sábado, 31 de diciembre de 2011

LA ERA DEL NIHILISMO

El día es una latencia de la noche; y la noche lo es del día. No existe el día en sí; ni la noche como tal. La mente separa el uno de la otra porque, al menos para empezar, no se lleva bien con las contradicciones. Pero mientras estamos pensando el día, éste ya va camino de la noche, y viceversa, rebelándose contra los presupuestos delimitadores de la razón. Como decía Heráclito, todo fluye. La realidad es la paradoja que existe detrás de todos y cada uno de nuestros conceptos unívocos (de las ilusiones que construye nuestra razón).

Nada es, nada goza de una sustancia definitiva, excepto el devenir, decía Nietzsche. Podríamos afirmar también que las cosas son en la medida en la que incluyen también lo que no son. “Somos y no somos”, decía asimismo Heráclito, a quien Nietzsche consideraba su lejano pero inmediato referente. A lo que está en el sustrato de nuestros conceptos, de esas ilusorias entidades que la razón denomina cosas, Nietzsche lo denominó “vida”; en ella se conjuntan las paradojas: el día y la noche, el bien y el mal, la construcción y la destrucción.

Frente a estas constataciones se alzó la filosofía, razón en ristre. Parménides ya había dicho que “lo que es, es, y lo que no es, no es”, engañosa conclusión de la razón contra la que Heráclito se alzó. Platón acabó por escindir la paradójica realidad en sus términos contrapuestos, y realzó las ideas de bondad, justicia, belleza… como entidades unívocas que nada debían a sus contrarios. El mal, por ejemplo, pasaba a ser algo inconsistente, mera ignorancia del bien; y así lo demás. El tiempo, el devenir, quedaron al margen de la filosofía. Fuera del tiempo, los conceptos quedaban petrificados, no era posible, por ejemplo, transitar desde el mal hacia el bien, ni siquiera Aquiles, “el de los pies ligeros”, iba a ser capaz de alcanzar a la tortuga, según demostraban las aporías a las que Zenón de Elea llevaba a las hiperrazonables matemáticas. Sólo iba a ser posible alcanzar el bien no a partir de nuestras miserables vidas, ya decididas, ya prescritas y petrificadas, sino pasando a “otra vida”, la que vendría después de la muerte.


“Yo no soy un hombre, soy dinamita”, vino diciendo Nietzsche al proponer su “transvaloración de todos los valores” que se habían sustentado sobre la filosofía platónica y cristiana, la que definitivamente escindía los contrarios que forman la realidad. Ya Hegel había propuesto la dialéctica histórica (el devenir) como modo de conjuntar esos contrarios y, en última instancia, transitar desde lo múltiple y disperso hasta lo unitario y conjuntado, desde lo imperfecto hasta lo perfecto, desde el mal hacia el bien. Sólo con Nietzsche, no (yo no lo veo), pero apoyados también en Hegel, los términos de la paradoja volvían a encontrar un sustento filosófico a partir del cual coexistir. La razón y la historia, la razón y la vida podían colaborar. Ortega habló de razón histórica, de razón vital.

Pero todavía estamos en transición hacia ello. A esa etapa de transición Nietzsche la llamó nihilismo, una terrible experiencia para el hombre que, despojado de las ilusiones que le habían permitido durante siglos esperar el bien en la otra vida, no ha sabido encontrar la forma de sustituir, y encontrarles asiento en esta vida, aquel tipo de valores que él esperaba ver cumplidos en el más allá. “La desilusión sobre una supuesta finalidad del devenir es la causa del nihilismo”, deduce Nietzsche. Y asimismo: “(La interpretación moral del mundo) después de haber intentado huir hacia un más allá, acaba en el nihilismo. ‘Nada tiene sentido’ ”. Puesto que Dios ha muerto, concluye el nihilista, han dejado de existir el bien (y por tanto, todo está permitido), la justicia (la idea nuclear ha pasado a ser que cada uno ponga a salvo su egoísmo) y la belleza (no hay más que darse una vuelta por los museos de arte moderno). “¡Ay! –se lamentaba Nietzsche–, yo he conocido hombres que perdieron su más alta esperanza. Y desde entonces calumniaron todas las esperanzas elevadas. Desde entonces han vivido insolentemente en medio de breves placeres y apenas se trazaron metas de más de un día… Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes al héroe que hay en tu alma! ¿Conserva tu más alta esperanza!”.

Sin embargo, son pocos todavía los que se muestran capaces de esperar, de poner en marcha proyectos lejanos, de sostenerse sobre valores una vez que las esperanzas han venido a quedar acotadas por los márgenes de este mundo, y nadie más que uno mismo ha de exigirse responsabilidades. La mayoría se agolpa en los exiguos reductos de lo inmediato, del presente, de las metas de no más de un día. Casi nadie entiende todavía al Nietzsche que decía: “Yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo”. Los más prefieren lo que pueda depararles el instante y, si no, la indolencia. ¿Resultado? Venía a decirlo en verso Espronceda, uno de nuestros románticos de postín:

“¿Por qué si yazgo en indolente calma
siento en lugar de paz árido hastío?
¿por qué este inquieto, abrasador deseo?”
Efectivamente, desprovista de objetivos nuestra voluntad, vivimos atrapados entre el aburrimiento y la angustia. Todo lo que se proyecta y construye de cara al futuro está en crisis: las relaciones de pareja, la familia, tener hijos, tener tareas que nos comprometan… Las leyes, sobre todo en esta última etapa de Zapatero, han venido a favorecer la exacerbación de esas crisis, no a ayudar a su solución (divorcio exprés, legislación que promueve el aborto en vez de su prevención y control, la familia como núcleo básico de reproducción social equiparada legalmente a otras múltiples relaciones incluso coyunturales…). La cultura ha decaído hacia la mera diversión y el pasatiempo (a veces morboso, como podemos comprobar nada más encender la televisión), que es la tirita que le ponemos al cáncer del aburrimiento. Mientras tanto, el consumo de ansiolíticos crece exponencialmente.


En fin, esto es lo que Nietzsche anunció a finales del siglo XIX: “Lo que cuento es la historia de los dos próximos siglos. Describe lo que sucederá, lo que no podrá suceder de otra manera: la llegada del nihilismo”… Cuando, por fin, concluya el nihilismo, yo ya estaré calvo del todo; sólo me habrá dado tiempo a estar harto de esta época. ¿No habrá manera de acelerar un poco la llegada al final de esta larguísima era del desencanto?

domingo, 25 de diciembre de 2011

LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE JAMAL ZOUGAM-2ª PARTE

Estimado comentarista anónimo de mi anterior entrada:

Le diré que es un alivio verle por aquí, porque en estos asuntos del 11-M que para mí son tan importantes, sobrellevo con pesadumbre el hecho de que, al menos en mi micromundo, de una u otra manera se da el asunto por amortizado, y sobre ese tono de indiferencia o incluso de rechazo activo general, queda a flote, al final, mi interés como una mera obsesión particular, más o menos encasillada en el mismo depósito en el que se guardan los complejos persecutorios y conspiranoicos en general. Así que permítame, para empezar, agradecerle su desacuerdo. Y ahora, entremos en materia.

Ya tengo observado que el tratamiento que da la wikipedia al asunto del 11-M está sesgado (casi podríamos decir que inevitablemente) hacia la versión que algunos llamamos “oficial”. Resaltaré, para empezar, que los terroristas de Al Qaeda no sólo nunca han tenido inconveniente en admitir su culpabilidad, sino que se muestran orgullosos de sus actos; Jamal Zougam, por el contrario, condenó durante el juicio el atentado de los trenes. El sesgo de wikipedia al que me refiero queda en evidencia por su omisión de datos cualitativamente relevantes en relación a aquéllos de los que informa. Veamos:


En el año 2000, al día siguiente de producirse la victoria por mayoría absoluta del PP de Aznar, se recibió una comisión rogatoria de Francia diciendo que era preciso interrogar a Jamal Zougam y a su madre porque en la agenda de un terrorista francés había aparecido un teléfono que era el de la casa de Zougam. Llegó entonces a España el juez comisionado francés e interrogó a éste y a su madre. El interrogatorio duró poco: les preguntó que si era el suyo el teléfono en cuestión, y ellos le dijeron que no, que se diferenciaba en un dígito. Se hicieron las averiguaciones pertinentes y se comprobó que el teléfono que traía apuntado el juez francés era de la Universidad Autónoma de Madrid.

Así acabó el interrogatorio y la comisión rogatoria francesa: todo había sido producto de un error. Hasta tal punto quedaron aclaradas las cosas, que ocho días después del interrogatorio le concedieron a Zougam el permiso de residencia permanente en España. De todo esto es de lo que no informa la wikipedia.

Sin embargo, a partir de ese momento, es cierto que de esta forma viciada en origen, pasó Zougam a estar incluido en los archivos de la policía entre los sospechosos habituales de islamismo. Llegó ésta incluso a ofrecerle convertirse en confidente suyo, a lo que él, temeroso, contestó que se lo pensaría, aunque nunca llegó en realidad a prestarse a ello. Así es como, cuando apareció la mochila-bomba de Vallecas (prueba falsa, como se ha demostrado en sede judicial recientemente), la tarjeta del teléfono condujo precisamente a Zougam, del que, si no hubiera sido por los testigos que fueron apareciendo después de salir su foto en los telediarios y en la prensa (ocho en total, y que, puesto que se contradecían entre sí, el testimonio conjunto hubiera quedado legalmente invalidado si no hubiera sido porque el juez Bermúdez eliminó a su desconocido arbitrio cinco de los ocho testimonios), se le habría detenido exclusivamente por el supuesto delito de vender tarjetas de móviles, igual que, por ejemplo, hace El Corte Inglés, sin que a nadie se le haya ocurrido detener por ello a Isidoro Álvarez.


En fin, que Zougam acabó siendo condenado, y eso a pesar también de que mientras sus “compañeros de comando” se dedicaban la noche anterior al atentado a montar las bombas en la casa de Morata de Tajuña, él se dedicaba, como habitualmente, a hacer levantamiento de pesas en un gimnasio, como atestigua el personal de ese gimnasio; y a pesar también de que, como confirman su madre y su hermana (no en sede judicial, porque no las dejaron), estuvo durmiendo en su casa hasta las diez de la mañana.

