Sin embargo, la individuación propiamente dicha, la conquista
del ser individual como algo único y diferenciado es un logro propio de una
etapa de madurez. Antes, cuando el individuo se siente a sí mismo aún demasiado
frágil e inconsistente, busca fórmulas de identificación colectivas que le
permitan alcanzar cierta fortaleza vicaria arrimándose a la que emana del grupo.
Los neuróticos, dice Jung, “sacrifican generalmente su fin individual a
su necesidad de acomodación colectiva, para lo cual alientan todas las
opiniones, convicciones e ideales del medio ambiente. Contra estos últimos no
existen argumentos razonables”, porque, como resulta evidente, lo que
motiva la adhesión a esas organizaciones no es el cálculo racional sino la
búsqueda de una identidad a través del grupo, que es una necesidad emocional.
Las tribus urbanas tienen precisamente la función de
facilitar una identidad colectiva a quienes se sienten demasiado escasos o
impotentes para sobrellevar una identidad individual que permita sobresalir del
anonimato y de la insignificancia. Añaden a esta particular fórmula de
socialización aquel negativismo que vimos que caracterizaba a la más primitiva
manera de acceder a la identidad. Vienen así estos grupos a servir de soporte
suficiente como para poder enfrentarse a cualquier eventual interlocutor con el
consabido “tú no sabes con quién estás hablando”. Puesto que nos estamos refiriendo a
individuos que en la generalidad de las facetas por las cuales uno llega a
adquirir una identidad serían unos fracasados, acaban acogiéndose a un último
recurso a través del cual poder sobresalir: la fuerza física. En cualquier otra
actividad serían derrotados, pero no en una pelea; y si lo son individualmente,
dejarían de serlo si cuentan con el apoyo y el soporte de su grupo de
referencia. Las tribus urbanas, los Skin Heads o los Latin Kings y los Ñetas
latinos, solo secundariamente son violentas; antes que eso, cumplen la función
de facilitar una identidad a quien no tiene una mejor manera de adquirirla. Son
una tabla de salvación frente a la amenaza de acabar siendo anegados por el
anonimato.
Así lo entiende Bárbara Scandroglio, doctora en Psicología
Social y profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de
Madrid, autora del libro “Jóvenes, grupos
y violencia”, y que lleva más de una década dedicada a la investigación e
intervención en este área de las tribus urbanas. Afirma esta autora que para
integrarse en una banda urbana es necesario cumplir ciertos rituales y asumir
una fórmulas de identificación propias de cada uno de esos grupos: un modo de
saludarse, una bandera, una manera uniforme de vestirse, quizás algún tatuaje…
Los grupos políticos que se expresan a través de la
violencia y que participan de unos requisitos de integración similares, han de
ser entendidos en gran medida como respuesta a esa misma necesidad de identidad
propia de las tribus urbanas. La política da, sin embargo, complementariamente,
una pátina de nobleza e idealismo a personas que no tienen otro modo de
significarse que la fuerza bruta, especialmente la que cuenta con el respaldo
de un grupo temible. Con planteamientos políticamente primarios e
inconsistentes, los integrantes de estas bandas pueden dejar atrás el anonimato
y asomar al mundo exhibiendo la necesidad de “pasar a la acción”, dejando a un lado lo que a sus ojos vienen a ser ridículas disquisiciones teóricas. Pertrechados
con tan escaso bagaje, y si la ciudadanía descuida sus sistemas de alerta,
pueden llegar incluso a alcanzar la categoría de heroica vanguardia de la
sociedad, como acaba de ocurrir en el barrio burgalés de Gamonal. En el País
Vasco, estas precarias formas de alcanzar la identidad a través del grupo
violento han llegado, como resulta evidente, al paroxismo.
Por eso, más allá de la ineptitud y de la irresponsable
tendencia al despilfarro a la hora de administrar el dinero público (factores que tan a menudo han ido de la mano de la corrupción) que están detrás del indefendible proyecto del bulevar
de Gamonal por parte de la Alcaldía de Burgos, resulta alarmante observar el
movimiento de simpatía que, apoyado en el generalizado estado de cabreo de la
ciudadanía, han provocado en mucha gente los recientes actos vandálicos de este
tipo de jóvenes en busca de arraigo. No se está haciendo así otra cosa que dar
reconocimiento y apoyo a unas formas de búsqueda de identidad burdas, primarias
y que se manifiestan a través de comportamientos antisociales. De su mano, en
política, los remedios acaban siendo peores incluso que la enfermedad.