miércoles, 10 de julio de 2013

La libertad del individuo, fundamento de nuestra civilización

No parece que se pueda dudar, Don John, de que las naciones necesitan, para prosperar, del entorno de seguridad que garantizan sus fuerzas armadas. Incluso es un hecho que muchos de los avances científicos y técnicos tienen su origen en investigaciones que primero se desarrollaron en el ámbito de la  industria bélica. Pero la raíz última de la revolución científica y tecnológica, y consiguientemente económica, que hoy sustenta nuestro modo de vida creo que hay que buscarla en otro lado; concretamente, en el trascendental cambio de perspectiva sobre las cosas que tuvo lugar en el Renacimiento. Algo, pues, que antecede en siglos al liberalismo de los siglos XVIII y XIX, pero con lo que este puede engarzar y tratar como sus precedentes.

Lo que fundamentalmente emergió con el Renacimiento fue el individuo, el individuo como ser libre. Los rasgos esenciales de aquel individualismo (palabra que hoy parece tener sólo acepciones negativas) son, según dice Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de Economía en 1974, en “Camino de servidumbre” (que podemos considerar el texto canónico del liberalismo actual): “El respeto por el hombre individual qua hombre, es decir, el reconocimiento de sus propias opiniones y gustos como supremos en su propia esfera (…), y la creencia en que es deseable que los hombres puedan desarrollar sus propias dotes e inclinaciones individuales”. Dice asimismo Hayek que, partiendo de la Edad Media, “la transformación gradual de un sistema organizado rígidamente en jerarquías en otro donde los hombres pudieran, al menos, intentar la forja de su propia vida, donde el hombre ganó la oportunidad de conocer y elegir entre diferentes formas de vida, está asociada estrechamente con el desarrollo del comercio”.

Fue la irrupción de la libertad, es decir, la posibilidad de que el hombre en cuanto individuo empezara a tomar en sus manos su propio destino, lo que originalmente desencadenó todo el potencial de creatividad y de laboriosidad que hizo eclosión en el Renacimiento. A su vez, fue la vigorosa actividad comercial que en las ciudades italianas del siglo XV se desarrolló como consecuencia de esa productividad emergente, el siguiente paso que se dio hacia la conformación de lo que habría de ser la civilización occidental. Y en fin, totalmente vinculado con la liberación de ese potencial de creatividad que trajeron consigo los nuevos valores, empezó a tener lugar el grandioso desarrollo de la ciencia que, de entonces acá, ha cambiado totalmente la manera de estar en el mundo del hombre. “Sólo cuando la libertad industrial –dice también Hayek– abrió la vía al libre uso del nuevo conocimiento, sólo cuando todo pudo ser intentado –si se encontraba a alguien capaz de sostenerlo a su propio riesgo– y, debe añadirse, no a través de las autoridades oficialmente encargadas del cultivo del saber, la ciencia hizo los progresos que en los últimos ciento cincuenta años han cambiado la faz del mundo” (escribía esto al finalizar la Segunda Guerra Mundial). La libre competencia, la ley de la oferta y la demanda, fue el ámbito económico en el que pudo desenvolverse esa libertad, aunque la complejidad que fue adquiriendo la vida social y económica hizo que el estado asumiera las necesarias funciones destinadas a garantizar que esa libre competencia no fuera perturbada por actuaciones fraudulentas o abusivas, así como otras funciones que tienen por objeto la realización de servicios sociales a los que tampoco alcanza el juego de la libre competencia. El tosco principio del laissez-faire es desechado decididamente por el liberalismo actual, que es consciente de la complejidad de la sociedad.

