miércoles, 9 de abril de 2014

España como algo que permanece a través de lo que cambia

     Es difícil romper nuestros hábitos mentales, en este caso nuestra tendencia a identificar lo que somos con algo fijo, estático, definitivo. Desde luego, amigo Vicente, algo de eso hay, nuestra sustancia no es tan volátil que pueda ser referida a un ser siempre en “estado” de cambio. Algo permanece a través de los cambios, sin duda. Y de la misma forma que cuando pasamos de niños a jóvenes y de estos a adultos, en que está claro que, por encima de esos estados transitorios, mantenemos una identidad, el ser de España no resulta ser una mera quimera o simple resultado del azar. Es más: el sentimiento de identidad, tanto en lo individual como en lo social, es irrenunciable ¿Qué es España, la sociedad en la que vivimos?, es una pregunta a la que dar respuesta resulta tan imprescindible como, en lo individual, dar alguna respuesta a la pregunta ¿quién soy yo? Que no haya nada definitivo no equivale a que no haya nada, que es lo que ocurriría si no disponemos de alguna identidad.

     En ese permanente tránsito hacia algo más de lo que éramos, habría un sustrato digamos que prenatal en las tribus prerromanas, en las que el sentimiento de identidad se sustentaba en las relaciones de sangre. Y a partir de los romanos, se forjó una nueva identidad, en la que lo decisivo era la unión política, la polis, Roma. Desde entonces, ser autrigón, vacceo o vascón daba ya igual a efectos del sentimiento de identidad fundamental, que era ser romano. La Edad Media, entre nosotros, sufrió los efectos del cataclismo que supuso la invasión islámica, que, visto desde el conjunto de nuestra historia, fue un gran accidente histórico. Pero la historia siguió su camino, y ocho siglos más tarde recuperamos la trayectoria que habían marcado Roma y los visigodos. En el horizonte asomaba el estado moderno que fue plasmándose entre el Renacimiento y nuestros días. Si el accidente histórico islámico hubiera triunfado definitivamente y desplazado al de la civilización de origen romano, habríamos pasado a ser parte de la trayectoria que desde la Meca y Medina en adelante absorbió todo el norte de África. Una ventaja habríamos tenido entonces: no existiría el problema del asalto de inmigrantes ilegales a las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla, porque toda España (mejor dicho, todo al-Ándalus) sería una prolongación de Marruecos.

 
     En el camino que va de Roma al estado moderno, resulta evidente que nos hemos ido dejando girones. Esos girones son los que intentan recuperar los nacionalistas para convertirlos en una referencia esencial. Los reinos cristianos medievales, resultado del accidente histórico aquel de la invasión islámica, supusieron la creación de ramales centrífugos en esa trayectoria Roma-estado moderno. Portugal, por ejemplo, se salió de esa trayectoria y acabó convertido en estado soberano. Los nacionalistas catalanes querrían algo así como que Cataluña se hubiera disgregado del reino de Aragón (en realidad, parecen creer que los catalanes representaban prácticamente en exclusiva al reino de Aragón) y formar también un ramal asimismo disgregado de aquella trayectoria principal. Incluso al-Andalus islámico ha servido y sirve de referencia a los nacionalistas andaluces (la bandera regional andaluza viene a ser la de los almohades), que prefieren desdeñar la trayectoria que comienza en la Bética romana, en la que incluso enraíza el idioma que no tienen más remedio que considerar propio. Lo de los nacionalistas vascos es capítulo aparte, y directamente entra en el ámbito de la mitología, por no decir en el de la psiquiatría: reivindican una supuesta trayectoria que enlaza con las tribus prerromanas, suponiendo que ha habido una endogamia suficiente como para que la tribu vascona transmitiera soterradamente su influjo y su propia trayectoria, incompatible con lo que ha llegado a ser la civilización occidental (ciertamente, a posteriori, tratan de hacer malabarismos para no sentirse tampoco ajenos a la trayectoria de esa civilización occidental, pero no se puede ser a la vez miembro de una tribu y de la civilización occidental). Para ellos, el mundo debería recuperar el momento prehistórico anterior a la formación de las comunidades políticas que sucedieron a las identidades tribales, y habría que entender que en la Organización de Naciones Unidas se sentirían a gusto si sus compañeros de asiento fueran, por ejemplo, los masais (no, desde luego los artificiales sujetos políticos generados por la alienante civilización). 

     En fin, Vicente, que nuestra identidad como españoles tampoco es tan etérea y azarosa. Aunque, efectivamente, está sujeta al cambio permanente. Un cambio en el que se conserva de alguna manera lo que fuimos, pero que nos hace ser cosas diferentes a medida que avanza la historia. Y, desde luego, ser español no es, en términos de identidad, equivalente a ser vasco o catalán: la identidad española es el resultado de una trayectoria que podemos decir que va, en lo fundamental, desde Roma al estado moderno. La identidad vasca o catalana, tal como la pretenden sus nacionalistas es el resultado de una instalación (reaccionaria) en la prehistoria o en alguno de los ramales abiertos por los accidentes históricos acontecidos a lo largo de aquella trayectoria principal.

