jueves, 30 de enero de 2020

El hombre-masa y su pretendido derecho a mantener opiniones infundadas-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET

     A lo largo de la historia, tanto en política como en literatura, en arte o en los demás órdenes de la vida pública, el vulgo no se ha preocupado de tener ideas sobre lo que son o deben ser las cosas. Aceptaba que pensar sobre ello, tener ideas creadoras al respecto, no era propiamente su cometido, y se limitaba a aportar o a retirar su adhesión a lo que el político, el pensador o el artista hacía o decía. Lo que a cambio de no tener ideas sí tenía era creencias, tradiciones, experiencias, proverbios, hábitos mentales. Hoy el hombre vulgar sigue sin tener ideas propiamente dichas, puesto que para acceder a ellas es preciso someterse a las reglas del pensamiento, las que a través de razonamientos permiten el acceso a la verdad, y no lo hace, pero, sin embargo, aun ausente de ideas, hoy se atreve a pontificar sobre los asuntos más diversas.
     Así se explica que hayan prosperado movimientos sociales y políticos que no aspiran a tener razón, pero sí a imponer sus opiniones: “Bajo las especies de sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón sino, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón” (1). Añádase a aquellos movimientos que Ortega cita, cuando menos, también al nacionalismo, aunque es claro que hablamos de ejemplos concretos de una forma de ser global que trasciende tales singularidades. En todos estos casos, no se manejan, pues, propiamente ideas, sino apetitos o emociones revestidos de palabras. “Tener una idea es creer que se poseen las razones de ella, y es por tanto creer que existe una razón, un orbe de verdades inteligibles. Idear, opinar, es una misma cosa con apelar a tal instancia, supeditarse a ella, aceptar su código y su sentencia, creer, por tanto, que la forma superior de la convivencia es el diálogo en que se discuten las razones de nuestras ideas. Pero el hombre-masa se sentiría perdido si aceptase la discusión (…) Por eso, lo “nuevo” es en Europa “acabar con las discusiones”, y se detesta toda forma de convivencia que por sí misma implique acatamiento de normas objetivas desde la conversación hasta el Parlamento, pasando por la ciencia (…) Se suprimen todos los trámites normales y se va directamente a la imposición de lo que se desea” (2). Incluso la conversación se hace imposible, puesto que el hombre-masa no somete a discusión lo que opina; quien le contradice será tachado de hereje (de “facha”, sobre todo, en los nuevos tiempos) y se le impedirá poder razonar, puesto que ese es un factor ajeno a sus reglas de funcionamiento. Se inventará este hombre vulgar como interlocutor no al que realmente tiene ante sí, sino otro fantaseado a la medida de sus prejuicios y tópicos y, sin escucharle, hará uso de estos para combatirle en la discusión, desentendiéndose de los razonamientos.
     El hombre-masa actúa con la seguridad de quien no necesita nuevos esfuerzos que añadir para mejorar lo que opina. “El hombre-masa se siente perfecto” (3). No echa de menos nada fuera de sí y se instala definitivamente en el repertorio de sus pseudoideas. Por tanto, cuando parece dialogar, muestra que en realidad no escucha, no hay nada nuevo que pueda echar de menos y que eventualmente pudieran transmitirle las ideas del prójimo. “Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Este se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza” (4). Pero no necesariamente el hombre-masa es tonto. Al contrario, el hombre medio actual tiene más capacidad intelectual que el de ninguna otra época, ha adquirido muchos conocimientos parciales sobre cosas, pero ello no impide que esté anulada su capacidad para el razonamiento, que, incluso cuando está intelectualmente dotado, sustituye por prejuicios, tópicos, consignas y palabras huecas.
     He aquí, pues, lo característico del hombre-masa: prescindir de los razonamientos y, sin embargo, estar seguro de la validez de lo que, en sustitución de ellos, habita en su mente. Pero si en la comunicación y en la convivencia que supone se suprime el valor del razonamiento, si no hay diálogo posible, se pasa directamente desde la opinión a la acción. Y en tal caso, lo que procede, pues, es la imposición. Dicho escuetamente: a la razón le sustituye la violencia. “La civilización no es otra cosa que el ensayo de reducir la fuerza a ultima ratio. Ahora empezamos a ver esto con sobrada claridad, porque la “acción directa” consiste en invertir el orden y proclamar la violencia como prima ratio; en rigor, como única razón. Es ella la norma que propone la anulación de toda norma, que suprime todo intermedio entre nuestro propósito y su imposición. Es la Charta Magna de la barbarie” (5).
     Con esa acción directa no solo se prescinde del razonamiento, sino de todo trámite intermedio entre el apetito o la emoción y la acción. “En el trato social se suprime la “buena educación”. La literatura, como “acción directa”, se constituye en el insulto. Las relaciones sexuales reducen sus trámites. ¡Trámites, normas, cortesía, usos intermediarios, justicia, razón! ¿De qué vino inventar todo esto, crear tanta complicación? Todo ello se resume en la palabra “civilización” (…) Se trata con todo ello de hacer posible la ciudad, la comunidad, la convivencia” (6). En suma, que el hombre-masa no cuenta con los demás. Barbarie es tendencia a la disociación. “Todas las épocas bárbaras han sido tiempos de desparramamiento humano, pululación de mínimos grupos separados y hostiles” (7). La masa, aun escindida en grupúsculos, no desea convivir con lo que no es ella. “Odia a muerte lo que no es ella” (8). Por eso resulta tan difícil hacer de una masa una comunidad, por ejemplo, una comunidad nacional.




