domingo, 31 de julio de 2011

ESPAÑA, UNA NACIÓN QUE SE MUERE

El presente es la superficie de nuestra vida, como la primera fila de árboles lo es del bosque que late detrás. La superficie de las cosas no exige de nosotros, para ser captada, ningún esfuerzo, ninguna intervención activa, sólo receptividad. Dejando resbalar, respectivamente, nuestros hábitos y nuestros sentidos por esa primera lámina a través de la que se nos aparecen acontecimientos y cosas, tenemos garantizado el inicial contacto con ellos, en el que de lo que se trata es de que lleguen a encontrarse nuestra pasividad y su epidermis.

El rumor que, arrancado al impenetrable silencio de fondo, nos envía un arroyuelo desde la espesura, o el graznido, quizás, de un pájaro inquieto llegando también de tal zona de latencias, la que se oculta detrás de la primera fila de árboles, nos hace reparar en que eso que nuestros sentidos nos mostraban no era aún la realidad, que el bosque empieza a existir justo en el punto en el que ya no lo vemos, y en donde la escasez de lo que aportan nuestros sentidos ha de ser complementada con la intervención de nuestras interpretaciones. “El bosque –dice Ortega– nunca lo hallaré allí donde me encuentre. El bosque huye de los ojos”. Un bosque es una interpretación, no se conforma con el pasivo registro de aquella parte de su ser que se entrega dócilmente a nuestros sentidos, sino que, para llegar a existir, necesita de nuestra colaboración y de nuestro esfuerzo. “Necesitamos, es cierto –confirma el mismo Ortega–, para que este mundo superior exista ante nosotros, abrir algo más que los ojos, ejercitar actos de mayor esfuerzo; pero la medida de este esfuerzo no quita ni pone realidad a aquél. El mundo profundo es tan claro como el superficial, sólo que exige más de nosotros”. Estas realidades que empiezan a existir cuando dejamos atrás la superficie de las cosas, “viven, pues, en cierto modo, apoyadas en nuestra voluntad”. Aún podemos decir más: la voluntad y el esfuerzo que la sigue son las funciones sobre las que la vida humana –que no es otra cosa que la misión que consiste en añadir sentido a lo que hay– se sostiene, y sin esa activa aportación que hacemos al mundo, la vida languidecería desprovista de quehacer, dejando que paulatinamente nos fuésemos incorporando a esas fracciones del universo cuyo papel, como el de, por ejemplo, las piedras, consiste en un mero estar ahí.


La historia es la dimensión de profundidad que también el tiempo tiene, el conjunto de árboles que no vemos porque los tapa esa primera fila de ellos que constituye el presente, pero cuya realidad tiene tanta consistencia como ésta que nos es inmediatamente evidente. La historia, ese conjunto de posibilidades que laten en nuestro pasado y anuncian nuestro futuro (“nuestro”: el del pueblo que la construye) es lo que da sentido a nuestro presente, la capa epidérmica tras la que se oculta lo que fuimos y lo que hemos de ser. A la historia –dinamismo permanente sobre el que los pueblos van haciendo su vida– se opone la costumbre, el molde hierático al que van a parar nuestros actos cuando se desconectan de su última razón de ser, la que los sitúa en esa zona de tensión y de esfuerzo que transcurre entre lo que fuimos y lo que estamos llamados a ser. Cuando nuestros actos pasan a ser explicados por la costumbre (no digamos nada si lo son por el azar), cuando dejan de necesitar un por qué y un para qué que les sirvan de dimensión de profundidad, ellos, así como nuestra vida personal y nuestra historia colectiva que les contienen como materia prima, dejan de ser irrigados por la corriente vitalizadora de la voluntad, del esfuerzo consciente, y pasan a languidecer en los brazos de la repetición mecánica, de lo que se acepta sin más por el hecho de estar ahí, sin exigir que cumpla función alguna como parte de nuestros proyectos, encajado en nuestras aspiraciones.

A veces nos llega el rumor de intrépidos arroyuelos o incluso el clamor de torrentes vertiginosos que irrumpen sonoramente rompiendo la calma indolente de nuestras rutinas y avisándonos de que éstas eran insuficientes para dar razón de lo que hay; llamadas perentorias, pues, emitidas desde esa profundidad inadvertida que late al fondo de aquello a lo que nos hemos acostumbrado, y que demandan nuestra toma de conciencia, nuestra intervención activa para que la historia salga del sopor en el que lo acostumbrado la había hecho caer y nos plantee sus insoslayables exigencias, las que nos volverían a situar entre el por qué y el para qué, sin los cuales podemos quedar peligrosamente abocados a la indiferencia.


