Que la mente se trastorne resulta de un mayor o menor
estancamiento en la insignificancia, el absurdo, la debilidad, la dependencia,
el miedo, la inseguridad… con los que vinimos al mundo. Ocurre que aún no se ha
conseguido entonces cimentar suficientemente un sentido para la vida. El
sentido no viene dado; viene dado el absurdo. Aquél hay que construirlo sobre
la base de éste. Por la misma razón, Dios empieza por ser inexistente. A Él es
a quien Unamuno rezaba diciendo: “Óyeme Tú, Dios que no existes, y en tu Nada
recoge estas mis quejas…”. Ya después, conseguimos inventarle… o reconocerle.
La alternativa es, por tanto: o creer en Dios (en el sentido) o enfermar (se enferma
cuando uno se instala en el absurdo), interrumpir el proceso en el que la vida
consiste.