[1] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 189.
[2] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 190.
[3] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 186.
[4] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 187.
[5] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 191.
[6] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 191.
[7] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 191.
[8] O y G: “La rebelión de las masas”, O. C. Tº 4, p. 192.

jueves, 23 de enero de 2020

Inteligencia animal e inteligencia humana-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET

     Los psicólogos de la gestalt dicen que buena parte del aprendizaje humano se produce por insight, es decir, por la comprensión repentina de algo. Esto significa que el paso de la ignorancia al conocimiento ocurre con rapidez, “de repente”, una vez que se descubre una estructura que une de una manera inédita y efectiva los elementos presentes. Wolfgang Köhler (1887-1967), el principal representante de la psicología Gestalt, demostró que esa forma de aprendizaje, ese insight, era algo que algunos animales, concretamente los monos con los que experimentó, también llegaban a realizar. Comprobó cómo esos monos eran capaces de organizar los elementos presentes en una concreta situación para conseguir un objetivo: se subían, por ejemplo, a un cajón, incluso a dos que amontonaban, que hasta entonces formaban parte del escenario como algo ajeno a la situación, para alcanzar plátanos que estaban demasiado altos; o utilizaban un palo, incluso enganchaban dos cañas, dentro de su jaula, para con su ayuda alcanzar otros plátanos a los que no llegaban con la mano. “El animal parece haber entendido el nexo ideal que se establece entre un objeto y una finalidad, merced al cual el objeto se convierte en medio para otra cosa” (1). No hay motivo para no considerar eso como conducta inteligente: “La inteligencia es, pues, la percatación de relaciones entre las cosas; es ver a éstas como miembros de una estructura, en la cual cada una tiene su papel, su “sentido”. Un ser que al cambiar la situación o estructura perciba el cambio de papel, de “sentido” de las cosas integrantes, a pesar de que visualmente siguen siendo las mismas, es un ser inteligente” (2). Fracasado el intento natural de alcanzar el plátano con la mano, y antes de dar con la solución, se quedaban los chimpancés de Köhler quietos, como si hubieran desistido, hasta que reestructuraban mentalmente los objetos presentes y, de repente, utilizaban el instrumento. Un animal “ha creado un instrumento. Ya no puede definirse al hombre como homo faber” (3).
Los chimpancés Grande y Sultán en la Casa Amarilla (Tenerife), donde se realizaron, a principios del siglo XX, las primeras investigaciones relacionadas con la conducta humana a partir de la observación y el estudio de primates
    
