“La Revolución Francesa (…) fue menos una revolución política que una
revolución espiritual, un estallido general del material explosivo que había
acumulado la Ilustración francesa. La primera destitución oficial del
cristianismo gracias a una revolución debió de impresionar poderosamente al
pagano inconsciente que hay en nosotros, ya que desde entonces no ha vuelto a
hallar descanso (…) Puede que el caos espiritual fuese entonces menor que hoy”
(Carl Gustav Jung[1]).
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“La Europa de las revoluciones, durante el
largo camino que conduce desde la Revolución francesa de 1789 a la Revolución
rusa de 1917, podría ser explicada muy sumariamente como efecto de ese proceso,
una de cuyas derivaciones es el odio que a partir de entonces enfrenta a los
distintos estamentos sociales, una vez cuestionados los vínculos que
garantizaban su articulación jerárquica” (Ignacia Echevarría[2]).
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“La Revolución Francesa fue la gran jornada del gran resentimiento” (Ortega y Gasset(3)).
[1]
Carl Gustav Jung: “Civilización en transición”, Obra Completa, vol. 10-“Sobre
lo inconsciente”, Madrid, Trotta, 2001, pp. 15-16
[2]
Ignacio Echevarría: “El odio, una pasión moderna”, en la obra colectiva “El
odio”, Barcelona, Tusquets, 2002, p. 85.
[3]
Ortega y Gasset: “Del Imperio romano”, O. C. Tº 6, p. 77.
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