Sólo lo
firme, seguro, reconocible, habitual garantiza la identidad, la confianza en
que mañana seguirán con nosotros las referencias que garantizan que seguimos
siendo el que éramos. Sin embargo, eso que nos define también nos encarcela, no
nos deja aspirar a ser algo más… inmoviliza la vida. Lo que es susceptible de cambiar,
por el contrario, nos abre hacia nuevas posibilidades, nos permite progresar,
aspirar a alcanzar cosas que nos faltan… pero a cambio pone en peligro nuestra
identidad, y eso produce vértigo, angustia. A los antiguos los cambios les aterraban,
y por eso buscaban reconocerse en lo
inanimado; el artista de esas épocas desvitaliza sus motivos artísticos, porque
así evita la vida y sus caprichos e imprevisiones, trata de encontrar detrás de
tanta mudanza como en ella acontece un terreno firme, invariable, ordenado. De
ahí el estilo geométrico, que aporta hieratismo y homogeneiza las infinitas
formas que la vida trae consigo. Dice Ortega: “Privando a lo vivo de sus formas
orgánicas, lo eleva a una regularidad inorgánica superior, lo aísla del
desorden y de la condicionalidad, lo hace absoluto, necesario”(1).
Y Cioran: “El desapego a la vida engendra un gusto por la rigidez. Comenzamos a
ver un mundo de formas rígidas, líneas precisas, contornos muertos”[2].
La filosofía, la historia, la psicología, el arte, la antropología, la actualidad... de la mano, sobre todo, de Ortega y Gasset, el pensador más importante de todos los tiempos en lengua española
domingo, 6 de abril de 2025
EL DILEMA QUE NOS CONSTITUYE: IDENTIFICARNOS O VIVIR
jueves, 3 de abril de 2025
CUANDO TODO EMPEZÓ A ESTAR "MÁS ALLÁ" (La lejanía y sus peligros)
La lejanía ha producido al hombre un vértigo inhibitorio a
lo largo de casi toda su historia; el ojo y la mente casi siempre han estado
exclusivamente adaptados a lo inmediato. La lejanía es un descubrimiento de los
tiempos modernos. Petrarca, reconocido como el primer hombre del Renacimiento,
dice Oswald Spengler que “volvía la mirada hacia los mundos lejanos,
anhelaba toda lontananza –fue el primero que emprendió la ascensión a una
montaña alpina”[1]. Y su intención al subir
al Mont Ventoux, en Provenza, fue precisamente observar la lejanía. Esa actitud
de interesada expectativa hacia lo lejano fue la que permitió los grandes
viajes de descubrimiento y exploración de Colón o Elcano. Y también las
indagaciones astronómicas de Galileo. O la aparición de la idea de progreso. Sin
embargo, todavía Giordano Bruno fue llevado a la hoguera por traer a la
consideración de los hombres la dimensión del infinito, porque volcarse hacia
lo lejano e inhabitual empezó a amenazar con la pérdida de las referencias que
sustentan el sentimiento de identidad.