“Casi siempre acontece lo mismo con las grandes ideas:
las vemos a un tiempo fuera y dentro, como verdades y como deseos, como leyes
del cosmos y confesiones del espíritu. Tal vez es imposible descubrir fuera una
verdad que no esté preformada, como delirio magnífico, en nuestro fondo íntimo”
(Ortega y Gasset[1]).
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“Cualquier corte que hagamos en la historia nos presentará, en efecto,
al hombre agarrado a su intelecto como a la raíz de sí mismo (…) Y la razón que
se da para ello es siempre la misma (…) Los sentimientos, los amores y los
odios, el querer o no querer, suponen el previo conocimiento del objeto. ¿Cómo
amar lo ignoto? ¿Cómo desearlo? (…) Pues bien; yo me pregunto: ¿amamos lo que
amamos porque lo hemos visto antes o en algún serio sentido cabe decir que
vemos lo que vemos porque antes de verlo lo amábamos ya? (…) Para ver (…) es
preciso fijarse. Pero fijarse es precisamente buscar el objeto de antemano, y
es como un preverlo antes de verlo. A lo que parece, la visión supone una
previsión (…) Es la atención. Sin un mínimum de atención no veríamos nada.
Pero
la atención no es otra cosa que una preferencia anticipada, preexistente en
nosotros, por ciertos objetos. Llevad al mismo paisaje un cazador, un pintor y
un labrador: los ojos de cada uno verán ingredientes distintos de la campiña;
en rigor, tres paisajes diferentes (…) Todo ver es, pues, un mirar; todo oír,
un escuchar y, en general, toda nuestra facultad de conocer es un foco luminoso,
una linterna que alguien, puesto tras ella, dirige a uno y otro cuadrante del
Universo, repartiendo sobre la inmensa y pasiva faz del cosmos aquí la luz y
allá la sombra. No somos, pues, en última instancia, conocimiento, puesto que
este depende de un sistema de preferencias que más profundo y anterior existe
en nosotros” (Ortega y Gasset[2]).
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“No es la inteligencia sino la voluntad la que nos hace el mundo, y al
viejo aforismo escolástico de nihil
volitum quin praecognitum, nada se
quiere sin haberlo antes conocido, hay que corregirlo con un nihil cognitum, quin praevolitum, nada se conoce sin haberlo antes querido” (Miguel de Unamuno(3)).
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“La experiencia irrenunciable se transmite únicamente
al ser revivida, no aprendida” (María
Zambrano[4])
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“Para el hombre que quiera encontrar la verdad, su
voluntad es decisiva; la verdad es cosa a querer, algo a lo que hay que
entregar totalmente la vida, algo implacablemente, infatigablemente buscado” (María Zambrano[5]).
(0) Portada: Ortega y Gasset: “¿Qué es filosofía?”, O. C. Tº 7, pág. 392
[1]
Ortega y Gasset: “El Espectador”, Tº VI, O. C., Tº 2, pág. 526.
[2]
Ortega y Gasset: “Corazón y cabeza”, O. C. Tº 6, pp. 150 a 152.
[3]
Miguel de Unamuno: “Vida de Don Quijote y Sancho”, Madrid, Alianza, 1987, p.
115.
[4]
María Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, Madrid, Alianza, 1987, p. 71.
[5]
María Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, Madrid, Alianza, 1987, p. 170.
En emociones: Dice Ortega en Estudios sobre el Amor: "porque esta y
ResponderEliminarno otra?''. Repugna al intelecto un efecto sin causa, en consecuencia, algo dentro de nosotros debe estar determinando la eleccion.Lo que no significa que esta sea conciente y madurada,Simplemente, algo que estaba ahi,aun sin saberlo, se ha activado al contacto con algo que le aparece.No apareceria si no se estuviera dispuesto y no se activaria esa disposicion si no apareciera.Ciertamente, lo mismo ocurre con todo saber: el conocimiento no surge de la experiencia caotica sino de conjeturas a priori sometidas al rigor de la contrastacion empirica o al del propio razonamiento a niveles sofisticados.Ernesto Killner.-
Uno de los atractivos de la filosofía resulta del hecho de que cuando desciendes al nivel de profundidad que ella plantea, la apariencia de las cosas queda vapuleada por las paradojas que aparecen. ¿Qué cosa más lógica que pensar que para querer una cosa primero tienes que conocerla, que saber qué y cómo es esa cosa? Bien, pues desciendes desde las apariencias hacia la verdad a la que nos acerca la filosofía y resulta que no, que hay un aparato selector, la atención, que nos avisa de que estamos configurados como organismos exploradores, buscadores, que emitimos hacia el mundo unas predisposiciones que nos hacen apuntar hacia determinadas partes de la realidad y no hacia otras, y que la realidad resulta que es solo el campo de aterrizaje de nuestras ideales predisposiciones.
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