jueves, 9 de agosto de 2012

Elogio de la soledad (sin que sirva de precedente)

¡Don Ángel Molledo! ¡Cuánto me alegra saber de ti! Y cómo pones a cien mis ganas de charlar: si a dos solitarios como tú y como yo nos libraran de las vulgares ocupaciones del día y nos dejaran desde temprano sentados en una tasquilla y con un tema como éste (“El malestar de la civilización…”, la soledad) como punto único del orden del día… nos tendrían que avisar a las tantas para que les dejáramos cerrar, y aún seguiríamos dándonos palique otro rato, aunque fuera a la intemperie de un paseo, por supuesto, solitario.

Ya te digo: a solitario no me ganas, o no mucho. ¿Qué somos en general (perdona el oxímoron) sino el envoltorio de un montón de decepciones que se van acumulando a través de los años y que cada vez aspira más a retirarse a un rincón suficientemente acogedor a leer, escribir y lamerse las heridas? (Cioran, otro solitario como nosotros, decía, consecuente: “No hay que leer para comprender a los demás, sino para comprenderse a sí mismo”). Si argumento tan decididamente en contra de Raskólnikov y de esos vulgares imitadores suyos (en soledad y en criminalidad) americanos o noruegos es, en buena medida, para espantar a mis propios demonios interiores. Hoy me toca apoyarme en Cioran: “¿Es imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?”, decía. Sé que detrás de toda acusada marca en el carácter se esconde, en la zona de sombra, un doble compensatorio. Y, para mi relativa tranquilidad, no estoy seguro de si es mi parte sociable la que lleva por la noche a su mazmorra bocadillos a mi misántropa contraparte o es esta otra parte de mí que está hasta los cojones del mundo la que se dedica a hacer obras de caridad con mi mitad buena y sociable. Lo cierto es que, variando según los momentos, es de ambas maneras como alternativamente cuido de esos irrenunciables (tanto como irreconciliables) Dr. Jeckyll y Mr. Hyde que cada cual guardamos en nuestro interior. Eso sí, intento que no se lleven del todo mal, y es así como consigo un mínimo de tranquilidad. A lo que voy: en definitiva, y compensando la imagen consciente que tenemos de nosotros en estado de vigilia, “el ‘otro’ con el que soñamos –decía Carl Gustav Jung– no es nuestro amigo o nuestro vecino, sino el otro en nosotros mismos, respecto al cual preferimos decir: ‘Señor, te doy las gracias por no ser como ése’ ”.

¿No te has fijado, Ángel, en la poca tolerancia que solemos tener a la decepción? Las amistades incluso más firmes tienden a discurrir hacia el día en que un coyuntural momento de exasperación, una palabra mal calculada, un pequeño conflicto resuelto con escasa habilidad… acaban destrozando relaciones en las que se había invertido un montón de afecto, de tiempo, de generosidad. Vivimos demasiado predispuestos a la decepción, como si estuviéramos secretamente deseando que cualquier chorrada nos permita liberar a ese Mr. Hyde que transportamos en la zona oscura del alma para que ponga patas arriba nuestro mundo relacional. Pero, por otra parte, habrá que admitir que, a partir de cierto umbral, la decepción es legítima, y, vigilándonos por el rabillo del ojo mientras llegamos a esta conclusión (por si estuviéramos justificándonos: los demás no, pero nosotros sí), quizás tú y yo hayamos llegado a traspasar ese umbral más veces de las debidas; hayamos, pues, alcanzado ese mismo punto de sabiduría que a Cioran le permitía tomar conciencia de que “todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre”. O de esto otro: “La verdad sólo se revela al rechazado, a quien nunca firmará un boletín de victoria”.

Habríamos llegado, pues, a un momento peligroso. Ese terrible zumbado que mató a doce personas en el cine de Denver, aquel otro nazi espantoso que mató a decenas en Oslo, es verdad (¡miremos de frente a nuestro Mr. Hyde!), no andarían muy lejos de ese tipo de verbalizaciones a las que yo aquí me he permitido ir llegando; la diferencia estribaría, quizás, en que ellos han descendido hasta los más bajos fondos de la decepción, pero no han llegado a descubrir que iba ya con ellos antes de que el mundo llegara a tener la culpa. Por tanto, hay que conocer a esos paradójicos y extremosos dobles que nos habitan, y dar un paso más, también como Cioran: “Haber conocido la fascinación de los extremos… y haberse detenido en algún lugar situado entre el diletantismo y la dinamita”.

Un placer reencontrarte y haberte leído, Ángel.

Un abrazo solidario (¿o he dicho solitario?).