Creo que se puede situar en Rousseau, cuando abogaba por el triunfo de la “voluntad general”, el nacimiento de un movimiento de reacción contra esta libertad individual que se abría paso a través de la modernidad. Movimiento que encontró su plena madurez en los totalitarismos de izquierda y de derecha que dejaron su trágica impronta a lo largo del siglo XX. Benito Mussolini que, procediendo del socialismo, fundó el fascismo, hizo precisamente esta aseveración: “Fuimos los primeros en afirmar que conforme la civilización asume formas más complejas, más tiene que restringirse la libertad del individuo”. Más allá de las aparentes discrepancias entre fascismo y comunismo, Hayek resalta que ambos compartían el objetivo de sustituir la libertad individual por la planificación centralizada de la vida de la sociedad, partiendo de la que más directamente afecta a la economía. Todo en aras de una abstracción, la clase obrera, la raza aria, la nación… que permitía superponer el producto de una ideología a lo que naturalmente emana de las relaciones e intercambios entre hombres libres. El mismo Hitler dijo en un discurso, en 1941, que “fundamentalmente nacionalsocialismo y marxismo son la misma cosa”.
 
Pero el fascismo, el nazismo o el comunismo no fueron regímenes políticos surgidos de la nada, ajenos al desvío de su trayectoria por el que estaba deslizándose nuestra civilización: “Hemos abandonado progresivamente aquella libertad en materia económica sin la cual jamás existió en el pasado libertad personal ni política –confirma Hayek–. Aunque algunos de los mayores pensadores políticos del siglo XIX, como De Tocqueville y lord Acton, nos advirtieron que el socialismo significa esclavitud, hemos marchado constantemente en la dirección del socialismo”. Los totalitarismos explícitos sólo han sido “el paso decisivo en la ruina de aquella civilización que el hombre moderno vino construyendo desde la época del Renacimiento, y que era, sobre todo, una civilización individualista”; pero no la expresión única de nuestro actual extravío colectivo. En general, lo que hemos ido haciendo es sustituir la libre competencia que servía de expresión a las potencialidades del individuo por la planificación de la economía y de la vida por parte del estado (Hayek lamenta que una palabra tan cargada de sentido común como “planificación” se la hayan apropiado quienes con ella lo que pretenden es suprimir la libre competencia, en la que oferta y demanda buscan el punto en el que han de encontrarse).

Las variaciones en los precios de las cosas o en las cantidades de las mercancías que circulan en una sociedad que artificialmente genera la intervención del estado en la economía, así como la política fiscal y de subvenciones que altera asimismo el camino trazado por la libre competencia, privan a esta de su facultad para realizar una efectiva coordinación de los esfuerzos individuales, porque precios y mercancías disponibles dejan de suministrar una guía eficaz para la acción del individuo. Esta es la raíz de las burbujas inmobiliaria y financiera que están en el origen inmediato de la crisis actual: los inmuebles y los créditos dejaron de estar sometidos a la ley de la oferta y la demanda debido a las intervenciones públicas. Y en fin, concluye Hayek, “lo que en realidad une a los socialistas de la izquierda y la derecha es esta común hostilidad a la competencia y su común deseo de reemplazarla por una economía dirigida”.

La planificación nunca podrá prever todos los flujos que genera la economía de una sociedad. Comenta Nassim Nicholas Taleb, el creador de la teoría de los Cisnes Negros, que “para Hayek, una auténtica previsión se hace por medio de un sistema no por decreto. Una única institución, por ejemplo, el planificador central, no puede agregar los conocimientos precisos: faltarán muchos fragmentos importantes de información. Pero la sociedad en su conjunto podrá integrar en su funcionamiento estas múltiples piezas de información”. Quien pretenda sustituir la ley de la oferta y la demanda por la planificación sobreestima su capacidad para entender los sutiles cambios que acontecen en el mundo, así como la importancia que hay que dar a cada uno de ellos; y, en suma, estará tergiversando, y consiguientemente destruyendo, la intrincada y delicada red de intercambios que conforma y sustenta la economía y la vida de una sociedad.

Así pues, amigo John, yo creo que es la competencia, el libre juego de la oferta y la demanda lo que debe regir la marcha de la economía y de las relaciones humanas (y ya que estamos en un país tan estrafalario como el nuestro, habrá que decir que incluso el idioma que debe de hablarse en una sociedad). La función del estado ha de limitarse a garantizar que esa competencia se desarrolle dentro de un marco legal y confiable, y a intervenir exclusivamente en aquellas parcelas de la sociedad a las que no alcance ese juego en el que uno desarrolla un esfuerzo y recibe a cambio un precio (que la competencia ha de fijar) por ello. Las ideologías colectivistas pretenden que al eliminar el mecanismo de la oferta y la demanda para sustituirlo por la planificación, están suprimiendo el egoísmo en la actividad económica y sustituyéndolo por el interés general, pero lo que hacen en realidad es destruir el motor que pone en marcha la productividad y deshaciendo la intrincada red económica y social que sólo es capaz de diseñar y mantener la libre competencia.

