Si el fin al que dedico mi vida fuera yo mismo, si mi
existencia fuera una derivada de mi pensamiento, quedaría atrapado en una
manera de ser que estaría construida con ensoñaciones. Sólo cuando salgo de mí
mismo hacia mi circunstancia, hacia algo que no soy yo y que me limita y me
pone difícil realizarme, empiezo a estar hecho de realidad.
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“Cuando el hombre se queda o cree quedarse solo, sin
otra realidad, distinta de sus ideas, que le limite crudamente, pierde la
sensación de su propia realidad, se vuelve ante sí mismo entidad imaginaria,
espectral, fantasmagórica. Sólo bajo la presión formidable de alguna
trascendencia se hace nuestra persona compacta y sólida y se produce en
nosotros una discriminación entre lo que, en efecto, somos y lo que meramente
imaginamos ser” (Ortega y Gasset[1]).
[1]
Ortega y Gasset: “Historia como sistema”, Obras Completas, Tomo 6, Alianza,
Madrid, 1983, pp. 47-48.
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