Asistimos en nuestra época a un hecho social que da a dos
vertientes: la gran altura histórica alcanzada por nuestras sociedades y que
ese extraordinario fenómeno haya sido entregado al gobierno del hombre-masa, el
“señorito satisfecho” que cree que puede hacer lo que le dé la gana. De modo
que, a pesar de las enormes posibilidades que los hombres tienen a su alcance,
hoy reina en gran medida la arbitrariedad y la improvisación en la política, en
el arte, a la hora de diseñar los personales proyectos de vida o hasta en el
modo de conducir el tiempo de ocio.
A su vez, dos grandes frutos que el mundo moderno ha
generado y que estaban destinados a garantizar su bienestar, la ciencia y el
Estado, han demostrado tener dentro el gusano que los está corroyendo: el
especialismo y el sometimiento al Estado de lo que antes dependía de la
iniciativa privada, que corre peligro de asfixiarse. Ambos instrumentos han
pasado a incorporarse a la órbita del hombre-masa.
Hoy se han hecho necesarias nuevas formas de organización de
los estados que estén a la altura de los problemas supranacionales que se han
generado.
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