viernes, 30 de marzo de 2018

La vida: un proceso que transcurre entre nosotros y la realidad

     Según Eugène Minkowski (1875-1972), uno de los psiquiatras más importantes que ha dado la historia de la psiquiatría, el núcleo de la perturbación esquizofrénica consiste en una pérdida de contacto vital con la realidad. El esquizofrénico interrumpe el ímpetu vital que habría de llevarle hacia el mundo exterior y queda atrapado en el autismo, donde solo rige la fidelidad hacia uno mismo y la realidad externa aparece como desvitalizada e inmóvil. Fue Eugen Bleuler, el maestro de Minkowski, quien sustituyó el nombre de “dementia precox” por esquizofrenia, al considerar que no había en quien sufría esta clase de trastorno un déficit de las funciones intelectuales asociado al mismo. Pero fue Minkowski quien propuso que por debajo de todos los síntomas asociados a la esquizofrenia discurría, nutriéndolos a todos ellos, ese sustrato común y principal de pérdida de contacto vital con la realidad.
 
 
     Para el esquizofrénico, salir de sí para entrar en el mundo equivale a perder contacto consigo mismo. Uno de los pacientes de Minkowski, un docente de 32 años, decía ser un gran aficionado a la filosofía, pero se había impuesto “el deber de no leer, para no deformar mi pensamiento” ni “ser estorbado en mis reflexiones”. Estaba aquejado de lo que Minkowski llamaba “racionalidad mórbida” –otro de los síntomas vertebrales de la esquizofrenia–, según la cual, la realidad, poco razonable, debe de ser desdeñada en favor de los principios racionales, que son absolutos, inconmovibles. Este paciente, por ejemplo, para ser fiel al principio que le exigía la perfección espiritual, desterró de su existencia todo trabajo material, y llevó tal actitud hasta el extremo. Otro enfermo, instalado en la manía (el principio) de la simetría, se empeñaba -un ejemplo más- en ir por el medio de la calle; el tratamiento médico que le recetaron, puesto que era para varios meses, no debía de comenzarse de ninguna manera en el mes de noviembre, porque estaría así como “descuartizado”, a caballo entre dos años; buscando una posición absolutamente perfecta, se mantenía ante el espejo con los pies juntos y reteniendo su respiración todo el tiempo que podía. La vida, que es movilidad, improvisación, sorpresa, desajuste… quedaba así excluida de su psiquismo. “El plan es todo para mí en la vida –decía este enfermo–, antes desarreglo la vida que el plan”, y añadía: “La vida no ofrece regularidad, ni simetría y por eso fabrico la realidad. Al cerebro atribuyo todas mis fuerzas”. Y de una forma que habría que indagar en por qué nos recuerda a Descartes y su duda metódica, concluye: “No creo en la existencia de una cosa sino cuando la he demostrado”. Mientras tanto, mientras no se adecúe al molde previsto por la razón, por las matemáticas y la geometría (es decir, nunca del todo), “duda”.
     Esta supremacía absoluta de los principios abstractos, puramente racionales, sobre la vida real hace que los esquizofrénicos, y hasta los autistas, estén muchas veces especialmente capacitados para el pensamiento matemático. Recordemos en este sentido a John Forber Nash (1928-2015)​, un matemático estadounidense, especialista en teoría de juegos, geometría diferencial y ecuaciones en derivadas parciales, que recibió el Premio Nobel de Economía en 1994 por sus aportaciones a la teoría de juegos y los procesos de negociación. A los 30 años se le diagnosticó una esquizofrenia. Llegó a decir: “Yo no habría tenido ideas tan buenas científicamente, si hubiera tenido una forma más normal de pensar”. Sylvia Nasar relató su biografía en un libro que sirvió de base a la multipremiada película “Una mente maravillosa”, de Ron Howard. Sobre este coyuntural vínculo entre las matemáticas y la esquizofrenia dice, precisamente, Francisco Alonso-Fernández, uno de nuestros más insignes psiquiatras: “Entre los cultivadores de la informática, como también ocurre con los matemáticos y los ajedrecistas, es muy frecuente la presencia de una serie de trastornos psíquicos adscrita a los fenómenos obsesivos, secundados por estados depresivos y por manifestaciones de introversión, autismo o alexitimia (incapacidad para expresar los sentimientos y las emociones propias)”. A esos principios abstractos, matemáticos, acceden este tipo de personas por pura deliberación, sin el auxilio de la experiencia, de la realidad exterior. Es más: esa realidad exterior la ven como algo ajeno, desconectado de ellos mismos. Añadiremos aquí la ilustrativa descripción que hace otro paciente (paciente real, no se trata de una recreación literaria) de Minkowski a propósito de ese alejamiento de la realidad: “Todo es inmovilidad alrededor de mí. Las cosas se presentan aisladamente, cada una de por sí, sin evocar nada (…) Son como pantomimas, pantomimas que se hicieron en torno mío, pero yo no entro en ellas, me quedo afuera. Tengo mi juicio, pero el instinto de la vida me falta. No logro ya entregar mi actividad de una manera suficientemente vivaz (…) He perdido el contacto con toda especie de cosas. Ha desaparecido la noción del valor, de la dificultad de las cosas (…) y yo no puedo ya entregarme a ellas. Hay una fijeza absoluta alrededor de mí. Todavía tengo menos movilidad respecto del porvenir que en el presente y en el pasado. Hay en mí una especie de rutina que no permite encarar el porvenir. El poder creador está suprimido en mí. Veo el porvenir como repetición del pasado”. El docente esquizofrénico del que hablábamos antes, cuando se dedicaba a labores “externas”, por ejemplo, a enseñar a sus alumnos, sentía que su voz (un modo genuino de salir al exterior) estaba “como muerta”, le producía la impresión de una “voz de aparecido”.
 

 
John Forber Nash
    
     A este respecto decía Ortega y Gasset que “la vida es precisamente un inexorable ¡afuera!, un incesante salir de sí al Universo (…) Es (el hombre) un dentro que tiene que convertirse en un fuera”. Y también: Vivir significa tener que ser fuera de mí”. La esquizofrenia, y más específicamente el autismo, vendría a ser el prototipo de las actitudes contrarias a esta que obliga a trascender del propio perímetro personal, porque, como también decía Ortega: “Naturalmente y en plena salud, la atención iría siempre hacia lo de fuera, hacia el contorno vital más allá del organismo”. ¿Cómo superar la esquizofrenia, la locura, cómo salir al mundo, cómo tomar contacto efectivo con la realidad? María Zambrano elimina circunloquios y propone un método que tiene visos de ser definitivo, aunque evidentemente no habrá de resultar fácil la transición: “El enamorarse de un ser concreto, de un semejante, sería la experiencia necesaria para llegar a encontrar las ideas, el conocimiento de la verdadera realidad, la realidad invulnerable”.

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