5 comentarios:

  1. Paperblog, un importante portal de blogs, ha vuelto a poner un corazoncito destacando (por un par de días) una de mis entradas, esta última en concreto. Yo, que no soy vanidoso, pero dejo que mi doble oculto lo sea a tope, lo reflejo aquí para que mi Mr. Hyde interior no se mosquee:

    http://es.paperblog.com/filosofia/

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  2. Cómo me alegro de haberme dado de bruces con tu artículo del 22 antes que nada. Si me hubiese puesto al día de tus cosas antes de responderte, no lo habría hecho. Con lo cual todos nos hubiésemos perdido este fresco y hermoso artículo (al fin y al cabo, provocarte, tirarte de la lengua, era la oculta intención de mi escopetado comentario).
    La verdad es que necesitaba esta respuesta tuya para mi tranquilidad. Una respuesta directa, más unívoca que la dada en el inspirado tema del suicidio. Una respuesta en ese contexto psico-filosófico en el que tú te mueves como pez en el agua y al que yo no llego (siempre digo que a ti se te lee con el telescopio y no con las gafas).
    Porque a lo más que he conseguido llegar en este asunto es a lo siguiente:
    "Por mucho que nos duela a los solitarios vocacionales, no podemos culpar de nuestra situación al adocenamiento sociocultural. Por mucho que se haya escrito acerca de la soledad como conquista de la libertad y realización personales, y con independencia de que sea una conquista auténtica y dolorosa que hay que mantener y reivindicar, realmente nuestra actitud es claramente antinatura (y por ello más auténtica y dolorosa). Me explico:
    Está demostrada la existencia de una empatía congénita y consustancial con los individuos de nuestra misma tribu, la cual supone una antipatía también congénita y consustancial ante los individuos foráneos (extraño, en el sentido de raro, es sinónimo de extranjero). Bien, pues otro tanto ocurre al hablar de la soledad del adulto (la soledad del niño o del adolescente debe ser seguida a distancia como síntoma de conflictividad interna o externa, tenga o no ésta fundamento y expresión).
    Si los roedores ya demuestran antipatía ante los foráneos, otro tanto ocurre con los machos sin opción a hembra que sobrepasan la lactancia y llegan a la edad adulta en todas y cada una de las especies y razas y familias mamíferas (de ellas formamos parte), los cuales son expulsados sin consideración (sangrientamente si es preciso) de su núcleo natal. El mismo comportamiento social humano se seguía en la Antigüedad, en el Medioevo, el Renacimiento y la Edad Moderna (y en todas las tribus primitivas actuales). La soltería militante y reivindicativa es un fenómeno absolutamente moderno que aún no ha perdido su tufillo de extravagancia o de fracaso (alguien afirmaba que "fracasar en esta sociedad supone un triunfo moral"). La Iglesia lo que hizo a lo largo de su historia fue exaltar el celibato, haciendo virtud de la necesidad, y recoger ese excedente social... siempre que el acogido en cuestión dispusiera de los medios con que corresponder a tal caridad, naturalmente". (http://www.sobre-historias-y-leyendas.com/2010/06/del-amor-y-la-caza-ii-acerca-del.html)

    Al leer lo anterior comprenderás mejor el motivo por el que necesitaba una respuesta de tu categoría para mi tranquilidad. Así pues celebro una vez más mi precipitación y su secreta intención.
    Un fuerte abrazo, compañero de soledades abiertas.
    Angel Molledo

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  3. Quien no sabe estar solo acaba mal acompañado

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  4. Un artículo en el digital de El Mundo se preguntaba ayer "si debería considerarse el sedentarismo una enfermedad", y se respondía que sí, que el sedentarismo es una enfermedad (http://www.elmundo.es/elmundosalud/2012/08/14/noticias/1344942078.html).
    Tal información generó una única catarata de comentarios que no giraban acerca de la voluntad, como parecería lo lógico (para salir a andar o a hacer ejercicio la única "patología" que se opone en teoría es la adicción al sillón), sino acerca de la soledad; el tema de la voluntad, traducido como "vaguería" ocupó un segundo puesto.
    Y un único y lastimero comentario-lamento acerca de nuestro tema estrella polarizó la mayor atención de toda la concurrencia. He aquí algunos de los mejor valorados por orden de votación internáutica:

    1º mejor valorado entre 62
    Sabeis por que yo soy sedentario, no tengo a nadie, no tengo amigos, la gente pasa de mi y por mas que he intentando tener amigos en mi vida todo dios ha pasado de mi, ahora lo que hago es trabajar 10 horas diarias, llego a casa y ya no veo ni la tele por que no me gusta me paso el fin de semana durmiendo o llorando, lo siento pero a mi me encantaria ir de fiestas, de barbacoas como todo el mundo pero para ir solo por hay paso.


