La tenacidad, la persistencia en el intento de alcanzar los objetivos perseguidos ha sido una cualidad profundamente arraigada en el hombre. Tiene incluso poderosos precedentes en caracteres que tuvieron una importante implicación en la conformación de la vía evolutiva que acabó desembocando en el homo sapiens. Cuenta en este sentido el prestigioso biólogo y naturalista Edward O. Wilson cómo los homínidos que estaban evolucionando hacia la configuración de ese homo sapiens, cuando dejaron atrás su vida arbórea, se adentraron en la sabana y se dedicaron a cazar, tenían el inconveniente de ser mucho más lentos corriendo en distancias cortas que sus potenciales presas, antílopes, cebras, avestruces y otros animales igualmente rápidos. “Sin embargo –continúa diciendo– (…) en algún punto, los humanos se convirtieron en corredores de larga distancia. Sólo necesitaban comenzar una persecución y seguir la pista de la presa, kilómetro tras kilómetro, hasta que esta se agotaba y podía ser vencida”. La misma necesidad empujaría, pues, no sólo hacia el desarrollo de las aptitudes físicas que había que emplear en tan largas persecuciones, sino hacia el moldeamiento de esa tenacidad que otros depredadores que resolvían sus persecuciones en el corto plazo no necesitaban de la misma manera.
La lejanía y la perseverancia cuentan, por lo tanto, con una larga tradición en cuanto que componentes del bagaje de lo humano. Aunque a veces, en determinadas épocas (por ejemplo, del Renacimiento para acá), los hombres han tenido que acortar la distancia con lo observado para acceder a los detalles que constituyen lo más inmediato, la falta o deficiencia en la visión de lo lejano han de ser indicio de alguna clase de crisis o descalabro en la manera de estar en el mundo. Porque, como dice María Zambrano, “sólo tras de haberse señalado un fin lejano aparecen las finalidades inmediatas. Esa lejana luz es claridad que recae sobre las circunstancias inmediatas y las ordena, las hace cobrar sentido”. Y antes Ortega y Gasset: “Lo próximo, el objeto que vemos en nuestra inmediatez, se nos presenta desde luego destacando sobre un fondo de otras cosas más distantes; esto es, sobre el fondo de un horizonte”.
Y en esas estamos: en la pérdida de la referencia que
significa el horizonte, la lejanía en el trato con las cosas, y,
consiguientemente, el agotamiento en la perseverancia necesaria para acceder a
ellas. El escenario de nuestra vida ha pasado en gran medida a estar copado
sólo por lo inmediato y efímero. Zygmunt Bauman, entre otras cosas premio
Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, denomina este modo de
vida característico de nuestra época “vida líquida”. “La vida líquida –sostiene–
es
una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante (…) Entre
las artes del vivir moderno líquido y las habilidades necesarias para
practicarlas, saber librarse de las cosas prima sobre saber adquirirlas”.
En nuestra sociedad, nada puede permitirse perdurar más de lo debido. El modo
de vida triunfante es el propio de quien sabe adaptarse a la fluidez y
fugacidad de las cosas, el de quien sabe no acostumbrarse a nada salvo a la
propia movilidad en la que todo está inmerso, el de quien “prospera en medio de la
desarticulación”. Y prosigue Bauman (citando a Richard Sennett): “Es
probable que el horizonte ideal de estas personas sea Eutropia, una de las
‘Ciudades invisibles’ de Italo Calvino, cuyos habitantes, en cuanto se sienten
presa del hastío y ya no pueden soportar su trabajo ni a sus parientes ni su
casa ni su vida, se mudan a la ciudad siguiente, donde cada uno de ellos conseguirá
un nuevo empleo y una esposa distinta, verá otro paisaje al abrir la ventana y
dedicará el tiempo a pasatiempos, amigos y cotilleos diferentes”.
Un modo de ser, este que está adaptado a la vida líquida,
que había de afectar, quizás de manera especial, a nuestros dirigentes
políticos. Efectivamente, confirma Bauman que “las personas que circulan en las
proximidades de la cumbre de la pirámide de poder global (…) son personas que
se sienten como en casa en muchos sitios, pero en ninguno en particular (…)
Viven en una sociedad de valores volátiles, despreocupadas ante el futuro,
egoístas y hedonistas. Para ellas la novedad es una buena noticia, la precariedad
es un valor, la inestabilidad un imperativo, la hibridez es riqueza. En diverso
grado todas ellas dominan y practican el arte de la ‘vida líquida’: la
aceptación de la desorientación, la inmunidad al vértigo y la adaptación al
mareo, y la tolerancia de la ausencia de itinerario y de dirección y de lo
indeterminado de la duración del viaje”. En suma, ausencia de
principios, máxima versatilidad en las posibilidades sobre las que optar y
falta de objetivos en los que perseverar.
