domingo, 26 de febrero de 2012

POR QUÉ EL ESTADO SE ESTÁ RINDIENDO A ETA

Antes de dar respuesta estricta a esta cuestión, abriremos una reflexión preliminar que nos acerque hacia el enunciado de la que podría ser la ley básica por la que se rige el comportamiento humano, lo cual habría de proporcionarnos un marco suficiente desde el que abordar este grave asunto de nuestra actualidad. Ante todo, vamos a necesitar definir previamente dos conceptos que estarán directamente implicados en el enunciado de aquella ley: proactividad y reactividad. No busquemos su significado en el diccionario de la RAE (no son términos admitidos por la Academia), sino en el bagaje intelectual que nos legó Viktor E. Frankl, psicólogo fundador de la logoterapia o terapia del sentido. Proactividad sería la actitud que lleva a las personas a actuar a partir de sus propias motivaciones, tomando la iniciativa por encima de lo que dictaminen las circunstancias, incluso enfrentándose a éstas si fuera preciso, y asumiendo, en fin, la responsabilidad por esas acciones. Reactividad, por el contrario, sería la actitud que lleva a actuar sólo en respuesta a las exigencias del entorno, en el que delegan la responsabilidad de lo que pueda ocurrir. Dejemos sólo sugeridas –nos urge seguir adelante– las conexiones entre estos dos conceptos y aquéllos a los que nos referíamos en el artículo anterior: progresismo y reaccionarismo.

Y ahora, pasemos a enunciar aquella ley a la que nos referíamos: el hombre es proactivo en la medida en que encuentra sentido a lo que hace, en que vislumbra sobre qué fundamenta su ser y hacia qué metas se dirige, las cuales asume como propias y sintiendo que están exigiéndole, desde el futuro virtual en el que aguardan, el esfuerzo, la creatividad y, en general, los comportamientos que eventualmente han de permitir llegar hasta ellas. Si faltan aquel fundamento y estas metas, si el presente se ve como pura contingencia y el futuro es una dimensión temida o desdeñable, si no se cree que la propia situación esté insertada dentro de un trayecto hacia algo que en algún sentido la mejore, el hombre se limita a responder reactivamente a los estímulos externos, no tiene motivaciones propias desde las que dirigir su comportamiento.

A estos dos modos de conducirse se refería Ortega cuando, decepcionado, decía: “Solemos llamar vivir a sentirnos empujados por las cosas en lugar de conducirnos por nuestra propia mano”. De estas contrapuestas actitudes salen, para ponerse a su servicio, sendos recursos personales que colorean decisivamente la conducta: el valor y la cobardía. Quien tiene en qué sustentarse y cree en lo que hace, quien sabe dónde quiere ir y está volcado firmemente hacia las metas que dan sentido a su vida, será capaz de enfrentarse valientemente a los impedimentos o dificultades que surjan en su camino. Quien, por el contrario, esté a falta de motivaciones propias y de metas que ordenen sus comportamientos, actuará empujado por unas circunstancias que, aun sintiéndolas como ajenas, sentirá que le obligan, y buscará no arriesgar en el empeño nada propio, se encogerá, acobardado, hasta encontrar el más barato y seguro acomodo, y el menos comprometido, a lo que el entorno inmediato le exija.

Vayamos transitando, poco a poco, hacia el asunto que ha provocado nuestro titular. No sospecharían la mayoría de estas personalidades reactivas que cuentan con el aval de filósofos que veían en la adaptabilidad el supremo valor. Así, Marco Aurelio, el emperador estoico, recomendaba: “Trata de convencerlos, pero actúa aun contra su voluntad, cuando la razón de la justicia así lo exige. Pero si alguien se te planta, haciendo uso de la violencia, cambia a la complacencia y la alegría y usa el impedimento para otra virtud”. Algo así debió pensar nuestro ex presidente Rodríguez Zapatero cuando desprovisto de un para qué que guiara sus actos, desdeñando la idea de España desde la cual ETA aparece irremediablemente como enemigo irreconciliable de los españoles, siguió, seguro que sin saberlo, los consejos de Marco Aurelio, y, ante la violencia etarra, “cambió a la complacencia y usó el impedimento para otra virtud”. Las propuestas proactivas sólo podrían brotar, en este contexto, de quien tiene claros los objetivos de mantener vigente nuestro ser nacional como españoles y, consiguientemente, la Constitución que como tales nos hemos dado, así como de respaldar a las víctimas cuando reclaman memoria, dignidad y justicia.

La clave del momento actual la ha dado Rosa Díez al decir: “El PP se ha pasado a las tesis del PSOE”. Efectivamente, el PP está demostrando asumir las tesis del estoicismo reactivo de Marco Aurelio, que asimismo recomendaba: “Acomódate a las cosas que te han cabido en suerte”. Y también: “Si no supongo que lo que ha acontecido es malo, todavía no sufro daño. Y en mis manos está no suponerlo”. El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz traduce esas consignas filosóficas a lenguaje político de esta manera: “ETA no es hoy en día un problema fundamentalmente policial, aunque la policía siga actuando. Tiene una dimensión política que no podemos obviar”. Mostrando su nuevo perfil reactivo (el mismo que rige desde su Congreso de Valencia), el PP ha dejado de ver que ETA y sus adláteres siguen siendo lo que eran: un grupo despiadado que ha sembrado España de dolor y cuyo objetivo final es la destrucción del estado y la nación españoles, y que ha visto cómo los gestores de nuestro estado han alfombrado su camino hacia tal objetivo, haciendo coyunturalmente prescindible el uso de la violencia (cuya amenaza sigue latente como última garantía de sus irrenunciables objetivos), pues resulta más eficaz la ocupación de las instituciones, incluso, previsiblemente, la lehendakaritza a partir de las próximas elecciones autonómicas.


De nuevo Rosa Díez tocó fibra cuando afirmó ante el ministro Fernández Díaz, que era una cobardía el que el PP no iniciara los trámites para la eventual ilegalización de Bildu y Amaiur (esto es: ETA, como respecto de los primeros admitió el mismo Tribunal Supremo), y no una muestra de prudencia hasta que el Tribunal Constitucional se decantara. Fuentes cercanas al ministro explicaron después que no tenía sentido iniciar un proceso de ilegalización ahora cuando es evidente que el Constitucional lo tumbaría siguiendo el criterio ya expresado con Bildu. En suma: el PP da vía libre a la ocupación por ETA de las instituciones y a una más que previsible declaración unilateral de independencia tras las próximas elecciones autonómicas; eso mismo que, en lenguaje políticamente correcto, queda expresado en la intención de Rajoy y Basagoiti de buscar un pacto con PNV y PSE “para el final de ETA”. Hablando claro: para que Bildu y Amaiur sean la franquicia encargada de alcanzar los objetivos de ETA y de hacer saltar por los aires (su método habitual) la Constitución y la propia nación española, así como las esperanzas de reparación de las víctimas.

El problema, finalmente, hemos de insertarlo en nuestra general crisis de valores, la que Ortega enunciaba al decir: “La mayor parte de los hombres no hacemos sino querer en el sentido económico de la palabra; resbalamos de objeto en objeto, de acto en acto, sin tener el valor de exigir a ninguna cosa que se ofrezca como fin a nosotros”. En gran medida, los hombres han renunciado a las metas, a los fines encargados de dar sentido a sus actos. Se han ido convirtiendo en seres reactivos que buscan el más fácil acomodo a lo que les acontece. En este caso, desprovistos de una idea de nación que sirva de sustento al quehacer político y de un sentido de la dignidad que permita recordar a las víctimas, ETA ha pasado a convertirse en un problema que se puede solucionar con “prudencia” y condescendencia. En este contexto, UPyD y las asociaciones de víctimas se han convertido en el último reducto de resistencia a tanto extravío moral, tanta cobardía y tanta ignominia. Y yo me siento orgulloso de pertenecer a UPyD.

sábado, 18 de febrero de 2012

LOS ORÍGENES DE LAS PERSPECTIVAS REACCIONARIA Y PROGRESISTA

Cuenta nuestro romántico Mariano José de Larra en uno de sus justamente afamados artículos, el que tiene como título “Nadie pase sin hablar al portero” (http://www.biblioteca.org.ar/libros/70455.pdf), la peripecia que tuvieron que sufrir un par de viajeros que queriendo atravesar los caminos que, pasando por Álava, llegaban a Madrid, fueron detenidos a la entrada de Vitoria por una partida de carlistas. Corría entonces por el calendario el año 1833, el del inicio de la primera guerra carlista, y se daba la circunstancia de que la partida de facciosos que hacían de porteros en la virtual entrada hacia los diversos lugares de España que de allí partían, estaba compuesta exclusivamente por sacerdotes. Gente así, curas trabucaires, era la que capitaneaba en buena medida a los rebeldes carlistas que, opuestos al liberalismo que por aquel siglo trataba de hacerse sitio en nuestro país y en el resto del mundo civilizado, se alzaron en armas, decididos a parar la historia y a llevar de vuelta a España hacia los periclitados dominios del Antiguo Régimen. Si de personajes como aquéllos hubiera dependido, no habría salido nuestro país del marco feudal en el que la falta de subordinación del poder a la ley, los privilegios medievales, los fueros regionales, la dispersión legislativa o las aduanas interiores, amén de la mentalidad inquisitorial, hubieran sido traba suficiente con la que impedir la implantación del estado moderno que al liberalismo tocaba por entonces abanderar. Personajes atrabiliarios, pues, para los que la historia era y es un camino en cuyas orillas pretendían, y aún pretenden, permanecer apostados para asaltar e impedir avanzar a los que por allí quieran pasar.

Dice Mircea Eliade, el más conspicuo de los historiadores de las religiones (su “El mito del eterno retorno” es uno de los libros con mejor ratio de sabiduría versus número de páginas que yo haya leído), que respecto de la manera de situarse ante la historia “aún asistimos al conflicto de dos concepciones: la concepción arcaica, que llamaríamos arquetípica y antihistórica, y la moderna, posthegeliana, que quiere ser histórica”. Quienes sustentan la primera, quisieran regresar al tiempo primordial, fundacional, en el que podríamos decir que el mundo, su mundo al menos, quedó inaugurado, pues a partir de entonces, según ellos, todo ha ido a peor. Su interés se centra en el regreso a esa edad dorada que suponen que una vez existió y que de una inconsolable manera añoran; a eso es a lo que se refería Jon Juaristi cuando hablaba del “bucle melancólico” de los nacionalistas. Estamos hablando del modo de pensar típico de las sociedades premodernas, cuyo rasgo más destacable, según Mircea Eliade, es "su rebelión contra el tiempo concreto, histórico; su nostalgia de un retorno periódico al tiempo mítico de los orígenes, al Tiempo Magno". Esta visión de las cosas para la cual todo tiempo pasado fue mejor prevaleció en el mundo hasta el siglo XVI (aunque el judaísmo y el cristianismo ya habían echado las semillas para la visión del tiempo como algo unidireccional e irreversible), a través de una interpretación cíclica del paso del tiempo, encajada a menudo en el fatalismo astrológico de los ritmos cósmicos, que permitía interpretar que todo acaba volviendo al punto de partida, que todo lo que ocurre termina desembocando en lo que ya fue y que cualquier innovación es un error que hay que conseguir reconducir hacia lo acostumbrado. “La diferencia capital entre el hombre de las civilizaciones arcaicas y el hombre moderno, ‘histórico’ –dice también Eliade–, está en el valor creciente que éste concede a los acontecimientos históricos, es decir, a esas ‘novedades’ que, para el hombre tradicional, constituían hallazgos carentes de significación, o infracciones a las normas (por consiguiente, ‘faltas’, ‘pecados’, etc.), y que, por esa razón, necesitaban ser ‘expulsados’ (abolidos) periódicamente”.


María Zambrano resalta la importancia de la nueva forma de mirar del hombre moderno: “Con todos los descubrimientos extraordinarios de la física y de las ciencias todas, con los prodigiosos adelantos de la técnica, lo decisivo de nuestra época es sin duda la conciencia histórica, desde la cual el hombre asiste a esta dimensión irremediable de su ‘ser’ que es la historia”. Fue Leibniz, en el siglo XVII, quien sobre todo empezó a hacer que se saltasen las costuras de la arcaica visión restrictiva del tiempo e introdujo la idea de progreso en la filosofía y en la mentalidad occidental que, junto a las teorías evolutivas que se fueron abriendo paso a partir de la Ilustración, iban a servir de adecuado cauce cultural a la gran transformación histórica que en Occidente estaba teniendo lugar. El futuro, para el hombre occidental moderno, es un ámbito cargado de promesas, y su nueva forma de mirar hizo que apareciera en su panorama vital una ristra inacabable de fenómenos que primero descubría y después se empeñaba en comprender.


Pero esa visión futurista y progresista que ha caracterizado nuestra modernidad ha entrado en crisis. Para muchos, esa intención que empuja a la historia en pos de lo mejor ha pasado a ser una falacia, y la perspectiva progresista ha sido sustituida por otra en la que todo está sometido al juego ciego de fuerzas económicas, sociales y políticas, en la que el azar y la improvisación han sustituido al sentido de la historia y en donde el relativismo más absoluto (valga el oxímoron) se impone en el modo de valorar las cosas. En gran medida, el futuro ha dejado de ser prometedor para el hombre occidental, que prefiere regirse por la doctrina del carpe diem, reducirse a vivir el momento, improvisar en vez de comprometerse, renunciar a programar su vida… y olvidarse de tener hijos, quizás la más expresiva manera de certificar la confianza en el futuro.

Sin embargo, el hombre no puede soportar indefinidamente el predominio en su vida y en la marcha de las cosas del azar, es decir, del absurdo, porque eso le aboca finalmente a la angustia. Y puesto que, como en todas las épocas milenaristas, el futuro se ha convertido en algo indeseable y, a menudo, aterrador, se ha resucitado alternativamente la antigua visión cíclica del tiempo. María Zambrano explica que “una crisis es el momento largo o corto, intrincado y confuso siempre, en que pasado y futuro luchan entre sí (…) Ante la inseguridad de los tiempos de crisis, que es propiamente lo que les caracteriza, existe una minoría creadora que se adelanta abriendo el futuro (…) Pero hay otra clase de minorías formada por los que se retiran horrorizados ante la confusión, y buscan refugio en el pasado (…) imaginario, pues ningún pasado nos es enteramente conocido (…) Es la raíz anímica del reaccionarismo, causa de esterilidad y de esa enfermedad que se manifiesta en un constante desdén a todo lo presente”.


En los arrabales de esta rehabilitación del pasado pululan las reavivadas religiones paganas, los esoterismos astrológicos y otros muchos camuflajes del fatalismo que empujan a concluir que todo está escrito, que lo que ocurre es sólo una representación de lo que ya fue, y que podemos dejar de añadir nuestro esfuerzo personal a los acontecimientos porque la fatalidad nos arrastra como el río a una cáscara de nuez. Y en otras capas no tan ceñidas a lo personal, aquéllas en las que se manifiestan fenómenos de índole más social y política, podemos observar cómo esta perspectiva reaccionaria con la que se trata de sobreponerse al angustioso imperio del azar restableciendo lo que ya fue, ha promovido entre otras cosas los nacionalismos y el restablecimiento de lenguas, costumbres y modos de organización social ya periclitados, que amenazan las conquistas sociales y políticas de la modernidad y del progresismo.

Ahí estamos, pues: en la encrucijada en que nuestras opciones nos llevan o bien a resignarnos de diferentes modos a la fatalidad y, correlativamente, a que los nacionalismos y el resto de visiones reaccionarias nos hagan regresar a alguna “edad dorada” que quedó preservada en el paleolítico y sus alrededores, o a recuperar el sentido de la historia, el progresismo y la confianza en el futuro que desatasquen de una vez este tiempo interrumpido y resuelvan nuestra actual crisis de valores.

martes, 7 de febrero de 2012

¿ESTADO DEL BIENESTAR O BIENESTAR DEL ESTADO?

Dicen que de la crisis económica actual tienen la culpa los mercados (así, en plural). “Dicen”, hasta tal punto, que ha llegado a ser la opinión políticamente correcta. Se entiende, pues, que hay que poner freno a ese perverso juego especulativo de la oferta y la demanda que beneficia sólo a los más poderosos y perjudica a los más débiles. Que, por tanto, el estado debe de asumir su papel y sustituir con (más) gasto público a la iniciativa privada, tan expuesta a pervertirse y generar injusticias. Evidentemente, según esto, no tenía razón Ortega y Gasset cuando advertía hace ya 80 años de “el mayor peligro que hoy amenaza la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica”.

Pero yo me resisto a creer que los gestores de nuestro gasto público administren los recursos de manera más eficiente que los particulares. Por el contrario, creo que cuanto más se infla el estado, más crece una clase política y burocrática que aplica políticas de gasto a partir de criterios menos rigurosos (por decirlo suavemente) que los que utilizan los particulares en el suyo. El estado tiende a gastar más y peor; es más caro y menos eficiente. Y a su sombra van creciendo chiringuitos aparcados en el presupuesto público (televisiones públicas, partidos, sindicatos, CEOE, empresas públicas, embajadas autonómicas en el extranjero, clanes y grupos de presión que viven de la subvención, cargos de confianza, tarjetas VISA oficiales, coches oficiales –en España más que en todo Estados Unidos–, cámaras autonómicas, Senado, pensiones vitalicias para diputados, senadores y otros padres de la patria…) que hacen que el dinero que sale de nuestros impuestos esté administrado con mucho menos rigor que el que mueve la iniciativa privada. Y ahora mismo, además, España se ha situado a la cabeza de los países que piden un mayor esfuerzo fiscal, es decir, de la deriva de recursos hacia el gasto público, o subsidiariamente hacia el pago de la deuda pública, en detrimento de la iniciativa privada.

De aquí y de allá, he ido recopilando ejemplos de gasto, de una u otra manera público, realizado con unos criterios que ninguna empresa privada se podría permitir, y de los cuales no se puede deducir que haya alternativamente algún beneficio social proporcionado que recomiende perentoriamente ese gasto aunque no suponga una rentabilidad estrictamente económica. Gastos como los que se detallan son, en su conjunto, los que han puesto a nuestro país al borde de la bancarrota; la demostrable relajación que permite el manejo del dinero público va a suponer que varias generaciones venideras sufrirán el lastre que les dejamos en herencia. Paso a enunciar esos ejemplos a los que me refiero:

José Antonio Moral Santín, histórico diputado de Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid, cobra 526.000 euros anuales de Bankia (antes había encontrado acomodo en Caja Madrid); lidera la lista de un centenar de políticos de todos los partidos, que siguen aferrados a grandes sueldos en las entidades que han recibido ayuda pública (lo cuenta el suplemento Mercados, de El Mundo). Más de 400.000 euros percibe Mercedes de la Merced, del Partido Popular, también de Bankia; lo mismo el socialista Virgilio Zapatero. En el Banco Mare Nostrum, resultado de la fusión de cajas catalanas, murcianas y andaluzas, el ex alcalde de Granada, Antonio Jara, percibe casi 300.000 euros anuales, retribución que supera la de muchos cargos públicos; por ejemplo, es superior a la retribución del presidente del Gobierno, que cobra 90.000 euros, o incluso superior a la de directivos de bancos privados, como el Santander o el BBVA. Estos políticos insertados por los poderes públicos en el sistema financiero no tienen funciones ejecutivas dentro de las entidades bancarias: no están puestos ahí porque sepan de economía o de cómo hacer funcionar mejor esas entidades. Representan a sus partidos en cuanto que grupos de presión que finalmente pretenden inclinar la política financiera a favor de unos y otros, el mismo tipo de actuaciones que ha llevado a muchas cajas a la quiebra, después de financiar proyectos ruinosos cuya puesta en marcha se decidía desde organismos políticos; quiebra que después ha habido que rescatar con el dinero de todos los españoles.

El Departamento de Exteriores y Cooperación que dirigía Trinidad Jiménez como ministra de Zapatero esperó al día siguiente de las elecciones generales, con el gobierno ya en funciones, para repartir más de 63 millones de euros entre diversas ONGs. Entre las ayudas, se hallaba una destinada a la mejora de la producción agrícola mediante la resolución de conflictos con los hipopótamos en Guinea Bissau por valor de 293. 889 euros. Otra destinada a la promoción del crecimiento económico de los más vulnerables al cambio climático en Nicaragua por valor 298.449 euros. Otra destinada a la sensibilización de los jóvenes residentes en siete localidades españolas en la construcción de una ciudadanía global por valor de 108.676 euros. Otra destinada a la capacitación en género al personal vinculado a los medios de comunicación cubanos por valor de 262.080 euros. Otra destinada a la contribución al ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres de Mali por valor de 316.904 euros. Otra destinada a la red iberoamericana de Festivales de Cine lésbico, gay, bisexual y transexual por valor de cien mil euros. Otra destinada a la adaptación al cambio climático de las familias campesinas de la cuenca alta del Mapacho o Congate cuzco en Perú por valor de 80.000 euros. Otra destinada a la implementación del currículo de educación maya bilingüe intercultural por valor de 219.573 euros. Otra destinada al avance hacia la igualdad de género y de los derechos de las mujeres en Níger por valor de 13.494 euros. Otra destinada al avance de las emisoras de radio con enfoque de género en Camboya por 282.786 euros... Todo ello hasta totalizar más de 10.000 millones de las antiguas pesetas.

El Boletín Oficial del Estado Núm 284, Secc. III, Pág. 126006, del viernes 25 de Noviembre de 2011 (5 días después de las elecciones y con el gobierno también en funciones) publica la concesión de 190 subvenciones a diferentes entidades, destinadas a actividades relacionadas con las víctimas de la guerra civil y del franquismo. Reseño, a modo de ejemplo, algunos de los proyectos de los cuales se detalla la entidad o agrupación que solicita la subvención, la denominación del proyecto y la cantidad con la que se les subvenciona:

-Fundación Largo Caballero: Testimonios en el archivo oral del sindicalismo socialista: ugetistas en el País Vasco (1948-1982), del franquismo a la transición, 28.800 euros.
-Fundación de Estudios Socialistas Federico Engels: Testimonios de la guerra civil y la revolución. Los Protagonistas, 27.600 euros.
-Comisiones Obreras Unión Regional de Cantabria: Presos con causa 1937-1978: Abrir las puertas de la historia, 29.956,67 euros.
-Fundación Pablo Iglesias: La memoria de la clandestinidad. Identificación y recuperación de la memoria de los órganos de dirección de las organizaciones socialistas a lo largo del primer franquismo (1939-1955): Segunda fase, 40.000 euros.
-Asociación Memoria y Libertad: La represión de la UGT durante el primer franquismo en la provincia de Almería., 28.200 euros.
-Associació Joan Peset i Aleixandre: IV Jornadas sobre la represión franquista en Levante. La represión franquista sobre Izquierda Republicana, 28.600 euros
-Fundación Cultural 1º de Mayo: Represión y resistencia obrera: testimonios de la militancia antifranquista en CCOO (parte II), 26.896,51 euros.
-Fundación Cultural Miguel Hernández: Los amigos exiliados de Miguel Hernández, 27.000 euros.
-Asociación Memoria Histórico Militar Ebro 1938: 2ª Fase localizar y documentar restos soldados muertos batalla del Ebro zona Fayón Mequinenza, 49.014 euros (no se subvenciona análisis genético).
-Confederación General del Trabajo: Recuperación memoria libertaria. Microbiografías libertarias, 21.150 euros.
-Universidad Complutense de Madrid: El impacto de la guerra civil española en Argentina, Chile y Perú, 28.275 euros.
-Ateneo Republicano de León: La represión en el tardofranquismo. Fuentes orales (2ª parte), 28.000 euros.
-Asociación hijos y nietos del exilio republicano: Documental sobre el exilio republicano en el norte de África, 27.200 euros.
-Fundaciò Joan XXIII: Memoria viva: Jesuitas, educación y sociedad, 29.000 euros.
-Asociación juvenil Juventudes Activas de León: Recuperación biográfica, política y periodística de Miguel Castaño y otras víctimas vinculadas, 24.030 euros.
-Fundació d'Estudis Polítics Fundació de la Comunidad Valenciana: Memorias de dos familias obreras. Compromiso con la democracia y represión franquista, 27.200 euros.
-Amics de Ravensbrück: Edición y presentación libro “Censo deportadas españolas a Ravesbrück”, 24.637,50 euros.
-Institut d'Estudis Penedesencs de Vilafranca del Penedès: La represión franquista en el Penedès (Impacto político, cultural y social), 36.000 euros.

Y por último, muestro las fotografías de diferentes edificios o de alguno de sus elementos, así como de la puesta en marcha de medios de transporte, todo ello realizado con dinero público, con la referencia de su coste respectivo, desproporcionadamente mayor en todos los casos a la rentabilidad social que de ellos se ha extraído o podrá extraerse… especialmente si se considera que se ha manejado un dinero que no se tenía y que ha venido a aumentar una deuda pública que ya había traspasado su punto crítico: