Según Eugène Minkowski (1875-1972), uno de los psiquiatras
más importantes que ha dado la historia de la psiquiatría, el núcleo de la
perturbación esquizofrénica consiste en una pérdida de contacto vital con la
realidad. El esquizofrénico interrumpe el ímpetu vital que habría de llevarle
hacia el mundo exterior y queda atrapado en el autismo, donde solo rige la
fidelidad hacia uno mismo y la realidad externa aparece como desvitalizada e
inmóvil. Fue Eugen Bleuler, el maestro de Minkowski, quien sustituyó el nombre
de “dementia precox” por
esquizofrenia, al considerar que no había en quien sufría esta clase de
trastorno un déficit de las funciones intelectuales asociado al mismo. Pero fue
Minkowski quien propuso que por debajo de todos los síntomas asociados a la
esquizofrenia discurría, nutriéndolos a todos ellos, ese sustrato común y
principal de pérdida de contacto vital con la realidad.
Para el esquizofrénico, salir de sí para entrar en el mundo
equivale a perder contacto consigo mismo. Uno de los pacientes de Minkowski, un
docente de 32 años, decía ser un gran aficionado a la filosofía, pero se había
impuesto “el deber de no leer, para no deformar mi pensamiento” ni “ser
estorbado en mis reflexiones”. Estaba aquejado de lo que Minkowski
llamaba “racionalidad mórbida” –otro de los síntomas vertebrales de la
esquizofrenia–, según la cual, la realidad, poco razonable, debe de ser
desdeñada en favor de los principios racionales, que son absolutos,
inconmovibles. Este paciente, por ejemplo, para ser fiel al principio que le
exigía la perfección espiritual, desterró de su existencia todo trabajo
material, y llevó tal actitud hasta el extremo. Otro enfermo, instalado en la
manía (el principio) de la simetría, se empeñaba -un ejemplo más- en ir por el
medio de la calle; el tratamiento médico que le recetaron, puesto que era para
varios meses, no debía de comenzarse de ninguna manera en el mes de noviembre,
porque estaría así como “descuartizado”, a caballo entre dos años; buscando una
posición absolutamente perfecta, se mantenía ante el espejo con los pies juntos
y reteniendo su respiración todo el tiempo que podía. La vida, que es
movilidad, improvisación, sorpresa, desajuste… quedaba así excluida de su psiquismo. “El
plan es todo para mí en la vida –decía este enfermo–,
antes desarreglo la vida que el plan”, y añadía: “La vida no ofrece regularidad,
ni simetría y por eso fabrico la realidad. Al cerebro atribuyo todas mis
fuerzas”. Y de una forma que habría que indagar en por qué nos recuerda
a Descartes y su duda metódica, concluye: “No creo en la existencia de una cosa sino
cuando la he demostrado”. Mientras tanto, mientras no se adecúe al
molde previsto por la razón, por las matemáticas y la geometría (es decir,
nunca del todo), “duda”.
Esta supremacía absoluta de los principios abstractos,
puramente racionales, sobre la vida real hace que los esquizofrénicos, y hasta
los autistas, estén muchas veces especialmente capacitados para el pensamiento
matemático. Recordemos en este sentido a John Forber Nash (1928-2015), un matemático estadounidense,
especialista en teoría
de juegos, geometría
diferencial y ecuaciones en derivadas parciales, que recibió el Premio Nobel de
Economía en 1994 por sus aportaciones a la teoría de juegos y los
procesos de negociación.
A los 30 años se le diagnosticó una esquizofrenia. Llegó a decir: “Yo
no habría tenido ideas tan buenas científicamente, si hubiera tenido una forma
más normal de pensar”. Sylvia Nasar relató su biografía en un libro que
sirvió de base a la multipremiada película “Una
mente maravillosa”, de Ron Howard. Sobre este coyuntural vínculo entre las
matemáticas y la esquizofrenia dice, precisamente, Francisco Alonso-Fernández,
uno de nuestros más insignes psiquiatras: “Entre los cultivadores de la informática,
como también ocurre con los matemáticos y los ajedrecistas, es muy frecuente la
presencia de una serie de trastornos psíquicos adscrita a los fenómenos
obsesivos, secundados por estados depresivos y por manifestaciones de
introversión, autismo o alexitimia (incapacidad para expresar los sentimientos
y las emociones propias)”. A esos principios abstractos, matemáticos, acceden este tipo de
personas por pura deliberación, sin el auxilio de la experiencia, de la realidad
exterior. Es más: esa realidad exterior la ven como algo ajeno, desconectado de
ellos mismos. Añadiremos aquí la ilustrativa descripción que hace otro paciente
(paciente real, no se trata de una recreación literaria) de Minkowski a propósito de ese alejamiento de la realidad: “Todo
es inmovilidad alrededor de mí. Las cosas se presentan aisladamente, cada una
de por sí, sin evocar nada (…) Son como pantomimas, pantomimas que se hicieron
en torno mío, pero yo no entro en ellas, me quedo afuera. Tengo mi juicio, pero
el instinto de la vida me falta. No logro ya entregar mi actividad de una
manera suficientemente vivaz (…) He perdido el contacto con toda especie de
cosas. Ha desaparecido la noción del valor, de la dificultad de las cosas (…) y
yo no puedo ya entregarme a ellas. Hay una fijeza absoluta alrededor de mí.
Todavía tengo menos movilidad respecto del porvenir que en el presente y en el
pasado. Hay en mí una especie de rutina que no permite encarar el porvenir. El
poder creador está suprimido en mí. Veo el porvenir como repetición del pasado”.
El docente esquizofrénico del que hablábamos antes, cuando se dedicaba a
labores “externas”, por ejemplo, a enseñar a sus alumnos, sentía que su voz (un
modo genuino de salir al exterior) estaba “como muerta”, le producía la
impresión de una “voz de aparecido”.
John Forber Nash |
A este respecto decía Ortega
y Gasset que “la vida es precisamente un inexorable ¡afuera!, un incesante salir de
sí al Universo (…) Es (el hombre) un dentro que tiene que convertirse en un
fuera”. Y también: “Vivir significa
tener que ser fuera de mí”. La esquizofrenia, y más específicamente el autismo,
vendría a ser el prototipo de las actitudes contrarias a esta que obliga a
trascender del propio perímetro personal, porque, como también decía Ortega: “Naturalmente
y en plena salud, la atención iría siempre hacia lo de fuera, hacia el contorno
vital más allá del organismo”. ¿Cómo superar la esquizofrenia, la
locura, cómo salir al mundo, cómo tomar contacto efectivo con la realidad?
María Zambrano elimina circunloquios y propone un método que tiene visos de ser
definitivo, aunque evidentemente no habrá de resultar fácil la transición: “El
enamorarse de un ser concreto, de un semejante, sería la experiencia necesaria
para llegar a encontrar las ideas, el conocimiento de la verdadera realidad, la
realidad invulnerable”.
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