Nietzsche contrapone al “yo” con el “rebaño”. Como buen
heredero del idealismo, considera que el “yo” y su voluntad debe de
prevalecer sobre lo que proceda de la colectividad. “Y eso a lo que habéis dado el
nombre de mundo –decía, por ejemplo, Nietzsche por boca de Zaratustra–, eso
debe ser creado primero por vosotros: ¡vuestra razón, vuestra imagen, vuestra
voluntad, vuestro amor deben devenir ese mundo!”[1].
Una manera de pensar que acabó llevándole e aquello de que “no hay hechos, sólo
interpretaciones”[2];
es decir, que la realidad es lo que cada cual, cada “yo”, decida que sea.
Está claro que cuando uno sólo tiene como referente para su moral y su
comportamiento lo que dicte la colectividad, se convierte en “rebaño”;
pero cuando, por el contrario, sólo es el “yo”, Dionysos, el dios del caos,
acaba tomando el poder: nada ni nadie podrá venir a intervenir en mi moral y en
mi conducta, todo dependerá de mi “voluntad”. ¿Voluntad referida a
algún tipo de tarea trascendente, que vaya más allá del “yo”? No, no, voluntad…
de más, voluntad de poder, voluntad sin forma concreta… Dionysos, luego el
caos.
[1]
Friedrich Nietzsche: “Así habló Zaratustra”, Madrid, Alianza, 1981, pág. 132.
[2]
Friedrich Nietzsche: “Fragmentos póstumos”, Vol. 4, Madrid, Tecnos, 2008, p.
222.