No son, pues, unas supuestas diferencias intrínsecas que nos
separan lo que nos impide sentirnos parte de una misma nación, sino el retraso
histórico en el acceso al estado moderno. El nacionalismo es la barrera que
entre nosotros pone lo que hemos sido a lo que debemos de ser (una barrera que,
cuando aparece, tiende siempre a teñirse de sangre). La solución no estriba,
por lo tanto, en ser condescendientes con nuestras “diferencias” (es decir, con
los restos de feudalismo que arrastramos), ni en buscar acomodo dentro de la
idea de España a aquellos territorios que tienen unas acentuadas peculiaridades
(es decir, en hacer una síntesis entre el estado moderno y el estado feudal).
La historia va haciendo su camino de manera ineludible: la unidad legislativa,
disponer de un idioma común, la unidad de mercado, la igualdad fiscal… no es
algo que haya que someter a “peculiaridades” de las respectivas
“nacionalidades”; es algo insoslayablemente exigido por la marcha de la
historia. Tratar de buscar componendas entre lo que impone el progreso y lo que
quisieran los reaccionarios nacionalistas es no entender el problema que tenemos entre manos, y
significa seguir retrasando (o incluso, tal vez, frustrando, desbaratando) la
única solución racional que permite la historia.
El caso es que ahí estamos: hoy son los nacionalismos
disgregadores los que marcan la pauta, y los supuestos partidos nacionales no
hacen otra cosa que intentar seguir su estela. Y hay que entender que no
exagero: no hay mas que ir a las páginas web de esos partidos y observar cómo
los símbolos nacionales españoles está totalmente ausentes y normalmente
sustituidos por los símbolos de las “nacionalidades” respectivas. Por ejemplo,
en la página web del Partido Popular del País Vasco aparece en su cabecera la
ikurriña nada más; pero es que mientras que en el letrero que señala la
posibilidad de cambio en la lectura al “euskaraz” hay una pequeña ikurriña, en
la contraria, la que desde allí señala la posibilidad de cambiar al
“gazteleraz” (castellano) no está acompañada, de manera semejante, de ninguna
banderita española. En la página del Partido Popular “Catalá”, son un poco más
sutiles (poco): en la cabecera, una bandera que lejanamente anuncia que fue
española (por el desdibujado escudo nacional que se inserta en ella),
inmediatamente se convierte en la cuatribarrada catalana. Y el Partido Popular
digamos que “nacional”, de lo que hace exhibición a través de los símbolos que
aparecen en su página es de su vocación europeísta.
En el Partido Socialista, las cosas no varían mucho al
respecto; quizás hay que reseñar que en la página de los socialistas catalanes
no hacen exhibición de ninguna bandera en la cabecera, aunque en las fotos que
acompañan a las informaciones que aparecen después resulta evidente la elusión
de las banderas españolas en sus actos, en los que, sin embargo, sí aparecen
banderas catalanas y europeas. También resulta chocante que, cuando eliges, no
el castellano, sino el “castellá” para leer en esa página, el conjunto de las
informaciones sigue apareciendo en catalán.
No sacaré demasiado pecho en nombre de mi partido, UPyD, que
tampoco hace precisamente ostentación de símbolos nacionales en su página web,
aunque creo que resulta evidente su vocación nacional. El caso es que sí creo
que se puede inferir de detalles como los anteriores, así como del hecho de
que, en general, lo políticamente correcto exija hoy eludir los símbolos
nacionales en cualquier ocasión, exceptuando las deportivas (y considerando que
hay que decir “La Roja” en vez de “España” para referirse a la selección
nacional de fútbol), que seguimos atascados en nuestra condición preilustrada,
e incapaces de acceder a esa conquista histórica que en nuestro ámbito cultural
significó la idea de pertenencia a una nación y a un estado modernos.
Y llegar a esa altura histórica es paso previo para conseguir
ponernos en vías de superar los demás atascos, económicos (barreras
comerciales y, por vía indirecta, jurídicas, dada la sobredosis de legislación
en cada autonomía, que dificulta las interacciones comerciales), políticos (estado mastodóntico y con más ratio de políticos
por habitante que en ningún país europeo) y sociales (ruptura social entre los
españoles), que nos lastran.