     Efectivamente, los hombres, cuando ejercitamos nuestra inteligencia, hacemos lo mismo que aquellos monos, estructurar los elementos presentes en cada situación, hasta entonces aislados e inconexos, pero con una diferencia: incluimos en esa recomposición de los elementos otros que no están presentes, elementos que nos aporta la memoria y, de su mano, la imaginación. La primera imagen de algo ausente fue, por tanto, un recuerdo. El primer recuerdo, hay que pensar que por la fuerza emocional que le acompañaba, fue la imagen de alguien querido pero ausente. Si fuera así, el momento en que empezamos a hacer ritos funerarios señaló también aquel en el que apareció la imaginación, es decir, el género humano. “El sepulcro es tal vez el primogénito de la cultura. “A la piedra —dice Bachofen— que indica el lugar del enterramiento está adherido el culto más antiguo; a la construcción sepulcral, el más antiguo edificio religioso; al adorno de la tumba, el origen del arte y la ornamentación”” (4). Podríamos diferenciar la fantasía de la imaginación, reservando solo para esta última la capacidad de ordenar los elementos presentes, recordados o vislumbrados en una estructura que permite una nueva adecuación a la realidad. El psicoanálisis de Freud también utiliza el concepto de insight para referirse al momento en el que un paciente acaba por descubrir una relación entre componentes de su personalidad que hasta ese momento permanecía ignorada y que le permite un paso adelante significativo en su proceso psicoterapéutico.
     Los productos de la imaginación se decantan finalmente, en su forma más acabada, como conceptos o ideas. La razón trabaja con esos conceptos. Un concepto es una generalización, analogía o relación entre partes a raíz de observaciones en las que se descubre un patrón común. Lo peculiar en el hombre, como decimos, es que realiza esas generalizaciones, analogías o relaciones no solo a partir de lo que ve en el momento, sino también de imágenes que extrae de su memoria. Jung añadiría que esa conceptualización puede provenir de una cierta propensión a incluir lo que observamos o experimentamos en un patrón que, efectivamente, guarda nuestra mente, pero esta vez en esa parte de ella que constituye el inconsciente colectivo, y que precede a cualquier observación. De todas formas, esa implicación del inconsciente colectivo en la conformación de patrones sería asimilable a la memoria, por el mismo motivo por el que Platón decía que guardamos en la mente la memoria de las ideas o arquetipos de los que tuvimos experiencia antes de nacer.
     En contraste con estos humanos modos de discurrir, “es probable que las ideas del animal no sean estables y posean un carácter de ideas-relámpagos, de “ocurrencias” que no se solidifican en su mente y por esto no llegan a ser “ideas generales”. Pero este defecto de su inteligencia se debe más bien a insuficiencia de otra facultad que no es el pensamiento: a falta de memoria” (5) (valdría decir también que a falta de nostalgia, de duelo por la pérdida... de religiosidad, según lo dicho antes). Ideas de los animales que podríamos considerar magníficas, como las que mostró Köhler en sus experimentos con monos, no las saben conservar, no les sirven para la vez siguiente, porque se dedican a vivir apegados al momento.
     Resulta curioso, por paradójico, el hecho de que el valor decisivo de la memoria en los hombres no se lo otorga tanto el pasado como el futuro. “La memoria no es sino un culatazo que da la esperanza” (6). Y es que “la vida, lo mismo en el animal que en el hombre, es una faena que se hace hacia adelante. Es afrontar la situación que en cada nuevo momento sobreviene” (7). Vivimos de cara a ese futuro más inmediato o más lejano que viene hacia nosotros planteándonos problemas. Y ante esos problemas reaccionamos interpretando lo que pasa, confrontando cada nueva circunstancia con las pasadas que conservamos en la memoria, en suma, contraponiendo ideas, conceptos, a los problemas que se nos presentan. “De este confrontamiento surge un esquema o figura ideal de la nueva situación en vista de la cual el ser viviente resuelve una actitud. Hay, pues, una construcción imaginativa del inmediato porvenir, de lo que va a pasar, de lo que va a ser el contorno en relación con el sujeto. Parecerá extraño, pero es la pura y simplicísima verdad: vivir es una obra de imaginación” (8). Esa imaginación se construye articulando el material que nos entrega la memoria con las percepciones o imágenes presentes, y con el objeto de afrontar los problemas que de cara al futuro se nos presentan. El animal tiene poca imaginación porque tampoco tiene mucha memoria, añade muy poco a los hechos estrictos que ocurren ante él, y solo se preocupa de lo que inmediatamente le pasa. El hombre, por el contrario, anticipa para cada paso que da todo lo que habrá de venir después, hasta llegar a preguntarse finalmente por el sentido de su vida. “El hombre es el único viviente que para vivir necesita darse razones de existir” (9). Necesita justificar su existencia, no simplemente existir. Y, en fin, el pasado viene a ser el instrumento que utilizamos para preparar el futuro, un futuro, un plan de vida con el que podamos justificarnos.