Estos últimos días hemos asistido a la demostración de un
claro ejemplo de comportamiento líquido en nuestros políticos, el que sobre
todo han protagonizado Borja Sémper, presidente del Partido Popular de
Guipúzcoa, y Javier Maroto, alcalde del PP de Vitoria, perfectos prototipos de
políticos licuados y, a pesar de la inofensiva desautorización que han sufrido
por parte de dirigentes nacionales del PP, auténticos representantes de los
nuevos modos de hacer política en este partido, pues, como ha dicho Sémper, la
tesis según la cual hay que “hacer un esfuerzo (que) pasa por entender
que (en el futuro del País Vasco) estará Bildu (es una tesis que) manejan
también Mariano Rajoy y el ministro del Interior”. Un apoyo, este de
los máximos dirigentes del PP, evidente para quien quiera verlo, y que queda confirmado
cuando, después del evidente fracaso del PP vasco en las últimas elecciones
autonómicas, que ha perdido un 40% de los votos en relación con los que en 2005
obtuvo el PP de María San Gil, un 60% respecto de los que obtuvo en 2001 con Mayor
Oreja, y un 49% en relación con los obtenidos cuando el PP vasco fue dirigido
por Carlos Iturgáiz en 1998, no ha sido removido ni cuestionado ninguno de los
actuales dirigentes de ese partido vasco.
El alcalde del PP de Vitoria Javier Maroto ha declarado que “no
le tiemblan las piernas” por llegar a acuerdos con Bildu, la franquicia
de ETA. Una ETA que, coyunturalmente, ha renunciado al empleo de las armas por
dos motivos: por la excelente labor que contra ellos ha llevado a cabo la
Guardia Civil y la Policía Nacional, y porque hoy sacan mucha más rentabilidad
ocupando las instituciones, gracias al PP y al PSOE, que matando; pero los
miembros de sus comandos siguen siendo detenidos con aquellas armas en su poder.
Ese mismo alcalde licuado de Vitoria se ha llegado a pavonear de que se va de
potes con los concejales de Bildu, es decir, de que acepta humillar la memoria
de sus propios compañeros asesinados por la misma banda a la que pertenecen los
miembros de esa franquicia, los mismos que se encargan de organizar los
homenajes cuando el gobierno del PP excarcela a alguno de los asesinos.
El máximo dirigente del PP de Guipúzcoa, Borja Sémper, ha
declarado por su parte que “el futuro de Euskadi se tiene que construir
también con Bildu”; con un partido totalitario, pues, con el que se
está dispuesto a pactar, es decir, a buscar un punto medio entre el partido que
hoy gobierna en España y ellos, los que pretenden destruir esa misma nación. “No
hay ningún inconveniente para el acuerdo –había declarado el alcalde Maroto–, el
acuerdo es bueno. Hay municipios en Euskadi en los que, aunque PP y Bildu
coincidan en sus prioridades, no votan juntos. Y esto nos hace distintos en
Vitoria. A lo mejor es cuestión de talante”. El talante propio de quien
busca ese “virtuoso” centro aristotélico entre un partido que cuenta con
numerosos asesinados y otro que pertenece a la misma trama en la que se
incluyen los asesinos, y que nunca ha renegado de sus crímenes.
Cuando Sémper ha buscado
contra quién desahogarse después de sentir que su actitud no era muy bien acogida,
sólo ha podido encontrar un partido enfrente contra el que cargar: UPyD. Así,
acusa a Rosa Díez de tener una “actitud
de inquisidores que no aceptan ni matiz ni reflexión”. Es decir,
no aceptan que la política sea tan acuosa como para que quepa en un mismo
partido aquello que defendieron Mayor Oreja, María San Gil, Santiago
Abascal, Ortega Lara, Carlos Iturgáiz, Regina Otaola, Carmelo Barrio, Carlos
Urquijo o el asesinado Gregorio Ordóñez y esto que defiende el PP pop de los
Basagoiti, Oyarzábal, Sémper y Maroto. Un orgullo para mí pertenecer al único
partido contra el que hoy puede cargar el acuoso Sémper.
Una prueba de que la
política es hoy algo en estado perfectamente líquido es el hecho de que esté en
manos de personas que no entienden la virtud de la perseverancia en los
principios y en los objetivos. Aquellos
humanoides de los que hablaba Edward O. Wilson en los que la perseverancia era
un valor tan importante se hubieran muerto de hambre si hubieran asumido
comportarse de acuerdo con estas otras variables líquidas. Otros llevamos
camino de morirnos de asco.
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