Cèzanne: "Monte Santa Victoria" |
A partir del Renacimiento, el mundo empezó a rebajarse a ser
solo lo que los sentidos, y en su nombre los laboratorios, decían que era. En
arte, con Cézanne (“el padre de todos nosotros”, decía Picasso en nombre de los
artistas de vanguardia, los posmodernos del arte) se llegó a un punto en el que
se empezó a decidir que la realidad auténtica, y por tanto lo que el artista
debía tratar, era solo la que entraba por los ojos, por los sentidos, no la que
procedía de las construcciones mentales: “El
artista no es más que un receptáculo de sensaciones –decía Cézanne– ¡Nada de teorías! (…) Somos un caos irisado (…) El hombre ausente (…)
Un cuadro no representa nada, no debe representar, en principio, más que
colores”[1].
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