El 13 de julio de 1997, ha hecho pues catorce años hace poco, ocurrió uno de esos acontecimientos que zarandean violentamente el alma de los pueblos: Miguel Ángel Blanco fue cruelmente asesinado por ETA tras dos días de secuestro, y mediando por parte de la organización terrorista unas demandas que entonces (¡cuánto tiempo ha pasado!) todo el mundo considerábamos inaceptables. El pueblo español, indignado (diríamos hoy), pareció por unos días despertar definitivamente de la sinrazón del terrorismo y del nacionalismo a la que se habían acostumbrado, y si no hubiera sido aquello nada más que una reacción inconsecuente, pronto sofocada por la incapacidad de nuestros políticos, que debían haberla liderado, cuando no por su premeditada intención de abortar aquella potencialidad (como explícitamente ocurrió con el PNV), es probable que la historia se hubiese reactivado, sacándonos a los españoles de nuestro conformismo y obligándonos a recuperar la línea directriz que, frente a los propósitos reaccionarios que los nacionalismos nos han impuesto estas últimas décadas, nos exige la marcha de un estado moderno e ilustrado, el que esa historia nos pide ser.

Aquello quedó, pues, abortado. Lo cual significó que metabolizamos nuestra fugaz rebeldía como pueblo hasta dejarla diluida en una renovada oleada de conformismo e inmersión en nuestras rutinas que volvían implícitamente a dar por hecho que las pretensiones de nuestros nacionalismos centrífugos eran inevitables. Despojadas de nuestra voluntad, de las exigencias que nos impone la necesidad de proseguir hacia nuestros destinos históricos, los nacionalismos persistieron con nuevo ímpetu en su tarea de destrucción de nuestra cohesión nacional y consiguiente regreso hacia fórmulas de ordenación de nuestra convivencia hace siglos periclitadas.


Esa marcha hacia atrás de la historia emitió entonces un estruendoso graznido de pajarraco que aún provocó un agitado estado de alarma en la conciencia de muchos españoles que reaccionamos vivamente a la nueva llamada de nuestras exigencias cívicas e históricas, que desde lo profundo alertaban contra tal desvarío. Al pajarraco aquel lo daba forma la defección de nuestros políticos gobernantes; al chirriante graznido que emitió lo llamaron “proceso de paz”. Lo más despierto del cuerpo social respondió, pues, todavía con encendidas manifestaciones multitudinarias que momentáneamente impidieron que las componendas de nuestros políticos gobernantes con ese ariete del nacionalismo que es ETA nos precipitaran en el pozo sin fondo que implícitamente anunciaban.

Nuestros políticos más descarriados (pero poderosos) mantuvieron, sin embargo, sus propósitos, hasta ir consiguiendo desarticular casi totalmente las voces críticas tanto del cuerpo social como de sus instituciones y de sus apesebrados medios de comunicación. Aún parecería que ese cuerpo social ha tenido un postrer gesto de rebeldía contra la degeneración social y política rampante, a través del movimiento asambleario que se ha dado en llamar del “15-M” o de los “indignados”. Si no hubieran demostrado ya suficientemente su inmadurez o sus planteamientos erráticos de otras formas, bastaría para sospechar de ese movimiento el que el presidente Zapatero, máximo representante de nuestra actual deriva hacia la catástrofe, no encontrara otra objeción que le hiciera desistir de acudir a las acampadas de indignados que el hecho de haber sobrepasado los 25 años; y que, de manera semejante, Rubalcaba, ex-segundo de a bordo de esta nave a la deriva, hoy capitán de tan aciaga embarcación, se esté ofreciendo descaradamente para apadrinar también ese peculiar estado de rebeldía. Su jefa de campaña, Elena Valenciano, ha confirmado que negocian con representantes de este movimiento.


En conclusión, a estas alturas casi parecería que nos hemos acostumbrado a nuestros males, que nuestra catatonia colectiva nos ha llevado a aceptar como inevitable y sin posible marcha atrás la deriva catastrófica que las partes más reaccionarias de nuestro cuerpo social, los nacionalismos, hoy plenamente incrustados en nuestras instituciones, incluida ETA (eso que los responsables del desaguisado llaman “momento de máxima debilidad de la organización terrorista”), nos han impuesto. En el horizonte asoma nuestra posible defunción como nación y como estado, elevando cualitativamente la dimensión de la crisis económica y de valores que sufrimos. Da la impresión de que la historia ha encallado para nosotros. Descontemos a la mayoría de los políticos, en los que no queda mucho para que podamos confiar en ellos: en los ciudadanos, nuestras rutinas van consiguiendo apagar el desasosiego que nos exigiría reaccionar, con fórmulas adormecedoras del tipo de “no será para tanto” o “los problemas auténticos van por otro lado”… aunque también quedaría el consuelo de pensar que eso que trasciende de la capa superficial, la primera fila de árboles del día a día y de nuestras rutinas o bien nunca ha existido o bien se trata de conceptos discutidos y discutibles.


