viernes, 14 de diciembre de 2012

Para qué sirve hacerse viejo, cumplir 61 años por ejemplo

La desertización avanza. La potencia que en otros tiempos nos mantenía vinculados a los ideales y a la conciencia de pertenecer a un ser colectivo ha ido perdiendo intensidad. La familia va dejando de tener asimismo la fuerza de atracción que tuvo: los índices de divorcio aumentan exponencialmente, los padres no quieren aceptar la parte de renuncia que significa tener hijos, los viejos se van deteriorando hasta un punto en que sólo tienen cabida en los asilos. Lo que antaño se llamaba hogar empieza a ser hoy casi objeto de interés arqueológico: en Estados Unidos, que es quien marca la pauta, desde la Segunda Guerra Mundial, un individuo de cada cinco, cada año, cambia de lugar de residencia, y en los centros urbanos, un niño –esa especie en extinción– de cada cuatro es educado por sólo uno de los padres… Las creencias que antes daban sustento a la necesidad de sentir que habrá de llegar algo mejor que lo que tenemos se han diluido. La vida urbana empuja hacia el desarraigo, la pérdida de relaciones y de capital social…

El futuro ya no entusiasma a casi nadie. Van quedando pocas metas hacia las que trascender, todo lo absorbe el día a día; las coordenadas de nuestros comportamientos marcan una línea de progreso plana; nuestras motivaciones son fugaces, con un corto radio de acción, e impresionan tan débilmente nuestra memoria que apenas va quedando margen como para que sobre ellas pueda superponerse alguna clase de compromiso. Abandonadas a sí mismas, las existencias individuales no logran traspasar los límites de la precariedad.
Son todas estas las referencias de un modo de ser desvitalizado, las áreas por las que se puede ver cómo el desierto avanza. ¿Es necesario decir que todas ellas no son sino una metáfora de aquello en lo que consiste envejecer? Lo ratifica el hecho de que la consecuencia de todo eso que le está ocurriéndo a nuestra posmoderna sociedad no es, sin embargo, para la mayoría, el aumento de la angustia vital, sino el de un cada vez más ubicuo sentimiento de indiferencia. La desertización ya no nos da miedo, sólo nos va preparando para el Alzheimer, que es la metástasis del sentimiento de indiferencia.
 
Las Peñas de Carazo son un par de mesetas situadas en las estribaciones del Sistema Ibérico, a algo menos de 1.500 metros de altitud y a unos 50 kms. de la ciudad de Burgos. En una de ellas, la peña de San Carlos, hubo un asentamiento celtíbero y después romano, y en el siglo X debió de haber allí una fortaleza mora, justamente enfrente del Castillo de Lara, donde nació Fernán González, el primer conde independiente de Castilla. Tampoco aquí el tiempo ha pasado en balde: apenas queda de aquel castillo más que una trémula columna de piedras marcando el perímetro de un paraje al que los buitres van a solazarse. Lo llaman el Picón de Lara. También aquí el desierto ha avanzado alrededor de esos hitos que han quedado como rastro de lo que alguna vez surcó la historia con la tersura propia de los tiempos inaugurales y que hoy sólo son visibles como etérea aureola que a su decrepitud añade la memoria.
 
Decía Platón que somos lo que recordamos ser, que la vida no es sino el trayecto que realizamos a través del paisaje de sombras cavernarias que conforma esta realidad ficticia que nos rodea, y que sólo sirve para evocar vagamente lo que auténticamente fuimos antes de que llegara esta decrepitud que atravesamos. Como en la Peña de San Carlos; como en el Picón de Lara.
La vida es también el paisaje de ruinas que va quedando con todo aquello que pretendíamos ser y que la realidad aparente nos fue impidiendo realizar. Seguro que la muerte es la confirmación de nuestro desistimiento, la inmersión en el olvido final, pero a esa evidencia abrupta le falta la belleza que le aporta la idea de que morimos para recuperar lo que auténticamente éramos y hacia lo que siempre señaló nuestra nostalgia, pero que la pesadumbre de la materia que aquí encontramos nos impidió realizar. Moriremos, pues, porque no encontraremos otra forma de llegar a Ser.
Memento mori en suma.



