“Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son,
precisamente, lo que despierta y moviliza mis actividades, mis capacidades. Si
mi cuerpo no me pesase, yo no podría andar (…) Vaya esto tan sólo para
contrarrestar nuestra ingenua tendencia a creer que la sobra de medios favorece
la vida. Todo lo contrario. Un mundo sobrado de posibilidades produce,
automáticamente, graves deformaciones y viciosos tipos de existencia humana
—los que se pueden reunir en la clase general «hombre-heredero» de que el
«aristócrata» no es sino un caso particular, y otro, el niño mimado, y otro,
mucho más amplio y radical, el hombre-masa de nuestro tiempo (…) La vida humana
ha surgido y ha progresado sólo cuando los medios con que contaba estaban
equilibrados por los problemas que sentía (…) (El hombre-masa) percibe sólo la
superabundancia de medios, pero no las angustias (…) Este desequilibrio le
falsifica, le vicia en su raíz de ser viviente haciéndole perder contacto con
la sustancia misma de la vida, que es absoluto peligro, radical problematismo”
(Ortega y Gasset[1]).
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