientales, me encanta Lao Tsé, el del Tao, aunque necesito ponerle de pie, porque creo que anda patas arriba. Él dice: “El que actúa, fracasa”. Conclusión oriental: no actúes (ni desees); porque todo, finalmente, lleva a la decepción, a la frustración, y en última instancia, al mayor de los fracasos: la muerte. Occidente lleva ya milenios inventando otra conclusión: no te rindas al fracaso. Es decir, no te arrepientas, como Buda, de haber nacido, de sufrir, de pasar necesidades… Epicuro (una gozada leerle), el delegado de Buda en esta parte occidental, decía: “Este es el grito de la carne: no tener hambre, no tener sed, no tener frío”. Quien consigue calmar esas necesidades, decía también, tiene todo lo necesario para ser feliz. Buda es más radical: lo mejor para alcanzar la felicidad es no nacer (parar de una puñetera vez la rueda de las reencarnaciones). Son, pues, filosofías de la renuncia, incluida la renuncia a vivir.

    Pero en Occidente hemos decidido complicarnos la vida; o dicho de otra manera, aceptar la complicación que supone vivir: acceder a formas cada vez más complejas del deseo, de la necesidad, que nunca acaba de ser satisfecha, que siempre nos deja colgados y a la espera de algo más. Como digo en el artículo que decía María Zambrano: “Vivir, al menos humanamente, es transitar, estarse yendo hacia… siempre más allá”. ¿Y qué hay más allá? Pues no hay que darle muchas vueltas: al final, lo que hay es la muerte. Oriente piensa que para ese viaje no hacían falta alforjas, que mejor no haber nacido y, subsidiariamente, no actuar, no hacer nada, pasarse la vida, como Buda, meditando a la sombra de la higuera (ésa, dicho sea de paso, me parece una postura nada inocua, y creo que finalmente aboca a la depresión). Y Occidente, por el contrario, decidió ponerse de parte del Big Bang y, puesto que aquí estamos, dice, hay que tirar para adelante. ¿Qué fracasamos? Pues a aplicarse árnica. Nietzsche dice: “Y si el hombre se malogró: ¡bien! ¡adelante!”.

    En fin, dicho así queda muy crudo. Yo creo que no todo es fracaso y lo que conseguimos hacer a pesar de él y contando con él. Pero, como el artículo en el que estamos, lo dejaré ahí para no alargar más esto.

    Y gracias por dar vidilla a esto.

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  7. Hola, Javier: acudo al teclado bastante abatido, pues he sido fruto de mi propia impericia. He pasado horas enteras respondiéndote a ete comentario-agradecimiento en común y no lo he conseguido. He malgastado letras y letras y no he visto ningún comentario (salvo el inicial) publicado. Pasado el lamento, lo voy a intentar de otro modo, así que si lográis leer este texto, habrá sido un logro.

    Otra cosa será el contenido. Cualquier intento por explicarme se corresponderá con el de un "gato panza arriba", pero he de seguir intecambiando para existir como ser pensante.

    Dices, Javier, que, salvo las excepciones resaltadas, toda la filosofía antigua en occidente te ha defraudado al tener por principio la búsqueda de la verdad. Sabemos que se ha llegado a decir que toda la filosofía occidental no resulta sino un comentario a pie de página a la de Platón. Ello no quiere decir que vaya a estar yo a favor de su visión aristocrática del poder, o de su aversión por la poesía, pero el simple hecho de leer sus diálogos, es todo un primor. Aún no he conocido una forma más bonita -excelsa- de exponer. Y ahí podemos encontrar la amistad, el amor, el alma, la escritura, los mitos... También podría agradecrele la voz que puso a su maestro Sócrates y esa intensidad polemista por abrir las mentes, de sus coetáneos y de nuestro mismo mundo contemporáneo.