A mí todo esto y todo lo demás que ha ido saliendo a la luz durante los últimos años me parece espeluznante y me conmueve profundísimamente. Y no entiendo (suficientemente) la amputación de sensibilidad que sufre la opinión pública, en general todavía indiferente o tibia, o peor aún, quitándose desabridamente el muerto de encima y metiéndolo en el cajoncito inargumentado etiquetado como “conspiranoia”. Y aún más: que paren este mierda de mundo, al menos el trozo que corresponde a España, que yo me bajo y me retiro de ermitaño a alguna cueva si mis compatriotas son capaces de tragar con todo esto que, quien simplemente abra los ojos, puede perfectamente ver ya (hasta donde es posible ver). Eso sí, antes de retirarme del todo, recomiendo que quien se quiera informar de todo esto, mejor que a la wikipedia, recurra, entre otros, a Luis del Pino, que lleva años clamando en el puñetero desierto.

lunes, 19 de diciembre de 2011

LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE JAMAL ZOUGAM EN LOS ATENTADOS DEL 11-M

Existe un estado de opinión, cada vez más generalizado, de que respecto de los atentados del 11-M han quedado zonas oscuras y sin resolver. Se trata de una impresión vaga, que no suele estar sustentada en información suficiente, y como faltan elementos de juicio, se suele buscar hacer derivar aquella impresión hacia alguna conclusión que no suene demasiado disparatada o exagerada. Todo ello, sin salirse del terreno de la vaguedad.

¿Y por qué mucha gente que en general suele estar bien informada y que se preocupa de los problemas sociales y políticos, en este asunto no está informada? A mi modo de ver, porque es víctima de la opinión políticamente correcta de que los periodistas que se han ocupado, muy extensamente y con fundamento, de investigar el 11-M, forman parte de la “caverna mediática”, refugio de fachas y paranoicos en general. En este país (minúscula), basta que el grupo PRISA y adyacentes lancen sobre uno el dicterio de “facha” (concepto ambiguo y falto de contenidos donde los haya) o el subordinado a aquél de “conspiranoico”, para que, sin necesidad de más argumentos, ya se le haya caído el pelo ante una grandísima parte de la opinión pública. Sin embargo Pedro J. Ramírez, Jiménez Losantos, César Vidal y Luis del Pino, los capitanes de la “caverna”, y los numerosos periodistas que están en su estela y a su amparo, son declaradamente liberales, como buena parte de los militantes de UPyD, yo entre ellos (alguno ha pedido expresamente el voto para UPyD), y me atrevo a decir que esos periodistas citados en concreto son asimismo extremadamente inteligentes (lo digo porque los oigo sobre todo, y doy fe de ello; también por cosas como que César Vidal tiene cuatro doctorados, una licenciatura, centenar y medio de libros escritos, muchos de ellos premiados, traduce dieciséis idiomas y habla con soltura siete…: en fin, es un dato). ¿Por qué cursan como “fachas”? Porque hoy todavía son creíbles los gestores de la opinión políticamente correcta, los mismos que de una manera a mi entender digna de ser denunciada han ocultado, distorsionado, desviado… todos los datos que pudieran ayudar a esclarecer lo que de manera incuestionable ha ido saliendo a la luz de la mano del nutrido grupo de periodistas de investigación que capitanea el núcleo duro de la llamada “caverna mediática”. En fin, que, en mi opinión, hay una correlación estricta entre la credibilidad dada al grupo PRISA y adyacentes y el desprecio y desatención a las investigaciones, a mi modo de ver tan solventes como escandalosas, de la llamada “caverna mediática”.


Como, efectivamente, los datos que han ido saliendo a la luz de la mano de los periodistas que han investigado esto son numerosísimos, forman una maraña intrincada, no hay todavía una narración coherente que los aglutine suficientemente y no hay unas conclusiones claras que extraer a partir de ellos (lo diré explícitamente por si acaso: yo –como todos aquellos periodistas a los que he leído para informarme sobre esto– no he afirmado nunca que haya sido ETA… ni lo contrario), me limitaré a exponer algunos (¡sólo algunos!) de los datos que han aflorado recientemente a propósito de Jamal Zougam, único “autor material vivo de los atentados” condenado como tal. Los otros supuestos autores habrían de ser los 7 “suicidas” de Leganés (las bombas que explotaron fueron 10, más dos que se explotaron de forma controlada por las fuerzas de seguridad, más la mochila de Vallecas, aunque ésta se ha demostrado ya en sede judicial que era falsa). Para empezar, tocaría a más de una bomba por activista (porque iban colocadas, como es sabido, en trenes diferentes y vagones diferentes); pero es que el Tribunal Supremo sentenció que no quedaba probada la autoría de los 7 suicidas (nadie de los que iban en los trenes les reconoció por sus fotografías, por ejemplo), hasta el punto de que las víctimas no han podido pedir indemnizaciones basadas en ese posible autoría. En conjunto, el comando encargado de cometer los atentados estaba compuesto por un abigarrado conglomerado de islamistas, traficantes de droga, asturianos “cristianos” además de delincuentes comunes (uno de ellos esquizofrénico), numerosos confidentes de la Policía y de la Guardia Civil… Ni el ejército de Pancho Villa degeneró tanto como esta Al-Qaeda posmoderna, tan estricta habitualmente al elegir sus miembros (el Tribunal Supremo sentenció, de todas formas, que no quedaba probada la autoría de Al-Qaeda).

