“Europa está hoy desocializada o, lo que es igual, faltan principios de
convivencia que sean vigentes y a que quepa recurrir”. Esa sociedad
europea existía, estaba basada en un credo intelectual y moral compartido, y
durante muchas generaciones ha irradiado su orden básico sobre el resto del
planeta, hasta el punto de que “puso en él, mucho o poco, todo el orden de
que ese resto era capaz”. Pero ese orden de vigencias colectivas hoy,
en gran medida, se ha volatilizado. Si esa evaporación fuese definitiva,
estaríamos hablando de la crisis más grave que haya sufrido Occidente desde la
caída del Imperio romano. Fenómeno este de la desaparición de las vigencias
colectivas que se ha trasladado al interior de las sociedades nacionales
europeas, claramente a la española, afectando a su cohesión interna, lo cual
demuestra que esas vigencias colectivas se nutrían en gran medida de las que al
conjunto de Europa hacían referencia.
Sin embargo, esas naciones intraeuropeas existen, como se
demuestra por lo que ahora diremos. Los medios de comunicación –desplazamiento
de personas, transferencia de productos y transmisión de noticias– han
aparentemente aproximado los pueblos y unificado enormemente la vida del
planeta, y más aún la de los europeos. Pero en realidad, se trata de una entusiasta,
aunque ilusoria, anticipación de lo que con el tiempo irá ocurriendo, y hacia
lo que todavía estamos transitando, escudriñándolo en la lejanía. Esa cantidad
de noticias que llegan tan rápidamente y tan inmediatamente informadas según
ocurren ha creado en los pueblos que las reciben el espejismo de que saben de
forma consistente lo que pasa en los que las emiten. Y eso en Europa coexiste
con el distanciamiento moral que ha supuesto el debilitamiento de las vigencias
colectivas. Lo cual conlleva un grave peligro de intromisión al respecto del
cual es preciso advertir.
“Sabido es que el ser humano no puede, sin más ni más, aproximarse a
otro ser humano (…) Siempre fueron menester grandes precauciones para acercarse
a esa fiera con veleidades de arcángel que suele ser el hombre. Por eso corre a
lo largo de toda la historia la evolución de la técnica de la aproximación,
cuya parte más notoria y visible es el saludo”. El saludo del tuareg en
el desierto, acostumbrado como está a la soledad, comienza desde una gran
distancia, y puede transcurrir a lo largo de tres cuartos de hora de
aproximación paulatina. Es el requisito necesario para amortiguar la entrada de
un visitante dentro del habitual perímetro de soledad que aquel viene a
trastocar. En la China y el Japón, donde, por el contrario, la densidad humana
es especialmente alta y a cada paso uno se tropieza con algún congénere, el
saludo está mediatizado por normas de cortesía especialmente complejas, también
orientadas a mantener la distancia necesaria en los encuentros entre unos y
otros que garanticen no ser invasivos. Hasta el punto de que incluso los
pronombres personales se convierten en impertinencias. “Por eso el japonés ha llegado a
excluirlos de su idioma, y en vez de “tú” dirá algo así como “la
maravilla presente”, y en lugar de “yo” hará una zalema y dirá: “la miseria que
hay aquí”.
Así que, si tantas precauciones son necesarias en el simple
encuentro entre los individuos, considérense los peligros que puede reportar la
aproximación tan apabullante entre los pueblos que ha supuesto el incremento
superlativo de los medios de comunicación. En los tiempos en que Ortega
escribía el “Epílogo para ingleses”
de “La rebelión de las masas”,
advertía de la invasión que suponía que grandes grupos sociales norteamericanos
o ingleses intervinieran con sus opiniones en la Guerra Civil Española que
entonces se estaba produciendo. “Sostengo que la injerencia de la opinión
pública de unos países en la vida de los otros es hoy un factor impertinente,
venenoso y generador de pasiones bélicas, porque esa opinión no está aún regida
por una técnica adecuada al cambio de distancia entre los pueblos. Tendrá el
inglés o el americano todo el derecho que quiera a opinar sobre lo que ha
pasado y debe pasar en España, pero ese derecho es una iniuria si no acepta una obligación correspondiente:
la de estar bien informado sobre la realidad de la guerra civil española, cuyo
primero y más sustancial capítulo es su origen, las causas que la han producido”.