[1] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 577.
[2] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, pp. 578-79.
[3] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 578.
[4] O y G: “Oknos el soguero”, O. O. Tº 3, p. 596.
[5] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358.
[6] O y G: “Goethe desde dentro”, O. C. Tº 4, p. 386.
[7] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358.
[8] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358.
[9] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 359.

lunes, 13 de enero de 2020

La vida como emigración-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET

     Es algo misterioso y fascinante observar el instinto migratorio de tantos animales, las aves, los salmones, los ñúes del Serengueti… No es fácil encontrar una explicación para ello: algunos animales aparentemente responden a un sentido utilitario y van en busca de nuevas fuentes de alimentación cuando en el lugar en el que están empieza a escasear. Pero no parece esa una explicación suficiente en el caso, por ejemplo, del chorlito dorado, un ave que llega a la llanura de la Pampa para pasar allí el verano austral, y al llegar el otoño regresa a su zona de reproducción y cría en la tundra ártica, de modo que recorre en su migración 24.000 km entre ida y vuelta. O los salmones, que buscan las fuentes del río de las que una vez partieron para, después de regresar a sus orígenes, repetir vicariamente, a través de las crías que allí depositan, el nuevo exilio que les llevará al mar. ¿Y qué decir de la mariposa de la especie almirante rojo o Vanessa atalanta? Ninguno de sus individuos completa la migración entera. Estas mariposas se reproducen por el camino y solo sucesivas generaciones son las que completan las etapas del viaje.

Mariposa Vanessa atalanta: solo sus hijos verán la Tierra Prometida

     Cuando no conocemos los motivos de un comportamiento animal nos queda el recurso de atribuirlo a algún oscuro instinto. Pero rebosan por los bordes de esta explicación, además de lo que se deduce de los anteriores ejemplos, las penurias que algunos animales atraviesan para llegar a destinos que no encajan con ninguna utilidad, o ese afán de trashumar que, cuenta Ortega, provoca un desasosiego superlativo en el ave que, en vísperas de que, a una señal desconocida, empiece la migración, se encuentra prisionera en una jaula. “Le pasa algo grave y no sabe lo que le pasa, como si fuese un hombre”. Algo así, se nos ocurre pensar, como si a un judío le hubiese mantenido el faraón prisionero la víspera de que Moisés comenzase con su pueblo la travesía hacia la Tierra Prometida. En fin, que “por debajo de todas las explicaciones mecánicas o de utilitarismo superficial opera, sin duda posible, en el uso migratorio, algo profundamente radicado en el organismo del ave, algo, en efecto, “instintivo”. La mayor prueba de ello es que cuando este afán de viaje comienza a actuar, ceden todos los demás instintos; el gavilán perdona al pájaro menor, su víctima habitual. Hambre, miedo, fatiga, callan sus imperativos”.
     Es decir, que hablamos de un “instinto” de suma fortaleza, a la altura de los más poderosos de entre los que rigen la vida animal… y habría que considerar que, quizás escondido, camuflado o a veces disimulado, también la vida humana. Porque podríamos acoplar aquí la idea que se deduce de esto que también piensa Ortega: “El hombre es, donde quiera, un extranjero”. A la cual podríamos asimismo añadir esta otra que Kierkegaard dio forma cuando hablaba de otra emigración, la que a Abraham le debía llevar al país que, aunque lo desconocía, había de recibir en patrimonio, y a propósito de lo cual decía el filósofo: “Por la fe dejó el país de sus antepasados y fue extranjero en tierra prometida. Abandonó una cosa, su razón terrestre, y tomó otra, la fe. De lo contrario, pensando en lo absurdo de su viaje, no habría partido”. Podría ser, deducimos de la conjunción de estos hilos argumentales, que, al nacer, iniciáramos el periplo propio de alguien que se siente desterrado, y la inquietud asociada a tal sentimiento nos obligara, transidos de fe, a convertir la vida en una búsqueda del lugar en el que quisiéramos recalar definitivamente, el que sentimos como la “Tierra Prometida”. En tal caso, peregrinar, por ejemplo, a Santiago de Compostela no sería sino una forma de plasmar en el mundo real ese instinto migratorio que nos hace ir en busca de algo que está al final de todas las búsquedas, en el “finis terrae”, el “non plus ultra” que aquellas tierras galaicas significaban para los antiguos peregrinos. Pero la tierra, el mundo material se nos queda pequeño a la hora de dar expresión a esa búsqueda de lo que nunca, ni siquiera el peregrino que llega a la Costa de la Muerte, al límite de toda búsqueda posible, acabaremos de encontrar. La Tierra Prometida siempre está más allá de donde conseguimos llegar.



