Según el conjunto de científicos que lideran la marcha de las nuevas tecnologías, el mundo va a cambiar dramáticamente en los dos o tres próximos decenios. En términos globales, para bien, aunque otro día tocará pensar en los riesgos que conllevará esta convulsión que se avecina. Los campos en los que podemos situar los cambios enormes que están por llegar son, fundamentalmente, la nanotecnología, la robótica y el internet de las cosas. Apenas me referiré a las fuentes de donde extraeré la información que iré detallando, para no complicar la lectura de este artículo, que va a ser largo. Pero en la era de Google es fácil seguir la pista de todo lo que aquí se dirá.
La nanotecnología es una tecnología
que se dedica al diseño y manipulación de la materia en el nivel de los átomos
y las moléculas, con fines industriales o médicos, entre otros. La tecnología actual
es capaz de crear máquinas de un tamaño tal que solo son visibles a través de
potentes microscopios. El reto más importante en este ámbito microcósmico era el
de crear una maquinaria médica capaz de funcionar en el interior de nuestra
corriente sanguínea. De lo que se trataba era de trabajar con el cuerpo humano
a la escala de la célula. La unidad de medida en ese ámbito había de ser el
nanómetro, que es un millón de veces más pequeño que el milímetro (mil millones
de veces más pequeño que un metro), ligeramente más grande que un átomo. En
nanomedicina, efectivamente, se consigue introducir ya en el cuerpo, por medio
de cápsulas ingeridas oralmente, nanoexploradores o robots miniaturizados que
se esparcen por todo el cuerpo. Utilizando esa tecnología, cuando esté
definitivamente operativa, será posible detectar, diagnosticar y tratar las
enfermedades. Lo fundamental es que estas se descubrirán en sus fases previas,
antes de que se hayan convertido realmente en enfermedad. La píldora ingerida
contendrá millones de máquinas microscópicas, minúsculos robots que patrullarán
dentro del organismo en busca de la enfermedad en sus primeras etapas. Su
tamaño será similar al de las células vivas. La nanotecnología nos permitirá
acceder a la parte específica de la célula donde se origina el problema. Algunos
de esos microrrobots tendrán pequeñas antenas que identificarán a los microorganismos
invasores, los descompondrán y los expulsarán. La peor infección podría
controlarse en una hora. Los científicos ya han logrado realizar esta
tecnología en el laboratorio, y solo está a falta de ser llevadaa la práctica
clínica.
Entre otras cosas, con esta
tecnología será posible interactuar con el ADN de nuestras células, el ácido
desoxirribonucleico, proteína compleja que se encuentra en el núcleo de las
células y que constituye el principal componente del material genético de los
seres vivos. El ADN es una espiral de unos 5 nanómetros de diámetro. Con las
nuevas tecnologías será posible actuar sobre el ADN y corregir los tramos
deficientes del mismo, aquellos en los que radica la enfermedad cuando tiene un
origen genético. En otro de los ramales abiertos por esta tecnología, será
posible introducir en el organismo millones de partículas capaces de
identificar células cancerígenas con toda rapidez; esas partículas enviarán una
señal de aviso de la presencia del cáncer, y simultáneamente destruirán las
células cancerosas sin afectar lo más mínimo a las células sanas que haya
alrededor. Las partículas en cuestión se llaman “puntos cuánticos”. Estos
puntos recorren todo el cuerpo, y cuando encuentran lo que buscan, empiezan a
juntarse. Al enfocarlos con una luz especial desde fuera del cuerpo devuelven
una señal visual, brillando intensamente a través de la piel y coloreándola;
esa luz, que se emitirá entonces desde el interior de una célula, es el indicio
de la presencia de cáncer. El destello de luz que desde fuera se proyectará
sobre el cuerpo y que servirá de desencadenante a la reacción luminosa desde el
interior de las células, no constituirá una técnica invasiva, como hoy son, por
ejemplo, los rayos X. Otros productos de la nanotecnología son los dendrímeros,
que al recibir una señal luminosa como la antes citada, penetran en la célula
para liberar una dosis de medicamento en el exacto lugar elegido. Una función
más de las nanomáquinas será reconstruir tejidos óseos (afectados por la
osteoporosis) y musculares, y en conjunto, conservar la salud en general.
