domingo, 6 de abril de 2025

EL DILEMA QUE NOS CONSTITUYE: IDENTIFICARNOS O VIVIR

Sólo lo firme, seguro, reconocible, habitual garantiza la identidad, la confianza en que mañana seguirán con nosotros las referencias que garantizan que seguimos siendo el que éramos. Sin embargo, eso que nos define también nos encarcela, no nos deja aspirar a ser algo más… inmoviliza la vida. Lo que es susceptible de cambiar, por el contrario, nos abre hacia nuevas posibilidades, nos permite progresar, aspirar a alcanzar cosas que nos faltan… pero a cambio pone en peligro nuestra identidad, y eso produce vértigo, angustia. A los antiguos los cambios les aterraban, y por eso  buscaban reconocerse en lo inanimado; el artista de esas épocas desvitaliza sus motivos artísticos, porque así evita la vida y sus caprichos e imprevisiones, trata de encontrar detrás de tanta mudanza como en ella acontece un terreno firme, invariable, ordenado. De ahí el estilo geométrico, que aporta hieratismo y homogeneiza las infinitas formas que la vida trae consigo. Dice Ortega: “Privando a lo vivo de sus formas orgánicas, lo eleva a una regularidad inorgánica superior, lo aísla del desorden y de la condicionalidad, lo hace absoluto, necesario”(1). Y Cioran: “El desapego a la vida engendra un gusto por la rigidez. Comenzamos a ver un mundo de formas rígidas, líneas precisas, contornos muertos”[2].



[1] O y G: “Arte de este mundo y del otro”, O. C. Tº 1º, p. 195.

[2] Cioran: “De lágrimas y de santos”, Barcelona, Tusquets, pág. 96

jueves, 3 de abril de 2025

CUANDO TODO EMPEZÓ A ESTAR "MÁS ALLÁ" (La lejanía y sus peligros)

La lejanía ha producido al hombre un vértigo inhibitorio a lo largo de casi toda su historia; el ojo y la mente casi siempre han estado exclusivamente adaptados a lo inmediato. La lejanía es un descubrimiento de los tiempos modernos. Petrarca, reconocido como el primer hombre del Renacimiento, dice Oswald Spengler que “volvía la mirada hacia los mundos lejanos, anhelaba toda lontananza –fue el primero que emprendió la ascensión a una montaña alpina”[1]. Y su intención al subir al Mont Ventoux, en Provenza, fue precisamente observar la lejanía. Esa actitud de interesada expectativa hacia lo lejano fue la que permitió los grandes viajes de descubrimiento y exploración de Colón o Elcano. Y también las indagaciones astronómicas de Galileo. O la aparición de la idea de progreso. Sin embargo, todavía Giordano Bruno fue llevado a la hoguera por traer a la consideración de los hombres la dimensión del infinito, porque volcarse hacia lo lejano e inhabitual empezó a amenazar con la pérdida de las referencias que sustentan el sentimiento de identidad.



[1] Oswald Spengler: “La decadencia de Occidente”, 2 Ts., Madrid, Espasa Calpe, 1976, Tº 1º, p. 39.