La del chorlito dorado, la de los salmones y la del peregrino compostelano: tres maneras de emigrar hacia lo que nos falta

     ¿Y dónde radica ese impulso migratorio que nunca llegamos a satisfacer del todo, que tanto a la mariposa Vanessa atalanta como al ser humano nos hace perseguir lo que nunca alcanzaremos en vida? ¿Servirá como explicación que simplemente se trata de un comportamiento prefijado en los genes? ¡Con qué explicaciones tan pacatas se conforma el espíritu de esta época descreída! Lo que ocurre en el mundo material no es en realidad sino el cauce restrictivo que encuentra el espíritu para que por él discurra un impulso, una intención, que trasciende de cualquier logro material, cualquier meta alcanzada. Lo que la vida busca –y en esa búsqueda consiste la vida– siempre está más allá.
      Y al constatar que ningún lugar del mundo reúne las características propias de eso que buscamos, recurrentemente tratamos de regresar al lugar de partida, que, en definitiva, sería aquel que trataríamos de repetir en el punto de llegada. Algo así, en definitiva, como el eterno retorno que tantas culturas han trasladado a sus mitos. El Paraíso inalcanzable sería el Paraíso perdido, al que a lo largo de la vida nunca logramos acceder. Finalmente, tras sucesivos y frustrados intentos, no tendríamos más remedio que morir, que sumergirnos en el mar que linda con la Costa de la Muerte, porque, como decía Mircea Eliade: “Vivir no es más que separarse de las entrañas de la tierra, y la muerte se reduce a una vuelta ‘a casa’ ”. Cioran lo ratifica: “se muere para no extraviarse”.

viernes, 10 de enero de 2020

España, hoy por hoy, no tiene arreglo

     No hay nada que hacer. Las bases de votantes de eso que se conoce como “la izquierda progresista” es inamovible. ¿Que el presidente haya alcanzado el poder contradiciendo, al día siguiente de las elecciones, sus propias manifestaciones sobre con quién iba a pactar o sobre su pretendida voluntad de volver a llevar al Código Penal los referéndums ilegales? DA IGUAL. ¿Que su socio principal, Podemos, sea un partido comunista, cuya referencia más inmediata ha sido desde su origen la Venezuela hoy de Maduro, cuyo líder Pablo Iglesias dejó dicho que “la caída del muro de Berlín fue una mala noticia” (ver vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=2kZ_Mtgtznc ) y cuyo codirigente y ministro del nuevo gobierno, Alberto Garzón, se fotografíe con camisetas en las que se exhibe el logo de la República Democrática Alemana (ver foto)? DA IGUAL, aunque no exista ni un solo ejemplo de que las políticas de los partidos comunistas no hayan conducido a los pueblos por los que han pasado a la catástrofe social, política y económica ¿Que para gobernar Sánchez tenga que contar con el beneplácito del grupo heredero de ETA, a cuyo frente está una persona condenada por explosión en una gasolinera, robos a mano armada, asaltos, secuestros, apología del terrorismo, inducción a la violencia, pertenencia a ETA en grado de dirigente… más lo que no se sabe, y de nada de lo cual se ha arrepentido, sino todo lo contrario? DA IGUAL. ¿Qué se haya cedido en todas las exigencias de un partido golpista como ERC, cuyo dirigente máximo está en la cárcel por protagonizar un golpe de Estado y cuyos presupuestos incluyen, efectivamente, el deseo de destruir este Estado, el de los españoles, al cual odian? DA IGUAL.