Cada vez somos más diestros los
humanos a la hora de conectar maquinaria a nuestros cuerpos. En la nueva era
nanotecnológica, se podrán construir máquinas microscópicas autogeneradoras de
energía que, aun siendo artificiales, incorporarán muchas de las propiedades de
la vida; de esta forma, por ejemplo, un deficiente auditivo, en lugar de llevar
un audífono en el oído conectado a una batería, podrá llevar una micromáquina
que se insertará en el oído, y será alimentada por la propia fisiología de la
vida. El mecanismo se integrará plenamente en nuestro ciclo vital. Será un oído
artificial, denominado implante cloquear, conectado directamente con nuestro
sistema nervioso y alimentado directamente no por baterías, sino directamente
por nuestro cuerpo, y además podrá ser reparado por la propia naturaleza cuando
alguno de sus componentes se averíe. Consiste este oído artificial en un
micrófono externo que digitaliza una señal sónica y la transmite directamente
al nervio auditivo, sin la mediación del sistema auditivo natural dañado. Algo
parecido ocurrirá con micromáquinas directamente integradas en nuestros ojos,
de forma que una retina artificial llegará a funcionar de manera similar a la
verdadera. El implante retinal (la nano retina) digitalizará una señal
procedente de una cámara y la mandará a través de una red de electrodos conectados
al nervio óptico, situado en la parte posterior del ojo. Se trata de una nanomáquina que conectará
directamente el mundo exterior con nuestro cerebro. En este
campo, la investigación en humanos acaba de comenzar, aunque desde la compañía
Bio-Retina, empresa conjunta de Zyvex Labs de Texas, Estados Unidos, y Rainbow
Medical, una compañía israelí, auguran buenos resultados, sobre todo porque al ser
el chip a introducir en el ojo de pequeño tamaño, la inserción resulta ser
fácil. La operación también es relativamente sencilla y se tarda menos de media
hora en llevar a cabo, con anestesia local. Es, pues, una solución para que los
ciegos puedan ver, aunque de momento solo en blanco y negro y con una
resolución baja.
Estamos, pues, asistiendo al nacimiento
de una nueva era en la que los elementos internos de nuestro cuerpo serán
completamente reparables. La nanociencia procurará una protección sin
precedentes casi contra cualquier enfermedad. Y no después de esperar turno en
una larga lista de espera, sino en el acto. Lo que viene será una atención
médica de primera calidad 24 horas al día. Los nanomédicos estarán noche y día
cuidando de nuestro cuerpo. El médico activará la nanomedicina previamente
introducida en nuestro organismo y, mediante un escáner colocado en nuestra
muñeca como un reloj, sabremos si el tratamiento activado en la consulta está
funcionando.
Como parte de los cambios que
desencadenará la nanotecnología, y que se anuncian para un futuro inmediato, algunos
van aún más allá de todo lo dicho: el proceso natural de envejecimiento de
nuestro cuerpo podrá interrumpirse, de modo que será posible disfrutar de una vida
más larga y saludable. Esta técnica será posible aplicarla en unas tres décadas;
hay quien dice que en menos. El ingeniero y profesor fundador de la Singularity
University en Silicon Valley, el inglés Geoffrey Hinton, asegura incluso que el
envejecimiento “será una enfermedad curable”. Hinton está detrás de inventos
como el coche autónomo, los traductores virtuales, el reconocimiento de voz, el
predictor de palabras… Las células madre van a permitir agregar treinta o
cuarenta años a la vida de las personas, rejuveneciendo a su vez tejidos y órganos.