    @clarono Clarono, tu mensaje nos toca la fibra a todos, (por eso es el mas votado). Lo que pasa es que parte de una idea falsa, es lo que Eric Berne llamaba el "tu estas bien, yo estoy mal". Veras, primero que no toda la gente que ves de fiesta, barbacoa etc es feliz, hay mucha farsa colectiva y mucho sufrimiento tras las caretas. Segundo, que en la soledad (que ha de tener un final, cierto) tienes una ocasion unica de quitarte la careta y enfrentar tu autenticidad, lo que en verdad eres. Y tercero, que podras comprobar que el mundo esta lleno lleno de solitarios como tu, deseosos de relacionarse sin farsas, desde la autenticidad. Y de aqui a que prenda la llama y formar tu propio grupo no hay mas que un paso, un paso que puedes dar tu cuando quieras. Te lo digo por experiencia.
    Y asi tu pasaras a ser el admirado. Y entonces, cierto, tendras que protegerte de parasitos y pegajosos, pero eso es otra historia. Animo, te espero al otro lado del tunel. Sigue la luz, ya te veo venir :-)


    @clarono #11 Si te sirve de ayuda no te hace falta absolutamente a nadie para irte a caminar, andar e incluso viajar. Y es más miles de veces he salido de casa sola y no pasa nada de nada, algunas veces no te ponen la cabeza como un bombo, incluso. Lo que me dijo una médico a este respecto es andar un mínimo de 1 hora al día, no adelgazas en sí, pero te tonificas, te despejas y te 'desestresas', que creo que es lo que te pasa. Mucho ánimo.


    #11 @clarono Estoy completamente de acuerdo con #17 y #20. Quedarse en casa y lamentarse no es ninguna solución. Salir, actividades en grupo, o en solitario hacen más gratificante la vida y normalmente también facilita el encuentro entre personas. El trabajo común, sobre todo si es por placer, estimula los contactos entre personas. Desde un curso de bolillos, un club de petanca hasta actividades deportivas, cualquier interés común es el punto de partida para las amistades. Si a eso le añades que el ejercicio físico mejora la imagen, la autoestima, la salud y el ánimo... ¿a qué esperas? :) Y por último, sólo me queda hacerte notar que has provocado varios posts con tu comentario. Con eso quiero decir que no se te ignora. Participa (en cualquier cosa) que serás partícipe. No te quedes en casa solo y llorando, no vale la pena!

    Lo dicho: ¡solitarios del mundo, uníos!

    Un abrazo

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  5. De forma recurrente, me acuerdo de un libro que tengo por ahí, “Solo en la bolera”, de Robert Putnam, que expone crudamente los resultados de la pérdida del sedentarismo al que tú, Ángel, haces referencia (aunque en otro sentido): en la sociedad norteamericana, la inevitable movilidad social ligada al modo de vida contemporáneo, ha ido rompiendo las redes sociales que conforman lo que Putnam llama capital social. Un último y patético resultado es el que se asocia con esa imagen que propone en el título de su libro: perdidas las relaciones sociales después de emigrar varias veces de una ciudad a otra por motivos laborales, ese ciudadano tipo que ha generado la movilidad social característica de nuestro tiempo se pasa la tarde libre de los sábados, por ejemplo, en una bolera, en donde alquila una calle de bolos para él solo, hasta que toca volver a casa a cenar y dormir.

    No creas que no es ése en concreto un motivo de preocupación para mí, como padre que soy de hijos que, en el trance de entrar en el mercado laboral, van a aprovechar una de las tres salidas que tienen los jóvenes hoy en España: por tierra, por mar y por aire. Mi hija ya está en uno de esos destinos centrífugos, y me cuenta lo difícil que es vivir en pisos compartidos con personas que son indiferentes las unas hacia las otras. Víctimas todas, así lo entiendo yo, de los nuevos hábitos (de los malos hábitos) de relación social que está produciendo la movilidad social y del mandato moral defensivo que produce: sed indiferentes los unos hacia los otros, porque la relación entre vosotros no conduce a ninguna parte. O algo peor, y de lo que avisas tú, Carlota: apremiados por cubrir los vacíos de relación, acabas acoplándote, a lo peor, a las personas más contraindicadas.

    Los problemas que genera el sedentarismo del que adolece la persona que citas, Ángel, tan dramáticos, vienen a confluir con estos otros que genera el nomadismo moderno: en ambos modos, se hace patente la pérdida de capital social. De todas maneras, creo que esa vocación por la soledad que aquí hemos exhibido nosotros, es de otro tipo diferente. Nosotros estamos en el viaje de vuelta, y ha rebajado grados de intensidad la parte que duele de la soledad y, por el contrario, ha ganado puntos la que nos muestra sus ventajas. Una cosa diré para buscar una manera en alguna medida concluyente de poner orden en esta reflexión un tanto caótica que me está saliendo: la soledad no se cura tanto porque tengas personas que te quieran, cuanto porque tengas a quien querer. Confieso, en este sentido, que no me siento del todo solitario, porque tengo hijos, es decir, motivos decisivos para ser, de manera incondicional, generoso y desprendido. Esa sensación contrapesa de sobra la de no tener muchas oportunidades (como decía la persona esa que citas, Ángel) de montar barbacoas.

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