5 comentarios:

  1. Buenas tardes, Don Javier. Estoy de acuerdo en que el modelo liberal es el mejor, el que consigue mayores niveles de bienestar y libertad.
    Lo difícil es, diría yo, conservarlo, se necesita que haya un gran número de ciudadanos concienciados de lo importante que es el respeto a la ley, pendientes de que los grupos de poder no se constituyan en oligarquías y perviertan el sistema, ciudadanos que exijan y también que se exijan a sí mismos.
    Comparto que el cambio de mentalidad producido entre los siglos XV y XVIII también es fundamental para el concepto actual de libertad individual, pero creo que se manifestaron con toda su fuerza cuando se dieron las condiciones necesarias para ello. En el ámbito comercial, la identificación de las monarquías absolutas con los intereses mercantiles con el fin de acrecentar su poder me parece decisiva - pienso en las Compañías de Indias de holandeses e ingleses, por ejemplo -.
    Creo que el hecho que menciona de la continua tentación "colectivista", casi desde los comienzos liberales, tiene que ver con la naturaleza humana, y es que casi siempre lo queremos todo, aunque sea difícil de conciliar, libertad y seguridad por ejemplo.
    Estas ideologías totalitarias deben - me parece a mí - apelar a algún mecanismo básico humano, bueno o malo, tanto si es el resentimiento, el rencor, o el deseo de que todos seamos como hermanos, porque aunque cambien su forma externa siempre están presentes de alguna manera. Y debe de ser muy fuerte el mecanismo porque no siempre sus representantes son despojos morales, o incompetentes, o estúpidos, es más, llegan a imponerse por mucho tiempo - URSS, China, Corea del Norte -.
    Aunque creo que el motor interno que les lleva a la victoria es un ansia feroz de prevalecer, algo que a veces no parecen comprender los liberales actuales - no va por usted -, que parecen creer que como el liberalismo es una maravilla se impondrá sin ningún esfuerzo y que el sistema totalitario se derrumbará como hizo la URSS, sin tener en cuenta que los totalitarios chinos han sido capaces de reaccionar, por ejemplo, usando las partes del liberalismo que les convienen olvidando el maoísmo, y pasando a una especie de despotismo colegiado que ofrece bienestar a cambio de obediencia. En fin, lo que me irrita un poco a veces, es el aire "superficial" de muchos teóricos liberales que parecen creer que todo es economía - al final, van a ser marxistas a la inversa -, y bonitos discursos en algún campus estupendo de la muerte.

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    1. Coincidimos plenamente, John Carlos (en algún punto usted sabe más que yo y simplemente intuyo que tiene razón). Así que por mi parte sólo añadiré que creo que los dos factores que más influyen a la hora de ceder a lo que usted llama la “tentación colectivista” son el miedo a la libertad, que hace buscar persistentemente instancias supraindividuales sobre las que descargar la responsabilidad de la marcha de las cosas, y la envidia igualitaria, que suele camuflarse bajo el deseo de justicia social, pero que en realidad respondería muchas veces a la pretensión de igualar por abajo a todos, no en oportunidades, sino en méritos, y que es detectable en esa perversa necesidad que muchos tienen de desvalorizar toda excelencia. Cada vez me cuesta más pensar que haya motivos nobles que empujen al colectivismo, y aunque no los descarto totalmente, me inclino a pensar que serían pura ingenuidad. Una ingenuidad que, desde luego, ayuda a que las cosas vayan a peor.