La clave está en correlacionar la secuencia genética del genoma con las
enfermedades e intervenir sobre esa secuencia en el punto en el que radique la
enfermedad o, en general, el proceso degenerativo. Gracias a la regeneración
celular, además, podremos reconstruir órganos que estén dañados a partir de
células madre del propio sujeto afectado. Hablamos de que una persona que, por
ejemplo, haya perdido un riñón podrá tener uno nuevo creado a partir de sus
propias células, con lo que las listas de espera terminarán y los trasplantes
no serán necesarios, acabando con los rechazos de órganos y con operaciones
complicadas que suponen un riesgo enorme para la persona que recibe el órgano. Al
igual que con el riñón sucederá con el corazón, con los ojos o con la médula
espinal, es decir, que los seres humanos, cuando estas investigaciones médicas
hoy incipientes lleguen a la práctica clínica, podremos reponer nuestros
órganos y tejidos a medida que envejezcan o enfermen.
La investigación con las células
madre partió de la constatación de algo que ya ocurría en el reino animal: un
animal como la salamandra puede regenerar partes de su cuerpo como las
extremidades, el corazón, la cola, tejidos de ojo, riñón, cerebro y médula
espinal durante toda la vida. Los humanos, en cambio, cuando se daña un tejido,
formamos cicatrices. La investigación señalada apuntó hacia la instauración de
células madre que contengan la información necesaria para conseguir dirigirlas
a tomar parte en la regeneración, y no ya en la mera cicatrización. Esto
supondría adquirir la capacidad de interrumpir y reparar las enfermedades
degenerativas, de modo que la degeneración y el envejecimiento que es
consustancial a la vida tarde en aparecer varias décadas más de lo que hoy lo
hace.
Los científicos John B. Gurdon
(inglés) y Shinya Yamanaka (japonés) fueron quienes abrieron brecha en este
campo de investigación, y consiguieron el premio Nobel de Medicina en 2012 por
sus descubrimientos sobre reprogramación celular. El primero fue el precursor;
el segundo descubrió cómo, sorprendentemente, mediante la introducción de sólo
unos pocos genes, se podía reprogramar en ratones células maduras para convertirlas
en células madre pluripotentes, es decir, células inmaduras, previas a la
especialización, las cuales, partiendo de ese estado de inmadurez, podrán ser
asignadas a alguna función específica del organismo, es decir, que serán
capaces de convertirse en cualquier tipo de células especializadas en el
cuerpo. En suma, se podrán reprogramar, por ejemplo, las células ya
especializadas de un riñón enfermo y convertir células embrionarias en nuevas
células sanas de ese riñón. El primer experimento de este tipo realizado con
seres humanos se realizó en una fecha tan cercana como 2008. Para resultar
operativos en la práctica, estos avances no habrán de esperar demasiado tiempo,
solo unas pocas décadas. Por otro lado, y complementariamente, la manipulación
genética permitirá también recortar los trozos de gen en los que tengan su raíz
malformaciones o enfermedades potenciales y sustituirlos por tramos de gen sanos.
Eventualmente, la manipulación genética podrá ponerse también al servicio, no
ya de la curación de enfermedades, sino de la mejora de las potencialidades del
hombre.