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11 comentarios:

  1. Hola, Javier: me alegro de que vuelvas a los "desazonantes" temas. He comenzado (lo has hecho tú) y terminado aprehendiendo la metáfora del árbol y el bosque. Bien, creo que también percibo la del "ombligismo" (o sea, los nacionalismos étnicos). Cualquier intento por creerse el centro de lo único y/o puro es perjudicial.

    Ves cesiones inexplicables (sobre la dignidad de la memoria de Miguel Ángel Blanco y la de tant@s más) en este gobierno pulverizado. Hemos de recordar también que uno de los gobiernos de Aznar "dialogó" -negoció- con E.T.A., y utilizó el eufemismo de "movimiento de liberación nacional" (no utilizo mayúsculas a posta).

    Creo que la sociedad implicada, la vasca, es una sociedad enferma (no los que se parten el pecho y el alma dentro de ella con afanes decorosos). Enferma porque consiente que los que matan reciban atenuantes. Enferma porque los huídos que han matado, llegados a cierta zona de protección, han desaparecido en una unión con la madre tierra (Ama Lurra) y sus hijos los puros.

    Por cierto, en tu definición de la historia y los pueblos, ese mismo concepto -el Volk germánico- se funde en las esencias de lo étnico, lo tribal, en detrimento del concepto de ciudadanía, que siempre obtendrá más consideración en los derechos para el ciudadano participante en la colectividad que para los miembros de tal o cual "pueblo" o colectivo.

    ESPAÑA, UNA NACIÓN QUE SE MUERE, titulas. Amén de los ya famosos enfrentamientos por el ser y la esencia de lo hispano con Sánchez Albornoz y Américo Castro, nos enfrentamos a un enigma histórico. Según qué fuentes consultes, España puede serlo desde: la Hispania romana, la Edad Media, la uníón de las coronas de Castilla y Aragón, la llegada de los Borbones, la Constitución de Cádiz, la del treinta y uno... Incluso hoy en día hay quien pone en duda su existencia (recordemos el manido "estado español", o la "nación de naciones").

    Recuerdo un título (perdone el autor su omisión): "España, Centro y Periferia" en donde se concluye la visión clara de esa diferenciación, que, necesariamente ha de culminar en una desunión con el centro "depredador". Tú mismo, Javier, habrás visto carteles de Castilla y León en donde se tacha a una de las partes para destacar el: "León solo" o "Castilla sola". Si tomamos al primero, al antiguo Reino de León, tiene en su seno una parte que aspira a ser la "Quinta Provincia"... gallega.

    Mi ser lucha por una bella unión, pero la historia nos repiquetea con los "Reinos de Taifas", con "el Cantón de Cartagena". La propia Cataluña se siente, principalmente, "diferenciada". Por algo fue "La Marca Hispánica" en tiempos de Carlomagno, o sea, el tópico de que es más europea que española ¿Qué queda -entonces- que quiera sentirse España?

    Tenemos, por otra parte, y para que yo no siga en ese desarrollo, a grandes autores que han escrito sobre "La Tribu Atribulada" y demás desviaciones originarias, caso de Jon Juaristi, entre otros (yo lo admiro especialmente a él). Recuerdo, igualmente, los últimos momentos del profesor Gustavo Bueno en la universidad de Oviedo. Amén de su oportuna o no obligatoriedad de retirarse, ponía en duda la benignidad del uso del Bable en la impartición de las materias universitarias.

    "Cada aldea, un campanario". Veo un montón de capítulos -árboles- en este no cerrado bosque -país- que me gusta que me acoja, y no como desgajada rama, o como aislado árbol.

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  2. Hola Vicente, ¿cómo llevas el verano?

