“El regreso al origen se llama paz;
la paz se llama sometimiento al destino;
lo que se ha sometido al destino forma ya
parte
de lo que siempre es”
Sin embargo, como dice María Zambrano, “nada es solamente lo que es”,
es decir, nada se somete totalmente a su destino, nada ha alcanzado la paz…
salvo lo que está muerto. La materia es solo lo que más se acerca a ese estado
de no ser que consiste en ser nada más que lo que se es.
¿Y qué es entonces lo que no es materia (en qué consiste esa
luz inquieta a la que deducimos que también implícitamente se refiere Aurobindo)?
Escojamos para indagar sobre ello algo que esté en el otro extremo del
continuo, por ejemplo, la fantasía. La fantasía no contiene ni un solo gramo de
materia, y está hecha de rebeldía frente a lo que hay, es una manera de escapar
de la presión de lo conformado y definitivo, de crear mundos alternativos a
este otro que se ve y se toca, que, por tanto, se sustenta en la materia. La
fantasía surge porque la parte de la Creación que aceptaba lo que había, que se
conformaba, resultaba ser insuficiente. Fantasía es pulsión hacia lo que no hay
(no hay materialmente), propensión hacia lo que falta, búsqueda de perfección. “¡Fantasía,
divino soplo generoso que llena al paso cualquier vela y empuja todo a su
perfección!”, exclamaba Ortega.
Esa aspiración a lo que no hay se manifiesta en todo lo que
hay. El movimiento es la forma más primaria de manifestarse esa pulsión. Pero
¿cómo es posible que de lo que hay pueda surgir esa aspiración a lo que no hay?
¿Cómo la materia puede emitir esa forma de negación de sí misma que es la
fantasía y, en última instancia, el espíritu, que es el recipiente finalmente
encargado de recoger dentro de sí todo lo que le falta a lo que existe? ¿De
dónde surge esa clase de nostalgia que sufre la materia que le hace echar en
falta algo que no es ella? ¿De dónde surge la conciencia? ¿Cómo a partir del
polvo y del agua surgió esa instancia de la Creación que consiste en
cuestionarse lo que es el polvo y el agua, ese doble de las cosas que tiene
forma de pregunta sobre las cosas?
Buscando respuestas, no podremos llegar mucho más allá de
confirmar que la Creación resulta del encuentro entre lo que hay y lo que a eso
que hay le falta, entre lo que se acepta tal y como es y lo que, insatisfecho,
se propone como alternativa a lo que es, entre lo definitivo y lo que
eternamente se mantiene como aspiración a ser… En suma: entre la materia y el
espíritu. Cuando algo se consolida, cuando encuentra su modo definitivo de ser,
es que se ha convertido en materia: en eso consiste la muerte. Mientras tanto,
decía Ortega, “la vida es quehacer”. La vida existe mientras dura la rebelión
frente a lo que se es, mientras hay aspiración a algo más… mientras hay
conciencia (espíritu). En definitiva, “un hombre es aquello que hace frente al
sistema de vigencias establecidas en el contorno donde se haya infuso” (Ortega).
Dios, el que brilla por su ausencia, es el depositario de
todo lo que no hay. Es, pues, espíritu, lo contrario de la materia (ni el
espíritu ni la materia, ni Dios ni la Nada, existen en puridad: son solo dos
referentes). Frente a otras maneras de definirlo contrapuestas, optamos por
decir que Dios es el que no es (a diferencia de la materia). Y como dice una
enseñanza sufí,
“Dios duerme en la roca,
sueña en la planta,
se agita en el animal
y despierta en el hombre”
El hombre es, de toda la Creación,
quien más echa de menos a Dios (lo que no hay), aquel en quien más viva está la
conciencia. El hombre es, o debiera ser, una ejemplar síntesis entre lo que hay
y lo que no hay, el deseo de hallar estabilidad y la inquieta búsqueda de lo
que le falta, materia y espíritu.
La enfermedad surge en el ser vivo
cuando aquel estado de rebeldía que nos constituye se apaga en alguna medida,
cuando la quietud va ganando terreno a la inquietud, cuando la materia empieza
a prevalecer sobre el espíritu. Es por eso que, según decía Ortega, “lo
demasiado seguro y estable que se alza con un gesto de invulnerable eternidad
produce en nosotros una específica angustia”. Esa angustia nos avisa
del peligro que conlleva el exceso de ser, es decir, la amenaza de dejar de
ser.
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