Jamal Zougam fue condenado, como único autor vivo del atentado, a 40.400 años de prisión; lleva cumplidos más de siete, en celda de aislamiento, porque no se reconoce culpable. Las pruebas para inculparle y finalmente condenarle tienen dos orígenes: una, la tarjeta del teléfono de la mochila de Vallecas, que se vendió en su locutorio; dos, los testimonios de tres personas que dijeron que le habían visto en uno de los trenes. Aparte de eso, no hay ninguna (repito: ninguna) prueba más: no hay rastro de sus huellas digitales ni de su ADN en la casa de Morata de Tajuña (donde supuestamente se prepararon las bombas), ni en la furgoneta Kangoo (en la que supuestamente se trasladaron quienes iban a poner las bombas), ni en el piso de Leganés (donde supuestamente se suicidaron los demás autores del atentado), ni en el local de la calle Virgen del Coro, donde se supone que se reunían los componentes del comando. Tampoco hay ninguna llamada telefónica que le relacione con ninguno de los 29 acusados en el juicio. Nunca antes, por lo demás, había sido detenido por ningún tipo de delito.

Por otra parte, los dueños de un gimnasio madrileño han confesado personalmente a Luis del Pino que, como de costumbre, la noche anterior al atentado estuvo haciendo levantamiento de pesas en aquel gimnasio, una actividad digamos que extravagante en alguien que a las 7,40 h. de la mañana siguiente ha de hacer explotar una bomba en un tren. La policía fue al gimnasio a preguntar y se incautó de la documentación que demostraba que, efectivamente, había estado en el gimnasio, pero esa documentación nunca fue incorporada al sumario ni se le comunicó al juez Del Olmo, el instructor. Nunca se ha vuelto a ver esa documentación.

La madre y la hermana de Zougam solicitaron repetidamente declarar ante Del Olmo en la fase de instrucción, para acreditar que, a la hora del atentado, él estaba durmiendo en su casa. Del Olmo no admitió que se realizara tal declaración. Cuando en el juicio propiamente dicho la madre y la hermana quisieron declarar ante el juez Gómez Bermúdez, éste se negó alegando que tenían que haber declarado en la fase de instrucción.

Repasemos, pues, las pruebas por las que Zougam fue condenado. La primera, la mochila-bomba de Vallecas: la bomba estaba preparada para ser activada por la alarma de un teléfono móvil que sonaría a las 7:36 h. de la mañana. Para que la alarma sonara, no era necesario que el teléfono tuviera tarjeta, pero, aunque eso suponía dejar un rastro inútil desde el punto de vista de los terroristas, el teléfono tenía tarjeta. Abramos un breve paréntesis: en el juicio que se está llevando a cabo en la Audiencia Provincial de Madrid por la juez Coro Cillán contra el ex jefe de los TEDAX, Sánchez-Manzano, y la perito química de su laboratorio, ha quedado suficientemente acreditado para cualquier mente normal que la mochila-bomba de Vallecas era una prueba falsa. Pero no estropeemos nuestra narración y consideremos que se trataba de una prueba verdadera. El teléfono móvil llevó a la policía hasta la tienda de dos hindúes, donde fue vendido a los componentes del comando; ambos hindúes fueron detenidos (y después de varios días, puestos en libertad; los hindúes y los islamistas… no cuadran muy bien). La tarjeta del teléfono, por su parte, llevó hasta el locutorio de Jamal Zougam, donde se vendió; el 13 de marzo, un día antes de las elecciones, fueron detenidos él, su hermano y el dependiente que vendió la tarjeta. Por otro lado, el móvil fue liberado en otra tienda más de telefonía; pero aquí no hubo detenciones: el dueño de la tienda era en este caso un policía nacional de origen sirio, conocido colaborador, en algunas ocasiones, del juez Garzón. Tareas inútilmente complejas: en el locutorio de Zougam se vendían también teléfonos móviles y, asimismo, se liberaban. Por otro lado, y como dice Luis del Pino, estamos ante “el terrorista más roñoso de la historia”, porque no perdió la oportunidad de hacer negocio vendiendo a sus compañeros de comando la tarjeta del móvil que había de activar la bomba (bueno, se la vendió un dependiente). Aunque, de hecho, no hay ninguna constancia (ningún resto recogido, por ejemplo), aparte de la mochila de Vallecas, de que las bombas fueran activadas por teléfonos móviles.

Por tanto, a Zougam no le detuvieron como autor del atentado, sino porque vendió la tarjeta del teléfono de la mochila-bomba de Vallecas. Pero después de que su foto saliera en todos los periódicos, empezaron a aparecer testigos que decían haberle visto en los trenes: concretamente, ocho testigos. Sin embargo, sus testimonios eran contradictorios, pues si hubieran sido ciertos, Zougam tendría que haber estado en tres trenes distintos a la vez. Sin que se sepa con qué criterio, el juez Bermúdez decidió seleccionar como válidos tres testimonios, según los cuales Zougam estuvo en el tren de Santa Eugenia. Los tres testigos pasaron entonces a ser testigos protegidos. Los tres han resultado ser rumanos; los tres han conseguido, a partir de su condición de víctimas, la nacionalidad española y 48.000 euros de indemnización cada uno.

