Ya con 22 años Ortega y Gasset combatía la “ridícula
propensión” con que queremos reducir la vida inabarcable y fértil a
“nosotros, como si solo nosotros fuéramos la vida y porque tenemos un dolor
decimos que la vida es mala o necia o buena o torpe”. Y en esa tierna
edad juvenil fraguó ya la fórmula que después convertiría en uno de los pilares
de su doctrina: “salvémonos en las cosas”, y no en lo que el débil pero
ensoberbecido yo de cada cual decida de manera autística.
Michel Foucault (1926-1984), quizá el principal adalid
intelectual del posmodernismo y del feminismo de género, apuesta decididamente
por ir en la dirección contraria a aquella que proponía Ortega, y está a la
vista que el eco que han alcanzado sus posiciones ha sido mucho mayor que el logrado
por el filósofo español con las suyas. Para Foucault, la realidad, las cosas no
existen. Recogió de Nietzsche la idea de que “no hay hechos, hay
interpretaciones”. Y también se sintió heredero de Descartes, al que siempre
consideró la frontera a partir de la cual fue tomando forma la manera de pensar
de la que se sentía partícipe, y cuya aportación más decisiva fue la de que es
posible el pensamiento sin representación de cosa alguna, la subjetividad con
independencia de cualquier referente objetivo.
Para Foucault es imposible, en efecto, alcanzar la
objetividad. Lo que así llamamos es la supuesta verdad que el poder impone con
el fin de dominar las voluntades y las conciencias en beneficio propio. Esa
verdad la va filtrando a través del lenguaje y sus contenidos semánticos, y la
mantiene por medio de instituciones disciplinarias como la prisión, la fábrica,
el asilo, el hospital, la universidad, la escuela y los manicomios. Y a esa
verdad impuesta, a esa anulación de la subjetividad, el poder lo llama “orden”.
Según esta perspectiva, el orden no es, en realidad, más que un medio para hacer trabajar, y el trabajo
es un medio para hacer reinar el orden. El resultado final es que el individuo,
su ser más auténtico, queda constreñido por la estructura social (creencias,
costumbres, prejuicios, convicciones, tradiciones…). ¿Qué propone Foucault para
liberarse de esa alienación a la que la estructura, el poder, cualquier poder
en cualquier sociedad, nos somete? Nada concreto, salvo dejar que eclosione la
subjetividad. Incluso la locura, en cuanto que poderoso medio de
cuestionamiento de la razón prevaleciente, es un modo plausible de liberarse
del poder de las “sociedades disciplinarias”.
¿Qué queda entonces, para Foucault, de todo aquello a lo que
el hombre ha solido entregar su vida, de los ideales, de las misiones y tareas
que han empujado a los hombres hacia metas que les trascienden, que están más
allá de los dominios de su estricta subjetividad? Nada, no queda nada. En un
debate televisado en 1971 de Foucault con Noam Chomsky, el primero argumentó
contra la posibilidad de cualquier identidad, cualquier naturaleza humana fija,
en contra de lo postulado por el concepto de Chomsky de las facultades humanas
innatas. Este argumentó que, por ejemplo, la idea de justicia estaba arraigada
en la mente humana, mientras que Foucault rechazaba que hubiese ningún concepto
de justicia por encima de lo que subjetiva y coyunturalmente le pareciese a cada
cual. Tras el debate,
Chomsky se vio afectado por el rechazo total de Foucault a la posibilidad de
una moralidad universal, afirmando: "Me parecía completamente amoral, nunca
había conocido a alguien que fuera tan amoral (...) Quiero decir, me agradó
personalmente, es sólo que no podía entenderlo. Es como si fuera de una especie
diferente, o algo así ". Como alguien sin identidad, podríamos
decir, sin nada fijo ni objetivable a lo que poder referir su personalidad.
