“Sólo apurando las heces del dolor espiritual puede
llegarse a gustar la miel del poso de la copa de la vida” (Miguel de Unamuno[1]).
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“¡Sí, hay que saber llorar! Y acaso ésta es la
sabiduría suprema” (Miguel
de Unamuno[2]).
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“Cuando no se ha reflexionado bastante, se cree que la vida ideal fuera una existencia horra (libre) de angustias y problemas, un puro flotar en un ámbito etéreo, poblado solo de caricias. En este sentido decía Mérimée que la felicidad es como un deseo de dormir. Pero esto es un grave error. Nuestro organismo no funcionará si el medio en torno no lo excitase e irritase. Toda función vital es la respuesta a una excitación; a una herida que el contorno nos hace. La ausencia de presiones, de problemas, apagaría nuestra vida, porque nuestro vivir es un constante aceptar heridas y un responder enérgico a esta benéfica vulneración. Ni un individuo ni un pueblo puede vivir sin problemas: al contrario, todo individuo, todo pueblo vive precisamente de sus problemas, de sus destinos. La vida histórica es una permanente creación, no es un tesoro que nos viene de regalo (…) No se dude de ello: en el dolor nos hacemos y en el placer nos gastamos” (Ortega y Gasset(3)).