2 comentarios:

  1. Hola, Javier:

    Dentro del viaje en el seguir haciéndonos me sigue presentando carencias el sustrato prenatal que comentas. La tremenda amalgama de pueblos que habitaban la península sigue unida al clan, a la estirpe. El gran logro romano consiste en pasar a formar parte de una estructura mucho más fructífera. Conforme la organización romana avanza, son los propios pueblos los que requieren pasar a formar parte de los diversos estatus (los que deciden hacerlo). Las colonias y municipios (que estaban libres de cargas) hacen que resulte atractiva la inclusión, pero lo realizan ante el Imperio, donde la península ibérica ocupa parte del territorio romano.

    Por otra parte, sabida es la "terquedad" de muchas de las tribus que se niegan a sucumbir al imperio. Todavía oigo en ciertos entornos la jactancia por no haber sido romanizados (todo un logro en la búsqueda de purezas). El norte que nos ampara a nosotros (a ti y a mí, aunque en mi caso más bien me desampara pues siento a mi espíritu mucho más al sur) se halla poblado por fuertes tradiciones celtas. Respecto al sur, tan marcado por el acontecimiento musulmán, creo que el nombre de Andalucía puede derivar del sustrato vándalo (Vandalucía) más que de Al Ándalus. Esa tradición de castros norteños, pertenecientes a un mundo más atlántico que Mediterráneo, se sigue sintiendo en la marcada tradición folclórica. Será que a un nivel antropológico las penetraciones y asimilaciones (aculturación)resultan lentas.

    La descomposición del imperio produjo la consabida disgregación de aquella unidad lograda. El feudalismo, el vasallaje, nos retrotrae a las multiplicidades de uniones, si ahora no por clanes, sí por dependencia. Cuando los visigodos logran recomponer a su favor gran parte peninsular, no olvido que ellos llegan expulsados por la presión de otras tribus bárbaras del norte de Europa y se mantuvieron al sur de Francia hasta asentarse principalmente en la antigua Hispania romana. Por mucho que los visigodos lleguen bastante romanizados, forman parte de la descomposición de Roma como imperio (saqueo de Alarico).

    La posterior unión que se fue forjando tuvo que forcejear contra los marcados particularismos y la historia medieval lo fue también de las afinidades a bandos, señores, reyes de partes distintas, unidas sí, por la observancia cristiana, hasta la incursión de tu anomalía musulmana. Pasados esos casi ochocientos años, la impronta que la desmembración del califato en reinos de taifas dejó fue tan señera que, muchos siglos después, se reinventaría en el cantonalismo.

    Me he quedado, amigo Javier, (bueno, he dado un repaso torpe) en esos trances de la raíz hispana, como arriba te comentaba, porque sigo sin notar sólida la cimentación de esta unión por construirse (no pongo en construcción por evitar el pareado fácil).

    Recibe un cordial saludo, y una felicitación por tu nueva "criatura" escrita. A ver si resulta que esos "monstruos" que habitan el interior de España, favorablemente subyugados, nos consolarán con un seguir haciéndonos más pleno.

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    1. Muchas gracias, amigo Vicente, por tu felicitación. Inevitablemente, haré alusión a esa nueva criatura mía en la próxima entrada del blog: en el maremágnum de las cosas que van y vienen es, desde luego, un suceso insignificante, pero mirado desde la perspectiva de mi micromundo resulta ser un acontecimiento relevante.

      En estas últimas entradas has dejado manifiestas tus preocupaciones por esa tendencia nuestra, de los españoles, a la dispersión, primero tribal, después feudal, la de las taifas, la de los cantonalismos… y finalmente las nacionalistas. Casi parecería que, efectivamente, hacen alusión a nuestra idiosincrasia, que, por consiguiente, seríamos constitutivamente incapaces de formar una nación. Es comprensible, desde luego, ese recelo, esa sospecha de que no somos capaces de formar algo unitario.
      Bien, yo creo, sin embargo, que es un problema de atasco evolutivo, de inmadurez de nuestra sociedad. Como San Agustín (y Hegel, y todo filósofo que se precie), creo que todo tiende a la unidad, que la evolución en la que está inmerso el universo consiste en ir avanzando a lo largo del tiempo desde organismos simples y dispersos (unicelulares en el extremo de la vida orgánica) hacia otros en los que quedan conjuntados aquellos, es decir, hacia organismos complejos (integrados por más células que interactúan entre sí). Esa marcha es inexorable. La historia deja margen, desde luego, para los fracasos, y en ello estamos, pero estos son algo coyuntural, y aunque nuestras interrupciones o bloqueos acabaran al final en un fracaso histórico y nos deshilacháramos estúpidamente en fragmentos simples, la fuerza que todo lo empuja a la unidad seguiría actuando. En la historia quedaría registrada nuestra estupidez y las nefastas consecuencias que de ella se derivaran, pero el tren de la evolución no se para porque nos pongamos delante montados en nuestro pollino y digamos aquello de: “Chufla, chufla, que como no te apartes tú…”.

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