“El
hombre «moderno» es solitario todo el tiempo, pues cada paso hacia una
consciencia más elevada y amplia le aleja de la originaria participation mystique, puramente animal, del rebaño, ese estado
de inmersión en una inconsciencia común. Cada paso adelante significa un
desprendimiento esforzado de ese seno materno omniabarcante de la inconsciencia
originaria, en la que permanece la gran parte de la masa del pueblo” (Carl
Gustav Jung[1]).
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“Sólo
el hombre en quien el alma se ha formado plenamente posee un centro aparte y
suyo, desde el cual vive sin coincidir con el cosmos (…) El mundo mostrenco,
igual para todos, se hace entonces «mi» mundo privado. Mas, por otra parte, cae
el hombre prisionero de su alma (…) Quiéralo o no, tengo que ser yo, y sólo yo.
Me siento desterrado del resto de las cosas y en una trágica secesión de la
existencia unánime del Universo (…) El hombre que siente la delicia de ser él
mismo, siente a la vez que con ello comete un pecado y recibe un castigo.
Diríase que esa porción de realidad que es su alma, y que ha acotado
irremediablemente para sí, la ha sustraído de modo fraudulento a la inmensa
publicidad de natura y espíritu” (Ortega y Gasset[2]).
[1]
Carl Gustav Jung: “El problema anímico del hombre moderno”, en “Civilización en
transición”, Obra Completa, vol. 10, Madrid, Trotta, 2001, p. 72.
[2]
Ortega y Gasset: “Vitalidad, alma, espíritu”, en “El Espoectador”, Vol. V, O.
C. Tº 2 pp. 469-470.