En general, la robótica, la biología
sintética, los drones, las impresoras 3D, las nuevas maneras de hacer negocios
y comerciar... nos están indicando que caminamos hacia un mundo lleno de
sensores, el elemento clave de estos avances. Los robots que a partir de ellos
irán apareciendo se incorporarán a aspectos de nuestra vida tales como el
cuidado de personas mayores y enfermos; veremos inteligencia artificial
ayudándonos en los hospitales, por ejemplo, haciendo análisis y diagnósticos, y
robots ayudando a estudiar a nuestros niños, haciendo de tutores
personalizados. En pocos años, habrá también robots que permitirán captar, por
ejemplo a las dos de la madrugada, la tos de nuestro bebé, y el aparato
detectará si en esa tos hay bacterias o no, analizará las muestras de saliva,
de orina, de sangre… En fin, podrá el robot realizar un diagnóstico mejor de lo
que lo haría cualquier médico o grupo de médicos. Y este tipo de robots estará
disponible en remotas aldeas donde no hay doctores a los que recurrir en muchos
kilómetros a la redonda. En esta línea, muy pronto los ordenadores serán
capaces de mejorar a los radiólogos en la lectura de los TACs, las resonancias
magnéticas y las radiografías. Los ordenadores podrán también descubrir
patrones en los síntomas que muestren los pacientes. La prescripción de medicamentos
se hará asimismo de forma mucho más depurada. Llevaremos con nosotros sensores
que nos dirán cuál es nuestro nivel de glucosa o de colesterol, nuestra presión
sanguínea o nuestro riesgo de sufrir un infarto. He aquí un síntoma concreto de
estos avances sobre el que no se tiene la suficiente conciencia: estamos
ganándole la batalla al dolor. Hace cien años prácticamente no existía la
anestesia; no hace tanto que para sacar una muela había que hacerlo en vivo.
Ampliemos el abanico de nuestra
descripción de los avances que prometen las nuevas tecnologías: hace unos años
la empresa IBM concibió un ordenador que
llamó Watson y que ocupa el espacio de tres cajas de pizza. Cualquiera que
tenga un teléfono inteligente podrá preguntarle a Watson desde cosas como dónde
podría invertir sus ahorros para hacerlos más rentables o más seguros hasta,
explicándole los síntomas que uno tiene, conseguir que Watson deduzca qué
enfermedad se puede tener.
Las impresoras 3D, por su parte,
permitirán reproducir cualquier cosa, desde un pastel a un vestido o un bolso
que se haya fabricado en la otra punta del mundo. O incluso reproducirán tejido
humano. Una
impresora 3D es una máquina capaz de realizar réplicas de diseños en tres
dimensiones, creando piezas a partir de uno hecho previamente por ordenador,
descargado de internet o recogido a partir de un escáner 3D. Partiendo, pues,
de archivos diseñados en dos dimensiones, tales impresoras consiguen producir
objetos tridimensionales. En la actualidad se está extendiendo su uso en la
fabricación de todo tipo de objetos, modelos para vaciado, piezas complicadas,
alimentos, prótesis médicas (ya que la impresión 3D permite adaptar cada pieza
fabricada a las características exactas de cada paciente), etc. Una de las
grandes ventajas que ha ofrecido la creación de prótesis es que las
instrucciones a seguir para crear una son públicas en Internet. Así, cualquiera
puede acceder a ello y no supone un sobrecoste ni económico ni de conocimiento.
También, como decíamos, ha tenido
lugar ya con estas impresoras la primera creación de un material con
propiedades parecidas a las del tejido humano. De esta forma, en marzo de
2014 se le reconstruyó el rostro a un joven que había sufrido un accidente de
moto. Gracias a las nuevas tecnologías de modelado en 3D, los médicos realizaron
una recreación de su cráneo antes del accidente, seleccionaron las partes a
reemplazar y, tomando células como materia prima, se imprimieron en 3D,
implantando el tejido resultante mediante una operación. Así, han podido
reconstruirle a este joven todo el rostro, lo cual le ha permitido llevar una
vida relativamente normal. Por otro lado, un grupo de médicos de la
Universidad de Pekín imprimió una vértebra, siendo éste el primer caso en este
sentido. Se la implantaron con éxito a un niño de 12 años en una operación de 5
horas, después de retirarle la suya que contenía un tumor maligno. También se
han utilizado ya las impresoras 3D para crear órganos. En ellas, como decimos,
se usan células vivas como material para imprimir. A partir de éstas, y conjugando
esta técnica con la de las células madre, es posible generar un órgano para
implantárselo a una persona. Es uno de los objetivos más esperados, ya que hay
enormes colas de espera para que las personas que necesitan un trasplante de órgano
lo reciban, y a diario mueren varias de ellas debido a la espera demasiado
larga. Existen varios grupos estudiando la creación de distintos órganos,
siendo el corazón el gran objetivo. De momento, hay un grupo de ingenieros de
la Universidad de Connecticut que ha creado riñones artificiales. Su objetivo
es que estos órganos sean trasplantados a seres humanos y tengan las mismas
funcionalidades que un riñón natural, y parece que no falta mucho para alcanzar
esta meta.
El gran problema con el que se topa
el desarrollo de las nuevas tecnologías es el de la posible insuficiencia de
las fuentes de energía, así como el de la contaminación a la que su uso suele
abocar. Estamos, sin embargo, rodeados de energía solar. Esa energía es 5.000
veces mayor de la que empleamos en todo el planeta. Y se está desarrollando la
tecnología para el aprovechamiento de la energía solar a un ritmo de un 30% al
año. Al mismo tiempo el coste de esa energía se está reduciendo a un gran
ritmo: hoy es mil veces más barato producir energía solar de lo que lo era hace
veinte años. Probablemente estamos a tan solo quince años de que Estados
Unidos, que es el país pionero en esta investigación, se abastezca en un 50% de
energía solar para sus necesidades de consumo energético. Y hay muchos países
que, por su posición geográfica, reciben más energía solar que Estados Unidos y
que, por tanto, podrán aprovechar mejor esta tecnología.
El caso es que puede que ni
lleguemos a necesitar de la energía producida en los paneles solares. Dice
Rafael Rebolo, actual director del Instituto Astrofísico de Canarias, que en el
plazo de una década o década y media será posible llevar a culminación la
técnica de la fusión nuclear, en cuya consecución trabajan hoy miles de
científicos. Se trataría de conseguir imitar al sol en la producción de energía
por medio de la fusión de átomos de hidrógeno. Hay hoy un gran consorcio de
países trabajando en la técnica que ha de conseguir reproducir este proceso. Lograrlo
significaría que el hombre tendría a su alcance la producción de energía
limpia, barata e inagotable. El gran experimento que está detrás de esta
investigación se está llevando a cabo en el sur de Francia, donde está la sede
central del proyecto Iter (International Thermonuclear Experimental Reactor),
donde científicos de muchos países están tratando de alcanzar este proceso de
fusión nuclear, que no genera residuos radiactivos y del que su materia prima
es el hidrógeno, que existe en cantidades inconmensurables en los océanos
(aparte de que se necesitan pequeñas cantidades del mismo). Este sería seguramente
el gran salto que serviría de punta de lanza a la evolución de la humanidad en
el inmediato tiempo futuro.
Sigamos enumerando avances
tecnológicos sobre los que sostener nuestra optimista visión del futuro. Estamos
a pocos años de que se generalicen los vehículos autodirigidos, que no
necesitarán conductor y podrán, sin embargo, circular a gran velocidad, sin
riesgo de producir accidentes. Tendrán sensores laser en su parte superior que
podrán detectar todo lo que hay en su entorno a cien metros de distancia y
reaccionarán ante cualquier eventualidad de una manera que no le sería posible a
un conductor de carne y hueso. Registrarán información a una velocidad de
17.000 megabytes por segundo. Se visualizará absolutamente todo lo que resulte
relevante para que el coche realice su marcha. Puesto que no habrá accidentes,
no se necesitará asegurar los coches. Tampoco se tendrá que ser propietario de
ninguno de ellos: se podrá solicitar uno a cualquier hora. No habrá problemas
de aparcamiento; hoy, por el contrario, el tiempo dedicado a intentar aparcar
en el centro de las ciudades supone el 30% del tiempo total de circulación. En ese
futuro cercano, el coche irá solo a aparcar en lugares designados en zonas no
habitadas (en el centro de las ciudades se dispondrá de los espacios hoy
dedicados a aparcamiento para otros menesteres).
