Venir a la vida, descender a la realidad, es venir a parar
al reino de lo concreto e individual, de la experiencia múltiple, diversa y
caótica. Pero ya desde el principio traemos con nosotros una misión: ir
agavillando ese sinfín de particularidades mundanas en generalidades, en formas
unificadoras, en abstracciones supramundanas. Porque, en lo esencial, somos
creadores de hornacinas conceptuales en las que ir introduciendo esa inagotable
cantidad de experiencias, sucesos y fenómenos concretos en que la vida
consiste, hasta conseguir hacerlos regresar al reino de la Unidad del que
sentimos proceder y estar desterrados.
El infante (también el enfermo mental), rodeado aún por el
caos de inconsistencias al que ha venido a parar, trata de escapar, de huir de
la realidad. Incapaz de hacerse con conceptos, con generalizaciones que le ayuden
a transitar por su circunstancia externa, regresa a su mundo interior, donde
sigue vigente el imperio de la estabilidad, de la recurrencia y de la
imitación. Escindida como está todavía su necesidad de orden del ámbito de la
experiencia, atiende más a aquel que a esta. Empezará a hacer hueco en su
memoria (empezará a haber memoria) cuando descubra ahí afuera alguna
reiteración que poner a salvo, cuando consiga incorporar lo dado a alguna clase
de generalización que lo convierta en significativo, cuando por encima de la
dispersión sobre la que todo fluye descubra algo a lo que aferrarse y en lo que
ponerse a salvo… cuando de algo descubra que tiene un ser.
Representación del Mito de la Caverna, de Platón |
Pese a aquellos fracasos de los desmemoriados, el hombre
como conjunto es el único ser al que le ha sido permitido adentrarse cabalmente
en la realidad, abismarse en el caos de las particularidades, descubrirse como
individuo. Platón diría que ha venido a introducirse en el mundo de las
apariencias, de lo opinable y paradójico. Y su tarea, dice también, es recordar,
descubrir lo esencial detrás de ese velo de singularidades, regresar, después
de su experiencia mundana, al ámbito de lo ideal, lo modélico, lo arquetípico.
Por eso, la memoria va evolucionando de manera que, cuando uno progresa y se
hace mayor, empieza a encontrar dificultades en recordar las cosas concretas y
sus nombres, y aumenta, sin embargo, su capacidad de abstracción. Y cuando la
memoria va deteriorándose, lo hace, como dice Henri Bergson, como si supiera
gramática: primero desaparecen los nombres propios, luego los nombres comunes,
más tarde los adjetivos, y por fin, los verbos, recorriendo un camino que va
desde lo más particular y, por tanto mundano, hasta lo más abstracto y, por
eso, ultrarreal, hasta atravesar de nuevo el umbral del más allá, del cual un
día se desprendió.
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