Hola, Javier. Muchas gracias por tu precisa respuesta.
ResponderEliminarIndicas que la carencia que arrastramos lo es por mor de la propia formación del estado. Así, la clamorosa imperfección de nuestra Ilustración ha conllevado una carencia notable en sus estructuras. Yo hacía mención a las débiles bases de la formación de España. Débiles por la imprecisión del proyecto común. Hay historiadores que recrean la formación de España desde la Hispania romana. Los que no dilatan tanto la formación del cuerpo de España, toman como punto de partida la unión de las coronas de Castilla y Aragón con los Reyes Católicos. Pero los hay que ven a los Cinco Reinos (expresión debida a D. Ramón Menéndez Pidal) como entes separados. He notado más conformidad a partir de la constitución de 1812 (La Pepa). Tú mismo haces expresa referencia al período de La Ilustración y la fundación del estado moderno. Bueno, pues he leído a algún historiador que su conformidad está más bien en la constitución de 1931.
Así que, amigo Javier, la formación de España, amén de que para muchos no pase de ser un ente, aglutina tal cantidad de disparidades, digamos ontológicas -relativas al propio ser de España- que esa búsqueda de cimientos creo que nos aclararía si tu apartada idiosincrasia tiene en ello que ver o no.
La tendencia centrífuga no solo es característica de este enrarecido presente. los reinos independientes, el cantonalismo, los nacionalismos... Incluso después de nuestra ambivalente transición -ora albada; ora superada-, se han creado entidades que antes no existían con un sentimiento de particularidad. Hoy todas las comunidades autónomas tienen parlamento propio, televisiones públicas, campus universitario, historias particulares (¿qué porcentaje de materia troncal se da en los colegios y cuánto de la propia?), etc.
Tengo la esperanza de que las convenciones cambien. Cuando yo nací, lo hice dentro de una parte de Castilla, que también fue, por momentos, Reino de Navarra. Hoy en día ya no. Siendo yo joven, el recién creado gobierno sondeó a sus ciudadanos para ver cuál sería la bandera oficial de la recién creada comunidad autónoma, ya que carecía de esa peculiaridad fuera de los pendones que la propia Castilla tuvo. Y se creó. Y triunfó el sentimiento de particularidad (aunque ellos son españoles sin ambages).
Así las cosas, yo creo que ese sentimiento que ahonda en las peculiaridades convirtiéndolas en esencias, está muy enraizado. Obviamente, esa idiosincrasia reacia -a mi modo de ver- a una unión o mixtura en un ente común abarcador, ha ocasionado que las estructuras del estado se hayan resuelto enclenques.
Si tomáramos por modelo (fantaseando) la primera división romana con la Lusitania, Tarraconensis, Baetica; Hispania Ulterior y Citerior; o Gallaecia, Carthaginensis, etc.quizás nos aproximáramos al resultado más próximo que de una entidad homogeneizante cupiera. Se da la paradoja de que estados mucho más tardíamente formados, como son Italia y Alemania (1870 y 1871) se hallan mucho más fortalecidos (con la extravagancia de la Liga Norte en Italia) que la propia y ¿antigua? España. El uno con estructura centralizada; el otro con una federal.
Así que sea imagen de las enseñas de los partidos quizás no reflejen sino el pudor generalizado que las distintas poblaciones aún mantienen hacia la pertenencia prioritaria a España, sintiéndose mucho más cómodas en la seña identitaria más próxima y, a lo que se ve, limitadora.
Recibe un cordial saludo (vagamente entendedor de esa razón inconexa que nos disgrega).
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ResponderEliminarHola Vicente.
ResponderEliminarPerdona que no te haya dicho nada hasta ahora por tu comentario (he quitado, como ves, el que estaba duplicado). Te emplazo hasta mi próxima entrada del blog, en la que daré alguna vuelta más a la tuerca y que habría de servirte de contestación.
Un saludo cordial