La numerosa información que recibe la opinión pública de
otros países hace suponer a sus receptores que tienen la suficiente como para
poder opinar sobre los graves asuntos que afecten al país emisor. Pero esos
asuntos no se han producido de la misma forma súbita que han llegado hasta el
receptor externo, sino que tienen normalmente una larga historia por detrás. El
pueblo inglés, por ejemplo, erró gravemente con su pacifismo anterior a la
Segunda Guerra Mundial –con el que se pretendía apaciguar a Hitler– por saber
muy poco de lo que realmente estaba aconteciendo en los demás pueblos hacia los
que se dirigía su pacifismo. Esas tomas de opinión precipitadas acaban así
adquiriendo el carácter de intervención, y así se lo toman en el pueblo que
recibe la misma al comprobar la incongruencia entre la opinión emitida por los
otros países y lo que efectivamente ha pasado.
Einstein (4º por la izquierda) y Ortega (2º) en Toledo, en 1923
Y eso es precisamente lo que ocurrió en este caso y sobre lo
que Ortega apercibe: “Mientras en Madrid los comunistas y sus
afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a
firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus
despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales
escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos
comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad. Evitemos los
aspavientos y las frases, pero déjeseme invitar al lector inglés a que imagine cuál
pudo ser mi primer movimiento ante hecho semejante, que oscila entre lo
grotesco y lo trágico (…) Desde hace muchos años me ocupo en hacer notar la
frivolidad y la irresponsabilidad frecuentes en el intelectual europeo, que he
denunciado como un factor de primera magnitud, entre las causas del presente
desorden (…) Hace unos días, Alberto Einstein se ha creído con “derecho” a
opinar sobre la guerra civil española y tomar posición ante ella. Ahora bien,
Alberto Einstein usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en
España ahora, hace siglos y siempre. El espíritu que le lleva a esta insolente
intervención es el mismo que desde hace mucho tiempo viene causando el
desprestigio universal del hombre intelectual, el cual, a su vez, hace que hoy vaya
el mundo a la deriva, falto de pouvoir spirituel”. Y acto seguido resalta Ortega la incongruencia de esa
opinión divulgada en Inglaterra cuando hacía poco que el Partido Laborista
había rechazado por amplísima mayoría la formación de un Frente Popular en
Inglaterra, y, sin embargo, pontificaban tales laboristas a favor de eso mismo en
otros países como España.
Frente a ese intervencionismo a la ligera que presupone que
se está informado de lo que ocurre en otras naciones porque los medios de
comunicación han acabado con las fronteras, hay que dejar claro que las
naciones existen y que “eso que son las naciones constituye una
formidable realidad situada en el mundo y con que hay que contar. Era un
curioso internacionalismo aquel que en sus cuentas olvidaba siempre el detalle
de que hay naciones”. De ese intervencionismo invasor que hoy se sigue
produciendo en Europa somos víctimas cualificadas los españoles, que vemos cómo
terroristas que han atentado en nuestro país o golpistas que atentan contra
nuestro orden institucional encuentran acogida y amparo en otras naciones de
Europa.
Si hoy las naciones europeas sufren una grave crisis que las
ha llevado a la desorientación y al declive de los valores que las han
sostenido a lo largo de siglos, es que quien realmente es la depositaria de la
crisis es Europa. Y eso acontece porque lo que ha entrado en crisis es la fe
común, la fe europea, el conjunto de vigencias que han sustentado la sociedad
europea. Lo cual es a su vez anuncio de que las naciones europeas han llegado a
su tope como tales y que lo que institucionalmente ha de seguir es dar un paso
adelante en la organización jurídica y política de una Europa integradora. Pero
no se trataría de una internacionalización, porque entre las naciones no hay
sociedad, solo vacío. “Europa será una ultra-nación”,
porque no se trata “de laminar las naciones, sino de integrarlas, dejando al Occidente
todo su rico relieve”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario