sábado, 14 de junio de 2014

Cómo la inestabilidad social favorece los extremismos

     ¿Por qué la edad juvenil es la más proclive a la violencia? Porque es también la más amenazada por la angustia, que encuentra su mejor caldo de cultivo en la pérdida de las referencias habituales sobre las que el joven sostenía su manera de estar en el mundo, y que ocurre al dejar atrás la infancia. Y la agresividad es, junto al miedo y el sentimiento de culpa, uno de los cauces o válvulas de escape a través de los cuales la angustia busca expresarse y eventualmente amortiguarse. Efectivamente, es constatable cómo el sufrimiento psíquico que supone la angustia disminuye si es posible proyectarla sobre alguien, sobre un causante, real o imaginado, del desasosiego que, en este caso, el joven siente, aunque, por supuesto es un fenómeno psíquico que se puede producir en cualquier edad.

      En general, y debido al mecanismo emocional descrito, la agresividad, la propensión hacia los comportamientos violentos, o hacia sus contrapuntos emocionales, el miedo y la culpa, tienden, pues, a aumentar en las situaciones en las que las claves que hasta entonces habían resultado válidas para conducir la vida de las personas afectadas han dejado de serlo. En tales casos, la angustia de la que se alimentan tales sentimientos, y que estaba retenida, se desborda. Lo cierto es que esa angustia subyacente, en estado puro o sublimada en otras formas de expresión emocional más llevaderas, es un componente insoslayable de nuestro bagaje sentimental, mantenemos desde que nacimos una predisposición a sufrirla, está permanentemente dispuesta a irrumpir a través de los desgarros que pueden producirse en el nunca definitivo equilibrio emocional que construimos para contrarrestarla. Y efectivamente, hay momentos históricos en los que el espíritu de la época, sumergido en el caos, favorece la aparición de la angustia o de alguno de sus derivados, la agresividad, el miedo o la culpa, en cuanto que sentimientos que irrumpen sin guardar proporción con sus aparentes causas objetivas, sino que, por el contrario, vendrían a ser excedentes sentimentales que produce nuestra angustia congénita cuando es reavivada. No es, pues, que no pueda haber desencadenantes objetivos para esos sentimientos, sino que la respuesta que en estos casos provocan resulta desproporcionada: una araña, por ejemplo, puede resultar objetivamente repulsiva, pero la aracnofobia es un miedo exagerado, que no se corresponde con lo que resultaría normal, adecuado o útil.

     Uno de los momentos históricos especialmente proclive a la aparición de la angustia y sus derivados fue el Renacimiento, debido a que quedaron trastocadas todas las claves que habían servido hasta entonces para que los individuos supieran a qué atenerse y cómo debían afrontar su vida (una vida precaria, por otro lado, aquella de la Edad Media precedente, pero perfectamente sujeta a normas previsibles). Así, dice Stefan Zweig, en su biografía sobre Erasmo y refiriéndose a aquel tiempo de principios del siglo XVI: “De la noche a la mañana, las certidumbres se convierten en dudas (…) el desasosiego fermenta en los países, el miedo y la impaciencia alientan en las almas”. Jean Delumeau, en su libro “El miedo en Occidente”, retrotrae la irrupción de ese especial desasosiego a los tiempos en los que el Renacimiento estaba aún incubándose, de modo que constata que “hay unanimidad entre los historiadores en estimar que, a partir del siglo XIV, en Europa se produjo un reforzamiento y una difusión más amplia del temor a los últimos tiempos (y de un) clima de pesimismo general sobre el futuro”. Delumeau destaca el miedo como especial derivado de la angustia que predominó en aquel tiempo, y ese miedo excedería o dejaría atrás, como en las fobias, incluso posibles y tremebundas causas objetivas, como la que supuso la desoladora peste negra.

     Lutero, otro de los máximos representantes de aquel tiempo, fue una persona especialmente angustiada (y ambas cosas, según lo que decimos, no están desconectadas). Dice de él Erich Fromm que “se veía tan torturado por las dudas como solo puede estarlo un carácter compulsivo, buscando constantemente algo que pudiera darle seguridad interior y lo aliviara de los tormentos de la incertidumbre (…) Todo su ser estaba penetrado por el miedo, la duda y el aislamiento íntimo, y era sobre esta base personal que debía llegar a ser el paladín de grupos sociales que se hallaban psicológicamente en una posición muy similar”. Es decir, que aunque en su personalidad atormentada hubieron de intervenir extremas circunstancias de su vida personal, ello enlazaba perfectamente con el espíritu de aquella época, que empujaba hacia esa forma de elaborar la angustia. La forma de sentir esa angustia, ese miedo y esa desazón, la dejaba Lutero expresada en palabras como estas: “En nuestra triste condición, el único consuelo que tenemos es la esperanza de otra vida. Aquí abajo todo es incomprensible”. Para Calvino, otro gran atormentado de los que produjo aquel tiempo, el hombre es un ser impío y depravado, incapaz asimismo de comprender a Dios en toda su inmensidad y de realizar nada que no fuera corrupto.

     Nos ahorraremos el prolongado trayecto que habría de llevarnos a través de las formas en que desde el Renacimiento para acá ha evolucionado sociológicamente la manera de sentir la angustia, y nos conformaremos con una simple constatación: cuando en las sociedades humanas se producen crisis que afectan a las cosmovisiones hasta entonces prevalecientes, y en el fragor de esos cambios el umbral de contención de la angustia queda desbordado, ella y sus derivados, fundamentalmente la agresividad, el miedo y la culpa, aumentan significativamente, y puesto que su fuente es interna, lo hacen por encima de lo que las causas objetivas justificarían.

     Es de esperar que el soporte intelectual que nos permiten estos perentorios silogismos nos ayude, en fin, a comprender por qué las crisis, antes que favorecer el análisis ponderado y sensato de lo que pasa y la consiguiente puesta en práctica de comportamientos adecuados que lleven a corregir las distorsiones producidas por ellas, empujan a menudo a los hombres, entre otras cosas, hacia la exasperación, que es una forma preliminar de los comportamientos violentos, y a la consiguiente proliferación de actitudes extremistas no mediadas por la razón ni la proporción. “La desesperación –decía Ortega– se presenta primero como exasperación”. La angustia y el desasosiego provocados por esa pérdida de referencias que suponen las crisis pueden ser entonces conducidos con relativa facilidad hacia esa exasperación cuando el señalamiento de determinados culpables, reales o ficticios, de la situación crítica (esto es, de causas objetivas) parece suficientemente convincente.

     No se trata de señalar que las reacciones violentas de las masas aquejadas por las crisis no tengan ninguna justificación objetiva, sino de que, ofuscadas por su íntima necesidad de expresarse violentamente, quedan desconectadas del pensamiento lógico y anulada la posibilidad de realizar el análisis adecuado de la situación que ayude a resolverla. De hecho, una masa exasperada es casi garantía de que hará ir las cosas a peor. Su exasperación, con lo que ante todo se conecta es con esa angustia que nos es intrínseca y que se halla desbordada, y no con la realidad. Los comportamientos de esa masa no se realizarán, pues, como respuesta a la situación objetiva por la que atraviesa (o no guardarán proporción con ella), sino para servir de válvula de escape a una angustia que ha dejado de estar controlada.

     Por las mismas razones, aunque en su modo inverso, los extremismos en política no se difunden a través del análisis lógico y ponderado, sino propagando la exasperación. Cuenta Jesús Laínz en su último libro, "España contra Cataluña" (Ediciones Encuentro, pp. 57 y ss.), el que puede ser un ejemplo ilustrativo de esta idea que aquí hemos tratado de desarrollar. Se refiere a algo que relata Francesc Cambó en sus Memorias sobre cómo consiguió, junto a su amigo y correligionario Prat de la Riba, divulgar esa ideología exasperada que constituye el nacionalismo en Cataluña: “En su conjunto –dice Cambó–, el catalanismo era una cosa mísera cuando, en la primavera de 1893, inicié en él mi actuación (...) los payeses que nos escuchaban no llegaban a tomarnos en serio (...) Aquel era un tiempo en el que el catalanismo tenía todo el carácter de una secta religiosa. Puede decirse que todos los catalanistas se conocían entre sí". "Como en todos los grandes movimientos colectivos –añade más tarde–, el rápido progreso del catalanismo fue debido a una propaganda a base de algunas exageraciones y algunas injusticias: esto ha pasado siempre y siempre pasará, porque los cambios en los sentimientos colectivos no se producen nunca a base de juicios serenos y palabras justas y mesuradas".

     Pero fue su camarada Prat de la Riba el que señaló más detalladamente en qué consistió esa segunda fase del nacionalismo catalán, la que permitió su expansión. Dice así: "Había que acabar de una vez con esa monstruosa bifurcación de nuestra alma, había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes, sentir lo que no éramos para saber claramente, hondamente, lo que éramos, lo que era Cataluña. Esta obra, esta segunda fase del proceso de nacionalización catalana, no la hizo el amor, como la primera, sino el odio". En consecuencia, "no nos contentamos con reprobar y condenar la dominación y los dominadores, sino que, tanto como exageramos la apología de lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano, a tuertas y a derechas, sin medida".

     Otro ejemplo especialmente significativo y muy de última hora procede de nuestra extrema izquierda, la más inmediatamente emergente de Podemos: si nuestros argumentos van bien encaminados, no es precisamente por sus propuestas políticas por lo que este colectivo ha conseguido expandirse tanto últimamente; esa propuestas están pletóricas de utopismo, y la experiencia de los países comunistas en donde se han puesto en práctica demuestra que conducen a la catástrofe, y a esas conclusiones se llegaría con relativa facilidad si lo que se pusiese en práctica a la hora de considerarlas fuese el análisis racional. Por el contrario, su fuerza arrolladora (y terriblemente preocupante) estriba en que, como hizo Prat de la Riba, estos extremistas han encontrado la forma de impregnar sus llamamientos con el sentimiento de odio. Odio, en este caso, a la casta política (en otros tiempos fue el odio al enemigo de clase o, para otros extremismos, el odio a las razas inferiores).

     No será aquí donde se defienda a esa casta, desde luego. Lo que simplemente hemos tratado de resaltar son los mecanismos psicológicos que subyacen a determinadas posiciones políticas. Esos mecanismos permitirían explicar asimismo por qué fuerzas regeneracionistas como UPyD, Ciudadanos y Vox, que buscan su expansión a través del análisis racional y de propuestas realistas que conduzcan a la resolución de nuestra crítica situación, tienen un crecimiento tan moderado, mientras que la extrema izquierda ha conseguido crecer como lo ha hecho basándose en el énfasis que pone sobre aquellos sentimientos, especialmente sobre el odio, que sirven para canalizar la angustia que brota de nuestro interior.

4 comentarios:

  1. Hola, Javier:

    Ese momento histórico proclive al reforzamiento de la angustia, el Renacimiento, tuvo tal denominación muy posteriormente. Es la historiografía moderna la que define de una manera lineal el desenvolvimiento de la humanidad. No sé hasta qué punto la gente era consciente del tipo de período que estaba viviendo. Más bien, la vida en sí es mera incertidumbre: "La vida es lucha". Eurípides.

    En estos últimos momentos estamos experimentando una crisis económico-financiera que, debido a su profundidad, está trastocando la afección hacia los gobernantes que han ejercido durante su gestación y desarrollo. Quizás lo que esté sucediendo es que se vaya a vivir una especie de renacimiento, por supuesto sin ser conscientes de que se forma parte de tal o cual denominación historiográfica, a la vez que se abandona esa especie de Escolástica retórico-dogmática sobre la salvación por medio del Dios mercado.

    Y es esta juventud -edad proclive a la violencia- , sabiendo que el presente (e inmediato futuro) es tan tremendamente descompensado frente a privilegios adquiridos y tan tremendamente injusto (como si la humanidad fuera a ser justa motu propio), la que reacciona. "La juventud es un defecto que se corrige con el tiempo". E. J. Poncela. Pero es tu maestro Ortega quien define precisando esa calificación y etapa contradictoria: "La juventud necesita creerse, a priori, superior. Claro que se equivoca, pero este es precisamente el gran derecho de la juventud.

    Y no saldré de Ortega para recomponer algo el pensamiento sobre la duda y las incertidumbres. "Siempre que enseñes empieza a dudar de lo que enseñas". De la misma manera apostilla al respecto: "Saber que no se sabe constituye tal vez el más difícil y delicado saber". La duda es un gran alimento para el crecer, entiendo. Las certidumbres que intentan sostenerse en estos tiempos, sí, especialmente volubles, quizás estén gestando una reacción un tanto iconoclasta, que, por cierto, no observo como extremista, si tomo como referencia los extremos de desequilibrio que la situación a "sostener" presenta.

    Recibe un saludo.


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    1. Por supuesto, Vicente, que no todo en la evolución que tienen las crisis es necesariamente negativo. Quizás resalté ese aspecto porque estoy muy preocupado por el ascenso de la extrema izquierda hoy en España. Pero todo crecimiento ha de estar precedido por una crisis; para empezar, el que se produce en el niño cuando pasa a ser joven… aunque, efectivamente, se trata de una crisis con muchos riesgos. La primera denominación de la esquizofrenia fue “dementia praecox”, porque se generalizó el hecho de que solía aparecer, “precozmente”, al inicio de la edad juvenil. Pero esa crisis que se produce entonces no deja de ser una crisis de crecimiento, a pesar del riesgo de extravío.

      Y socialmente, claro está, ocurre lo mismo. Cuando alboreaba el Renacimiento, a comienzos del siglo XVI, exclamaba Erasmo de Rotterdam: “¡Dios inmortal! ¡Qué siglo veo comenzar! ¡Quién pudiera volver a ser joven!”. Y Stefan Zweig, en su biografía sobre Erasmo, y a pesar de lo que dijo después, y que expongo en la entrada de ahí arriba, detalla en qué consiste esa nueva etapa histórica: “Gracias a su probada y triunfante confianza en sí mismo, el ser humano del siglo XVI deja de sentirse una diminuta mota de polvo sin voluntad, sedienta del rocío de la gracia divina, para ser el centro de los acontecimientos, el motor del mundo (…) un proceso cuyo éxtasis más destacado e imperecedero nombramos con la palabra Renacimiento (…) La humanidad humilde y muda de la Edad Media se extingue y una nueva, una que pregunta e inquiere con el mismo fervor religioso con que la anterior creía y rezaba, echa a andar”. Y el mismo Ortega se refería así a ese tiempo nuevo: “Ya sabéis lo que es el Renacimiento: la alegría de vivir, una jornada de plenitud. Se aparece a los hombres el mundo de nuevo como un paraíso. Hay una perfecta coincidencia entre las aspiraciones y las realidades”. Lo que no impidió que detectara el profundo desasosiego que enseguida invadió el alma de los europeos; y así, dice: “Hacia 1560 comienzan a sentir las entrañas europeas una inquietud, una insatisfacción, una duda de si es la vida tan perfecta y cumplida como la edad anterior creía. Empiézase a notar que es mejor la existencia que deseamos que la existencia que tenemos”.

      Así que, ordenando ideas: no se trata de defender lo establecido para evitar la angustia a la que suelen conducir los cambios, ni mucho menos. La situación, hoy, en España, necesita de un cambio profundísimo… pero para crecer. Si triunfara la extrema izquierda, eso significaría algo así como –trasladándolo al esquema individual– si tomáramos el brote esquizofrénico como adecuada salida de la crisis. Eso sería una regresión, por muy progresista que se pinte. Y todos acabaríamos cazando moscas. ¿Que la juventud tiene derecho de equivocarse? Si solo les afecta a ellos, bien. Si afecta a la sociedad en su conjunto, si esa juventud y sus acoplados de otras edades se dedican a poner todo patas arriba y destruir el proyecto vital de los demás, aunque ellos crean que vienen a redimirnos, mejor que se dedicaran a otra cosa.

      Un cordial saludo, Vicente.

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  2. "Hay unanimidad entre los historiadores en estimar que, a partir del siglo XIV, en Europa se produjo un reforzamiento y una difusión más amplia del temor a los últimos tiempos (y de un) clima de pesimismo general sobre el futuro". Bueno quizás es normal si se tiene en cuenta que en ese siglo se unieron dos jinetes la peste y la guerra.
    La gente se mosquea cuando le echan la culpa de todo, ve mermados sus derechos fundamentales y es mentida de forma continuada (véase el programa del PP para llegar al gobierno), los responsables salen impunes y con dinero y nadie es responsable de nada en este país. ¿Que reacción debemos esperar?.
    Otra cosa diferente es llevar el estandarte de la democracia y boicotear actos democráticos de otros, uno puede entender las reacciones de la gente, pero no entiende las actitudes de algunos de sus supuestos lideres.. Ejemplos como los de Artur, destapando la caja de los truenos es otro acto más de irresponsabilidad, de la que va a salir impune en cualquiera de los casos.

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    1. Yo creo, Temujin, que la principal muestra de (siniestra) inteligencia de Podemos es haber conseguido colarse en el panorama político de forma que solo los más avisados sabemos que se trata de un grupo cuyas referencia ideológica es el marxismo-leninismo. En 1917, los bolcheviques ascendieron al poder con unas propuestas de lo más sentidas por la población: paz para un pueblo asolado por la Primera Guerra Mundial y ayuda a los más desfavorecidos. ¿Qué ocurrió en realidad? A estas alturas ya sabemos que el comunismo es responsable directo de la muerte de cien millones de personas, varios millones de ellas estrictamente de hambre; concretamente, por ejemplo, unos 7 millones de campesinos murieron de hambre en el período 1932-33: cinco millones de ellos en Ucrania, un millón en la región norte de la Trascaucasia y el resto en otros territorios, todos ellos, sin embargo, pueblos agrícolas. Es decir, que no fueron, ni mucho menos, catástrofes naturales, sino los efectos de la colectivización forzosa de la economía, es decir, de la sustitución de la economía libre por los presupuestos delirantes de una burocracia que no dudó en masacrar a quienes se oponían a ellos. Las barbaridades comunistas no tienen nada que envidiar a las que realizaron los nazis. http://es.wikipedia.org/wiki/Hambruna_sovi%C3%A9tica_de_1932-1933
      En Podemos, más influidos por Trotsky, hoy argumentarán que todo se debió al desviacionismo de Stalin, pero el colectivismo a ultranza está en la esencia del comunismo, y fue así desde Lenin. Y es eso, el colectivismo a ultranza, lo que está en la esencia de Podemos.

      A lo que voy: no se trata solo de estar descontento por la situación que atravesamos en España. ¿Quién no lo está? Pero el comunismo, incluso vestido con piel de cordero, significaría una catástrofe aún mayor que esta que sufrimos. Entre otras cosas, para la libertad de expresión: el boicot a Rosa Díez, por ejemplo, no fue una anécdota, sino expresión categórica de lo que es Podemos. Y es crucial advertir todo esto y denunciarlo ante una masa de población que está siendo encandilada por estos totalitarios con coleta (y también, justo es reconocerlo, con una gran elocuencia), como lo fue en Rusia en 1917 por los que se presentaban como pacifistas y adalides de la justicia social. Es crucial, insisto, marcar las diferencias. Porque en España hemos dejado muy escaso el Principio de Peter y parecemos empeñados en creer que la alternativa a nuestros problemas sociales está en acercarnos, por todos los flancos, hacia el puñetero abismo.

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