     Lo que pase con España, el país en el que estos llamados “progresistas” viven, trabajan, desarrollan sus proyectos de vida… LES DA IGUAL (no hay ningún otro país del mundo en el que sus habitantes, excepto quizás los más primarios y bárbaros, no se sientan vinculados con la colectividad a la que pertenecen). Que en un tercio de España no se pueda estudiar en español, el idioma en el que hablan 572 millones de personas, y se esté obligado a hacerlo en idiomas regionales que inevitablemente están condenados a desaparecer a medio plazo… LES DA IGUAL. Que el país se deshilache en las mil maneras posibles de clamar imperativamente que “Mi pueblo existe” o “¿Qué hay de lo mío?”, LES DA IGUAL.
     Todo lo cual correlaciona y queda reforzado por un discurso elemental, aunque a la vista está que también efectivo, consistente en que al otro lado lo que hay es una derechona fascista, que por si fuera poco es fascista y apesta, además de que es fascista y franquista y, por si fuera poco, mataron a García Lorca. Y son fachas. No hace falta mantener ningún rigor, ningún conocimiento mínimamente sustentado, no hace falta escuchar lo que diga el “enemigo”, al que se repudia con histerismo en cuanto empieza a hablar (si es que se le deja empezar). Solo hace falta tener suficientemente lleno el depósito del rencor para que el discurso “progresista” venda todo lo que quiera vender. Desde luego, y por ejemplo: que son preferibles los comunistas, terroristas o golpistas a esa odiosa derechona constitucionalista. Y, por tanto, facha.

lunes, 6 de enero de 2020

Contra Einstein y la ligereza de los intelectuales a la hora de opinar-MIS LECTURAS DE ORTEGA Y GASSET

      “Europa está hoy desocializada o, lo que es igual, faltan principios de convivencia que sean vigentes y a que quepa recurrir”. Esa sociedad europea existía, estaba basada en un credo intelectual y moral compartido, y durante muchas generaciones ha irradiado su orden básico sobre el resto del planeta, hasta el punto de que “puso en él, mucho o poco, todo el orden de que ese resto era capaz”. Pero ese orden de vigencias colectivas hoy, en gran medida, se ha volatilizado. Si esa evaporación fuese definitiva, estaríamos hablando de la crisis más grave que haya sufrido Occidente desde la caída del Imperio romano. Fenómeno este de la desaparición de las vigencias colectivas que se ha trasladado al interior de las sociedades nacionales europeas, claramente a la española, afectando a su cohesión interna, lo cual demuestra que esas vigencias colectivas se nutrían en gran medida de las que al conjunto de Europa hacían referencia.
     Sin embargo, esas naciones intraeuropeas existen, como se demuestra por lo que ahora diremos. Los medios de comunicación –desplazamiento de personas, transferencia de productos y transmisión de noticias– han aparentemente aproximado los pueblos y unificado enormemente la vida del planeta, y más aún la de los europeos. Pero en realidad, se trata de una entusiasta, aunque ilusoria, anticipación de lo que con el tiempo irá ocurriendo, y hacia lo que todavía estamos transitando, escudriñándolo en la lejanía. Esa cantidad de noticias que llegan tan rápidamente y tan inmediatamente informadas según ocurren ha creado en los pueblos que las reciben el espejismo de que saben de forma consistente lo que pasa en los que las emiten. Y eso en Europa coexiste con el distanciamiento moral que ha supuesto el debilitamiento de las vigencias colectivas. Lo cual conlleva un grave peligro de intromisión al respecto del cual es preciso advertir.
     “Sabido es que el ser humano no puede, sin más ni más, aproximarse a otro ser humano (…) Siempre fueron menester grandes precauciones para acercarse a esa fiera con veleidades de arcángel que suele ser el hombre. Por eso corre a lo largo de toda la historia la evolución de la técnica de la aproximación, cuya parte más notoria y visible es el saludo”. El saludo del tuareg en el desierto, acostumbrado como está a la soledad, comienza desde una gran distancia, y puede transcurrir a lo largo de tres cuartos de hora de aproximación paulatina. Es el requisito necesario para amortiguar la entrada de un visitante dentro del habitual perímetro de soledad que aquel viene a trastocar. En la China y el Japón, donde, por el contrario, la densidad humana es especialmente alta y a cada paso uno se tropieza con algún congénere, el saludo está mediatizado por normas de cortesía especialmente complejas, también orientadas a mantener la distancia necesaria en los encuentros entre unos y otros que garanticen no ser invasivos. Hasta el punto de que incluso los pronombres personales se convierten en impertinencias. “Por eso el japonés ha llegado a excluirlos de su idioma, y en vez de “tú” dirá algo así como “la maravilla presente”, y en lugar de “yo” hará una zalema y dirá: “la miseria que hay aquí”.
     Así que, si tantas precauciones son necesarias en el simple encuentro entre los individuos, considérense los peligros que puede reportar la aproximación tan apabullante entre los pueblos que ha supuesto el incremento superlativo de los medios de comunicación. En los tiempos en que Ortega escribía el “Epílogo para ingleses” de “La rebelión de las masas”, advertía de la invasión que suponía que grandes grupos sociales norteamericanos o ingleses intervinieran con sus opiniones en la Guerra Civil Española que entonces se estaba produciendo. “Sostengo que la injerencia de la opinión pública de unos países en la vida de los otros es hoy un factor impertinente, venenoso y generador de pasiones bélicas, porque esa opinión no está aún regida por una técnica adecuada al cambio de distancia entre los pueblos. Tendrá el inglés o el americano todo el derecho que quiera a opinar sobre lo que ha pasado y debe pasar en España, pero ese derecho es una iniuria si no acepta una obligación correspondiente: la de estar bien informado sobre la realidad de la guerra civil española, cuyo primero y más sustancial capítulo es su origen, las causas que la han producido”.
     La numerosa información que recibe la opinión pública de otros países hace suponer a sus receptores que tienen la suficiente como para poder opinar sobre los graves asuntos que afecten al país emisor. Pero esos asuntos no se han producido de la misma forma súbita que han llegado hasta el receptor externo, sino que tienen normalmente una larga historia por detrás. El pueblo inglés, por ejemplo, erró gravemente con su pacifismo anterior a la Segunda Guerra Mundial –con el que se pretendía apaciguar a Hitler– por saber muy poco de lo que realmente estaba aconteciendo en los demás pueblos hacia los que se dirigía su pacifismo. Esas tomas de opinión precipitadas acaban así adquiriendo el carácter de intervención, y así se lo toman en el pueblo que recibe la misma al comprobar la incongruencia entre la opinión emitida por los otros países y lo que efectivamente ha pasado.
Einstein (4º por la izquierda) y Ortega (2º) en Toledo, en 1923