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  2. Buenos días, Javier. Hay una "buena" intención que creo que se suele olvidar, lo satisfactorio que puede ser sentirse el noble cruzado contra el Mal, no recuerdo a quién se lo leí. Pero teniendo en cuenta que las opciones totalitarias son ideologías "pararreligiosas", que quieren explicarlo todo sin limitarse a administrar las condiciones en las que viven los ciudadanos, me parece que ayuda a explicar la fascinación que provocan.

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  3. Don Javier, don John Carlos. Muy buenos días.

    En primer lugar, deseo pedirles disculpas por tantos días de ausencia. He tenido visita familiar, y me ha resultado imposible seguir el blog.

    Don Javier. Cómo siempre, estupenda su entrada. Comparto con usted sus opiniones acerca de la aparición del individualismo renacentista frente a la rígida sociedad medieval. Cambio de mentalidad que, junto al aumento de la actividad comercial y el desarrollo tecnológico de la —por algunos denominada "Primera Revolución Industrial"— (con el empleo de la energía hidráulica o eólica en lugar de la fuerza animal); fue el "punto de partida" de nuestra sociedad actual.

    Sobre éste tema, le recomiendo la lectura del capítulo "Cómo se convirtió Venecia en un museo", de la obra de Acemoglu y Robinson "Por qué fracasan los países". Por cierto, los autores presentan la hipótesis de señalar la gran epidemia de peste, que diezmó la población europea en el siglo XIV, como una de las causas que provocó dichos cambios.

    Acerca de los totalitarismos del siglo pasado. Ignoro si ha leído usted "Vida y destino" de Vasili Grossman. Le recomiendo el primer párrafo de dicha novela. Es, sencillamente, demoledor. Son también reveladoras las conversaciones entre el camarada Mostovskói —un veterano de la Revolución, que conoció a Engels— y su carcelero, el Sturmbannführer de las SS, Liss.

    Sobre el desarrollo científico y tecnológico, recuerdo una conversación mantenida con Lino Camprubí Bueno (originada por la reseña del libro "The Federal Landscape: An Economic History of the Twentieht-Century West"; que éste había escrito y publicado en "El Catoblepas", nº 117 de Noviembre de 2011). Acerca de que el gran desarrollo científico-tecnológico desde la II Guerra Mundial se debía, fundamentalmente, a la inversión de fondos del Estado ("Proyecto Manhattan", "carrera espacial"...). Recuerdo que le comenté:

    — Es cierto que la "carrera espacial" —en ambos bandos, tanto la rusa, como la norteamerica— fue pagada por los correspondientes estados. Pero... ¿cuales fueron los beneficios para los ciudadanos de ambas naciones? Los rusos ganaron toneladas de gloria, y un montón de estatuas heróicas en las ciudades. Los norteamericanos ganaron el velcro, la electrónica de "estado sólido" (basada en transistores), los ordenadores de alta capacidad, el GPS... y un montón de artículos de consumo más.
    ¿A que se debió la diferencia? Para los soviéticos, cualquier avance técnico o científico, era clasificado como "Alto Secreto", y disfrutado sólo por los militares (y gerifaltes del Partido). Para los norteamericanos —aunque la inversión inicial la pagara el Estado—, las patentes y los productos quedaban como propiedad de las empresas; que se lanzaban a ponerlos a la venta en el mercado.

    El mismo argumento tuve que repetirlo, quince días después, en otra conversación —muy similar— con mi cuñado (ingeniero ex-empleado de la carrera espacial soviética).

    En otro orden de cosas: Estoy terminando de leer "Pensar rápido, pensar despacio" de Kahneman. Excelente libro, me han sorprendido buena parte de sus planteamientos.
    ¡Ah!... El otro día me llevé una agradable sorpresa: ¡Ha salido un nuevo libro de Nicholas Taleb! "Antifrágil. Las cosas que se benefician del desorden". Le he echado un rápido vistazo, y tiene muy buena pinta... ¡Lástima que sean veintitantos eurazos!

    Un saludo.

    P.S: Me resultó imposible terminarme el "Camino de servidumbre" de Hayek. Me pareció uno de los libros más aburridos que he leído en la vida. Ello debe de convertirme en un liberal un tanto... "heterodoxo". ;-)
    ¡Oh! También discrepo con usted acerca de que una de las funciones del estado sea la "realización de servicios sociales". En mi opinión, esa una de las excusas que emplean los totalitarismos.

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  4. Buenas noches, Don John Carlos y Don Sierra.

    No son, Don Sierra, las disculpas que usted pide lo que procede, sino mi agradecimiento a ambos por asomar por aquí y elevar con su erudición e inteligencia la condición de este apartado rincón. Mientras así sea, me sentiré afortunado por ello.

    Admiro, Don Sierra, su capacidad de lectura. Yo, además de “pensar despacio”, que dice Kahneman, leo mucho más despacio todavía; todo lo más, me compro los libros que quisiera leer (demasiado a menudo, como mucho, no paso de hojearlos), y sufro por las limitaciones espaciales que impone el hecho de tener una buena biblioteca. Todo ello, a la postre, no hace sino aumentar mi frustración y dejar en evidencia la distancia entre mi querer y mi poder. Por supuesto, ya tengo el libro que usted recomendó aquí, “Por qué fracasan los países”, y echaré un vistazo a ese sugerente capítulo que recomienda, “Cómo se convirtió Venecia en un museo”. La idea de que la peste negra (ya he visto en el libro que se trata de capítulos diferentes este y el de Venecia) activara asimismo los procesos de cambio que latían en la sociedad del siglo XIV me resulta intelectualmente estimulante. Y si no fuera una casualidad, como sostendría nuestro “amigo” Taleb, casi resultaría significativo que Guillermo de Ockham, a quien considero el máximo responsable de que el mundo se empezara a poner patas arriba, muriera a causa de la peste negra.

    Tomo nota del libro de Vasili Grossman, alrededor del cual merodeé en su momento, aunque una de las cosas que casi he sacrificado del todo es la lectura de novelas, no, desde luego, porque no me atraigan, sino porque creo que no me va a alcanzar el tiempo en que se podrá vivir hasta los 120 años sin merma intelectual, y mi programa más inmediato de lecturas sobrepasaría ahora ya con creces incluso lo que alcanzaría a poder haber hecho para cuando llegase a esa edad.

    Respecto de lo que comenta sobre las diferencias en la obtención de resultados en la carrera espacial entre la Unión Soviética y Estados Unidos, creo que en ese dato se abre una vía de reflexión muy interesante. Para empezar, y complementando lo que usted dice sobre la prolongación de las investigaciones en la empresa privada o su bloqueo dentro del aparato estatal, creo que en una sociedad totalitaria la verdad es algo preestablecido, una especie de idea platónica a la que se deben someter los descubrimientos particulares (mera realidad aparente y decaída para Platón y sus epígonos), no sea que estos se desmanden, mientras que en una sociedad libre, esos hechos particulares pueden irrumpir sin trabas, puesto que en ella la verdad es algo que siempre está por conocer o descubrir, y se va formando por acumulación de pequeñas verdades, descubrimientos o sorpresas. Una sociedad libre permite hacer descubrimientos que rompan con lo preestablecido, y eso resulta imprescindible para el desarrollo científico y tecnológico. Esa habría sido en última instancia la ventaja de Estados Unidos frente a la URSS.

    El “Antifrágil” de Taleb ya lo tengo comprado e incluso hojeado. Creo que es incluso mejor que el de "El Cisne Negro"; al menos él considera que asciende algunos escalones respecto de este.

    Y en fin, yo sí que soy un liberal heterodoxo. Si discrepa de mi visión de los servicios sociales como algo que atribuir al Estado (acepto, sin embargo, que pueda servir de coartada para que este engorde más de la cuenta), verá cómo me retuerzo en la próxima entrada de este blog (que empecé a pergeñar a raíz de lo que estábamos hablando John Carlos y yo) para intentar reconciliar a Hegel con el liberalismo. Esto de no querer renunciar a algunas ideas que en su momento me resultaron muy ilustrativas, pero que son poco ortodoxas en un liberal, me obliga a veces a hacer lo que, desde posiciones más ortodoxas vendrían a ser piruetas dialécticas.

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