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6 comentarios:

  1. ¿para qué sirve cumplir años?
    Eso es tanto como preguntarse por el sentido de la vida, solo que en porciones en lugar de a bulto.
    Obviemos el planteamiento utilitario, que me temo que tampoco conduce a ninguna parte. Yo me alegro mucho de que hayas nacido y después de toda una vida, te hayas puesto a escribir prosa poética en este olvido infinito que es el océano de internet.
    Me alegraría aunque no tuviese de ti más noticia que la que aquí quieres poner, pero, además, sé que no eres un 'nick' sino que eres real. Capaz de expresar con belleza tu perplejidad, que es la mía, ante la vida.
    Me gustaría que mi aprecio por tu existencia te convenciese de que eres necesario, pero me aterra fiarlo a tan humilde argumento. Confío más en que si has llegado hasta aquí, no se te ocurrirá ahorrarte ni un solo día de este 'duro bregar'.
    ¿para qué?
    Tal vez no sea la pregunta adecuada, y perseverar en ella conduzca a la melancolía. El sentido, la finalidad es una necesidad de nuestra lógica, un artificio al que la vida misma es ajena, y se las arregla perfectamente sin él. En la vida tal vez todo tiene una finalidad -o buscamos la que lo pone todo a su servicio, al servicio de la vida-, pero cuando trasladamos esa pregunta del contenido al recipiente -la vida misma- ... vértigo y vacío. Un ejercicio para alpinistas hechos a asomarse a lo sublime.

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  2. Un comentario emocionante, Carlota, que te agradezco muchísimo. Y como siempre, agudo, perspicaz y hermoso.

    Esto del pesimismo –el optimismo bien informado– va siendo ya para mí, irremediablemente, como una segunda piel; algo que hay que dar por descontado. Pocas veces soy ya la alegría de la huerta. Pero, desde luego, no me acabo ahí. Esas constataciones desencantadas que hago, y de las que no reniego, son para mí sólo el suelo que piso, pero no mi punto de llegada. Por centrarlo en un punto al que hago referencia en la entrada de ahí arriba, yo sigo angustiándome, no siendo indiferente, como hoy lo son tantos. Yo sigo preocupándome por lo que pasa, y eso es una vacuna contra la depresión. Dice Gilles Lipovetsky, un recomendable analista del mundo actual con el que me siento bastante en sintonía, como verás: “Cruzando solo el desierto, transportándose a sí mismo sin ningún apoyo trascendente, el hombre actual se caracteriza por la ‘vulnerabilidad’. La generalización de la depresión no hay que achacarla a las vicisitudes psicológicas de cada uno o a las ‘dificultades’ de la vida actual, sino a la deserción de las ‘res publica’, que limpió el terreno hasta el surgimiento del individuo puro, Narciso en busca de sí mismo y así, propenso a desfallecer o hundirse en cualquier momento, ante una adversidad que afronta a pecho descubierto, sin fuerza exterior”. Y apostilla: “El hombre relajado está desarmado”. El hombre relajado es el indiferente, el que es capaz de atravesar inmune cualquier catástrofe sin darse por aludido, porque no sale del perímetro de su interés más personal e inmediato. La depresión es lo contrario de la angustia, y a ella se llega por exacerbación del sentimiento de indiferencia, indiferencia hacia lo que nos rodea y correlativo egocentrismo.

    Esa situación social a la que hago referencia en mi escrito sí que entiendo que es una metáfora de lo que hoy significa envejecer. Pero, la verdad, no de mi envejecimiento (aún incipiente). O sólo de manera mitigada o matizada. Por lo menos, mi actitud no deriva, como te digo, hacia la indiferencia. Sufro por cada una de esas cosas que digo que pasan. Pero yo no he perdido mis ideales, ni se ha debilitado mi conciencia de pertenecer a un ser colectivo, ni he dejado de tener el futuro como referencia, ni mis motivaciones flaquean, ni siquiera se ha debilitado mi sentimiento familiar, a pesar de que sufro un tanto el síndrome del nido vacío (lo sufro, no paso de él). O sea, que todas esas cosas las considero un peligro, o una tentación incluso, pero mi pesimismo es un pesimismo activo. Y a mi casi sombrío memento mori podría añadir, si me apuras, y extremando mi pesimismo hasta sus últimas consecuencias, la divisa de los argonautas: “Vivir no es necesario, navegar, sí”.

    Un fuerte abrazo.

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  3. A días de cumplir mis 61 años me encuentro con vos...con tu escrito...con el aporte...y el aporte...fasciante! Y..una reflexión..."cumplir 61 tiene cura"....