    En estas tierras nos venimos peleando, desde hace muchos veranos, efectivamente, con nuestra realidad nacional, y no es que dudemos de si España existe desde los tiempos de Roma, desde los de los Reyes Católicos, la Constitución de Cádiz o la de 1931. Te contaré, por ejemplo, que en el congreso de mi partido, UPyD, que se celebró en noviembre de 2009, en el borrador de la ponencia política, que defendía Carlos Martínez Gorriarán (una eminencia intelectual, por otro lado), se afirmaba que España existía desde la Constitución de 1978. Yo propuse en los debates el cambio del párrafo en cuestión, que fue el único que finalmente se cambió por votación de quienes asistíamos a aquella ponencia, aunque el sentido de otros párrafos complementarios que pasaron la criba contrarrestaron mis intentos de cambiar la muy restrictiva idea de nación que finalmente quedó plasmada en la ponencia, y que no dejaba ni siquiera existir a España ni en los tiempos de mi infancia en que, con goles de Pereda (el de Trespaderne) y Marcelino, ganamos a Rusia la final de la Copa de Europa de selecciones… nacionales. La nación existía sólo, pues, según aquello, desde que había democracia. ¡Y eso en el partido político que tiene más clara la defensa de la unidad nacional!

    Yo creo que España, como el resto de las naciones, es un organismo, que ha nacido, se ha desarrollado y es susceptible de morir. Un organismo peculiar, eso sí: no tiene un sustrato esencial ni irreductible, sino que va transformándose a lo largo y a lo ancho de la historia. Ese sustrato, por ejemplo, también existía en los países germanos de forma embrionaria desde antes de Roma (o al menos, desde que se romanizaron), y sin embargo, no se constituyeron en nación propiamente dicha hasta 1871. Como nación moderna (“modernidad” entendida como movimiento histórico que eclosionó a partir del Renacimiento), España es la nación más antigua de Europa: 1476, en que quedaron unidos los reinos de Castilla y Aragón, o 1515, en que se incorporó Navarra. Pero la “sustancia” de lo nacional no puede reducirse a una fecha, y a un antes no, pero después sí. En tiempos de los Reyes Católicos, la unión nacional era todavía muy escasa, pero la vocación en pro de esa unidad era inequívoca. Y esa vocación siguió evolucionando positivamente… hasta la gran crisis histórica cuya fecha situamos en España alrededor de 1898, en que una oleada disgregadora recorrió nuestra geografía (y Occidente en general). En otro artículo me extenderé sobre esto, pero dejaré ya apuntado que los nacionalismos centrífugos nacieron en España alrededor de esa fecha, aunque buscaran, eso sí, raíces que les justificasen incluso en tiempos prerromanos.

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  3. Por supuesto, un ingrediente hoy decisivo en cualquier nación a la altura de los tiempos es la ciudadanía y la democracia, que pasaron a constituir un bagaje imprescindible de las naciones desde la Ilustración… pero la nación, con uno u otro contenido, es algo que antecede a su sanción jurídica, incluidas las constituciones modernas. Y los intentos, por otro lado, de regresar en la historia que, por ejemplo, avivan el prurito de ser “sólo Castilla” o “sólo León”, y cosas semejantes, me parecen un producto más del extravío en el que, por mimetismo de los nacionalismos pata negra, hemos caído. Es surrealista que busquemos las referencias de nuestra “identidad” en el pasado, cuanto más remoto mejor, y hayamos dado en llamar a eso “progresismo”.

    Otra cosa: cuando Carlomagno llamó Marca “Hispánica” a los condados catalanes de los siglos VIII-IX, tenía, evidentemente, más clara la manera de identificarlos de lo que la tienen los actuales nacionalistas catalanes.

    Respecto de las negociaciones con ETA, aun admitiendo el desbarre que tuvo Aznar, hay que reconocer que le duró un par de días, que no hubo propiamente negociación, y que Mayor Oreja, que era su ministro del Interior, siempre tuvo claro, y lo sigue teniendo, que, con ETA, ni a recoger un premio de lotería. Por el contrario, el PSOE empezó a negociar, a través de Eguiguren, desde antes de que llegaran al gobierno, en 2004, justo cuando, a la vez, estaban proponiendo la promulgación de la Ley de Partidos, que excluía explícitamente cualquier negociación… que ya es tener jeta. Y desde entonces no han dejado de negociar. ¡Eso sí que es ir construyendo una unidad de destino en lo universal!

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  4. Hola, Javier: gracias por las respuestas. Somos una amalgama de gentes que se han, durante siglos, mezclado.

    Suavizas, por enlazar con tu final, el intento de Aznar por acercarse al movimiento de ETA No insistiré. Tienes razón en el empecinamiento del PSOE y las ocultaciones, intentos imperecederos, etc. Ello debe de provenir del carácter federalista de los inicios del PSOE y de la izquierda española en general (inclido el anarquismo). Es un sentimiento muy profundo el de unirse -o rehuirlo- desde la salvaguarda de las "peculiaridades". Así no vamos a ningún lado, sino es, como tu consideración de organismo denota, hacia la desintegración. Muchos se arrogan derechos inexcusables basados en conceptos provenientes del Antiguo Régimen, aunque menciones que es surrealista el basar la "diferencia de identidad" en el pasado. Se mantienen los privilegios forales en base a aquellos antiguos pactos entre la Corona de Castilla (o con la monarquía hispánica) y los territorios de las provincias vascas, p. ej. Otros también los tuvieron y los fueron perdiendo, de ahí que ahora se pretenda el "café para todos". Y por seguir generalizando, y para intentar aclarar denominaciones imprecisas, todos son "Territorios Históricos", pues cada uno de los miembros o entidades de nuestro país posee historia que ha estado vinculada a sus territorios.

    Respecto al galimatías de la formación de España y la mención que haces a esa ponencia en tu partido defendida por Carlos Martínez Gorriarán, creo yo que, al menos, habrá de reconocer que España fue administrativamente dividida en 1833 por D. Javier de Burgos. No se dividió ninguna abstracción anterior a la consolidación. La constitución de 1978 dejó grandes cosas por resolver y enturbió otras.

    En alguna otra ocasión creo haber hecho mención a ello, pero la distribución en diecisiete autonomías es un disparate administrativo, para mi entender. Es insostenible el mantenimiento de otros tantos parlamentos, de cincuenta y tres televisiones autonómicas, de varios cuerpos de policía...( A ello habría que añadir la existencia creo que de un aproximado de cuatro mil quinientos ayuntamientos). Pero, en ciertos lugares de España, no está bien visto hablar claro, o te puede salir muy caro el decir lo que puedas llegar a pensar. Vuestro partido trabaja en ello: en que se pueda llamar a las cosas por su nombre; en que se acaben los privilegios caprichosos; en que pueda expresar libre y soberanamente cada cual sus ideas; en la formación de un país más homogéneo, equilibrado y solidario...

    Por otra parte, también he reconocido que España nunca ha funcionado acorde siendo centralista. Esto es un problema que llevamos en nuestro seno. El localismo tiene mucha fuerza, a la que hay que añadir la de los que tergiversan la realidad para sus intereses partidistas o particularistas. Quizás una solución esté en dejar que quien no quiera formar parte del común, pues que lo abandone (con una muestra de mayorías cualificadas), pero quien se quede, que lo haga de una manera más vinculada, convincente y menos onerosa para el propio estado que nos sustenta. Sé que España perdería, pero dejaríamos de soportar pseudoagravios absorventes y egoísmos nunca satisfechos. Si quieres que retome la metáfora del organismo, quizás, antes de perecer, vaya descomponiéndosele algún miembro. Que los demás (los "que se vayan" -hace décadas lo gritaban ellos en las manifestaciones-) que prueben el bienestar de saberse únicos y superiores aunque sea en entidades liliputienses (o colonizando territorios adyacentes). Otra idea que les puedo dar a los "no españoles" es la de convocar, cuando estén en el poder -dotado por el "estado opresor español"-, referendos como hacen en Canadá los separatistas quebequenses, hasta que, por fin, salga sí a la independencia.

    Bueno, Javier, y demás amig@s, seguiremos como Quijotes desfaciendo "entuertos", de estados, países o puertos (o tuertos reyes que ven reinos ciegos).

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  5. Mientras voy pensando en material nuevo con el que dar aún alguna vuelta a esto de lo que hablamos, abundaré en nuestro particular debate con algún apunte más:

    Es una muestra más de nuestro extravío colectivo el que reivindicar fueros se haya convertido en una muestra de progresismo y de cultura política avanzada. Los fueros son fórmulas legislativas propias del Antiguo Régimen, de los tiempos en los que la soberanía residía en el rey, no en el ciudadano, y en los que no había propósito de igualdad jurídica entre los individuos y entre unas clases y otras. Se supone que era la legislación vigente en los tiempos en los que los españoles invadimos los diversos territorios del soberano de cada lugar:

    En el caso de los nacionalistas vascos, sucesivamente les invadimos en 1839, cuando Espartero venció a los carlistas (hasta entonces, ni romanos ni vascos ni castellanos habrían logrado abolir su independencia); les volvimos a invadir en 1876, al acabar la nueva guerra carlista. De nuevo les invadimos (los “españoles” somos una plaga que invade una y otra vez, se supone que porque en algún momento, nunca descrito, vuelven a recuperar su independencia) en 1937, porque, por supuesto, la Guerra Civil que otros llaman “española”, ellos afirman que fue una guerra de España contra los vascos.

    A los catalanes les invadimos sobretodo en 1714, cuando en lo que los ignorantes llamamos Guerra de Sucesión entre dos aspirantes al trono de España, el Borbón Felipe V y el Austria Carlos III, Barcelona acabó rindiéndose a las fuerzas del Borbón, que, por supuesto, combatía contra Cataluña. También les dimos p’al pelo en la Guerra Civil, que en esta caso era asimismo una guerra de España contra Cataluña.

    A los navarros les invadimos los españoles en 1515, cuando, yendo a la vanguardia de las tropas de Fernando el Católico, los aguerridos guipuzcoanos (se ve que por entonces los gudaris andaban despistados), hicieron prevalecer las opciones de éste a la Corona navarra. Los guipuzcoanos mantuvieron en su escudo provincial, desde entonces hasta 1979, el diseño de los cañones capturados en la batalla de Velate, hasta que los sabinianos en el poder decidieron borrar la huella de tal vergonzoso, e inexplicable, enfrentamiento entre gudaris.

    A los castellanos los invadimos los españoles en 1521, derrotándolos en la batalla de Villalar.

    A los andaluces los derrotamos (los españoles) definitivamente cuando les echamos de Granada, en 1492, aunque han conseguido reimplantar de nuevo su bandera verdiblanca musulmana.

    A los gallegos les derrotamos cuando el español Leovigildo destronó al rey de los suevos, en el siglo VI.

    A los asturianos y a los cántabros, los romanos, que eran nuestra avanzadilla como españoles, también les derrotamos.

    A los valencianos y a los aragoneses les derrotamos (los españoles) en 1707, en la batalla de Almansa, de la Guerra de Sucesión, a partir de la cual quedaron suprimidos sus fueros.

    ¡Cooooño! ¿Quiénes somos esos españoles que, preludiando nuestra hazaña del Mundial de Sudáfrica del año pasado, alcanzábamos tantas conquistas? ¿Qué trozo de España queda para ser España?

    Bien, el caso es que si cedemos “los españoles” (¿?) y se abre el melón de la independencia para alguno de estos foralistas de mentalidad mejorable, en mi opinión (y hemos tenido momentos en la historia en que así ha sido), aparecerán por todos los rincones pueblos agraviados con deseos de liberarse de nosotros y de nuestra bota sobre su cuello. Dicho de otra forma: estamos cerca de un estallido de caos social, porque romper una nación como España no es tan inocuo como separar Chequia de Eslovaquia; esta nación se ha entretejido desde hace mucho tiempo, y el desgarro no es tan fácil. De hecho, si hemos podido aguantar después de todas las burradas que hemos llevado a cabo es porque hay mucha cohesión que romper para llegar hasta ello. Y mucho burro empeñado en conseguirlo como sea.

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  6. Bien, Javier: gracias por esa disección de los "indescriptibles" agravios e invasiones que, nosotros los españoles, hemos cometido con los tan poco comprendidos pueblos "destrozados".

    La voluntad de perpetuarse en lo universal de algunos es tan grande como el empecinamiento de mantenerse unidos a los ya, por ti y por mí, mencionados fueros y demás "Leyes Viejas". ¿Por qué España como estado moderno, o sea, concordante con la formalización de los estado-naciones posteriores al fin del Antiguo Régimen y advenimiento de las revoluciones norteamericana y francesa, sigue sosteniendo esos privilegios arcaicos? Los detentadores nos venden que son derechos inalienables.

    El problema debe de ser la propia España, que como padre o madre maleable, ha permitido que sus vástagos ensucien la propia casa.

    Vinieron los borbones, como tú bien dices en la llamada Guerra de Secesión, y eliminaron los fueros de los partidarios austracistas. Quitaron los fueros, digo, y es lo que corresponde a un estado moderno. A mí me atrae la concepción jacobina del estado francés. Allí salvo los bretones y, quizás, los corsos (aunque nunca se podrá olvidar al gran corso -Napoleón-, que quiso extender la esencia revolucionaria francesa como el mayor de los franceses), digo, salvo estos casos, todos son, primeramente, franceses; después se distinguirán como normandos, bearneses, provenzales... El problema es que el mencionado Napoleón Iº quiso imponer las ideas revolucionarias por la fuerza de la invasión y las ballonetas. Ahora bien, aquí nos quedamos protegiendo a todos los privilegios rancios. Aquí, el antiguo Régimen se mantuvo por los siglos de los siglos... Prueba de ello es el mantenimiento de los susodichos fueros, o el caciquismo en el convulso siglo IXX, o el actual. Una muestra moderna de que el invasor (en este caso la Unión Europea) continúa pisoteando los sacrosantos derechos histórico-absolutistas son las llamadas "Vacaciones Fiscales Vascas". Finalmente el tribunal de Estrasburgo ha reconocido que se trata de ayudas estatales que van contra la norma comunitaria. Pues, erre que erre, siguen con el victimismo a cuestas. Otro agravio más que soporta su maltrecha historia. la de España está por formarse, pues la niegan.

    Y no sólo el privilegio de la "Ley Vieja" ha acaecido en las provincias vascas, sino que el carlismo, p. ej., también tuvo gran raigambre en Aragón y Valencia, amén de Cataluña, con la misma pertensión de mantener en vigor cuanto más vivo mejor todo el entramado del Antiguo Régimen.

    Debido a dicho afán preservador hubimos de probar la medicina de "Los Cien Mil Hijos de San Luis" cuando tocó, o se gritó el "Vivan las Caenas" cuando Fernando Séptimo, "El Deseado"... La civilizada, en comparación con España, Cataluña también habría de dar señal por el mantenimiento de la ley del "Hereu" (Derecho de Primogenitura), en donde los hermanos menores dependían de la benevolencia del primogénito para mantenerse en la masía o... Las hermanas sabían que su destino lo buscarían en los cinturones industriales.

    Incluso los actuales mandatarios siguen imbuidos de esa pleitesía obligada a los agraviados nacionalismos centrífugos, y sabemos que esto no tendrá arreglo, al menos hasta que se corriga la Ley Electoral para contribuir a un modelo más representativo o proporcional. Ya lo dije en otro escrito: los dos partidos mayoritarios (puesto que esto es un bipartidismo encubierto) no van a promover ese cambio en la ley, así que seguirá tocando pactar con los pretendientes periféricos, encantados ellos por seguir succionando la, cada día más mermada, sustancia común.

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  7. Me permito continuar, Javier (aunque quizás tenga que dejar de escribir en un intento porque aparezcan las letras y voces habituales en tu blog que ahora están ausentes, quizás debido a mi insistencia).

    Respecto al hecho de impedir una apertura del "melón independentista", sí que es cierto que las consecuencias no serían inocuas y que sería complejísimo, e inadmisible por cantidad de luchadores por la unión. A mí personalmente no me agrada que España se desmembre (y ya he mostrado mi tendencia jacobina, o sea, que abogo por un poder central fuerte), pero el problema es que si hay muchos que no quieren estar y aprietan incesantemente (por dejación del estado), el desgaste es mayúsculo y, además, interminable. Yo siempre abogo por entidades superiores que vayan abarcando desde lo más pequeño hasta lo supranacional (como es E.E.U.U. o debería de serlo la Unión Europea). Pero tampoco esto lo veo claro. Para empezar, quizás una Península Ibérica unida sería una opción tratable, pero nuestro vecino Portugal lo volvería a considerar un ataque colonialista. Por otra parte, la fachada Mediterránea norte está muy imbuida por el sentimiento catalanista y hay mucho tinte que desea colorear la unión de "los Paisos Catalás". Reconozco aquí el elevadísimo número de Baleares y valencianos que para nada abogarían por ello, pero estamos en lo de siempre: son mucho más notorios los "agraviados".

    Con esto quiero remarcar que mi idea óptima no sería la desunión, sino todo lo contrario, pero quizás mi ética me lleva a comprender que el forzar a alguien a continuar una unión no deseada carecería de practicidad (si ellos se mantienen unidos es por posibilismo). Y ya se ha probado a maximizar los dones del estado para con los nacionalismos periféricos. Mi esperanza ahora con esta tremenda crisis es la de que los que gobiernen, y oposiciones varias, se den cuenta de que no es sostenible esta estructura de estado, y que por mor de mantener a cada agraviado sus privilegios, no sigan siendo los paganos los propios ciudadanos en una escalada de merma incesante de los logros sociales.

    Pero ocurrirá que cada rincón de nuestra variada España sacará a relucir sus organismos particulares irrenunciables, trátese de consells, concejos, cabildos, parroquias, pedanías, mancomunidades... desde antiguo (está bien que de una manera incipiente comience la organización, pero que ello no sea un motivo de aferramientos disgregadores); o: ayuntamientos, diputaciones, actuales gobiernos autonómicos, etc., y los siempre anhelados derechos nacionales extirpados.

    Habría que pasar a las nociones físicas: ¿Cómo se sujeta o se contraresta la tremenda fuerza centrífuga de lo disgregador que nos rodea? O: ¿cómo se consolida una fuerza centrípeta atacada en el espacio-tiempo por las fuerzas dispersantes?

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  8. Yo estoy encantado, Vicente con verte aparecer por aquí. Mi interpretación de que no lo hagan otros es, fundamentalmente, porque la oferta es descomunal, se entra en internet con un cierto ritmo de lectura previsto, siempre pensando en hacer más cosas frente al ordenador de las que después puedes hacer realmente. Ya intervenir con comentarios propios es de nota, especialmente en asuntos como estos que tratamos, que son bastante complejos. Así que ya estoy satisfecho con ver en las estadísticas que entra gente de vez en cuando; me siento suficientemente motivado con ello. Si además, como es tu caso, se tiene la deferencia de aportar comentarios, no puedo pedir más; y a ti te agradezco especialmente tu fidelidad. Pero no te cortes pensando que puedas inhibir a otros. Los dos agradeceremos comentarios aunque sean de una frase, pero la cosa está también bien así.

    Un pequeño añadido a lo que vamos comentando: creo que vivimos en medio de una enorme farsa. Los declaradamente independentistas en Cataluña, que es la región más impregnada de nacionalismo, según las encuestas, oscilan entre un 25 % y un 47 %; siendo generosos, la media se situaría en el 40 %. Es decir: una minoría de la población, y eso después de treinta años de emplear una cantidad ingente de recursos y de presión social por parte del nacionalismo. Y en el País Vasco, el porcentaje varía entre el 22 % y el 28 %. Mucho más ingeniería social de la que han hecho los nacionalistas ya no van a poder hacer. O sea, que estamos equivocándonos al considerar la opción de la independencia (que necesitaría de una mayoría bastante cualificada) como factible. En suma: es posible contraatacar… cuando haya un gobierno a la altura de las circunstancias.

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  9. Gracias, Javier, por tu ánimo e interés en mis apariciones por tu blog. Te agradezco también el hecho de que me hayas aclarado un poco lo de la navegación por la red, para mí algo bastante reciente, y que ello explique, quizás, la selección de lugares en los que se desea participar y el obviar otros tantos a elección. La posibilidad de silencio que yo te expuse lo había meditado bastante y en ello estaba, pero ahora me das ánimos recobrados. Lo dicho: gracias. Yo intentaré continuar respondiéndote siempre y cuando mi solvencia me alcance, dado que tu nivel expositivo y de erudición son muy altos. Así que es un placer poder defenderme (o sea, intercambiar, con vos).

    Sobre el asunto de los independentismos en España, tienes razón (aunque he de tener cuidado con esto de los parabienes o los halagos pues, como decía el recién asesinado cantautor argentino Facundo Cabral: "aceptar un halago es una forma de perder la independencia". Más o menos). Llevas razón, digo, en que, cuantitativamente, no son mayoría. Un referendum, además, solamente lo pueden convocar las Cortes, con una mayoría cualificada que lo apruebe, y no los gobiernos autonómicos. Si bien cuantitativamente son (es lo que suponemos) minoría los independentistas catalanes o vascos, hace falta saber si esa mayoría restante es cualitativamente fuerte para resultar convincente o ser capaz de persuadir (a los tibios, a los indecisos, a los proclives...) para continuar en un país con afán de seguir haciéndose en común. Va por ello.

    Tú confías en la próxima llegada de un gobierno fuerte, pero ese gobierno, o tiene más que mayoría absoluta (y ello también es un riesgo ya probado, amén de sospechado), o tendrá, de nuevo, que echarse en manos de los partidos nacionalistas vascos, catalanes, canarios, gallegos... (que está muy bien que sean eso, pero también se aprovechan de la benevolencia de la Ley Electoral para que figuren dichas minorías con presencia sobredimensionada). Digo.

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  10. Por qué se pierden entre tanta dialéctica?.

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  11. Amigo, un servidor, como pone en la cabecera del blog, aspira a aplicar la filosofía, la historia y la psicología (no siempre y no a la vez) a asuntos que de una forma u otra estén relacionados con la vida o con la actualidad. No digo que acierte, pero la tarea es esa, y no es sencilla. Pienso que, desde estas premisas, hay algo que se puede añadir a los análisis habituales de las cosas, aunque admito que el formato de artículo en un blog es bastante restrictivo para llevar adelante esas intenciones de partida.

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