Allí donde la palabra viene a expresar un mínimo de idea y
un máximo de afectividad estamos, pues, aprovechándonos del lenguaje no para
describir las realidades objetivas sino para dar rienda suelta a nuestras
pasiones. Es lo que ocurre sobre todo con los improperios. “La abundancia de improperios –dice
también Ortega– es el síntoma de la regresión de un vocabulario hacia su infancia”.
Y añade: “Es sabido que no existe pueblo en Europa que posea caudal tan rico de
vocablos injuriosos, de juramentos e interjecciones, como el nuestro. Según
parece, sólo los napolitanos pueden hacernos alguna concurrencia”.
De esta forma, apremiados, por ejemplo, por la necesidad de
exponer lo que queremos decir en un máximo de 140 caracteres, como nos exige
ese medio de comunicación hoy tan prevalente que es Twiter, no hay más que ver
cómo los españoles entendemos que ir al grano, a la sustancia de eso que
queremos decir, equivale demasiado a menudo a conjuntar improperios. “Suele
ser para nosotros los (…) iberos –pasamos a concluir también de la mano
de Ortega– cada palabra un jaulón, donde aprisionamos una fiera, quiero decir un
apasionamiento nuestro”. Si fuéramos capaces de salir de esa prisión de
nuestras pasiones elementales, de atender al perfil que, más allá de nuestros
deseos y pulsiones prematuras, emiten realmente las cosas y las opiniones
ajenas, nuestro idioma relajaría la preeminencia que concede al improperio y
dejaría un más amplio campo de acción a los argumentos. Pero ya advertía Ortega
asimismo que esa perspectiva sesgada que nos regresa egocéntricamente hacia
nosotros mismos y, correlativamente, “ese error persistente en nuestra propia
valoración implica una ceguera nativa para los valores de los demás (…) La
pupila estimativa (…) se halla vuelta hacia el sujeto, e incapaz de mirar en
torno, no ve las calidades del prójimo”. Entiéndase también, junto a las
del prójimo, las cualidades objetivas de las cosas.
Cuando Toni Cantó, diputado de UPyD, expuso hace unos días
su valoración sobre los perjuicios a los que, según él, está adscrita nuestra
Ley Integral sobre la Violencia de Género, muchos de aquellos que se dedican a
conjuntar interjecciones e improperios en vez de atender a la realidad que –con
mayor o menor acierto en las estadísticas en las que se apoyó– Cantó señalaba,
aprovecharon para cebarse en él de una manera inmisericorde. De Izquierda
Unida, ese ámbito político que parece que acepta servir como lugar de acogida
para resentidos e inadaptados en general (y que en momentos tan dados a la
exasperación como los actuales está, efectivamente, llamada a tener un gran
futuro) es de donde vinieron las mayores descalificaciones. Entre ellas
destacan las propuestas de empalamiento al diputado de UPyD por parte de Jorge García Castaño, concejal de IU
en el Ayuntamiento de Madrid, en su cuenta de Twitter, o este antológico tuit
del Área de Juventud de Izquierda Unida (12.202 seguidores): “Ilegalización
ya de @upyd y dimisión de @tonicanto1 por
apología del #terrorismomachista el
machismo mata! Y vuestra ideología también!” (http://bit.ly/W8sV6o).
Pero –sigamos con Ortega para así neutralizar los efluvios
de la mala literatura– “además de las interjecciones, es curioso el
prurito de nuestra raza por expresarse con gestos excesivos”. En este
marco hay que incluir asimismo el que PSOE,
Izquierda Plural y BNG hayan pedido la reprobación del diputado Toni Cantó y
PP, CiU y PNV hayan condenado sus declaraciones sobre las denuncias por
violencia doméstica. De modo que entre improperios y gestos excesivos se ha
conseguido una vez más usurpar el espacio que naturalmente deberían ocupar los
argumentos. Si estos hubieran podido asomar, se debería haber podido atender al
hecho de que somos el único país que ha pretendido defender a la mujer de la
violencia de género llevándose por delante un precepto constitucional, en
concreto el artículo 14, que dice: “Los
españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación
alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra
condición o circunstancia personal o social”. O aquel otro presupuesto
básico del Estado de Derecho según el cual se presume la inocencia de las
personas mientras no se demuestre lo contrario. De modo que, en España, hoy, si
una mujer acusa a su marido de comportamiento violento con ella, es éste el que
debe de probar su inocencia no aquella su culpabilidad, y, mientras tanto,
puede, sin más requisitos, ser detenido y esposado delante de sus hijos,
encarcelado preventivamente, expulsado del hogar familiar por una orden de
alejamiento y obligado a perder la custodia y compañía de sus hijos menores de
edad, así como a socorrerlos económicamente (no son éstos de los que hablo supuestos
abstractos: son hechos, está ocurriendo así). ¿Pero y si la denuncia fuera
falsa, como de hecho es muy posible que ocurra en los exasperados momentos de
conflicto que suelen vivir muchas parejas, quizá próximas al divorcio? Pues si,
como ocurre de hecho, no se persigue judicialmente la denuncia falsa, la mujer
encontraría un gran incentivo en aprovechar ese sesgo de la ley para sacar una
gran ventaja de la conflictiva situación… a costa de que el hombre, sintiéndose
tan injustamente tratado, aumentara gravemente su resentimiento hacia la mujer
o, en el colmo de la frustración, cayera en la depresión y en posibles
pensamientos (y muchas veces actos) suicidas.
De esto venía a
hablar Toni Cantó. No de dar pábulo a los terribles comportamientos de
violencia intrafamiliar (de que esto es así sólo habría que convencer a aquellos
a quienes su inteligencia no les permite confirmar lo evidente), sino de las
tremendas consecuencias que puede tener una ley como esta que hoy pretende
contrarrestar los efectos de la llamada violencia de género y que no sólo no ha
conseguido disminuirla, sino que, en esos casos a los que aquí se alude, por el
contrario, lleva a aumentar el nivel de conflictividad, resentimiento e incluso
posible violencia final. Y puesto que contamos con un diputado valiente, además
de brillante, capaz de traer a la luz de la discusión pública un problema de
esta envergadura, quienes transcendiendo de ese nivel intelectual y político en
el que los improperios y los gestos histéricos sustituyen a los razonamientos
somos capaces de escuchar y entender, estamos obligados a arroparle y
defenderle. Incluso a procurar que no se amilane.
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“Cuando el resentimiento se camufla como feminismo”
http://elblogdejavigracia.blogspot.com.es/2013/03/cuando-el-resentimiento-se-camufla-como.html