Uno de los problemas más graves que
todavía tiene la humanidad es el de la falta de agua. A día de hoy, hay mil
millones de personas en el mundo que no tienen acceso a agua potable y mil
seiscientos millones que no tienen servicios sanitarios. Sin embargo, el agua
potable del que hoy hace uso la humanidad es solo el 0,5% del agua total del
planeta. Y ya están en marcha tecnologías extraordinarias que van a permitir
potabilizar una gran cantidad de ese otro 99,5% de agua. Peter Diamandis,
biólogo, ingeniero y médico, uno de los grandes innovadores de Silicon Valley,
destacado por la revista Fortune como una de las cincuenta personas más
influyentes del mundo, informa de que uno de sus colaboradores, Dean Kamen, ha
inventado una máquina potabilizadora que ha denominado Slingshot (https://es.wikipedia.org/wiki/Dean_Kamen ). La versión
actual de Slingshot, del tamaño de una nevera de hotel, es capaz de purificar
mil litros de agua al día usando la misma cantidad de energía que necesita una
secadora, a dos centavos el litro. El agua entrante puede proceder de cualquier
origen, incluso una letrina, y salir con una pureza que perfectamente podría
inyectarse en el cuerpo humano. El aparato cuesta 2.500 dólares. La tecnología
permitirá que esa agua depurada sea pronto de libre acceso a todos. Buena
noticia para el tercer mundo.
Pero además del problema del agua,
persiste el de la producción de alimentos, máxime teniendo en cuenta que la
población humana aún crecerá durante alguna década. También la tecnología ha
dado con una posible solución: la producción de carne in vitro. La carne
artificial o carne cultivada, también conocida como carne in vitro, es aquella
carne animal que no proviene directamente del cuerpo de un animal (el tejido
muscular como tal, el que habrá de servir de alimento, nunca ha formado parte
propiamente de un animal); proviene en realidad del cultivo de las células
musculares extraídas previamente de animales. El proceso de generar carne
in vitro implica tomar células musculares y aplicar una proteína que ayuda a
las células a crecer hasta formar grandes porciones de carne. Tras obtener las primeras
células desde las que se iniciará el proceso, ya no se necesitarán más
animales. No
se trata de ingeniería genética que
cambie la forma de las células, sino que estas son células naturales creciendo
de forma normal. El primer tejido animal comestible fue producido por el
NSR/Touro Applied BioScience Research Consortium en 2000: células de carpa
dorada cultivadas para parecerse a filetes de pescado. En noviembre
de 2009, científicos de los Países Bajos anunciaron que habían logrado cultivar
carne en el laboratorio usando células de un cerdo vivo. Cualquier
tejido muscular animal puede potencialmente cultivarse a través de un proceso
in vitro. Unos
pocos científicos afirman que esta tecnología está lista para uso comercial y
simplemente necesita que una compañía lo respalde. La carne cultivada es actualmente
prohibitivamente cara, pero se calcula que el coste puede bajar en poco tiempo
hasta aproximadamente el doble del pollo producido convencionalmente. El objetivo
es producir una carne más sana que la convencional, la cual es demasiado rica
en grasas saturadas, produce hipercolesterolemia y otros problemas de salud
como enfermedades coronarias y obesidad. La carne originada de esta forma
tampoco tendrá residuos de pesticidas ni hormonas, no contendrá carga
bacteriana significativa ni producirá enfermedades como la denominada “vaca
loca”. El inicial rechazo del consumidor ante algo tan innovador tendrá el
contrapeso que supone saber cómo hoy a los pollos, por ejemplo, se los cría
amontonados, con luz artificial y buenas dosis de antibióticos. Si lo natural
es el objetivo, podemos preguntar: ¿cuánto tiene de natural la producción
actual de carne? La revista Time ha sugerido que el proceso de producción de
carne cultivada también puede disminuir la exposición de la carne a las
bacterias y las enfermedades. Por otro lado, con la producción de carne in
vitro y la consiguiente reducción de ganado animal se lograría reducir
drásticamente la producción de gases con efecto invernadero, que tienen su origen
principal en el ganado animal, más, según un informe de la ONU, que el
producido por el transporte en general. Asimismo, el ahorro de agua y de
tierras de cultivo, hoy necesarias para la producción de ganado, sería enorme.
