“Pertenezco a una generación que heredó el
descreimiento en la fe cristiana y que creó en sí un descreimiento en todas las
demás fes (…) Quedamos, pues, entregados cada uno a sí mismo, en la desolación
de sentirse vivir. Un barco puede ser un objeto cuyo fin es navegar; pero su
fin no es navegar, sino llegar a puerto. Nosotros nos hallamos navegando, sin
la idea del puerto al que deberíamos acogernos. Reproducimos así, en su forma
dolorosa, la fórmula aventurera de los argonautas: navegar es preciso, vivir
no.
“Sin ilusiones vivimos apenas del sueño, que es la
ilusión de quien no puede tener ilusiones. Viviendo de nosotros mismos, nos
disminuimos (…) Sin fe, no tenemos esperanza, y sin esperanza no tenemos
propiamente vida. No teniendo una idea del futuro, no tenemos tampoco una idea
del hoy, porque el hoy, para el hombre de acción, no es sino un prólogo del
futuro. La energía para luchar nació muerta en nosotros, porque hemos nacido
sin el entusiasmo de la lucha” (Fernando
Pessoa[1]).
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