Pienso que los acontecimientos tienden a desarrollarse a lo
largo de una línea que va configurándose con lo que es habitual, lo previsible,
lo ordenado y sometido a norma… hasta que esa línea se rompe. Y cuando ese
momento llega, lo hace no de una manera paulatina, sino brusca y repentina (el
cambio de lo cuantitativo a lo cualitativo que decía Hegel). En las fases
preparatorias, pueden aparecer coyunturales rupturas de lo que era normal y
normativizado que no tienen fuerza suficiente para quebrar la propensión de los
acontecimientos a mantenerse en el campo de lo repetible. Pero a partir de cierto
momento, los acontecimientos empiezan a ir por libre; la ley deja de tener
fuerza suasoria y disuasoria suficientes como para servir de cauce a los
comportamientos, y después de que durante un tiempo acontezcan
fenómenos anormales o antinormales, el caos emerge decididamente. Esto ocurre tanto en el
nivel de los acontecimientos sociales como en el de los individuales. En el
primero, el punto de ruptura quedaría marcado por el descalabro de las
instituciones, que dejan de servir de marco y acotamiento a lo que ocurre.
Aristóteles, que vivía en una época crítica y que sabía lo que este tipo de
cosas significan, llegó a decir que es preferible que existan malas leyes a la
ausencia de leyes.
Para comprender mejor este ámbito intelectual en el que
estamos adentrándonos, creo que podemos echar mano del sociólogo Gustave Le Bon,
que consideraba que la barbarie se caracteriza precisamente por el predominio del azar y de
lo imprevisible: “(Un pueblo) –dice en concreto– no saldrá de la barbarie sino
cuando, después de prolongados esfuerzos, (…) haya adquirido un ideal. Poco
importa su naturaleza. Ya se trate del culto a Roma, del poderío de Atenas o
del triunfo de Alá, bastará para dotar a todos los individuos de la raza en
vías de formación de una perfecta unidad de sentimientos y pensamientos (…)
Tras las características móviles y cambiantes de las masas estará aquel estrato
sólido, el alma de la raza, que limita estrechamente las oscilaciones de un
pueblo y regula el azar”. Y también considera cierto Le Bon lo
complementario: “Con el progresivo desvanecimiento de su ideal, la raza va perdiendo
cada vez más aquello que mantenía su cohesión, su unidad y su fuerza (…)
Aquello que constituía un pueblo, una unidad, un bloque, concluye por convertirse
en una aglomeración de individuos sin cohesión y que aún mantienen
artificialmente durante algún tiempo las tradiciones y las instituciones (…) Con
la definitiva pérdida del antiguo ideal, la raza concluye perdiendo también su
alma (…) Presenta todas sus características transitorias, sin consistencia y
sin mañana. La civilización carece ya de solidez y cae a merced de todos los
azares. La plebe es reina y los bárbaros avanzan”.
No creo que fuera casual que en unos tiempos de tanta
tribulación como fueron aquellos del primer tercio del siglo XX, hubiera intelectuales que verbalizaran el
espíritu de la época en ese sentido favorable a lo azaroso y a lo que atentaba
contra las normas generales. Fernando Pessoa, por ejemplo, llegó a decir: “No
hay normas. Todos los hombres son excepciones a una regla que no existe”.
Y André Breton, en nombre del surrealismo, llevaba ese presupuesto a sus
últimas consecuencias: “Creo que todo acto lleva en sí su propia
justificación, por lo menos en cuanto respecta a quien ha sido capaz de
ejecutarlo”. Carl Gustav Jung, también por entonces, extraía este tipo
de inferencias: “Difícilmente podremos negar que nuestro presente es una de esas épocas
de escisión y enfermedad. Las circunstancias políticas y sociales, la
fragmentación religiosa y filosófica, el arte moderno y la moderna psicología
están de acuerdo en esto. ¿Hay alguien que, dotado, aunque solo sea de un
vestigio de sentimiento de la responsabilidad humana, se sienta bien con este
estado de cosas? Si somos sinceros debemos reconocer que en este mundo actual
ya nadie se siente del todo a gusto, y la incomodidad será del todo creciente”.
