Cuando
nuestra conexión con la realidad externa entra en crisis (cuando deja
de ser válida la cosmovisión que para nosotros construyeron nuestra razón y
nuestra experiencia), tiende a producirse en nuestra personalidad el fenómeno
de la regresión, es decir, que eventualmente quedan anuladas o interrumpidas aquellas
funciones superiores (la razón y la experiencia ligadas al yo) y adquieren
preeminencia los dictados de la instancia previa y más primaria, el
inconsciente (el ello), es decir, lo que, desdeñando el principio de realidad,
sugieren o imponen los sentimientos una vez desvinculados de esa parte
racional/experimental que ha entrado en crisis. Una neurosis o una psicosis no
significan sino la irrupción del inconsciente (de los sentimientos
prerracionales, del ello) en una personalidad que no encuentra modos de mantener
activas las funciones que habrían de ponerla en contacto con el principio de
realidad (y, por tanto, con el yo).
Dinamismos
todos estos que no sólo se corresponden con el funcionamiento de la mente
individual, sino también de la colectiva: cuando un ser colectivo entra en
crisis, es decir, cuando deja de ser válida la cosmovisión, el modo de entender
la vida y el mundo que regía en esa colectividad, y mientras no llegue a
establecerse una cosmovisión alternativa, se produce una regresión hacia los
estratos sentimentales prerracionales, lo que el antropólogo Lucien Lévy-Bruhl
(1857-1939) denominó “mentalidad primitiva”, y en donde la mente de los
individuos queda obnubilada y como hipnotizada, pasando a disolverse en lo que el
mismo antropólogo denominó “participación mística”. Allí es la masa como tal la
que empuja de una manera contagiosa hacia determinados modos de comportamiento.
Gustave Le Bon (1841-1931), uno de los más destacados psicólogos sociales
habidos, describe así lo que ocurre en estos casos: “En determinadas circunstancias,
y tan sólo en ellas, una aglomeración de seres humanos posee características
nuevas y muy diferentes de las de cada uno de los individuos que la componen.
La personalidad consciente se esfuma, los sentimientos y las ideas de todas las
unidades se orientan en una misma dirección. Se forma un alma colectiva,
indudablemente transitoria, pero que presenta características muy definidas (…)
Forma un solo ser y está sometida a la ley de la unidad mental de las masas”. Dice también: “En
el alma colectiva se borran las aptitudes intelectuales de los hombres y, en
consecuencia, su individualidad. Lo heterogéneo queda anegado por lo homogéneo
y predominan las cualidades inconscientes”. El estado de participación mística se correspondería,
pues, con lo que en la psicología de los individuos vendría a ser una psicosis,
en donde los sentimientos cursan desvinculados de las funciones superiores
racionales y de contacto con la realidad.
Carl
Gustav Jung avisó, por su parte, de la regresión que él percibía que se estaba
produciendo en el hombre civilizado hacia sus bases arcaicas, es decir,
primigenias, promovida por la crisis del modo de entender la vida que había
estado vigente durante siglos y que en los tiempos actuales se ha abismado, en
cuanto que etapa de transición, hacia el nihilismo. En ese proceso se pierde la
diferenciación psíquica individual, esto es, la consciencia, diluyéndose en la
“participación mística”, en la que no existen individuos sino grupos. “El
retroceso compensatorio hacia el hombre colectivo –dice Jung–
amenaza con sofocar al individuo, sobre cuya responsabilidad descansa al fin y
al cabo toda obra humana. La masa como tal siempre es anónima e irresponsable”.
Jung
pudo comprobar cómo, desde bastante antes del estallido de la Segunda Guerra
Mundial, se había ido gestando ese fenómeno de “participación mística” entre
los alemanes que desembocó en el nazismo. Constató que venía a ser como un
estado de posesión que bien podríamos llamar diabólica, aunque él habla del
arquetipo del dios Wotan, una especie de dios del caos. Dice en concreto: “Ya
en 1918 pude comprobar en lo inconsciente de mis pacientes alemanes curiosas
perturbaciones que no cabía atribuir a su psicología personal. Aquellos
fenómenos impersonales se manifestaban en los sueños siempre en forma de
motivos mitológicos, tales como aparecen también, por todo el mundo, en
leyendas y cuentos populares. He denominado a esos motivos mitológicos arquetipos, es decir, maneras o formas típicas de
vivir estos fenómenos colectivos. Pude constatar una perturbación en lo
inconsciente colectivo de cada uno de mis pacientes alemanes (…) Los arquetipos
que pude observar manifestaban primitivismo, violencia y crueldad. Cuando hube
visto un número suficiente de casos así dirigí mi atención al extraño estado
espiritual que a la sazón imperaba en Alemania. Pude reconocer únicamente
signos de depresión y de un gran desconcierto, pero esto no calmó mis
sospechas. En un artículo que publiqué por entonces exponía la sospecha de que
la ‘bestia rubia’ se agitaba en un sueño intranquilo y que no era descartable
un estallido”.