    Si nos saltamos a los clásicos, nos encontramos con una sucesión de búsquedas bizantinas, o del "nominalismo", o intentemos "desbrozar" a Hegel, etc. (mi pedantería puede quedar al margen porque me resultan ininteligibles). Ello, creo, no puede ser LA VIDA. Menos mal que nos sueles poner como ejemplos a Zambrano, Niestze, Ciorán, etc.

    Si los orientales (coincido contigo con el gusto por Lao Tse) nos llevan a la nada, a la vacuidad, a la renuncia... yo me preguntaría p. ej. cómo un país como Japón ha logrado alcanzar tamaño techo tecnológico durante tantas décadas (y ahora resulta que le va a superar "El Imperio del Centro"). Creo yo que soy mucho más pusilánime que cualquier oriental que contemple, medite, etc. Siempre habremos de aprender de nuestros distintos.

    Nosotros estamos aquí en nuestro occidente que decidió dar la explosión al Big Bang, pero que, como teoría que es, está expuesta a su refutación. Por suerte no nos cansaremos de intentar desentrañar la inconmensurabilidad de la existencia. Yo, aquí estoy en nuestro mundo racionalista, pero noto que los orientales no han olvidado su interior y ello les aporta una riqueza y comprensión que a mí me ha resultado ajena, por ubicación de mi entorno natural.

    Acabaré, también, de forma dura: creo que el hombre, como especie, acabará por autodestruirse, sólo hay que pensar en la enorme potencialidad que ya tenemos para eliminarnos no sé qué inmenso número de veces.

    Espero que nuestra búsqueda de la felicidad nos lleve por esa senda y ello, coincidiendo con Pilar, sin exigirnos mucho. Un saludo.

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  8. Buenos días Vicente.

    Cioran es un escritor sublime, además de un pensador muy sagaz. Pero su estilo preferido es la ironía, una ironía que, efectivamente, nace de su estar de vuelta de todo y de su tan desilusionada como lúcida manera de mirar las cosas… pero que es ironía. Si le leyeras literalmente, acabarías concluyendo que lo mejor es suicidarse. En suma, que juega con el lector y consigo mismo, llevando sus pensamientos hasta una frontera en la que, más que agobiarse pensando en las implicaciones de esas ideas, lo que procede es reírse. Dicho de otra manera: hay que leerle (más o menos) traduciendo lo que dice a su versión contrapuesta. Y así, resultará que cuando parece desechar la filosofía griega porque apostó por dedicarse a una búsqueda tan “decepcionante” como la de la verdad, lo que procede es soltar la carcajada, que no equivale a pensar que quiere decir lo contrario, no, sino que ha depurado demasiado lo que quiere decir (lo ha depurado de todo lo que contradiría ese pensamiento, que también está ahí, pero que, irónicamente, silencia). El caso es que ese pensamiento es perfectamente compatible con la admiración por los griegos. Nadie a quien le guste la filosofía tiene otro posible punto de partida que ellos, ni otro motivo fundamental de disfrute que su lectura.

    La solución al misterio de por qué culturas orientales como la japonesa y la china, aun aspirando a la vacuidad, han conseguido tan alto grado de desarrollo, creo que puede apuntar hacia la misma dirección que el hecho de que el desarrollo capitalista de Occidente se debe, sobre todo, como demostró Max Weber, a la disciplina de trabajo de las sectas protestantes, especialmente el pietismo, que lo entendieron no como fórmula de acceso al bienestar, sino como medio de ejercitación del ascetismo, de la renuncia al mundo, que es a lo que realmente aspiraban: el trabajo es, según esto, un sacrificio que tiene valor en sí mismo, pero este mundo, incluidos los resultados terrenos de ese trabajo, sigue siendo desechable. Por eso, aquel protestantismo puro de los siglos XVII y XVIII, aunó una altísima moral de trabajo junto a una altísima capacidad de ahorro (tenían prohibido disfrutar de este mundo; hasta la música y el baile o los adornos están prohibidos para los pietistas), lo que permitió la acumulación de capital que dio origen al actual capitalismo… Pero el siguiente paso consiste en aterrizar en este mundo. El grosero materialismo, de todas formas, sería el otro extremo del péndulo, tan digno de ser evitado como aquel ascetismo feroz.

