“Algún hombre de
cuarenta años se enamora de una mujer de veinte; pero esto es una excepción,
que la sociedad, sin darse bien cuenta por qué, siente como algo anómalo y, en
cierta manera, monstruoso (…) Lo que necesita explicación es que, normalmente,
el hombre de cuarenta prefiera la mujer de treinta, ya un poco macerada por las
blanduras del otoño inminente, a la mujer de veinte años. Y, sin embargo, es
así. Al hombre de cuarenta no le «sabe» amorosamente la mujer primaveral,
porque no puede prenderse en ella su estilo de entusiasmo (…) Sólo resulta
preferida la mujer muy joven cuando no se trata de amoroso afán, sino de
abstracta complacencia sensual, exenta de estilo, común a todos los lugares y
tiempos” (Ortega
y Gasset[1]).
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“De los treinta a los
cuarenta y cinco corre la etapa en que el hombre interesa verdaderamente a la
mujer. Cómo y por qué, son preguntas indiscretas para responder a las cuales yo
necesitaría un curso entero” (Ortega
y Gasset[2]).
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