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    1. Querida Ana Cristina,espero llegar a tiempode felicitarte efusivamente. He tardado unos dias porque estoy trotando un poco por el mundo y apenas he podido asomarme al blog ultimamente (te escribo desde una tablet; perdona las incorrecciones). Acepto tu idea: esto de cumplir años tiene cura, vale. Pero mi naturaleza ¿pesimista? ¿paradojica? me lleva a complementar tu reflexion con otra de Ortega: "Cuando alguien es una pura herida, curarlo es matarlo". Vaya, no se si son pensamientos estimulantes, perocreoque si que tienen una interpretacion vitalista: vivimos mientras tenemos heridas que curar, o insuficiencias que remediar, que viene a ser lo mismo. En una palabra: ¡Disfruta!

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  4. Ana Maria Campistrus21 de junio de 2014, 7:49

    gracias Javier Martinez Gracia por lograr el contacto con personas reales, aunque estemos en Internet, en algun Lugar de este planeta.
    Yo voy a cumplir 64 y estoy bien contenta de llevarlos bien. Si sufro esa indiferencia de la sociedad y de la familia aveces. es decir, soy conciente que existe . por eso pienso que nosotros, los que pasamos los 60 tenemos la obligación de Hacer algo para cambiar lo que está pasando con los "viejos" en todo el mundo.Hay una especie de DISCRIMINACION hacia los viejos.
    Ahora resulta que los homosexuales salieron a protestar a la calle y lograron que en muchos paises se pueden casar y son aceptados por la sociedad. Y si no salen y protestan para que no los DISCRIMINEN.
    Yo me volví a casar hace un año. Me enamoré, es decir nos enamoramos con 58 y él 63. Mientras estábamos juntos, éramos aceptados. Pero cuando decidimos casarnos.la reacción tanto de la familia como de la sociedad fue increíble:
    mi hija, y porqué te vas a casar?
    mi hermana. pero estás segura de lo que vas a Hacer?
    otros conocidos,
    ah aunque ahora lleves otro apellido yo te sigo llamando igual que antes. Mire que casarse a esta edad!
    Muy pocos realmente nos desearon FELICIDADES.Lo curioso es que ahora a esta edad si sabemos lo que hacemos y si tomamos la responsabilidad de lo que significa formar una pareja, y no cuando teníamos 20 años y creemos hacerlo todo bien y que el mundo está a nuestros pies.
    Y esa es nuestra riqueza de ser "Viejo" Y eso es lo que los jóvenes no sólo no tienen sino que no saben que no lo tienen.

    Cuando mi hija me trae a mi nietita a pasar el día me dice lo que tengo que darle de comer y otros detalles más. Yo le contesto:
    como logré yo como madre que tú llegaras a ser adulta?
    Desde entonces no me dice más nada.
    Tal vez sea yo una desubicada, o más bien una privilegiada.
    Ni una ni otra, solo trato ser la dueña de mi destino .Nunca me gustó el papel de mártir.La vida me ha mostrado que cuanto más años tengo, más tiempo tengo de Hacer nuevas Cosas. Cuando era joven estaba ocupada en ganar plata, en los hijos y la familia.
    Ahora me dedico más a mi persona, diseño mi propia ropa y aprendí a hacer joyas.
    Mi mensaje a todos los mayores de 60 es: busquen nuevas metas, definanse de nuevo y sobre todo no se queden parados pensando en lo que fue y o podría haber sido. Lo que nos queda por recorrer está lleno de sorpresas que pueden ser mucho más interesantes.
    un abrazo a todos
    Ana Maria Campistrus

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    1. Muchas gracias, Ana María, por su entrañable comentario. Estoy de acuerdo con usted: no debemos de dejar que nuestro entorno vaya dejándonos fuera de donde la vida sigue encontrando contenidos. Tenemos que contrarrestar esa fuerza que por todos los lados nos quiere hacer entender que cada vez somos más prescindibles. La primera etapa de ese proceso de evaporización de nuestro ser está señalada por las dificultades que nos van poniendo al hecho de seguir teniendo opiniones propias, de molestar con nuestras iniciativas si estas son imprevistas. La última etapa es más cruel: empezaremos a notar que no solo somos prescindibles, sino que somos una molestia. Bueno, esos son los obstáculos o los rozamientos a los que tenemos que sobreponernos. Contar con ellos es muy diferente a someternos a ellos.

      Un abrazo, Ana María.

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