    El mejor estribillo que tiene la filosofía es, en mi opinión, el famoso apotegma de Ortega, “yo soy yo y mi circunstancia”, y a él vuelvo yo una y otra vez como quintaesencia desde la que entender los problemas que van apareciendo al ponerse uno se pone a pensar. Cuando uno se retira excesivamente hacia lo interior, el mundo (la circunstancia) pierde su consistencia en una medida proporcional. Ejemplo: el esquizofrénico, que se ha desconectado extremadamente del mundo externo, se ve acosado por fantasías apocalípticas de destrucción del mundo que dan expresión a su falta de vinculación con ese mundo. No es que la preocupación ecologista por la marcha inquietante de nuestro mundo hacia la degradación ambiental haya que interpretarla como una especie de esquizofrenia, por supuesto; pero yo sí que encuentro cierta correlación entre el extremo subjetivismo en el que ha caído nuestra cultura (y que nos ha llevado a simpatizar en exceso con las filosofías orientales) y el milenarismo catastrofista que va impregnando las expectativas de los occidentales.

    Vicente, yo también he notado que Google ha complicado la publicación de comentarios. Yo optaría, cuando pide “seleccionar un perfil”, por escoger donde pone “nombre/URL”, y en la URL poner la dirección de tu blog o, en su defecto, la de este mismo. Y eso sí, antes de hacer clic en “publicar comentario”, seleccionar el texto y dar a “copiar”, no sea que vuelva a pasar eso que dices.

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  9. Hola, Javier: gracias de nuevo por tu dedicación en la respuesta y en la ayuda para que pueda producirse una mejor publicación de los escritos. Mandándote este mío, podré comprobar si va mejor el proceso.

    Has comenzado con Ciorán, un autor que -paradójicamente- por proximidad lo mantengo al margen para no dejarme arrastrar arrebatadoramente pues su pesimismo sabemos que raya con el nihilismo, un peligro para mí, que, comenzando por considerarme escéptico, acabaría casi, casi en ello.

    Sobre Ortega, siempre tomamos el comienzo del apotegma, pero su continuación también es esclarecedora ( ya sé que, por supuestísimo la conoces, pero hubo mucho tiempo en el que yo la desconocí):"(...) y mis circunstancias, y salvándolas a ellas, también me salvo yo (cito de memoria así que la literalidad no tiene por qué corresponderse).

    Por otro lado, y en cuanto a la laboriosidad, ayer mismo estuve con un sacerdote que vivió en Californi varios años. A pesar de que me falta la fe y vivo sin reconocer creador (anda que esto sería "el gran tema")hablo bastante con él. Tiene una cultura bastísima aunque su gran referencia sea por antonomasia la biblia. Estuve con él te comentaba, y me habló de la gran diferencia que existe entre su comportamiento y el nuestro, siendo ellos muy respetuosos, laboriosos y generosos. No siendo principalmente católicos, me comentó que cualquier vecino generoso hacía aportaciones voluntarias, y cuantiosas, para los grupos católicos como Cáritas, etc.

    Es cierto que la laboriosidad en oriente puede venir de los preceptos religiosos y en ello coincidir con todos los grupos extremistas protestantes que arribaron en el "Mayflower" y han continuado su tradición basada en la predestinación.

    Yo, como occidental, tampoco es que haya estado excesivamente influenciado por oriente, pues al no considerarme un ser religioso, pues más bien he sido, como en casi todo, ignorante de ello. Es ahora, últimamente cuando estoy considerando sus filosofías como -quizás- sosegadoras de almas.

    Por tendencia, siempre estoy con Epicuro, y no precisamente en esa faceta frívolamente hedonista, o no solamente, como ya he explicado en algún artículo anterior. Esa aspiración a la ausencia de perturbación, resulta seductora.

    Un saludo. VICENTE

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