Curiosamente, esta forma de instalarse en el mundo que, en
términos generales, proponen Foucault y el posmodernismo viene a coincidir, con la que han
consignado algunos psiquiatras existenciales que es la propia de quienes sufren
de esquizofrenia (ver, por ejemplo, Louis A. Sass: “Locura y modernismo”, Ed. Dikynson). Ya Eugène Minkowski había
resaltado como definitorio de la esquizofrenia el hecho de percibir cualquier
salida al mundo, cualquier objetivación de su ser íntimo por parte del
esquizofrénico como algo alienante, una traición a su sí mismo, de modo que,
cuando esta persona realiza alguna tarea mundana, se siente a sí misma como
falseada, como un vacío, como una máscara de sí. De esa manera nos hace
ver Sass, que se percibía a sí mismo Antonin Artaud –esquizofrénico y a la vez un
conspicuo representante del arte de vanguardia, arte también ligado a estos
presupuestos–, el cual describía su propia cara como una “máscara lubricante”, “como
si la parte más íntima suya se volviera un objeto externo”. Sass
considera como característica principal de la esquizofrenia lo que llama
“hiperreflexividad”, una tendencia exagerada a encerrarse en sí mismo y construirse
un mundo a la medida de las propias ideas, fantasías o pulsiones íntimas antes
de que lleguen a tropezar con la realidad exterior.
El panóptico de Bentham |
Otra característica habitual en la esquizofrenia son los
delirios de referencia, que nacen de la sensación de que todo lo que ocurre
alrededor del esquizofrénico considera este que alude o tiene relación con él. Un
síntoma amortiguado de esto mismo son las ideas de referencia, características
de personalidades esquizoides, no estrictamente psicóticas; y ya decididamente
intensificado este síntoma pasaría a ser delirio persecutorio o paranoico. Hablamos
de un síntoma que tiene evidentes concomitancias con la idea de Foucault,
expuesta en “Vigilar y castigar”, de
que el sistema, es decir, la “sociedad carcelaria”, viene a ser
algo equivalente al panóptico de Bentham, un tipo de arquitectura ideada hacia
fines del siglo XVIII por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham para cárceles
y prisiones, diseñada en forma de anillo de celdas alrededor de una torre de
vigilancia desde la que el carcelero puede observar todo lo que hacen los
prisioneros recluidos en esas celdas, sin que estos puedan saber si son
observados, porque desde fuera la torre de vigilancia resulta opaca. El
sistema, pues, viene a ser el ojo que todo lo ve o que en todo momento se ocupa
de él, que tanto Foucault como el esquizofrénico sienten que les acosa por
doquier. El continuo que va desde las
ideas de referencia hasta el delirio persecutorio permite por otro lado
entender los comportamientos de muchas personas politizadas que mantienen algo
así como una permanente postura de disposición para el combate, de defenderse
del ubicuo enemigo que creen detectar en cualquier sujeto que, por algún
detalle más o menos relevante, pasa a ser a sus ojos representante del sistema
(un enemigo de la nación, un enemigo de clase, un enemigo de género…). Como los
esquizoides y esquizofrénicos en general, tienden estas personas a ser
invulnerables a los razonamientos.
La trayectoria del pensamiento de Michel Foucault, esta que,
como hemos ido viendo, podría servir perfectamente de marco intelectual para la
esquizofrenia, vino a entrelazarse con la que, por su parte, iba realizando
Simone de Beauvoir (1908-1986), una de las máximas representantes del feminismo de género.
Según esta autora, también según Foucault, no existen a priori ni “hombres” ni
“mujeres”; la realidad en sí, toda ella, sigue sin existir, cada cual se la
puede inventar. Se la puede inventar a partir del lenguaje. Simone de Beauvoir
sostenía, pues, que no nacemos hombres o mujeres, sino que la sociedad, a
través de consignas transmitidas por el lenguaje (y cuyo cumplimiento se vigila
desde el virtual panóptico que constituye la hoy llamada sociedad
heteropatriarcal), nos hace hombres o mujeres. Y además, dicha sociedad ha fabricado
a la “mujer”, ese constructo cultural, como esclava.