Jung
afirmó que no se trataba de un fenómeno meramente teutónico, sino más o menos
universal, aunque la mentalidad alemana mostraba entonces una mayor disposición
a ser afectada. Prosigue: “Además de esto, la derrota (se
refiere a la Primera Guerra Mundial) y la difícil situación social reforzaron el
instinto gregario en Alemania, de modo que resultaba cada vez más probable que
Alemania fuese la primera víctima entre las naciones occidentales, víctima de
un movimiento de masas desatado al soliviantarse las fuerzas que dormían en lo
inconsciente, dispuestas a romper todas las barreras morales.
(…)
“Como ya les he
dicho, la inundación que se produjo tras la Primera Guerra Mundial se anunciaba
en los sueños individuales en forma de símbolos mitológicos colectivos que
expresaban primitivismo, violencia,
crueldad, en suma todos los poderes de las tinieblas. Cuando símbolos
semejantes se presentan en gran número de individuos y no se entienden, estos
individuos comienzan a unirse como atraídos por una fuerza magnética,
formándose una masa. Pronto se hallará el dirigente de esa masa en aquel
individuo que muestre la menor capacidad de resistencia, el mínimo sentido de
responsabilidad y, a causa de su inferioridad, la más fuerte voluntad de poder.
Se desatará todo lo que ya estaba listo para explotar, y la masa seguirá con la
violencia primigenia e irresistible de una avalancha.
(…)
“Podría decirse
que seguí la revolución alemana en el tubo de ensayo del individuo y tuve plena
conciencia del monstruoso peligro que podría derivarse de una congregación en
masa de gente así. Pero todavía no sabía entonces si eso bastaría para hacer
inevitable un estallido general. Sea como fuere, tuve la oportunidad de seguir
toda una serie de casos y de comprobar cómo se desarrollaba la irrupción de las
fuerzas oscuras en la probeta individual. Pude observar cómo esas fuerzas
quebraban la moral y el control intelectual de los individuos e inundaban su
mundo consciente. Aquello significaba muchas veces sufrimiento y destrucción
espantosos”.
Conduzcamos ya el hilo argumental de esta
compleja entrada del blog hacia ámbitos que nos resulten más próximos, que nos
liguen, pues, con nuestras más inmediatas preocupaciones. Este fenómeno de la emergencia
del hombre masa que, además de Le Bon o Jung, detectó también Ortega y Gasset, no es algo
que corresponda sólo al pasado, que quedara desactivado con el fin de la
Segunda Guerra Mundial. Su caldo de cultivo es la desorientación del hombre
actual, producida por la pérdida de referentes culturales y morales sobre los
que sostener una cosmovisión solvente que le ayude a entender el sentido de la
vida. Y esa desorientación, y su consecuencia, lo que Erich Fromm llamó “miedo
a la libertad”, sigue vigente. Ése es el contexto en el que, de diferentes
maneras, se producen fenómenos de regresión que son recurrentemente tratados en
este blog, singularmente el de nuestros nacionalismos: fenómenos sociales en
los que la razón deja de tutelar los sentimientos, que vuelan a sus anchas
hacia los dominios donde el delirio sustituye al principio de realidad. Cuando
la mente racional es sustituida por la mente primitiva, cuando la “participación
mística” sustituye al individuo, cuando los sentimientos dejan de someterse al
cauce de la razón y del principio de realidad, la democracia corre peligro. La
democracia es un sistema político que surgió a partir de aquella premisa que
Kant enunció para la Ilustración cuando demandaba a cada individuo: “Sapere
aude. ¡Atrévete a pensar por ti mismo!”. Regresar de estos postulados
es abrirse paso hacia el totalitarismo.
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