     Y eso es precisamente lo que ocurrió en este caso y sobre lo que Ortega apercibe: “Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad. Evitemos los aspavientos y las frases, pero déjeseme invitar al lector inglés a que imagine cuál pudo ser mi primer movimiento ante hecho semejante, que oscila entre lo grotesco y lo trágico (…) Desde hace muchos años me ocupo en hacer notar la frivolidad y la irresponsabilidad frecuentes en el intelectual europeo, que he denunciado como un factor de primera magnitud, entre las causas del presente desorden (…) Hace unos días, Alberto Einstein se ha creído con “derecho” a opinar sobre la guerra civil española y tomar posición ante ella. Ahora bien, Alberto Einstein usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre. El espíritu que le lleva a esta insolente intervención es el mismo que desde hace mucho tiempo viene causando el desprestigio universal del hombre intelectual, el cual, a su vez, hace que hoy vaya el mundo a la deriva, falto de pouvoir spirituel. Y acto seguido resalta Ortega la incongruencia de esa opinión divulgada en Inglaterra cuando hacía poco que el Partido Laborista había rechazado por amplísima mayoría la formación de un Frente Popular en Inglaterra, y, sin embargo, pontificaban tales laboristas a favor de eso mismo en otros países como España.
     Frente a ese intervencionismo a la ligera que presupone que se está informado de lo que ocurre en otras naciones porque los medios de comunicación han acabado con las fronteras, hay que dejar claro que las naciones existen y que “eso que son las naciones constituye una formidable realidad situada en el mundo y con que hay que contar. Era un curioso internacionalismo aquel que en sus cuentas olvidaba siempre el detalle de que hay naciones”. De ese intervencionismo invasor que hoy se sigue produciendo en Europa somos víctimas cualificadas los españoles, que vemos cómo terroristas que han atentado en nuestro país o golpistas que atentan contra nuestro orden institucional encuentran acogida y amparo en otras naciones de Europa.
     Si hoy las naciones europeas sufren una grave crisis que las ha llevado a la desorientación y al declive de los valores que las han sostenido a lo largo de siglos, es que quien realmente es la depositaria de la crisis es Europa. Y eso acontece porque lo que ha entrado en crisis es la fe común, la fe europea, el conjunto de vigencias que han sustentado la sociedad europea. Lo cual es a su vez anuncio de que las naciones europeas han llegado a su tope como tales y que lo que institucionalmente ha de seguir es dar un paso adelante en la organización jurídica y política de una Europa integradora. Pero no se trataría de una internacionalización, porque entre las naciones no hay sociedad, solo vacío. “Europa será una ultra-nación”, porque no se trata “de laminar las naciones, sino de integrarlas, dejando al Occidente todo su rico relieve”.