Christina Hoff Sommers, una destacada feminista de la
actualidad, aunque de otra clase de feminismo, el que ella llama “de igualdad”, en sus libros “¿Quién te robó el
feminismo?” (1994) y “La guerra
contra los chicos” (2013), define de esta forma el feminismo de género, al
que ella misma puso también nombre, en una entrevista en “El Mundo” del 17 /09/2016[1]:
¿Qué es el feminismo de género, explicado a lectores no
iniciados?
“Es una escuela de feminismo de línea dura que ve a las mujeres, incluso
en Occidente, como cautivas de un sistema de injusticia y de opresión. Según
esta teoría, cada logro humano en realidad lleva el sello del patriarcado:
literatura, filosofía, ciencia, música o lenguaje. No es suficiente con cambiar
leyes o tradiciones. El sistema entero tiene que ser desmantelado. El feminismo
de género salió de la política radical de los 60 y estuvo marcado por la
filosofía marxista y la de Marcuse, Frantz Fanon y Michel Foucault. Yo, sin
embargo, me considero una propagadora del “feminismo de igualdad” que lucha por
la igualdad moral, social, legal de hombres y mujeres, por la libertad de
mujeres y hombres para emplear su estatus de igualdad en intentar ser felices
como ellos quieran. Su origen es la Ilustración. Dicho claro, el feminismo de
la libertad quiere para las mujeres lo que para todos: dignidad, oportunidad y
libertad personal. No está en guerra con feminidad y masculinidad y no ve a los
hombres y a las mujeres como tribus opuestas. No está en sus tablas sagradas
las teorías de la opresión universal del patriarcado y los males inherentes al
capitalismo”.
“El feminismo de hoy es de lamento. Se empezó a forjar en los 90. La
causa noble de la emancipación de la mujer se transformó en victimismo. ¿Cómo
pasó? Le echo mucho la culpa a una mezcla desafortunada de teorías de la
conspiración sobre un patriarcado fantasma y la propaganda. Desde hace años, he
mirado con cuidado estadísticas sobre mujeres y violencia, depresión,
desórdenes alimenticios, igualdad salarial y educación. Lo que he encontrado es
información engañosa. La tercera ola del feminismo se construye con mentiras e
hipérboles. Por ejemplo, la desigualdad salarial. Sí, las mujeres ganan menos
que los hombres, pero es porque estudian distintas carreras, trabajan en distintos
campos y menos horas. Cuando controlas todos estos factores, la diferencia casi
desaparece. Pero eso no se dice en los libros de los estudios de género”.
“El lobby feminista parte de una lógica perversa: si algunos hombres
están mejor que las mujeres, eso es una injusticia. Si a las mujeres les va
mejor, eso es la vida”.
Christina Hoff Sommers es escritora y doctora en filosofía. Investiga
en el American Enterprise Institute, uno de los think tanks liberales más
señeros de Washington, donde mantiene un videoblog, “La Feminista basada en los hechos”. Dice tener un proyecto:
devolver la cordura al feminismo. “Que hombres y mujeres usen su estatus de
igualdad para ser felices como quieran”. Considera que el feminismo de
género se ha extraviado al unirse a la lucha política de la extrema izquierda, que
utiliza el victimismo para imponer las tesis de lo “políticamente correcto” y
negar el derecho a la discrepancia. Defiende un “feminismo de igualdad” frente
a ese “feminismo de género” que ella considera reaccionario y autoritario y que
a menudo contiene una “hostilidad irracional hacia los hombres”.
Sommers añade que las preferencias personales, y no la discriminación sexista,
juegan un papel en la elección de carrera de las mujeres. Las mujeres no sólo
prefieren desarrollarse profesionalmente en campos como la biología, la psicología y la medicina veterinaria, por encima de la física y las matemáticas, sino que además buscan carreras que sean compatibles con su vida familiar. Sommers escribe que “el verdadero problema al que la mayoría de
las científicas se enfrentan es el reto de combinar la maternidad con una
carrera científica de alto valor”.
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