El mismo Jung confesó que vio venir la Segunda Guerra Mundial analizando el desasosegante
contenido de los sueños de sus pacientes alemanes en los años previos. A Ortega
no le extrañarían esa clase de inferencias, porque decía que “tal
vez es imposible descubrir fuera una verdad que no esté preformada, como
delirio magnífico, en nuestro fondo íntimo”; es decir, que hay algún
tipo de sintonía, o incluso sincronía o relación simbólica, entre lo que ocurre en el mundo externo y lo que las
personas viven en su interior, más allá de lo inmediatamente evidente.
Es decir, que los acontecimientos futuros son detectables, si
no en su estricta resolución, sí en las tendencias que se van formando, a
través de los estados de ánimo de las personas (en España, hoy, catatróficos),
así como en la aparición de lo que me voy a tomar la licencia (otro día cuento
por qué) de denominar OSNIs (Objetos Sociológicos No Identificados o No
Institucionalizados), es decir, acontecimientos sociales anormales, que se
salen del marco de lo previsible, ordenado y normativizado. Entonces, dice
Ortega, “las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte. A este
fenómeno de la vida histórica lo llamo particularismo y si alguien me
preguntase cuál es el carácter más profundo y más grave de la actualidad
española, yo contestaría con esa palabra”. Seguiría pudiendo contestar
a estas alturas con esa misma palabra. Hegel apuntala esta misma idea: “La
ruina (del espíritu del pueblo) arranca de dentro, los apetitos se desatan, lo
particular busca su satisfacción y el espíritu sustancial no medra y por tanto
perece. Los intereses particulares se apropian las fuerzas y facultades que
antes estaban consagradas al conjunto”.
En suma, cuando se deja de respetar la ley, a veces aparentando
que se es esclavo de ella (por ejemplo, cuando se excarcela de manera
escandalosa a asesinos y violadores), cuando, rompiendo toda previsibilidad, un
gobierno promete unas cosas y hace las contrarias, cuando una sociedad deja de tener
ideales comunes que la vertebren y, por el contrario, asoman por doquier
fuerzas disgregadoras (que incluso subvenciona el estado), cuando las
instituciones, desde la Justicia, los partidos políticos o los sindicatos a la
monarquía, bañados en la corrupción, pierden toda credibilidad… se está
haciendo lo que hay que hacer para que se abra la caja de Pandora. Yo quiero
sujetar mis inferencias, pensar que el mundo (que España) está sometido a un
cauce suficiente y que es probable que mi ya consustancial pesimismo produzca
sesgos en mis interpretaciones de las cosas. Pero tantos OSNIs no pueden
augurar nada bueno.
Saludos Javier, cuando discuto en el cuartel o en cualquier otro sitio sobre esto, lo que me pone más nervioso no es el avance enemigo, sino que todo el mundo parece satisfecho con decir "¡Ah!, pero es que eso no va a pasar, es imposible".
ResponderEliminarNo digo que tenga que pasar, pero estamos comprando muchos números para el sorteo.Sé de sobra que la Historia de Yugoslavia y la de España son distintas, pero el modelo hacia el que parece que nos quieren llevar es, precisamente, ése, el yugoslavo - o tal vez al austrohúngaro de la Monarquía Dual -.
Creo recordar que Sosa Wagner escribió en El Mundo sobre los paralelismos del sistema imperial austríaco y nuestro sistema autonómico... y aún no estábamos como ahora.
Suelo rumiar mis opiniones muy despacio, esto no quiere decir que sean buenas, claro,sólo que me cuesta llegar a conclusiones... y después es difícil que me baje del burro :) . Intentaré seguir su ejemplo y que mi negra, retorcida y espinosa alma no me domine.
Si me pusiera dramático, amigo John Carlos, diría que toda Troya destruida parece que tiene que contar con su Casandra desdeñada. Los dos luchamos contra nuestros propios temores, y quisiéramos que no tuviesen fundamento, o al menos, que lo tuviesen más escaso. Es cierto que tal y como son las cosas, no parece que haya clima suficiente para que el desastre sea excesivo, pero ese sentimiento de seguridad es, precisamente, parte del peligro. No hay más que ver la indolencia de la mayoría de nuestros compatriotas. Eso por un lado. Por el otro, lo que se divisa es el desmadre antisistema de los que vienen por el lado de Izquierda Unida, que se está comiendo al PSOE por las patillas.
ResponderEliminarEn fin, que hay que ir a dormir y para eso lo que procede es tener pensamientos sosegados...
Un saludo cordial, John Carlos