El testigo R-10 viajaba en el cuarto vagón del tren, en el que explotó la bomba. Es una víctima auténtica, pues a resultas del atentado perdió un ojo. R-10 declaró sólo ante la policía y el juez Del Olmo, pues decidió volver a Rumanía, y aunque existe la obligación de que los testigos se ratifiquen en el juicio, puesto que las defensas tienen derecho a interrogarle, no volvió a España para testificar en el juicio. El periodista Casimiro García Abadillo fue a Rumanía a entrevistarle, y allí le dijo que no declaró el 16 de marzo, como dice la policía, sino 10 días después, a raíz de ver la foto de Zougam en el aeropuerto, a donde había ido a esperar a su mujer, que venía de Rumanía (es dudoso, sin embargo, que tal foto estuviera expuesta en el aeropuerto, como suele ocurrir con criminales importantes, puesto que Zougam, para entonces, ya estaba detenido; recordemos que desde el día 13). Posteriormente, se le llevó al testigo a una rueda de reconocimiento, para que reconociera a Zougam físicamente. Efectivamente, le reconoció… pero el resto de las personas (eran seis en total) que había en dicha rueda no era ninguna de origen marroquí o árabe, y, como alegaron los defensores de Zougam, uno era rubio, otro tenía los ojos azules… Ante las insuficiencias de esa rueda de reconocimiento, el juez Del Olmo ordenó hacer otra nueva un año más tarde. El testigo volvió a señalar a Zougam, pero para entonces la suya era ya una imagen perfectamente reconocible por él. Por otro lado, en su declaración, el testigo dijo que Zougam tenía el pelo liso; pero en realidad lo tenía y lo tiene rizado. El color que según él tenía la mochila-bomba es contradictorio con el que dicen las otras dos testigos.

Los otros dos testigos, efectivamente, son mujeres; se ha podido saber que amigas o, quizás, concuñadas. Resultaron ambas ilesas. La primera, la C-65, tardó varios días en ir al hospital, para poder así acreditar que había sido víctima, pero al fin fue. No declaró hasta tres semanas después del atentado, cuando la foto de Zougam había salido en las primeras páginas de todos los periódicos. Dijo que le vio en el quinto vagón (R-10 lo vio en el cuarto); testifica entonces que estaba acompañada de una mujer, pero más de un año después cambia la declaración y dice que de quien estaba acompañada es de otra, la que resultó ser la tercer testigo, su amiga o concuñada. Declaró que después de la explosión le cayó encima un cadáver, pero eso no era posible: en el vagón en el que viajaba no hubo ningún muerto.

La tercer testigo, la J-70, recorrió un periplo singular antes de llegar a serlo. Nunca pasó por el hospital para acreditar los perjuicios físicos o psicológicos sufridos a raíz del atentado. Por dos veces a lo largo de más de un año, había intentado ser reconocida como víctima del 11-M. Las dos veces le fue denegada tal condición. Pero hete aquí que catorce meses después del atentado se presenta como testigo de haber visto a Zougam, acompañando a su amiga, la testigo C-65, en el tren de Santa Eugenia, en el cuarto vagón, presencia ésta en el tren que se había puesto en cuestión hasta entonces por quienes denegaron su doble solicitud de ser considerada víctima. Su testimonio vino a ratificar y apuntalar el de su amiga, que hasta entonces había quedado cojo.

Además de la condición de testigos protegidos, la concesión de la nacionalidad española a los tres y la indemnización de 48.000 euros a cada uno, y otros tantos al marido de una de las dos mujeres, a éste y a la mujer se les hizo un contrato de trabajo en una empresa de seguridad, casualmente la empresa de seguridad del íntimo amigo del comisario Juan Antonio González, que pagó aquella polémica cacería de Bermejo y Garzón en la que se diseñó cómo afrontar el caso Gürtel.

A los abogados de los acusados se les impidió, en contra de lo legislado, el acceso a todos estos datos, excepto el de que la testigo J-70 había tardado 14 meses en aportar su testimonio. Cuando estos abogados quisieron preguntar en el juicio a este respecto a las dos testigos que allí estaban, el juez Gómez Bermúdez lo impidió (los vídeos al respecto están disponibles y circulando activamente ahora mismo en Youtube. Ejemplo: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/12/07/espana/1323261404.html , en el minuto 17 y ss., sobretodo el 20, del video). Con posterioridad al juicio, Rubalcaba condecoró al juez Gómez Bermúdez con la medalla al mérito policial con distintivo rojo (medalla vitalicia, y que supone un aumento del diez por ciento del sueldo). Al argumentar los motivos de la concesión, y como acaba de desvelar El Mundo hace unos días, se dijo que se hacía por su “compromiso” con la versión oficial del 11-M y por “no permitir” que la vista “derivase en derroteros confusos”. En un comunicado, la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M ha declarado (copi-pego): “La Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11M quiere manifestar su estupor y tristeza ante la recientemente conocida noticia acerca de la condecoración, con la Medalla al Mérito Policial con Distintivo Rojo, al Excmo. Sr. D. Javier Gómez Bermúdez
2.Siendo los méritos esgrimidos para esta distinción, pensionada y vitalicia, “su «compromiso» con los funcionarios que realizaron la investigación, el «papel fundamental» que desempeñó como presidente del juicio «para reconducir las divergencias sobre los medios de prueba», por «no permitir» que la vista «derivase en derroteros confusos» y por lograr que los testimonios de la Policía -«especialmente de las comisarías de Policía Científica e Información»- «resultaran determinantes», todo ello en relación al Juicio del 11M, suscribimos la disconformidad con este galardón. Por ello, solicitan a las autoridades competentes así como a todas las Asociaciones gremiales de Jueces y Magistrados existentes en España, que “de manera urgente” asuman “el compromiso para la elaboración y exigencia de cumplimiento, de un Código deontológico o de carácter ético para los Jueces y Magistrados en España, que imposibilite que actuaciones como la acontecida puedan repetirse, con la finalidad de reparar y asegurar la confianza de las víctimas del terrorismo y de todos los españoles en la Justicia española. Exigimos por tanto, que se regule de manera taxativa la prohibición para todos los miembros de la Carrera Judicial de la realización de cualquier conducta, acción o expresión, o recepción de regalos, premios o prebendas que puedan afectar a la confianza de los españoles en su independencia e imparcialidad, así como que se vigile y sancione con carácter ejemplar el incumplimiento de esta regulación".