En las nuevas fábricas de carne, los tejidos musculares se desarrollarán en
tanques de gran tamaño (biorreactores) en los cuales la carne crecerá durante
semanas en un medio de cultivo adecuado. Según algunos de los investigadores
existentes en este campo, ciertos tipos de carne cultivada de esta manera,
como salchichas, hamburguesas o nuggets de pollo, pueden estar comercialmente
disponible en algunos años.
Queda todavía alguna buena noticia
que comentar: en los últimos veinte años ha habido más gente que haya salido de
la pobreza que en toda la historia anterior de la humanidad. Vamos avanzando
hacia un mundo sin pobreza extrema. En todo el mundo se ha reducido a la mitad
en las tres últimas décadas. Entre 1930 y comienzos del siglo XXI, el PIB por
habitante en los países más avanzados creció entre cinco y seis veces. En
China, epicentro del milagro económico más reciente, únicamente entre 1980 y
2010 la riqueza per cápita ha pasado de 300 a 4.500 dólares; es decir, se ha
multiplicado por quince en apenas tres décadas. Por otro lado, es cierto que
las nuevas tecnologías son usadas en primer lugar por la gente que tiene más
capacidad adquisitiva, pero también lo es que eso abre la puerta a que
posteriormente sean el resto de las capas sociales las que tengan acceso a esas
tecnologías. Tenemos el ejemplo de los teléfonos móviles: los primeros que se
lanzaron al mercado, en los años 80, solo estaban al alcance de los más ricos.
Hoy ya hay mil millones de teléfonos móviles en África, en las zonas más pobres
del mundo. Un habitante de una aldea africana, si tiene un móvil, tiene acceso
a más información de la que tenía el presidente de Estados Unidos hace
veinticinco años. Esa persona puede llevar en el bolsillo un aparato que,
además de servirle para comunicarse casi sin coste con cualquier otra persona
del mundo, tiene integrados en él una videocámara, una cámara de fotos, una
inmensa biblioteca, un GPS, posibilidad de videoconferencia, de compras online…
Está en marcha, y es un ejemplo más, una aplicación de Android, accesible, pues,
en cualquier punto del planeta, que puede hacer que cualquier niño en cualquier
parte del mundo, especialmente las de difícil acceso para cualquier medio de
enseñanza, aprenda a leer y a escribir en dieciocho meses; gratis, por
supuesto. En el año 2010 teníamos 2.000 millones de personas conectadas por
internet; en el año 2020 serán cinco mil millones de personas.
Respecto de la violencia en el
mundo, hoy muere más gente por suicidio que por homicidios o por guerras. Steven
Pinker ha demostrado que la violencia en la sociedad ha ido disminuyendo
claramente a lo largo de la historia, hasta llegar al momento actual, en el que
disfrutamos de más paz que nunca hasta ahora. La razón de que las guerras hayan
disminuido es que han perdido vigencia las razones que tradicionalmente
conducían a las guerras. Estas se producían fundamentalmente porque los países
que las protagonizaban querían ampliar su poderío económico: se invadían otros
territorios para adquirir control sobre las materias primas o terrenos fértiles
o que permitieran el acceso a vías de comunicación. Sin embargo, hoy en día la
naturaleza de la economía ha cambiado: ya no depende tanto de los recursos
materiales como de los intelectuales y científicos. Actualmente el conocimiento
es el recurso económico más importante, y nadie puede apropiarse de él
invadiendo, por ejemplo, Silicon Valley. La ciencia no se puede conquistar por
la fuerza. Hoy la guerra ha quedado reducida a zonas geográficas en las que la
riqueza todavía se rige por las valoraciones antiguas, donde todavía están en
disputa las materias primas; pero en la mayor parte del mundo la guerra ha
perdido su sentido económico.
En resumen: este es un tiempo
extraordinario para estar vivos. Y mucho más lo será para nuestros hijos y
nietos.
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