sábado, 10 de diciembre de 2011

LO QUE NOS AMEDRENTA (ETA POR EJEMPLO) SACA DE NOSOTROS LO MEJOR Y LO PEOR

(PUBLICADO CON EL TÍTULO "EL PRINCIPIO DE LA SABIDURÍA ES EL TEMOR" Y ALGUNA CORRECCIÓN EN EL CORREO DE BURGOS EL 24 DE ENERO DE 2012)

Enunciándolo de esta forma, estamos ampliando, mejor que corrigiendo, aquella perturbadora afirmación del Fausto de Goethe, según la cual, efectivamente, “lo mejor del hombre es el espanto”. También lo dijo de otra forma: “Mi camino de terrores me ha llevado al más feliz logro”. Unamuno se mantuvo dentro de esta misma línea de pensamiento al afirmar: “El principio de la sabiduría es el temor”. Y no estaba haciendo otra cosa a su vez que enlazar con una larga tradición que llegaba hasta el mismo Libro de Job, en el que asimismo se afirma que “en el temor del Señor está la sabiduría”. A través de la ampliación propuesta, venimos a enlazar asimismo con Nietzsche, que confirmaba que “por el miedo se explican todas las cosas, el pecado original y la virtud original”. Porque, efectivamente, cuando el hombre se sobrepone a sus temores, se abre para él el camino de la sabiduría, al menos el de la inteligencia, pero cuando es el miedo, su emoción más básica, la que directamente dicta sus resoluciones, el hombre deja en evidencia sus graves limitaciones y, a menudo, sus miserias. Que estemos hablando de su emoción fundamental lo confirma asimismo María Zambrano cuando, al hablar de los motivos que generan esas emociones, dice: “La escala de los motivos, va desde el más noble, el ansia de perfección (…) hasta el radical y primario impulso del poder, bajo el cual late otro todavía más primario y ancestral: el terror pánico a todo lo que se mueve”.

De mi frustrada trayectoria a través de la psicología conservo el recuerdo de un concepto que con frecuencia me ha resultado clarificador. Es el de “represión afectiva de la inteligencia”. El test de Rorschach era capaz de detectar en los sujetos examinados una potencial inteligencia que, sin embargo, se mantenía eventualmente anulada o disminuida porque sobre ella se encaramaban emociones que demandaban más perentoria atención y que dejaban supeditadas a ellas, incluso suprimidas en las zonas más conflictivas, las conclusiones a las que eventualmente pudieran conducir la inteligencia y sus silogismos. Es sobre este mismo asunto sobre el que también reflexionaba María Zambrano cuando afirmó: “La necesidad de descubrir lo real y de enfrentarse con ello, ha tenido que luchar desde siempre con un pánico a la realidad”. Mientras no superemos ese pánico, nuestros comportamientos estarán expuestos a sus dictados, y aquella consigna que Kant consideró como estandarte de la Ilustración: “atrévete a pensar por ti mismo”, seguirá manteniéndose sólo en su forma de desiderátum, no de logro todavía.


Debo a mi amigo Jesús Laínz, concretamente a ciertas llamadas de atención que sobre algunos sucesos históricos hace en su último libro (“Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras”, Ed. Encuentro, 2011), el que me haya puesto a pensar sobre estas cosas. Refiere en el libro varios ejemplos de pasmosos cambios de dirección en la opinión pública sobre los que merece la pena reflexionar. El que puede servir de paradigma a los demás es el que tuvo lugar en Alemania, cuando “millones de militantes comunistas se pasaron a las filas nacionalsocialistas según la estrella de Hitler ascendía y, sobre todo, tras su ascenso al poder, y el mismo entusiasmo con el que habían perseguido a los camisas pardas fue aplicado tras 1933 a hacer lo propio con los judíos y con sus antiguos compañeros comunistas”. Además de incluir sobre ello algunas expresivas anécdotas, continúa el libro con el relato de otras situaciones, en este sentido semejantes, que la historia viene acumulando; entre ellas, ésta que nos resulta cercana: “El 12 de abril de 1931 una mayoría notable de españoles votó a favor de las listas monárquicas, que acumularon casi el doble de concejales que las republicanas. Pero al día siguiente, cuando las maniobras en despachos se precipitaron hasta la renuncia de Alfonso XIII y la proclamación de la república, el pueblo español se lanzó a la calle, bandera tricolor al viento, para proclamar ebrio de entusiasmo sus indudables convicciones republicanas. Cinco años después tocó lo contrario y el pueblo español salió a la calle a recibir brazo en alto y con lágrimas de alegría a las tropas franquistas”. Aún más cercano en el tiempo nos queda otro de estos ejemplos de brusca variación de planteamientos: también en España, “en noviembre de 1975 una cantidad considerable de españoles se declaraban satisfechos con el gobernante fallecido en aquellas fechas; y pocos meses después la inmensa mayoría se declaraba antifranquista”.

Jesús Laínz, después de reseñar estas intrigantes ambivalencias que la historia nos muestra, concluye que “las masas, en política, siempre se apuntarán al éxito”. Yo creo, por mi parte, que a esta inicial interpretación sobre las causas de este tipo de fenómenos pueden, sin contradecirla, sumarse otras. Una primera ampliación interpretativa podríamos encontrarla en la valoración que sobre el comportamiento humano en general hacía Maquiavelo: “Son tan simples los hombres y obedecen de tal manera a las necesidades inmediatas que quien engañe encontrará siempre quien se deje engañar”. Epícteto (50-125 a 130), en representación de la filosofía estoica, siempre dispuesta a batirse en retirada, aporta a nuestra serie otra interpretación de indudable pedigrí filosófico, que nos lleva a presuponer en la gente una buena base de receptividad hacia recomendaciones como la suya: “No pidas que lo que sucede suceda como deseas, sino desea que las cosas ocurran como ocurren, y serás feliz”. La interpretación que vendría a proponer Kierkegaard no es tan benévola: “Sólo las naturalezas inferiores encuentran en otra persona, y no en ellas mismas, la ley de sus actos o las premisas de sus resoluciones”; las personas más débiles (aquellas que para Kant se mantenían en la actitud infantil que les impedía pensar por sí mismas), aunque más numerosas, estarían atentas a lo que dictasen las otras personalidades más fuertes para, en cuanto resulten evidentes, adscribirse a sus propuestas.


Pero aquí vamos a recuperar sobre todo la idea que exponíamos al principio, y nos centraremos en la forma en que el miedo interviene en esos comportamientos paradójicos. Según esto, las personas que aún no elaboran sus respuestas a las situaciones en función del análisis intelectual de las mismas que esté a su alcance, lo que hacen es configurar una ecuación entre las diversas opciones que tienen poniendo en el numerador, sobre todo y por encima de otras consideraciones, la opción que más miedo les produce, y en el denominador la que menos. Al despejar la X de la ecuación, está claro hacia dónde se inclinará previsiblemente la decisión. La inminencia, la cercanía o la gravedad de la amenaza se van decantando como las variables que acabarán resultando determinantes en el tipo de comportamiento por el que se decidirá todo ese conjunto de personas, llamémoslas pre-ilustradas, que, hoy por hoy, aportan la mayor parte del contenido que conforma la opinión pública.


Todo lo cual ha de servirnos para entender el modo en que, a lo largo de las últimas generaciones, la opinión pública vasca (de un modo abrupto, a través sobre todo del terrorismo y de la violencia callejera) y la catalana (de otro modo más sutil, a través, sobre todo, de la presión social e institucional y de la amenaza del ostracismo), ha ido inclinándose a favor del nacionalismo. Especialmente si consideramos que el Estado se ha mostrado hasta tal punto débil, acomplejado, retirado de la batalla ideológica y dispuesto a concesiones que sólo lleva a cabo quien se siente derrotado de antemano, que la otra opción posible, la que hubiera decantado a la opinión pública de esas regiones a favor de la españolidad, ha quedado indefensa y a la intemperie, en suma, sin capacidad para contrarrestar la fuerza de amedrentamiento que puso en marcha la opción nacionalista.

Una opinión pública pre-ilustrada como la que hoy tenemos en España es susceptible, pues, de variaciones tan drásticas como las que tuvieron lugar en los ejemplos citados más arriba, las mismas que hoy están haciendo crecer a las opciones separatistas. Cuando los nacionalismos echen el órdago final, y no falta tanto para ello, esa opinión acabará inclinándose definitivamente por la opción que resulte más imperativa según los parámetros que venimos analizando. Si Rajoy, como tantas otras veces, trata de ponerse de perfil y se comporta como quien parece pedir que le perdonen la vida, buscando el modo de eludir el combate que le impondrán, las masas harán lo que hemos visto que hacían en los ejemplos arriba mencionados: optarán entusiásticamente por la opción que se presente como más verosímilmente vencedora. Porque cuando uno se identifica con aquél que, gracias a su poder, pudiera resultar amenazante, la amenaza se diluye. Y sólo si nuestros gobernantes, respaldados por la fuerza de la Constitución, de las instituciones democráticas y del resto de los aparatos del Estado, se mantienen firmes, esa mayoría de pre-ilustrados acabará escogiendo la opción adecuada.

sábado, 3 de diciembre de 2011

EL OCULTO SENTIDO DE LA VIDA

Toda la metafísica se levanta sobre la idea de que existe una realidad aparente, perecedera, contingente, insustancial, y otra realidad esencial, perdurable, necesaria, significativa. Aquélla es la pequeña realidad de las cosas múltiples, individuales. En esta otra, lo individual ya no existe; es la unidad, la generalidad, el todo lo que existe. Durante una gran parte de la historia de la metafísica, la realidad aparente y la sustancial se han mantenido incomunicadas. Platón, que es el mejor ejemplo de ello, desdeñaba el mundo aparente, el que nos dan a conocer los sentidos, aquél al que pertenecemos los individuos, y ensalzaba, por el contrario, el mundo de las ideas: la belleza, la bondad, la justicia… ninguna de las cuales pertenece a este mundo; sólo disponemos, según él, de su recuerdo, que nos llega desde un tiempo anterior al nacimiento, anterior a la caída en este mundo inconsistente. Hubo que esperar a Hegel sobretodo para que la filosofía ideara un tránsito entre el mundo aparente y el esencial a través de la historia. El devenir, pues, permitía la comunicación entre este mundo imperfecto que es el de aquí y el de ahora, y aquél que debería ser y que nos espera en el futuro… un futuro inalcanzable, pero en dirección hacia el cual podemos y debemos transitar.


Los individuos pertenecemos a aquel primer mundo inconsistente y perecedero. De hecho, sabemos que hemos de morir: dentro de un tiempo no quedará de nosotros ni el recuerdo. Como individuos no vamos a ningún lado en el que esté depositado, esperándonos, nuestro ser. Somos un desastre en potencia, y lo certificarán los gusanos que habrán de dar cuenta de nuestros últimos restos. La vida no nos lleva a los individuos sino hasta donde quien nos espera es la muerte. Y si esto es así, parece inevitable concluir que la vida es finalmente absurda. Así traduce a palabras esta difícil constatación el autor del Libro de Job: “El hombre nacido de mujer vive corto tiempo y lleno de miserias, brota como una flor y se marchita, huye como sombra y no substituye… Porque para el árbol hay esperanza; cortado reverdece y echa nuevos retoños; aunque haya envejecido su raíz y haya muerto en el suelo su tronco, al sentir el agua rebrota y echa follaje como planta nueva. Pero el hombre, al morir se acabó; al expirar, ¿qué es de él?”.


Efectivamente, la vida resulta absurda si la reducimos hasta que llegue a encajar en el marco de este mundo de apariencias, del mundo que habitamos los individuos, en donde todo parece crecer y prosperar engañosamente hasta que acaba disolviéndose en la muerte y en la nada; por tanto, realmente, no crecía… ¿No crecía? ¿Da igual a qué dediquemos la vida puesto que, hagamos lo que hagamos, nada podremos llevarnos cuando muramos y lo que aquí quede está destinado a servir de pasto para el olvido? ¿Sólo existe entonces el aquí y el ahora como perentorio y coyuntural baluarte frente al absurdo?


Ortega y Gasset sitúa en la doctrina cristiana la enseñanza que originalmente nos puso en el camino de hallar la manera de dar sentido a nuestra vida, permitiendo una salida a ese anclaje en lo inmediato que nos impedía acceder a la percepción del tiempo lineal, del tiempo que transcurre y, de este modo, abrirnos a la percepción del futuro y de la esperanza: “He aquí lo fundamental de la experiencia cristiana del hombre –señala, pues, Ortega a este propósito–: todo lo demás es secundario, casi anecdótico al lado de eso. Descubrir, caer en la cuenta de que la vida en su última sustancia consiste en tener que ser dedicada a algo, no en ocuparse de esto o de lo otro dentro de la vida, que eso sería lo contrario, meter en la vida algo que se considera valioso, sino tomar en vilo nuestra existencia entera y entregarla a algo, de-dicarla…, esa es la averiguación fundamental del cristianismo, lo que indeleblemente ha puesto en la historia, es decir, en el hombre (…) Es decir, da tu vida, enajénala, entrégala; entonces es verdaderamente tuya, la has asegurado, ganado, salvado”. Por tanto, el sentido de la vida para el individuo consiste en salir de su individualidad, sumergirse en la corriente que transcurre hacia lo esencial, ese destino que la metafísica pergeñó y que el cristianismo, sin embargo, heredero al fin y al cabo de Platón, después de hallar que vivir es, de alguna manera, entregarse, derivó hacia un más allá que desvirtuaba esa entrega, porque a la vez que la aspiración a acercarse a Dios, promovía el rechazo del mundo.


Tratamos, pues, de concluir que sólo la inserción de nuestra vida individual, finita, contingente, en la corriente que lleva hacia lo esencial y perdurable, y que nos mantiene en perpetuo crecimiento, dará sentido a aquélla. Mantenerla (intentarlo) dentro de los límites de lo que sólo somos cada uno es abocarla al fracaso, pues la muerte es así la que tiene la última palabra. O como también dice Ortega: “Cuando el hombre se queda o cree quedarse solo, sin otra realidad, distinta de sus ideas, que le limite crudamente, pierde la sensación de su propia realidad, se vuelve ante sí mismo entidad imaginaria, espectral, fantasmagórica. Sólo bajo la presión formidable de alguna trascendencia se hace nuestra persona compacta y sólida y se produce en nosotros una discriminación entre lo que, en efecto, somos y lo que meramente imaginamos ser”. La vida tendrá sentido, por lo tanto, cuando descubramos a qué entregarla, pero no negando este mundo, sino colaborando en su aumento.